La madurez del amor, a través de ¿La inocencia?.
Ponemos aquí un comentario de Mons. José Ignacio Munilla extraído de su web www.enticonfio.org :
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La virtud de saber transmitir a los niños nuestra experiencia, es proporcional a nuestra disposición para aprender de su inocencia… ¡Qué atractiva, y a la vez, qué sorprendente nos resulta la sencillez de los niños! ¡Y qué vileza tan grande, el tomar excusa de su educación para violentar la inocencia de los pequeños! Nuestra cultura necesita urgentemente de los niños, porque pocas cosas hay tan falsas como una alegría sin inocencia…
Con frecuencia, los adultos no somos felices, a causa de nuestra excesiva complejidad. Necesitamos de la inocencia de los niños para conocernos a nosotros mismos, e incluso para llegar a conocer a Dios. Como decía San Bernardo: «El desconocimiento propio genera soberbia; pero el desconocimiento de Dios genera desesperación». Los niños son un buen espejo del Corazón de Dios, así como del corazón del hombre.
Me venían a la cabeza …una conocida colección de cartas dirigidas a Jesús, que un profesor italiano había recogido de sus alumnos de Primaria. La forma de expresarse de estos niños destila sinceridad y pureza. Con ingenuidad y simpatía, nos aportan una dimensión más auténtica y profunda de la realidad.
Ojos puros para reconocer la belleza: “Querido Niño Jesús: Yo creía que el naranja no pegaba con el morado. Pero luego he visto el atardecer que hiciste el martes. ¡Es genial!” (Eugenio)
Intuición para descubrir la fuente de la sabiduría: «Querido Jesús: Hemos estudiado que Tomás Edison descubrió la luz. Pero en la catequesis dicen que fuiste tú. Yo creo que te robó la idea”. (Daria)
Ser niño para bucear en el Corazón de Dios: “Querido Niño Jesús: Seguro que para ti es dificilísimo querer a todos en todo el mundo. En mi familia sólo somos cuatro y yo no lo consigo”. (Violeta)
Inocencia que cuestiona nuestros fundamentos: “Querido Jesús: ¿El Padre Mario es amigo tuyo, o sólo es un compañero del trabajo?” (Antonio)
La coherencia de los sencillos: “Querido Jesús: Ya no me he vuelto a sentir sola desde que he descubierto que existes”. (Nora)
La gratuidad de la amistad: “Querido Jesús: No creo que pueda haber un Dios mejor que tú. Bueno, quería que lo supieras… Pero no creas que te lo digo porque eres Dios, ¿eh?” (Valerio)
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A veces nuestros hijos nos dan mucho trabajo y quebraderos de cabeza, pero recordemos cada día que son un don de Dios. ¿Qué ayuda nos quiere ofrecer Dios a través de ellos?.
Pero no vamos a caer en el simplismo de que ser niño lo es todo. También en ellos hay mucho egoísmo, a veces hasta tiranía… El Señor nos pide ser maduros en el amor con un corazón de niño. “Hacernos como niños” consiste purificar el corazón, hacerlo más puro y así alcanzar una madurez en el amor. No se trata por tanto de ser adultos infantiles, sino de tener un corazón que discierne su vida según el Padre, dócil, que no cuestiona dónde le lleva su Padre, sencillo y sincero, confiado y que descansa.
El corazón del esposo adulto siempre va a tender a endurecerse, complicándolo todo, rebelándose ante cada situación, y con la necesidad de ser «dios» y de saberlo todo… de controlarlo todo viviendo el tremendo agobio de tener que arreglarlo todo… La vida se hace pesada para uno mismo y para el/la esposo/a, desgasta, se convierte en tinieblas y se pierde la coherencia del compromiso matrimonial: En las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad…
El esposo/a que se hace como niño, vive tranquilo porque sabe que tiene un Padre que lo protege, lo cuida y todo lo resuelve. No necesita saber la respuesta a todo. La felicidad es consecuencia de una Vida nueva: La del Reino. Un Reino gobernado por un Rey, bajo cuya autoridad se someten el esposo, la esposa y los hijos.
Oramos con el Salmo: Oh Dios, crea en mi un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu.
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Alabado sea el Señor.
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