Archivo por meses: julio 2014

¿Os pesa vuestro amor? Comentario del Evangelio para Matrimonios: Mateo 11, 28-30

¿Os pesa vuestro amor?

La palabra “yugo” suena a opresión y a cárcel. En realidad el yugo permitía a los bueyes repartir el peso de manera equilibrada y armonizar sus movimientos. Esto llevado al matrimonio ya no suena tan mal, pero ¿Y si el yugo que se apoya sobre nuestros hombros es el mismo que se apoya sobre los de Cristo?. A lo mejor, de ese yugo, ya sí nos interesa participar.

Jesús, Tú nos invitas a poner sobre nuestros hombros un yugo que nos libera de la carga que nos deprime para fortalecernos. Tu yugo es uno solo: El amor.
Las cargas de la vida nos agobian, el yugo del amor es ligero porque Tú mismo lo llevas.

Aparentemente, el peso del amor es mucho, porque recae sobre nosotros el peso del esposo, porque nos compromete, nos responsabiliza, pero el amor es el peso menos pesado porque lo lleva Jesús. Él nos regala una energía inmensa, porque el amor es más fuerte que la muerte, porque cuando amas te sientes feliz (bienaventurado) y gratificado (recibirá 100 veces más), el que ama se trasciende. ¿Tu amor te pesa? Entonces es porque no amas. Quizás confundes el amor con el amor propio.

Cargar con mi yugo: El único que puede cargar con el yugo es el enamorado. ¿Cuánto pesa Señor Tu Corazón?: Fuerza, estímulo, alimento, mansedumbre, luz, misericordia… Cuando la vida y sus problemas nos abaten, las preocupaciones, las fatigas, las decepciones, las tentaciones… descansar en el Corazón de Jesús, en Tu Santo Corazón, Señor, lugar de intimidad, de descanso, respirar el aire de Tu gran Amor, escuchar Tu Palabra que libera… nada es igual, tienes un poder que va directo al corazón, de corazón a Corazón. Por eso dichoso el que reemplaza poco a poco el propio corazón por Su inmenso Corazón.

Venid a mí, es una invitación conmovedora, es sencilla nace del Amor para ir al Amor. Confiamos en Ti Señor, vencedor de la Cruz, con Tu mansedumbre y humildad.

Señor concédenos cargar con Tu amor hacia mi esposo, y mis hijos…, concédeme verte en los demás. Verte en los que me hieren en los que me desgastan o me desesperan. Si estás Tú en ellos y en todas esas situaciones ¿No será todo mucho más llevadero?. Por encima de mi dolor iré en auxilio del que está enfrente, es la labor redentora a la que nos impulsas. Mansedumbre, descentrarse.

Oramos con el salmo: Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario, desde el cielo se ha fijado en la tierra, para escuchar los gemidos de los cautivos y librar a los condenados a muerte.

Los secretos que hay en mi esposo/a. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Mateo 11, 25-27

Los secretos que hay en mi esposo/a.

Hay una mirada hacia mi esposo/a que nadie más puede tener. Desde la intimidad, desde la experiencia de compartir una vida, desde la experiencia de dar vida juntos… Nos hemos visto llorar, reír, desesperados, con miedo, enamorados, necesitados el uno del otro…

Nadie puede ver a mi esposo/a y comprender su belleza como yo la entiendo. Siempre hemos pensado que cuando un artista pinta un hermoso cuadro, es porque en su alma hay aún una belleza mayor. Los cuadros podremos admirarlos todos, pero la belleza interior de ese artista, solo la puede conocer Dios y su esposo.

Claro que, aquí depende de nuestra actitud ante él/ella. Si es la del sabio y el entendido, el que lo sabe todo, entonces me perderé estas cosas. Si no estoy abierto a aprender de él/ella, a entender la vida como hombre desde su punto de vista de mujer, o como mujer desde su punto de vista de hombre, si no estoy dispuesto a estar con él/ella en sus emociones y en su experiencias, me perderé el secreto de mi esposo. Si no estoy abierto a recibir a Dios a través de él/ella, recibir sus dones… Nunca veré su belleza.

La belleza de nuestro esposo nos la revela Dios. Él es su creador y habita permanentemente en su interior. “Todo me lo ha entregado mi Padre” decía Jesús. A mi esposo me lo ha entregado mi Padre. Es orando con él/ella, haciendo a Dios presente en nuestra unión e intentando vivir las experiencias originarias en el matrimonio, como puedo decir como Cristo con el Padre: Nadie conoce a mi esposo/a sino su esposo.

-. “Lo que Dios ha unido”: Si Cristo es capaz de pronunciar esta frase sobre el matrimonio, es porque Él ha vivido en plenitud la unión de Dios con los hombres y de los hombres entre sí, porque Él conoce bien el modo en que Dios garantiza la solidez del amor.- (José Granados. Una sola carne en un solo Espíritu pg. 20.). 

Y yo he descubierto tu belleza, esposo/a mío/a. Dios me la ha revelado. Admiro a Dios por haber dado vida a una creatura ¡Tan hermosa!.

“Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso.” Vivamos el matrimonio como Cristo, siendo mansos y humildes. Abiertos a aprender y no a imponer. No dejándonos llevar por una mirada criticona y despreciable, sino por una mirada limpia, del Espíritu, dichosa, que ve a Dios en el esposo. Y entonces, encontraremos la paz en nuestro hogar y en nuestro interior. Encontraremos nuestro descanso.

Oramos con el Salmo: El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones. El Señor sostiene a los que van a caer, endereza a los que ya se doblan. Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.

Encontrad los milagros en vuestra vida. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Mateo 11, 20-24

Encontrad los milagros en vuestra vida.

 

En pocos sitios se han hecho tangos milagros como en nuestro entorno. Ya decíamos el otro día que la separación de las aguas del Mar Rojo, es mucho más fácil para Dios que unir un matrimonio, porque al fin y al cabo las aguas no tienen libertad. Son dóciles a las leyes de la naturaleza que Dios mismo creó, pero para Dios, unir a un hombre y una mujer en matrimonio, es mucho más milagroso, puesto que necesita de su sí.

Nosotros damos testimonio. Hemos visto cómo nuestro matrimonio, que se estaba destruyendo por la rutina y otras muchas distracciones o prioridades, se ha convertido en nuestro tesoro. Nuestra ofrenda a Dios.

El Señor nos ha revelado mutuamente la belleza del otro, una belleza como criaturas suyas, que no se ve con los ojos de este mundo. Es la belleza del que sufre por ti, del que se entrega por ti, de la que es madre, del que es padre, de los que trabajan, se caen y vuelven a levantarse, se animan mutuamente… Es la belleza de dos que comparten una vida y se hacen entrega de su intimidad. Y sólo ellos pueden ver su belleza mutua en su oración ante Dios.

El Señor nos ha enseñado que somos una ayuda adecuada el uno para el otro para volver a Él. Que nuestras diferencias son nuestros puntos de unión. Nos ha enseñado a que nuestra unión conyugal sea una oración. Él nos ha dado fuerzas para compartirlo todo, y mostrarnos tal como somos, con nuestras flaquezas y nuestro pecado también. Él nos ha mostrado la dignidad del matrimonio como imagen de quien Él es. Nos ha alimentado con su cuerpo, fuente del amor, de la entrega y de la vida. Nos ha hecho entender el tesoro de la Eucaristía. Nos ha hecho fieles a la oración personal con Él, juntos y en familia. Está transformando nuestro amor humano en su Caridad Divina. No somos dignos…

El señor ha hecho tantos milagros con nosotros… Nuestro hogar es nuestro Cafarnaún. Y queremos responderle para escalar juntos el cielo.

Hablamos de lo nuestro, que es lo que conocemos más a fondo, pero también hemos presenciado cómo muchos matrimonios de Proyecto Amor se han salvado. Hemos visto cómo para ellos su prioridad es el matrimonio. Hemos oído su testimonio. Y darán vida, y este Proyecto de Amor se trasmitirá a sus hijos y a los hijos de sus hijos, si son fieles, generación tras generación, por obra de la Santísima Virgen.

Los milagros que estamos viendo merecen una respuesta más exigente. Merecen que dejemos de una vez por todas nuestro orgullo a un lado y nos entreguemos el uno al otro hasta el extremo. Que cada uno abandone aquello que le impide ser uno con su esposo/a, pereza, egoísmo, falta de oración…

Señor, haznos fieles a tu llamada. Madre, llévanos en tu regazo. Alabado y bendito seas por siempre, Señor.

Las batallas de tu casa. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Mateo 10, 34-11, 1

Las batallas de tu casa.

Cuando no reina el Señor en nuestro matrimonio y en nuestra familia, si no que reinamos nosotros mismos, vienen los conflictos. Queremos tener razón, imponer nuestros criterios y entonces los enemigos de cada uno son los de su propia casa: El esposo de la esposa, el hermano del hermano, el hijo del padre y padre del hijo… Cristo ha venido a enfrentarnos contra todo aquello que no es amor para que dirijamos nuestra mirada y corazón al Amor.
Pero cuando reinas Tú, Señor, y todos perdemos nuestra vida: egoísmos, intereses propios, nuestras humanas razones… Por amar como Tú a mi esposo, cuando rezamos juntos, permanecemos unidos por Tu Espíritu y entonces en nuestra familia reina Tu Paz. Iluminas a cada uno para que sepa qué Cruz debe coger para amar. Quizás es la cruz de desprenderme de mi egoísmo o pereza, de mis razones que se imponen al amor… Cruz desde donde Cristo nos redime y nacen los sacramentos como remedio ante nuestro pecado.

