EVANGELIO
La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos.
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 9, 32-38
En aquel tiempo, le llevaron a Jesús un endemoniado mudo. Y después de echar al demonio, el mudo habló.
La gente decía admirada:
«Nunca se ha visto en Israel cosa igual».
En cambio, los fariseos decían:
«Este echa los demonios con el poder del jefe de los demonios».
Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia.
Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor».
Entonces dijo a sus discípulos:
«La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies».
Palabra del Señor.
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Filantropía o compasión.
La filantropía, es decir, el amor por los hombres, puede ser relativamente natural que la poseamos. Pero la compasión, la compasión sólo nos lo puede transmitir Dios. La medida de la compasión no es lo que uno puede dar, sino la necesidad del necesitado. La compasión no va dirigida a un perfil concreto de personas, sino a todos y a cualquiera. La compasión no tiene preferencias… no busca recompensas…
La compasión sólo nos la puede transmitir el amor de Dios. Sólo Él nos va a permitir compadecernos por el soberbio, por el orgulloso, por el mentiroso, por el infiel, por el maltratador, por el provocador, por el acusador, por el agresivo, por el adicto al sexo… Todos ellos merecen ser salvados. Todos ellos están extenuados y abandonados, como ovejas sin pastor.
¿Podremos compadecernos de ellos?
Aterrizado a la vida matrimonial:
Alfredo: Isa (compañera de trabajo). Tu marido es odioso. Te hace mucho daño. ¡He visto cómo te trata! ¡Cómo te desprecia! Deberías dejarlo y descansar de él de una vez por todas. Él no sabe valorarte, cualquier otro hombre estaría encantado contigo.
Isabel: Ya Alfredo, pero él es mi esposo. Y está perdido, amargado, ha sufrido mucho… Y lo está pasando fatal enterrado en su propia angustia. A mí me enternece.
Alfredo: ¿Te enterqué? ¡No me lo puedo creer! Una cosa es ser buena y otra es que se aprovechen de tu bondad. Eso ya es ser un poco tonta, perdona que te lo diga así. Pero como amigo, debo decírtelo.
Isabel: Alfredo, si fueses mi amigo de verdad, entenderías que tengo una misión con mi esposo. Él me necesita, necesita a alguien a su lado que se compadezca de él, si no, se echaría a perder definitivamente. Yo me he comprometido a amarlo toda la vida, y esa es mi misión, cueste lo que cueste. Él me necesita y yo voy a seguir entregándome a él.
Alfredo: Pero ¿por qué te empeñas en considerar que esa es tu misión? Él no está cumpliendo su parte del trato, de amarte cada día. ¿Por qué te sientes obligada a corresponder a lo que no te está dando?
Isabel: Esa misión me la ha encomendado Dios. Y yo amo a mi esposo como Dios quiere amarle. Eso supongo que tú no lo entenderás, porque no conoces a Dios, pero yo lo veo tan claro, me lo transmite Él tan claro… es mi misión. Es para lo que existo. Existo para mi esposo.
Madre,
Qué difícil es entender la compasión con los parámetros de este mundo. Qué difícil se nos hace a veces, cuando nos alejamos de Dios. Pero nosotros somos Suyos. Alabado sea el Señor que nos enseñó a amar y se ha quedado con nosotros.