EVANGELIO
Vio una viuda pobre que echaba dos monedillas.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 21, 1-4
En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos, vio unos ricos que echaban donativos en el tesoro del templo; vio también una viuda pobre que echaba dos monedillas y dijo:
«En verdad os digo que esa viuda pobre ha echado más que todos, porque todos esos han contribuido a los donativos con lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».
Palabra del Señor.
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Hasta que duela.
¿Y si mi esposo es uno de esos que echa las pocas monedillas que tiene? A lo mejor ando criticándole porque me parece que echa poco, y resulta que algún día llegará Cristo y me dirá: Tú has echado de lo que te sobraba, en cambio tu esposo ha echado todo lo que tenía. Y resulta que yo le he estado juzgando toda la vida por lo poco que le veía echar… ¿Qué cara se me iba a poner?
A lo mejor mi esposo es ese que pasa necesidad y encima me da lo que le queda. No lo sé, ni lo podré saber hasta que me muera y le contemple en el gran juicio. Allí seremos juzgados no por lo que hemos hecho objetivamente, sino por el amor que hemos puesto en lo que hacemos.
Santa Teresa de Calcuta decía que hay que dar hasta que “duela”. La viuda da hasta lo que le queda para vivir. Yo, Señor, espero darme cada día a mi esposo, hasta que duela.
Aterrizado a la vida matrimonial:
Ana: Entraba en la cocina, mirando los muebles desde una perspectiva que me permitía ver si había huellas de dedos en las puertas. No soporto que se toquen las puertas y se dejen huellas, habiendo asas especialmente para poder abrirlas. Aquella mañana, vi unas huellas justo en mitad de una de las puertas. Y me indigné: ¿Para qué habría que poner la mano ahí? ¡En mitad de la puerta! Me disponía a echarle la bronca a mi esposo, cuando de repente veo que coge un trapo para abrir una de las puertas de los muebles altos de la cocina, sin tener que tocar ni siquiera el asa. ¡Pobre! Me dio tanta pena ver que había llegado a ese extremo por intentar agradarme, que me callé, y sin decir nada, cogí otro trapo y limpié las huellas del centro de aquella puerta.
Entonces me pregunté ¿Qué esposo abre las puertas de la cocina con un trapo? Sólo el mío, por amor. ¡Cuánto me ama!, pensé. Y me enamoró tanto aquello…
Puede que en algún momento, vuelva a poner sus huellas en las puertas de la cocina, pero he aprendido a comprender que no lo hará por falta de amor hacia mí, sino víctima de su propia limitación.
Madre,
Normalmente no tenemos mucho para dar, porque somos poca cosa. Pero lo importante es que Dios, con ese poquito nuestro, hace mucho. De Tu vientre de mujer, Madre, Dios hizo Su casa ¿En qué convertirá nuestra entrega conyugal? Gloria a ti por siempre Señor.