EVANGELIO
En la casa de mi Padre hay muchas moradas.
Lectura del santo Evangelio según san Juan 14, 1-6
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no; os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino».
Tomás le dice:
«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?».
Jesús le responde:
«Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí».
Palabra del Señor.
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La corona.
Sí, la vida no es fácil. Hay muchas dificultades que se sobrevienen sobre nuestro matrimonio por todos los flancos: Problemas con los hijos, el trabajo, la familia política, la carga de tareas… amarnos con nuestros pecados respectivos… La vida de los esposos es heroica muchas veces. Dice la antífona de hoy: Bienaventurado el hombre que aguanta la prueba, porque, si sale airoso, recibirá la corona de la vida. ¡La corona de la vida! ¡Qué grande!
Sí, esta vida es una prueba en la que tengo que demostrar que amo a Dios, que soy fiel. El Señor me mira a los ojos y me dice: No se turbe tu corazón, cree en mí. Tengo todo eso en cuenta y te he reservado un sitio a mi lado.
Estoy deseando conocer la morada que has preparado para mí, Señor. Seguro que me vas a sorprender infinitamente.
Aterrizado a la vida matrimonial:
Andrés: (En oración con su esposa) Tenía unas expectativas equivocadas. Esperaba recibir todo en esta vida y no esperaba nada de la otra, y resulta, que es al revés. Ahora sí creo en ti, Señor, me fío de ti y estoy gastando mi vida por ti y por mi esposa. Ahora experimento un gozo en mi interior que no tenía antes. Una esperanza que no tenía antes. Una paz que era desconocida para mí. Ahora siento que mi vida merece la pena.
Maite: Te doy gracias Señor, por Andrés. Desde que le has robado el corazón, es otro. Es admirable. Antes iba de prepotente, de duro por la vida, y era insoportable. Me encanta su nueva alegría, su docilidad, su pequeñez. No es perfecto, está en camino, pero es pequeño, se sabe necesitado, pide perdón… Me enternece… Me encanta su nueva masculinidad, porque eso sí que es ser un hombre de admirar.
Andrés: Gracias Señor por Maite. Ella me llevó a este camino hacia ti. ¡Cuánto he aprendido de ella!
El Señor: Andrés y Maite, os prometo que veréis el cielo abierto y los ángeles de Dios subir y bajar… Veréis cosas mayores. Cosas que no os podéis imaginar. Entonces, Andrés, Maite, terminaréis de entender lo mucho que os amo.
Madre,
Dios no defrauda nunca. Responderá a la dureza de la vida con mucha generosidad, lo sabemos, y nos sobrecoge ser tan importantes para Él. Su sobreabundancia. Alabado sea el Señor por siempre.