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Evangelio del día
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 21, 34-36
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneos en pie ante el Hijo del hombre».
Estad despiertos.
El Evangelio nos exhorta a “tener cuidado de nosotros mismos”, a estar atentos al mayor enemigo que muchas veces se esconde en nuestro propio corazón. Para nosotros, los esposos, esta vigilancia significa cuidarnos con delicadeza y amarnos con el Amor de Cristo.
San Juan Pablo II nos enseña que el corazón es el lugar donde se decide si el cónyuge será acogido como un don o reducido a un objeto. Por eso, se trata de custodiar el corazón para que la rutina, el estrés o el cansancio no apaguen la mirada de amor hacia nuestro esposo. Jesús también menciona el libertinaje y la embriaguez como signos de un deseo desordenado. Algo similar ocurre en la vida matrimonial cuando la relación se ve dañada por actitudes que impiden la comunión: usar al otro, o refugiarse en escapes como pantallas, adicciones o exceso de trabajo. Estos apegos terminan ocupando el centro del corazón y hacen perder la gratuidad del amor. La vigilancia, entonces, consiste en recordar que, antes que administradores del hogar, somos esposos llamados a donarnos.
Finalmente, Jesús nos invita a velar y orar. En el matrimonio, orar juntos es custodiar la mirada interior: dejar que Dios purifique los afectos y renovar cada día la capacidad de ver al esposo como un regalo. Solo así podremos “mantenernos en pie” en medio de las pruebas y vivir nuestro amor con una entrega alegre.
Aterrizado a la vida Matrimonial:
Carlos: ¿Otra vez todo así? ¡No puedo con este caos! Llego después de todo el día trabajando y ver la casa así… sinceramente, dan ganas de darse la vuelta.
Bea: Carlos, he estado sola con los niños: los deberes, baños, cenas… ¿Y eso es lo primero que se te ocurre decirme? Además, tú llegas cuando ya están acostados.
Carlos: Bea… perdóname. He llegado a casa lleno de preocupaciones, tensiones y miedos. Y en lugar de alegrarme por verte, he dejado que todo eso se descargara sobre ti. Me he dejado llevar por mi “yo”, por ese egoísmo que a veces se esconde en mi corazón y tanto daño nos hace.
Bea: Yo también quiero pedirte perdón, Carlos. El cansancio y la presión del día han hecho que me pusiera a la defensiva en lugar de acogerte con cariño después del duro día de trabajo que has tenido.
Carlos: Bea es tan fácil dejarnos llevar… ¿verdad? A veces no es el desorden de la casa, ni los niños, ni el trabajo. Es lo que llevamos dentro de nuestro corazón que termina siendo nuestro peor enemigo.
Bea: Carlos, me viene al pensamiento las palabras que Jesús nos dijo: “Velad y orad”, creo que es justo lo que necesitamos: velar sobre nuestro corazón antes de que hable o hiera y rezar juntos.
Carlos: ¿Bea, te parece si hacemos ahora la oración conyugal?
Bea: ¡¡Claro que sí Carlos!!
Madre,
guíanos para cuidar nuestro corazón, para ordenar nuestros deseos, para que nada apague nuestro amor y para sostenernos siempre en oración. Gloria y alabanza a Ti, Señor, por siempre.

