Archivo por días: 28 enero, 2022

Produciendo “sola”. Comentario para Matrimonios: Marcos 4, 26-34

EVANGELIO

Un hombre echa semilla y duerme, y la semilla va creciendo sin que él sepa cómo.
Lectura del santo evangelio según san Marcos 4, 26-34

En aquel tiempo, Jesús decía al gentío:
«El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega».
Dijo también:
«¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden anidar en su sombra».
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

Palabra del Señor.

 

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Produciendo “sola”.

Para mí, la frase clave de este Evangelio es “la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola”. A veces, intento acaparar el papel de Cristo, que es el sembrador. En mí mismo, con mis actos de piedad y mis esfuerzos por amar, y también con mi esposo, en el que pretendo que florezcan las “semillas” que siembro día tras día, y que no me canso de inocularle una y otra vez a ver si germinan.
Hoy mi reflexión se centra en que yo soy tierra, y mi esposo también. Dios me creó para acoger la Semilla, y en mi tierra puso todo lo necesario para que si acojo Su semilla, ésta germine. Mi tarea no es tanto sembrar, como ser sembrado. Mi tarea es cuidar mi tierra para que esté lista en cada siembra: Esponjosa, rica en nutrientes y capaz de retener el agua. Es decir, un alma humilde, en gracia y perseverante en el camino de la purificación. Esposos, a cuidar la tierra ¡Que viene el Sembrador!

Aterrizado a la vida matrimonial:

Claudia: Buscaba en mi vida interior, una “acción-reacción”. Pensaba que era yo quien construía la unión con mi esposo y con mis hijos y que de todo lo que yo construía debía esperar una consecuencia inmediata en mi relación con ellos. Yo actuaba, pero los resultados que esperaba no venían.
Alfonso (Esposo de Claudia): Yo lo he vivido también. Además, tiene uno el enorme riesgo de creerse mejor que los demás por hacer más que ellos.
Claudia: Entonces, nuestros Tutores nos dijeron que nuestro amor y sus frutos dependen del Espíritu Santo, y no de nosotros. Por eso dice San Pablo: “Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve.” Amar es llenarse del Espíritu Santo y dejar que actúe. Nosotros no podemos satisfacernos el uno al otro porque no tenemos la respuesta a la necesidad de amor que tiene el otro, porque ambos tenemos sed de un amor infinito. Por eso, sólo el Espíritu Santo, que eleva nuestro amor y lo convierte en el amor de Dios entre nosotros, puede satisfacer esa sed. Así que, en balde nos esforzamos si no contamos con el Espíritu Santo. La tierra buena es la que le acoge. Gracias a Él, te siento en mí, y me siento en ti. Es el mejor camino, el Camino.

Madre,

Madre, queremos exponernos a la gracia, que toda la siembra del Señor penetre en nosotros. Juntos de la mano la recibimos, juntos lucharemos en la poda, juntos recogeremos los frutos. Haz de mí y de mi esposo/a ________ tierra buena del Señor: Dóciles, abiertos, ensanchados, fértiles. Por Jesucristo nuestro Señor, amén.