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Cuando no sientes al lado a tu esposo. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Juan 20,1.11-18

Cuando no sientes al lado a tu esposo.

María Magdalena, al verse perdonada y salvada por Jesús, lo dejó todo para seguirle. Podría ser un hermoso referente para los hombres y mujeres consagrados. Para ella su “esposo” era Jesús. Se reservaba en cuerpo y alma, desde su vocación esponsal, para entregarse a Él el día de su muerte.

Hoy en día hay muchos esposos, especialmente mujeres, que lloran más o menos en silencio la muerte de su relación matrimonial. Probablemente su esposo sigue vivo, pero para ellas está como medio enterrado. Como en un sepulcro que se mantiene medio abierto con la esperanza, ya casi perdida, de que algún día resucite su amor.

Si estás en esta situación, vive este Evangelio. Hoy se oye una voz, de un ángel enviado por Dios, que me dice: ¿Por qué lloras?. Y respondo: Se han llevado a aquella persona de la que me enamoré: Que me seducía, tenía detalles conmigo, yo era el centro de su vida, me contaba sus cosas… se lo/a han llevado: sus negocios, sus egoísmos, la rutina, sus tentaciones… o la muerte, y no sé dónde lo/a han puesto.

Entonces oigo otra voz: ¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?. Me doy la vuelta y no veo a nadie, pero ahí, de pie, junto a mí, está el mismísimo Cristo. No lo reconozco, pero está. Nunca se ha apartado de mi lado.

Quizás tu esposo/a no ha sabido ser fiel a su matrimonio, y se ha alejado de aquella promesa de “me entrego a ti en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad todos los días de mi vida”. Pero tú sí te has mantenido fiel a esa promesa y has mantenido tu alianza matrimonial a tu esposo/a y … A CRISTO. Porque no olvidemos, que esa promesa se la hicimos los esposos también a Cristo. Y Él no se ha apartado de nosotros, Él tampoco ha fallado a su promesa de permanecer para siempre junto a ti, en tu relación conyugal.

A ti, que vives una de estas situaciones, seas hombre esposo o mujer esposa, Jesús te dice hoy: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro” para interceder por ti. Él puede hacer el milagro de hacerte feliz en tu situación, la que sea, porque le has sido fiel y nunca romperás aquella promesa que hiciste ante el altar. Seguirás unido/a a tu esposo/a, hasta que la muerte te separe.

Ofrécele tu entrega en la Eucaristía, como María Magdalena día tras día, y el milagro se producirá. Díselo a todos: “Hoy (a través de su Palabra), el Señor me ha dicho esto”. Y aunque como Santo Tomás no te crean, Jesús te cambiará la vida.
¡Jesús está vivo! Es real. No lo dudes.

Pero tienes que entregarte y ser como María Magdalena. Ella estuvo presente a los pies de la cruz, en el descendimiento, en el entierro. Era una mujer enamorada buscando el amor desesperadamente, a pesar de su agotamiento. A ella Jesús le llama por su nombre: “María”. Es el consuelo del amado ¿por qué lloras y sufres? Esto tenía que pasar para que venciera el amor. No hay alma que se resista ante el verdadero amor. Santa Rita, Santa Mónica o Santa Madre Carmen son un testimonio de esto, e hicieron santos a sus esposos. Ante una entrega como la de María Magdalena Dios no se puede resistir, y tu esposo o tu esposa… tampoco.

Oramos con el Salmo: ¿No vas a devolvernos la vida, para que tu pueblo se alegre contigo? Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.

Un signo para los esposos. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Mateo 12, 38-42

Un signo para los esposos.

Desde luego que para los esposos, la muerte de Cristo y su resurrección al tercer día, es signo que como tal, representa un don inmenso. No necesitamos más signos para entender el valor de nuestra vocación.

La muerte de Jesús, porque nos muestra cómo Cristo era un don del Padre, como nosotros somos uno don el uno para el otro. Y sobre todo, es un signo del amor que Dios tiene por mí y por mi esposo/a, lo que nos ayuda a entender el valor de nuestro esposo como don de Dios.

