Una mirada de auxilio.
Lo cierto es que, tendemos a infravalorar aquello con lo que vivimos todos los días. Digamos que pierde encanto, o pierde incluso algo de “magia”. Cualquier personalidad o persona de éxito, será probablemente admirado por todos menos por su esposo/a.
El caso es que Cristo era perfecto y lo fue toda su vida, pero los de su entorno no supieron apreciarlo. Por tanto, el problema no está en la perfección o el valor de la persona a la que miramos, sino en nuestra manera de mirarle.
Dos reflexiones nos suscitan estas experiencias que todos vivimos. La primera es que, aunque vean nuestros defectos, no debemos dejar de hablarles de Dios y del Evangelio a nuestros familiares más cercanos. Dios los ha puesto tan cerca de nosotros, precisamente para que sintamos una responsabilidad mayor para con ellos. La segunda es que aprendamos a valorar también lo que Dios nos ofrece a través de ellos. Si no aprendemos a mirarlos con limpieza de corazón, obrará pocos milagros en nosotros porque no veremos a Dios.
Ya que cogimos ayer el catecismo, seguimos hoy con él:
1605 La Sagrada escritura afirma que el hombre y la mujer fueron creados el uno para el otro: «No es bueno que el hombre esté solo». La mujer, «carne de su carne», su igual, la criatura más semejante al hombre mismo, le es dada por Dios como una «auxilio», representando así a Dios que es nuestro «auxilio» (Cf. Sal 121,2).
Nuestro/a esposo/a, representa ni más ni menos que el “auxilio” de Dios para nosotros. ¿Lo percibimos así? ¿Lo experimentamos así?.
Aprendamos a mirarle sin prejuicios, con limpieza, aun con todos sus defectos, o Cristo podrá obrar pocos milagros por nuestra falta de fe.
Oramos con el Salmo: Pero mi oración se dirige a ti, Dios mío, el día de tu favor; que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude.