Archivo por meses: mayo 2014

Comentario del Evangelio para Matrimonios: Jn 15,26-16,4a

Esposos, no tambaleéis

Nosotros damos testimonio de Cristo porque el Espíritu Santo, Espíritu de la verdad, ha cambiado nuestro matrimonio y lo ha hecho nuevo.

El Espíritu Santo no es una fuerza o una influencia, sino una persona con la que podemos tener una relación. Él habita en nuestro interior y en la intimidad de nuestro matrimonio. Nos enseña a vencer al mundo como Cristo lo venció.

Jesucristo habló en muchas ocasiones de persecuciones. Dirigió nuestra atención al sufrimiento que íbamos a vivir por ellas y nos advierte para que estemos preparados. Vivimos en un mundo hostil a Cristo, a nuestra fe. Sufrimos constantes ataques que pueden hacer tambalear nuestra fidelidad a Dios.

También, cuando nuestros criterios empiezan a ser los del Espíritu, chocamos con los criterios del mundo. Puede que se burle de nosotros nuestra suegra, nuestro cuñado, nuestro padre o nuestra hermana, nuestro compañero de trabajo… puede que perdamos la posibilidad de acceder a un puesto mejor, puede que nos den la espalda como los “raritos” o los “iluminados”. Puede que no nos dejen anunciar el Evangelio porque molesta. Porque de eso sólo se puede hablar en la intimidad… El Señor nos advierte, que no tambaleemos. ¿Por qué nos hace esta advertencia Jesús? Velad y orad para no caer en tentación.

Aunque hay cruz, también hay mucha felicidad: La dicha espiritual. La presencia del Espíritu Santo no evita el odio y la persecución, pero nos da la fortaleza para que la superemos. No tengamos miedo, el Espíritu de la verdad está con nosotros. También estas dificultades sirven para unir el matrimonio. Apoyarnos el uno al otro en el dolor, consolida un amor que es más fuerte que la muerte.

No hemos visto cara a cara a Cristo, pero sí hemos visto sus obras en nuestro matrimonio.

Oramos con el salmo: Que los fieles festejen su gloria y canten jubilosos en filas, con vítores a Dios en la boca; es un honor para todos sus fieles.

Comentario del Evangelio para Matrimonios: Jn 14,15-21

Una nueva dignidad

Según dice S. Juan Pablo II en sus catequesis sobre el amor humano (11-02-81): Dios nos entrega como parte del cuerpo de Cristo al que pertenecemos y templos de su Espíritu. Este impresionante don, nos eleva a la categoría de hijos de Dios.

En respuesta a ese don, tenemos una tarea: El respeto con que nos debemos mirar los esposos. La admiración. Descalzarnos ante nuestro esposo (en genérico), porque es terreno sagrado. Tratar su cuerpo y su persona como algo sagrado, como templo del Espíritu, y tratar nuestro cuerpo también como algo que no nos pertenece, porque es de Dios. Es un templo que no se puede profanar.

Dice también S. Juan Pablo II (Catequesis 24-11-82): “Cristo… asigna como tarea a cada hombre la dignidad de cada mujer; y simultáneamente… asigna también a cada mujer la dignidad de cada hombre” ¡Impresionante belleza y tremenda responsabilidad!

Este don engrandece también el acto conyugal, la entrega de los cuerpos. Los esposos se unen en alabanza y en oración a Dios. Se entregan el uno al otro para no hacer más que una sola carne, un solo corazón y una sola alma. Se entregan el uno al otro su promesa, su intimidad, su voluntad… y la misma Gracia de Dios que nos dignifica, como ministros el uno del otro. ¿Cómo describirlo?.

Señor, realmente te revelas a nosotros si te amamos y guardamos tus mandamientos. Ven Espíritu Santo, continúa siempre con nosotros, Espíritu de la verdad.

Comentario del Evangelio para Matrimonios: Jn 15, 18-21

¿Esposos del mundo o del espíritu?

Muchas veces el hombre tiene tendencia a volverse muy espiritual o muy carnal. Parece que son “extremos” reñidos entre sí. Los “mundanos” contra los “iluminados”.
A veces cuesta mucho integrar las experiencias de fe con las del mundo, también en el matrimonio. Recordamos unos amigos que decían que sacaban el crucifijo del dormitorio cuando hacían el amor…

Todo es consecuencia de no interpretar correctamente el Evangelio. Frases como la de hoy de Jesús, pueden “despistarnos”: Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia. Con lo cual, si mi esposo/a me odia porque me voy a dar catequesis y le dejo solo/a, ¿es que voy por el buen camino?.

Afortunadamente el magisterio de la Iglesia y San Juan Pablo II en particular, nos ayudan enormemente en estas interpretaciones.

Para cambiar nuestros corazones, necesitamos del amor. Sólo el amor cambia el interior de las personas. Sólo un buen amigo (y mucho más un buen esposo) puede influir en tu interior y hacerte cambiar de opinión porque tiene acceso a tu intimidad y te quiere. Hablábamos ayer de que tenemos que orientar nuestros deseos y afectos hacia el verdadero amor y hacia Dios. Bien, pues el mejor amigo y el mejor esposo es Cristo y con su Espíritu Santo (El Amor entre el Padre y el Hijo) cambia nuestro corazón, si le damos acceso a una relación íntima de amistad.

Pero el propio Cristo, antes de darnos su Espíritu, hizo que viviera con Él la experiencia de toda una vida. La experiencia de ser Hijo y la de ser Esposo. Así el Espíritu se había alimentado de la experiencia humana para poder guiarnos en nuestra humanidad. Así es como el Espíritu de Dios se humaniza e integra el amor de Dios y el amor humano en uno solo, desde la carne, desde una familia, desde el trabajo, los amigos, los enemigos, el hambre, la sed, las injurias, las persecuciones, el dolor, el rechazo… la muerte.

Ese Espíritu, está en nuestro interior por el Bautismo y nos sacará no del mundo, sino de las aspiraciones del mundo, para guiarnos hacia las aspiraciones de Dios para nosotros. Ese Espíritu es el que nos une por el Sacramento del Matrimonio, para que nuestros deseos y afectos no sean egoístas y destructivos, sino fructíferos, ricos, regeneradores, co-creadores, fuentes de vida. Para guiarnos hacia la comunión de los santos.

Oramos con el salmo: Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores. Sabed que el Señor es Dios.

Comentario del Evangelio para Matrimonios: Jn 15, 12-17

El amor ¿Una ley?

Dice San Agustín:

Es por esto que el mandamiento del amor, resume todos los demás. Cristo vino a revelarnos el mandamiento del amor, pero también a mostrarnos cómo amar.

La muestra suprema del amor es dar la vida por los amigos. Damos la vida cada día por nuestro esposo (en genérico), en pequeñas cosas: Renunciando a mis gustos por darle gusto, a nuestro descanso por servirle, a nuestros criterios por complacerle, tirar del carro de la fe cuando el flaquea…
Esto es dar la vida por amor y en estas pequeñas cosas se santifican los esposos.

Este concepto del amor es bastante diferente al que conocemos en nuestra sociedad, una sociedad que a menudo piensa del amor como algo que se recibe, como un sentimiento o una emoción que va y viene, como una cuestión de suerte…

“A los animales les basta seguir sus impulsos para realizar su vida en plenitud. No ocurre así con el hombre: Hay una ambigüedad en el deseo humano, porque sabemos que no todos nuestros deseos nos hacen más felices… ¿Cómo diferenciar entre deseo y deseo? ¿Cómo encontrar la luz que alumbre este laberinto?” (Llamados al amor) En el Antiguo Testamento hay una primera respuesta: Los mandamientos. Al obedecerlos, se alcanza la luz para distinguirlos.