Por otra parte la resurrección. ¿Qué mayor signo necesita un matrimonio? “Cristo, el Esposo, al asumir en sí el amor humano, lo lleva a plenitud. Jesús pronuncia un “sí” a la Iglesia, su esposa, que supera infinitamente toda entrega entre hombre y mujer. Pues este amor de Cristo no se tambalea ni se echa atrás. En vez de esperar a ser amado, él ama primero, más cuando encuentra no solo indiferencia, sino incluso odio y rechazo. Es una mor capaz de morir por quien le persigue, de dar la propia vida por los enemigos. Es un amor que lo tolera todo, todo lo cree, lo espera todo, lo soporta todo, un amor que no falla nunca. (1Cor 13, 7ss). Cuando dos cristianos intercambian los votos esponsales recibe una participación en este amor indestructible. La estabilidad de este vínculo, una participación en el vínculo, una participación en el vínculo irrompible del amor entre Cristo y la Iglesia, es la verdadera base que sostiene la fidelidad de los esposos.” (Llamados al amor).

Cristo hace un signo para todos los esposos en las bodas de Caná, por el cual nos promete el mejor vino para el final. ¿Qué más necesitamos para entregarnos en cuerpo y alma para ser fieles a nuestra vocación?

Ojalá cuando el Señor juzgue a esta generación no la condenen porque no hayamos sabido ver que aquí hay uno que nos marca el camino y que es más que todo lo demás que nos rodea.

Oramos con el Salmo: El que me ofrece acción de gracias, ése me honra; al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.

Seréis como dioses. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Mateo 13, 24-43

Seréis como dioses.

Dice el Arzobispo de Granada:
.- La gran tentación “la más sutil, la más peligrosa, aquella en la que el enemigo se disfraza más fácilmente de bien” es siempre ponernos en el lugar de Dios, jugar a pequeños (y patéticos) dioses, pretender ser nosotros la instancia última, adelantar el juicio final.

Toda tentación, desde el origen, tiene ese componente: “Seréis como dioses”, les dijo el tentador. Y se apoyaba en una cierta verdad, en una complicidad del corazón, creado para la fruición de Dios. Aquello, entonces, en aquella primera ocasión, terminó dramáticamente, en el despojo de la gloria y en la desnudez, en las zarzas y los abrojos de la estepa, lejos del jardín (paraíso significa jardín) que Dios había plantado para el hombre, y en la primera muerte de un ser humano a manos de su hermano. Y es siempre así, porque a Dios sólo es posible acceder acogiendo su gracia.

La determinación del hombre de convertirse en Prometeo, y de hacerse con el fuego de los dioses, desemboca en la humillación, en el ridículo y en la muerte.

Prometeo humillado, podría ser un símbolo del hombre contemporáneo en nuestros países ricos y envejecidos. En efecto, cuando se crece pensando que el yo es la instancia última, definido sólo por su libertad con respecto a todo vínculo (menos, naturalmente, los del poder, esto es, los de ese conglomerado que son el mercado, la moda, la opinión pública y el Estado), la alucinación de creerse el dueño único de la propia vida (y de la de los demás si se puede) tiene una capacidad de seducción especial. Aunque el recibo de esa mentira inmensa, de esa hipoteca, es de tal magnitud que la vida entera no basta para pagarlo.

La tentación de Prometeo tiene otra forma entre los discípulos. Contra esa forma nos pone en guardia el Evangelio de este domingo. Es la de querer adelantar el tiempo de la siega, el juicio final, la de querer vivir en un mundo sin cizaña, en una cesta de sólo manzanas sanas, la de pretender hacer ya en este mundo un gueto para el trigo, para que el trigo pueda ahorrarse el riesgo del testimonio y de la cruz. Aparte de que ponerse a sí mismo en el lado del trigo es ya una pretensión hipócrita, pudiera muy bien suceder que en el juicio uno tuviera necesidad de la misericordia que ha negado a otros.

La Iglesia no vive en el mundo protegiéndose del mundo, sino exponiéndose, entregándose, como Cristo, en la cruz y en la Eucaristía, por amor al mundo, para la vida del mundo. Esa libertad para darse, para amar al enemigo, para vivir gozosamente en medio de un mundo hostil, es fruto de la presencia de Cristo. De la gracia de Cristo y de la comunión del Espíritu Santo. Ahí radica su autoridad, tan distinta de los poderes del mundo. Y ahí está también el secreto de su invencible alegría. -.

Hoy podemos aplicar todo esto a Proyecto Amor, a nuestro matrimonio. Volvamos a la verdad del principio.

Señor, envíanos Tu Espíritu, para que gobierne nuestros matrimonios. Nosotros el cuerpo y Tú, la cabeza.

Esperando la plenitud en silencio. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Mateo 12, 14-21

Esperando la plenitud en silencio.

No voceará no gritará por las calles… Señor, Tú no elegiste un camino llamativo, o protagonista. Tú nos estás marcando un camino sencillo, a la sombra sin aspavientos, sino construir Proyecto Amor en nuestros hogares. Porque Dios trabaja en lo íntimo, en lo cotidiano.

