Matrimonios adoradores en Espíritu y en Verdad.
El planteamiento que nos hace Jesús en el Evangelio a través de la corrección a los fariseos es: ¿Utilizáis las cosas de Dios para dar gloria a Dios o para dárosla a vosotros mismos?. En esa cuestión se resume la salvación o la condenación. Se trata de adorar a Dios en espíritu y en verdad, la plenitud de una comunión humana.
Vivir el matrimonio coherentemente, es mirarlo con la mirada de Cristo desde la oración constante. De ahí nacerá la coherencia de amar en Espíritu en el matrimonio, que es haber recibido el mismo amor de Dios para amarnos entre nosotros. De esta forma todo el amor queda consagrado y todo él nos dirige hacia la meta, hacia el Padre.
El primer concilio vaticano decía «El mundo ha sido creado para la gloria de Dios» (Cc. Vaticano I)” y continúa el concilio “En su bondad y por su fuerza todopoderosa, no para aumentar su bienaventuranza, ni para adquirir su perfección, sino para manifestarla por los bienes que otorga a sus criaturas”.
Es decir, nosotros no podemos aumentar la gloria de Dios, pues Él ya la contiene en su totalidad, lo que sí podemos hacer y para lo que creó el mundo es para que la comuniquemos y la manifestemos.
Dice el número 294 del catecismo: ‘El fin último de la creación es que Dios , «Creador de todos los seres, se hace por fin `todo en todas las cosas” (1 Co 15,28), procurando al mismo tiempo su gloria y nuestra felicidad» (AG 2).’
Por tanto, la manera de dar gloria a Dios es manifestar, comunicar que Dios está en todas las cosas y con ello alcanzamos también nuestra felicidad.
En lo que nos compete especialmente a los matrimonios: Comunicar, manifestar que Dios está en todo lo que vivimos en el día a día: En nuestro esposo/a, en nuestros hijos, en una sonrisa, en la piel de la esposa cuando brilla expuesta al sol, en el brillo de sus ojos, en cogerse la mano mirando el mar mientras oramos, viendo el ribete blanco de las olas con el que Dios quiso completar su belleza… Todo lo que vivimos y todo lo que recibimos es un medio para manifestar y comunicar la gloria de Dios.
Nuestra misión es manifestar desde el matrimonio y la familia, que Dios está en todo, y muchas veces nos tocará reconocer que nosotros somos imperfectos y que no llegamos a ser fieles a Él, puesto que dependemos de la Gracia de Dios. Tenemos que apuntar a la Verdad, aunque no estemos siendo capaces obviamente de vivirla en plenitud. La verdad no está en lo que hacemos, pero con nuestros actos se tiene que ver cómo luchamos por vivirla y que hacia ella apuntan nuestras vidas.
María lo sabía muy bien: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador…”