Vino entonces Cristo, no a abolir la ley, sino a llevarla a plenitud. El dedo de Dios, que escribe sobre las tablas de piedra los mandamientos, reescribe la ley ahora sobre la arena a través de Jesús ante la mujer adúltera. “Jesús lleva a plenitud la Ley no porque añada más mandamientos, sino porque la tatúa en los corazones. Así, su cumplimiento ya no viene de fuera: Brota de dentro como un manantial que sale de la roca, coincidiendo con los más hondos deseos y aspiraciones” (Llamados al amor).

Ahora la persona que dice, “Te amo” está dispuesta a sacrificarse por la otra. Es su deseo más profundo, aunque esto signifique guardar silencio, cansarse, comprometerse, luchar… todo por conseguir un bien mayor para el amado. Así se realizan hombre-mujer y llevan su vida a plenitud.

Dice Juan José Pérez-Soba, un verdadero estudioso del tema, que amar es una promesa entre personas por la cual uno mi destino al tuyo. Eso hace Dios con nosotros. Por Su amor, Jesús se encarna y por Su amor Jesús llega a dar la vida en la cruz por sus amigos. Su mandamiento de amarse uno a otro como nos ha amado Él, requiere sacrificios. El amor del que habla Jesús es amor en acción, amor que paga el precio de una entrega hasta el extremo.

Gracias Señor por elegirnos, por capacitarnos. Haremos cosas grandes, no porque seamos grandes, sino porque el que nos ha capacitado es grande.
Gracias por destinarnos a dar frutos para toda una eternidad. Eso te pedimos, que seamos uno como vosotros lo sois y amarnos como vosotros os amáis y unidos como vosotros, amemos a nuestros hijos y todo aquel que nos pongas en el camino.

Comentario del Evangelio para Matrimonios Jn 15,9-11

Vuestra alegría llegue a plenitud.

Jesús sigue reiterando una y otra vez cuánto es amado por el Padre ¿Por qué tanta insistencia?.

A medida que la relación entre los esposos va siendo más pura, es decir, que los esposos ven cada vez más la presencia de Dios en su relación, se van acercando más a la vida plena del cielo. Sus deseos se van orientando a fortalecer su unión como prioridad. Lo mismo ocurre con sus afectos, su amor y su apertura a Dios. Todos estos elementos de la persona se integran en una misma dirección y se orientan a un solo objetivo: Su unión.

El amor de Dios deja huellas en nuestro corazón y quien es amado, sabe amar. Como Dios nos ha amado así nos tenemos que amar los esposos, porque… ¿Me dejo mirar por Dios junto a mi esposo/a o cada uno por su cuenta?.

Nuestro matrimonio no es producto casual, somos fruto de un pensamiento de Dios. Para quien vive como Cristo del amor del Padre, no hay sucesos fortuitos, todo se convierte en mensajero divino, parte de un misterio Paterno que empuja a culminar su tarea.
Esta mirada y este modo de amar sólo es posible guardando Sus mandamientos (como quitamiedos que nos impiden salirnos del camino del amor), compartiendo juntos el gozo de la presencia del Señor en nosotros y en la Iglesia, y permaneciendo unidos en Su Palabra como guía de discernimiento ante los problemas y decisiones de la vida. Así podemos entender cómo llegar a ser uno, pensando y sintiendo como Cristo (1 Cor2,16).

Esta metamorfosis la realiza el Espíritu a lo largo del camino de la vida, es un proceso lento de divinización.

Nuestra unión es la voluntad del Padre. Agrademos al Padre como Cristo. Permanezcamos en el amor de Jesús.
Cada paso que damos en esa dirección, es un paso más hacia la resurrección.

Alabamos al Señor con el Salmo: Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor, toda la tierra; cantad al Señor, bendecid su nombre. Proclamad día tras día su victoria.