Así dice San Buenaventura, hay una medicina para cada mal que procede de la culpa:
Contra el pecado original – el Bautismo
Contra el mortal – la Confesión
Cura el pecado venial – la Unción de enfermos
Sana la ignorancia – el orden sacerdotal
Contra la debilidad – La Confirmación
Acaba con la Malicia – La Eucaristía
Contra la concupiscencia – el matrimonio (sana al hombre de la ignorancia al instruirle sobre su fin último)

La concupiscencia, ese desorden introducido por el pecado, reduciendo la mirada al círculo cerrado del que consiste en la incapacidad para entender el lenguaje del cuerpo, para leer y escribir en la carne el amor a Dios y a los hombres. La concupiscencia nos hace sordos a la llamada del amor. Nos presenta el cuerpo como lugar de placer o de dominio despótico sobre el otro. El remedio es un proceso de sanación. El sacramento del matrimonio introduce a los esposos en este proceso que ayuda a reintegrar todos los impulsos y deseos desordenados. San Juan Pablo II hablaba de una mutua educación entre el hombre y la mujer. En esta educación entra la totalidad de la persona y su vocación al amor.

La herida de la concupiscencia no es solo un desorden individual. Se expande más allá del sujeto, al afectar a la unión conyugal, se transmite a los demás donde el amor de Dios está llamado a brillar originalmente. Por eso la gracia del matrimonio en cuanto remedio, no es sólo individual ni tampoco se entrega a los esposos solos, sino que irradia desde hombre y mujer a toda la familia de generación en generación, ordenándose como decía Sto. Tomás de Aquino, a purificar la naturaleza. Esto nos lleva a padecer la dureza de la espada que supone la purificación. El matrimonio que recibe al Señor y en su Santo Nombre, acoge un tesoro para toda la familia de generación en generación y como sanación de la anterior.

Señor yo recibo a mi esposo/a en lo que me dice, me corrige… porque sé que en su corazón reinas Tú. Quiere lo que Tú quieres y por eso te recibo a Ti y de él/ella recibo Tu Amor y gracia de nuestro sacramento conyugal.
Lo recibo por Ti, le obedezco por Ti, porque estás en él/ella, pues si no, sería idolatría, de la espada a la paz, de la Cruz a la Vida
¿Qué situación hay en tu matrimonio o en tu familia, que os tiene enfrentados? Ahí es justo donde hoy Cristo llama a tu puerta para que le recibáis y edifiquéis. Te espera en tu corazón en la cita con el Amor, te espera en los sacramentos.

Amantes de altura. Comentario del Evangelio para matrimonios: Mateo 13, 1-23

Amantes de altura.

 

Cristo es la Palabra de Dios. En este Evangelio de hoy, podemos plantearnos cómo acogemos a Cristo en nuestro matrimonio.

Las alternativas son claras: La semilla que cae el borde del camino, es cuando no queremos acogerle. Es nuestra dureza de corazón: “Por vuestra dureza de corazón permitió Moisés el repudio”. Por la dureza de corazón se hace imposible el matrimonio. Este podría ser el primer nivel de relación hombre-mujer en un plano puramente físico. No quieren entrar en ningún tipo de compromiso. Sexo sí, pero nada más. Pero los matrimonios cristianos, que valoran esta unión de los cuerpos como un don de Dios inseparable de la entrega de la persona en su totalidad, aspiran a algo más.

La segunda alternativa es cuando la semilla cae en terreno pedregoso. Florece muy rápido y se seca en seguida. Este es el 2º nivel de relación típico de los que basan su compromiso en los sentimientos y las emociones. Todo son fuegos artificiales, muy llamativos, pero poco duraderos. Los esposos cristianos, no quieren depender del arbitrio de sus emociones y sensaciones. Valoran el hecho de sentir unos afectos como algo que te lleva a buscar algo más profundo en la persona por la que se sienten, pero no basan su relación sólo en ellos.

La tercera alternativa es la semilla que cae en un terreno donde hay zarzas. Es el terreno del mundo. Éstos llegan al siguiente nivel de relación, que es el de amar a la persona por sí misma, independientemente de sus virtudes y defectos. Ya sí están dispuestos a comprometerse para toda la vida. Pero el mundo puede distraerlos con sus múltiples atractivos: Comodidades, diversiones, el éxito profesional… y ahogan ese amor que empezó siendo sincero. Los esposos cristianos se valoran como personas, pero no confían en sus fuerzas, buscan algo más. Buscan una transcendencia en su relación más allá de lo puramente temporal y caduco.

La cuarta alternativa es la de la semilla que cae en tierra fecunda. Ésta es la tierra de la humildad: “El humilde no es el que se contenta con poco, sino el que sabe reconocer la grandeza para apoyándose en ella, crecer por encima de sí mismo” (Llamados al amor pg. 135). Son los esposos cristianos, que saben reconocer la grandeza del amor de Cristo y de su Espíritu, y cuentan con Él para que crezca en ellos Su amor y dé mucho fruto. Los esposos cristianos no son unos reprimidos, son los que apuntan bien alto. No se conforman con menos.

Oramos con el Salmo: Coronas el año con tus bienes, tus carriles rezuman abundancia; rezuman los pastos del páramo, y las colinas se orlan de alegría.