Archivo por meses: mayo 2014

Comentario del Evangelio para Matrimonios Jn 15,1-8

Los frutos de la Vid.

A Jesús no podemos acudir esporádicamente para que nos resuelva un problema y volver a dejarlo en el olvido. Esa actitud no es digna de ninguna relación entre personas.

Cristo actúa si permanecemos en Él. No limosnea cariño. ¿Cuáles son los frutos de alimentarnos de Él (Oración, sacramentos, mandamientos)? Su acción brota de la plenitud recibida del Padre y sus obras dan testimonio de esa Fuente inagotable de Amor. Así también quiere enriquecer nuestros gozos trasformados por un don mutuo, surgiendo un nosotros común: De lo mío a lo nuestro; del yo al nosotros.

Ya no existirá para los esposos: mi alegría, sino nuestra alegría, no mi dolor, sino nuestro dolor, ni mis planes, sino nuestros planes. Del eros o amor humano, el ágape de la Caridad divina. Surge en el matrimonio una escuela donde el maestro y hacedor es la Santísima Trinidad.

La primera fórmula que se aprende es «he recibido un don, Cristo” y sin Él no podremos donarnos el uno al otro (“Sin mí no podéis hacer nada”). De Él recibimos un gozo compartido, que a su vez compartimos con nuestros hijos, fruto también de nuestro amor pro-creador que Dios Padre, ha querido compartir con nosotros para que podamos amar como Él ama.

Con Cristo llegamos al núcleo de lo que Él mismo vivía y quiere comunicarnos: saberse amado por el Padre, haber recibido de Él todo y querer amarle, en todo amándonos.

Hoy Madre, queremos seguir las instrucciones que nos dejaste, guiada por la sabiduría del Espíritu: “¡Haced lo que Él os diga!”.
Después, los esposos, sabemos bien lo que nos espera: El vino bueno…

Oramos con el salmo: ¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa del Señor»!

Comentario del Evangelio para Matrimonios: Jn 14, 27-31

Paz en la tormenta.

La paz de Cristo es paz interior, calma en medio de la tormenta. Serenidad cuando todo a nuestro alrededor parece que se viene abajo. Es momento de dirigir nuestra mirada al Padre porque confiamos en Él.

La paz de Dios, no es la del mundo sino que es fruto de acoger la voluntad del Padre, y muchas veces es una pequeña cruz. En nuestra vida matrimonial vivimos muchos pequeños Getsemanís a los que debemos responder con ese “Hágase tu voluntad y no la mía”.

San Juan Pablo II en su catequesis del 02/01/80 dice refiriéndose a la mirada entre Adán y Eva antes del pecado: “Al verse recíprocamente, como a través del misterio mismo de la creación, varón y mujer se ven a sí mismos aún más plenamente… se ven y se conocen a sí mismos con toda la paz de la mirada interior, que crea precisamente la plenitud de la intimidad de las personas.”

Al mirar a nuestro esposo (en genérico) desde la mirada del Creador, la paz de la mirada interior nos une en una nueva intimidad entre ambos. Dios mira nuestro corazón. Si fuésemos capaces de mirar el corazón de nuestro esposo en plena tormenta, viviríamos la situación con la paz de Dios. Cristo habita en nosotros y desde dentro nos empuja hacia lo alto, hacia el Padre. Dejémonos atraer por el Padre en el Espíritu Santo, acogiendo sus dones como fruto del Don que su presencia engendra en nuestro interior y escuchando qué nos quiere decir, qué quiere de esta cruz que permite sin ninguna duda para un bien mayor.

¡Qué lección tan admirable nos da hoy Jesucristo! Unas horas antes de ser crucificado, estaba deseoso de darnos paz. ¿Qué hago yo cuando veo venir la tempestad? No te turbes ni tengas miedo, nos dice hoy Jesús.

Por tanto, dos formas de mirar: Desde el juicio de nuestros criterios o desde lo que en nuestro interior nos inspira el Espíritu del Padre de esa creatura que es nuestro esposo.
Visto desde fuera todo es una gran confusión, incomprensión, dolor, agitación… y todo esto lleva a una cadena de fatalidades: Críticas, dudas, ofensas…

Es necesario que participemos de la mirada del Padre que mira al que traspasaron. La mirada del Creador al Salvador, porque tras el dolor, hay algo mucho más grande. La resurrección. Preguntémosle al Padre: ¿Qué quieres de mí en esto? Entonces le escuchamos, aceptamos su voluntad y (cuando pase la tormenta), nuestro corazón se llenará de gozo y paz. Todo estará cumplido.

María Reina de la Familia, ruega por nosotros.

Comentario del Evangelio para Matrimonios Jn 14, 21-26

¿Quién santifica nuestro matrimonio?

