La riqueza de la familia. Comentario del Evangelio para matrimonios: Lucas 2, 36-40

EVANGELIO

El niño iba creciendo, lleno de sabiduría
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 2, 36-40

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor. (De acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor»), y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones». Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y piadoso, que aguardaba el Consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

Palabra del Señor.

Nota: Próximos eventos

  • Anuncio en Marbella: 19 de enero. Parroquia Santo Cristo del Calvario. 20:30h
  • Anuncio en Córdoba: 20 de enero.
  • Breve testimonio en la Semana de la Familia de Sevilla:  27 de enero.
  • Anuncio en Sevilla: 28 de enero. Por la mañana. Pte. de definir lugar y hora.
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La riqueza de la familia.

(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Hoy celebramos el día de la Sagrada Familia. La liturgia nos recuerda las lecturas que hemos venido meditando estos días.
Dios quiso formar parte de una familia, y con ello nos enseña que ese es el medio de adentrarse en la vida humana, de crecer y robustecerse como personas. En la familia se vive una autoridad de los padres que pretende liberar a sus hijos de la esclavitud del pecado, una obediencia de los hijos que les realiza y les construye, una igualdad de distintos en la que siendo todos de igual dignidad convivimos con nuestras grandes diferencias, una comunión en la que se vive como en ningún otro sitio el amor recíproco, un amor que es el que nos une y hace posible la familia a pesar de nuestras imperfecciones, y la Paz de Cristo que redime una y otra vez nuestras relación. Esta es la riqueza de la familia.

Qué gran milagro de Dios es la familia, qué belleza de la creación, que es capaz de reflejar a la Familia que es Dios.

Aterrizado a la vida matrimonial:

Miguel: Mi esposa es clave en el cuidado de los pequeños detalles. Ha sido clave para el crecimiento en la fe de nuestra familia. Es la que siempre se empeña en intentar comprender al otro, la que representa el cariño cercano hacia nuestros hijos. Es la delicadeza, es la ternura de la familia.
Marta: Mi esposo es el cabeza de familia. Es como el pilar al que nos agarramos todos los demás. Es el que da fortaleza, seguridad, el que cuando dice sí es un sí contundente. Él ayuda mucho a la firmeza de nuestros hijos, les enseña a madurar en la vida y les ama desde esa aparente distancia del que por encima de todo sentimentalismo quiere su bien.
Ambos padres: Nuestros hijos son un don de Dios. Cuesta la vida misma sacarlos adelante, pero eso precisamente es lo que nos llena: Entregar nuestra vida para verles crecer sanos (espiritualmente hablando sobre todo). Es un honor que Dios ponga bajo nuestra autoridad a estos hijos Suyos que serán nuestros hermanos en Cristo para toda la eternidad, si Él quiere.
Hijos: Nuestros Padres son una muestra de la sobreabundancia de Dios. Al ver cómo se han entregado nuestros padres a nosotros, entendemos un poco más cuánto nos quiere Dios. Tenemos una deuda con ellos que nunca podremos pagarles. Tantas horas sin dormir, tantos desvelos, tantas preocupaciones, tantas horas para educarnos, para enseñarnos… El honor de haber asistido en primera fila a un testimonio de amor, viéndoles amarse, esforzarse, pedirse perdón…
Entre hermanos: Aprendimos a compartir, a convivir con un igual diferente, a defendernos mutuamente, a protegernos y cuidarnos unos a otros, a enfadarnos y pedirnos perdón y seguir como si nada hubiese pasado…

La familia: Gracias Padre por la familia que nos has dado. Gracias porque para todos ha sido y es fundamental el amor y la comunión familiar. Gracias porque en ella te hemos conocido y hemos aprendido a rezar. Gracias porque se ve claramente que la familia es obra de tu mano creadora. Alabado seas Señor.

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