Muchas veces, cuando hablamos de Proyecto Amor, la gente nos pregunta: ¿Y si uno se entrega al esposo/a, y el otro no le corresponde?.
El amor, no es desinteresado. Espera amor. Pide amor. Dios mismo nos «manda» que le amemos sobre todas las cosas. ¿No voy yo a esperar que mi esposo/a me ame?. ¡Es natural! Hemos sido creados para amar y ser amados a imagen de Dios.

Tenemos sed, necesidad, de un amor de comunión que no recibimos, al menos no en plenitud. ¿Entonces qué hacemos? La respuesta nos la da hoy el Evangelio: Dios, a través de Cristo, pone sobre nosotros su Espíritu, para que anunciemos el derecho. Esperamos en Su nombre y la caña cascada no la quebramos, como Él no la quiebra: No rompemos con ese amor quebrado, imperfecto; ese que de vez en cuando tenemos la tentación de desechar. Seguimos intentando reavivar constantemente nuestras mechas de casi extintas por la rutina, enderezar nuestras cañas dobladas por la inconsciencia, la tibieza o el pecado.

Esperamos en su nombre a que se implante el derecho. Derecho a amarnos y a amar juntos a Dios. Derecho a amar y ser amados plenamente. Él curó a todos los que le siguieron.

Una espera silenciosa, sin reproches, misericordiosa. Con ese amor que va más allá de la justicia. ¿No es esto suficientemente heroico?.

Qué hermosa la Palabra de Dios, que llama a su Hijo, «Mi predilecto». Yo también tengo mi esposo/a, mi predilecto/a.

Oramos con el salmo: Pero tú ves las penas y los trabajos, tú miras y los tomas en tus manos. A ti se encomienda el pobre, tú socorres al huérfano.

Los esposos que se “atan” y los que prefieren ir “sueltos”. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Mateo 12, 1-8

Los esposos que se “atan” y los que prefieren ir “sueltos”.

Podríamos decir que la discusión de hoy entre los fariseos y Jesús, está motivada porque los fariseos no entienden el concepto de libertad.

Libertad no es hacer lo que uno quiera. Esto es lo que los fariseos creían que hacían los discípulos cuando estaban incumpliendo la ley del sábado. Pero Jesús pone el concepto de “libertad” en su sitio, cuando les explica que la ley está al servicio del amor. Lo que nos hace libres no es no comprometernos con una alianza, pero tampoco es sujetarse a una ley por sí misma.

Incorporamos aquí unas cuantas frases para después intentar explicarlo con una imagen:
Lo que nos hace libres es entregarnos por amor para siempre. Pero es muy importante entender que la verdadera libertad está enraizada en el amor.
“La verdadera libertad es una respuesta a la invitación del amor para participar en una nueva vida, siempre más grande que uno mismo.” (Llamados al amor).
Benedicto XVI decía “la libertad es la capacidad de optar por un don definitivo, en el que la libertad, dándose, se vuelve a encontrar plenamente en sí misma.”

Todo esto puede sonar un poco raro o puede parecer difícil de entender a priori. ¿Cuando uno da su libertad es cuando encuentra su libertad?.
Quizás nos ayude entender que sólo el que entrega su futuro, demuestra que es dueño de él, mientras que el que tiene miedo a entregarlo es presa de su miedo y por tanto no es dueño de su propio porvenir.

En el libro “Llamados al amor” que hemos mencionado antes, plantea un ejemplo interesante. Imaginemos unos montañeros, que deciden subir a la cumbre. Un grupo decide atarse unos a otros para ayudarse en la escalada. En otro grupo, va cada uno “a su bola” con la posibilidad de cambiar de dirección o de opinión en cualquier momento. Los primeros, gracias a la cuerda que les une (su alianza), se ayudan a subir y reducen el riesgo de que uno de ellos se despeñe. El segundo grupo, tiene muy pocas opciones de llegar a la cima y más que elegir una vida libre, caminan hacia una “caída libre”.

Si además el primer grupo, va precedido por un experto guía (Cristo), que conoce el camino y puede así orientar los pasos, podemos hacernos una idea de la imagen resultante que se quiere dar.

Solo los esposos que “aseguran” su matrimonio amarrándose fuerte a esa alianza entre sí y con Cristo como guía, se entregan a la voluntad de Dios, y ésos tienen todas las papeletas para llegar a la cumbre de su matrimonio.

Oramos con el Salmo: Los que Dios protege viven, y entre ellos vivirá mi espíritu; me has curado, me has hecho revivir.