La misión del Padre es crear, Dios creador. La misión del Hijo para con nosotros es Salvarnos. ¿Cuál es la misión del Espíritu Santo?

El Espíritu nos va mostrando el camino cuyo origen y fin se encuentra en Dios. Porque el Hijo de Dios ha tomado cuerpo, y el Espíritu residía en Él, y aprendió cómo debe ser un hombre santo. Cristo nos deja en herencia su Espíritu y el que lo recibe, puede vivir un amor nuevo que nos mueve a entregarnos al único Santo: Dios. Nos enseña a ser hijos. Y ese mismo Espíritu nos enseña a ser esposos, como lo es Cristo.

Dios ha hecho posible este amor entre los esposos. Él mismo nos ama a través del amor de nuestro esposo/a. Y esto nos colma de gozo.

Para que el Espíritu actúe en nosotros, es necesario que los esposos elijamos libremente por el Reino de Dios. Y esa decisión pasa por guardar los mandamientos.

El resultado de esta decisión es “la verdad del amor: La plenitud de una comunión humana y también lo que significa amar en Espíritu: Haber recibido en el matrimonio el mismo amor de Dios. De esta forma todo amor queda consagrado y todo él nos dirige hacia la meta, hacia el Padre” (“Betania, una casa para un amigo”, José Granados y José Noriega).

Oramos con el salmo: Nuestro Dios está en el cielo, lo que quiere lo hace. Benditos seáis del Señor, que hizo el cielo y la tierra. El cielo pertenece al Señor, la tierra se la ha dado a los hombres. No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria.

Comentario del Evangelio para matrimonios Jn 14, 1-12

La presencia del amante en el amado.

Nota: A partir de hoy, enviamos el comentario del día siguiente, para que esté disponible desde primera hora de la mañana.

«¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia.»

Eso es estar enamorado ¿Verdad?. Percibir al amado presente en mí. Pero la frase no se queda ahí, en el concepto, sino que esto tan hermoso, se concreta en obras: Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia.

La Santísima Trinidad son nuestro modelo de comunión. Si Cristo, que es Dios, no hace nada por su cuenta, es más, obedece al Padre. Yo, que soy hijo en el Hijo, ¿No deberé actuar así con el/la esposo/a al que Dios me ha entregado?.

Ya sabemos que esto de la “obediencia” no está muy de moda y menos aún entre esposos… pero los caminos del Señor… la puerta estrecha… Después nos esperan los frutos de la comunión. Si no nos obedecemos el uno al otro ¿Cómo vamos a aprender? ¿Cómo vamos a salir de nuestros propios criterios? ¿Cómo vamos a crecer y enriquecernos?.

No es una obediencia impuesta, naturalmente, en tal caso, no sería amor. Es una decisión y una entrega desde la libertad que da el amor.

Obedezco a mi esposo/a no por él/ella sino por fidelidad a Dios que me ha entregado a él/ella. Si no me creéis a mí, creed a las obras que yo hago, dice el Señor. Hagamos lo que hace y descubriremos nuevos caminos, verdades que no conocíamos y una nueva vida. “El Padre, que permanece en mí, Él mismo hace sus obras”.

Oramos con el Salmo: Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos. Dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas.

Comentario del Evangelio para Matrimonios Jn 14, 1-6

La morada de los esposos en el cielo

Cristo nos prepara un sitio. No debemos temer. Él vendrá a por nosotros y nos llevará con Él a la morada que ha preparado para nosotros en casa del Padre.
¿Pero qué pasa con nuestra relación de esposos? ¿Se pierde? ¿Se diluye?

En el libro “Llamados al amor” se nos dice que las almas, son como espejos que hacen brillar el amor y la gloria de Dios. Cuanto más limpias, más brillo.

Cuanto más plenamente recibimos el amor de Dios, más capacidad tendremos para donarnos el uno al otro. La comunión con Dios nos desborda. Es como un vaso gigantesco colocado sobre una torre de vasos. El primero rebosa y hace que se llenen y rebosen todos los demás, uniéndonos en lo que el Credo llama “comunión de los santos”.

“La nueva relación de los esposos en el cielo, no destruye su amor tal como lo han vivido en la tierra; más bien revela su plenitud”. Seguiremos teniendo cuerpo, como hombre y mujer; aunque será un cuerpo glorioso, diferente. Y viviremos lo que Juan Pablo II llama “dimensión virginal” de la relación de los esposos.

“Estando ahora más cerca de la fuente de todo don, los esposos disfrutan de la perfecta comunión y paz”.

Hermoso destino. Como para perdérselo ¿Qué os parece?.

Rezamos con el salmo: Y ahora, reyes, sed sensatos; escarmentad, los que regís la tierra: servid al Señor con temor, rendidle homenaje temblando.
María, Reina de la familia, ruega por nosotros.