Archivo por días: 18 agosto, 2025

No tener apegos. Comentario para Matrimonios: Mateo 19, 16‐22

Abierta la inscripción de la peregrinación a Fátima: haz click AQUÍ

Para ver los próximos RETIROS Y MISIONES haz click AQUÍ

Evangelio del día

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 19, 16‐22

En aquel tiempo, se acercó uno a Jesús y le preguntó: «Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?» Jesús le contestó: «¿Por qué me preguntas qué es bueno? Uno solo es Bueno. Mira, si quieres entrar en la vida, guarda los manda‐ mientos». Él le preguntó: «¿Cuáles?». Jesús le contestó: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a ti mismo». El joven le dijo: «Todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta?». Jesús le contestó: «Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo‐ y luego ven y sígueme». Al oír esto, el joven se fue triste, porque era muy rico.

No tener apegos.

Vamos, primero a responder a Jesús si estamos cumpliendo con los mandamientos que tienen que ver con el amor a mi esposo. En la vida conyugal, estos mandamientos se viven de manera muy concreta: no matar implica no herir con palabras o actitudes; no cometer adulterio implica fidelidad no solo física, sino también emocional y espiritual; honrar implica respeto mutuo. El cumplimiento de estos mandamientos no es una carga, sino la base de un matrimonio santo. Pero Jesús no nos pide sólo «cumplir», sino entregarnos plenamente el uno al otro. La llamada a la perfección en el matrimonio, a ese «venderlo todo» implica una donación mutua sin reservas, donde cada uno renuncia a “sus bienes” —sus egoísmos, su individualismo, sus seguridades personales— para construir un amor de comunión. Debemos, por tanto, desprendernos de lo que impide la unidad plena. A veces, esto puede ser una carrera profesional que absorbe todo, relaciones pasadas no cerradas, hábitos individuales que no se comparten o heridas no sanadas. El amor matrimonial exige desapego, no solo de bienes materiales, sino también de todo lo que obstaculiza la entrega total.
Muchas veces, los matrimonios sufren y están tristes porque uno o ambos no están dispuestos a soltar sus “muchos bienes” personales. El egoísmo, el orgullo o el deseo de controlar pueden robar la alegría. El joven rico se fue triste porque no fue capaz de entregarse. ¿Cuántos matrimonios hoy sufren porque alguno de los dos, o los dos, no se da del todo?

Aterrizado a la vida Matrimonial:

Inma: Pablo, te veo triste, cariño y no sé qué hacer para evitarlo.
Pablo: sí Inma: es que siempre es lo mismo: Tú tienes que tener razón en todo y a mí sólo me toca aguantar y cerrar el pico porque, si no, empiezan las discusiones.
Inma: pero Pablo: eso tampoco es verdad. Yo intento hacer las cosas bien y a lo mejor me excedo en mis formas, pero de verdad que intento no imponer mi criterio. Si te parece, esta noche, en la oración, vemos qué nos está pidiendo el Señor y vemos cómo es el Señor para que nos dé luz en esta situación.
Por la noche,después de leer y meditar el Evangelio del joven rico, los esposos hacen su oración conyugal
Pablo: me doy cuenta, Señor, que tú no me quieres triste. Probablemente mi tristeza venga de mi orgullo por no encajar bien los comentarios y las peticiones de Inma. Si no estuviera apegado a mis razones y mis criterios, seguro que no me influiría esto negativamente.
Inma: Señor, te doy gracias por Pablo. Cuando me pongo en tu presencia veo claramente que es el regalo que me has dado para salir de mi misma, para renunciar a mis egoísmos y para desprenderme de mi amor propio, que todavía lo tengo muy grande. Ayúdame, por favor, a pensar siempre en Pablo lo primero de todo y renunciar, por tanto, a mirarme tanto a mi misma.
Pablo: te doy gracias Señor por Inma y por estas luces que me has comunicado en este rato de oración. Te ruego que me ayudes a desprenderme de mis apegos para poder querer a Inma como tú la quieres.

Madre,

tú no tenías ningún apego, sino sólo Dios. Ayúdame y enséñame a conocer dónde están mis apegos e ir olvidándome de ellos y así cumplir siempre la voluntad de Dios. ¡Alabado sea el Señor!