EVANGELIO
De lo que rebosa del corazón habla la boca.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 6, 39-45
En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola:
«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?
No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.
¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: «Hermano, déjame que te saque la mota del ojo», sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.
Pues no hay árbol sano que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.
El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa del corazón habla la boca».
Palabra del Señor.
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De lo que hablo.
Hoy me fijo en la última frase: El hombre malo, de la maldad saca mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca. Con esta frase, el Señor nos enseña aquello que solemos decir. La solución para mi matrimonio no es el diálogo, porque si en mi corazón hay pecado mi boca hablará de ese mal que guardo en nuestro corazón.
La solución para mi matrimonio está en la conversión de mi corazón: Que no me fije en la mota de mi esposo sino que saque primero la viga del mío. Entonces, veré claro… y empezaré a atesorar bondad en mi corazón. Ahora sí es el momento de dialogar, cuando mi corazón rebosa bondad, porque lo importante no es comunicarse, sino comunicarse un bien. ¡Alabado sea el Señor que nos habla tan claro!
Aterrizado a la vida matrimonial:
Andrés: Querida Ángela, te escribo esta carta para pedirte perdón por estos años de matrimonio en los que te he hecho sufrir tanto. Me casé contigo para hacerte feliz, y me he dedicado a buscar mi comodidad y mis gustos. Desde esa actitud, todo lo que he hecho es corregirte de malas maneras aquello que estorbaba a mis planes o mi tranquilidad. Te exigía la perfección como si eso fuese lo que yo merecía. Pero entonces me llamó el Señor, y poco a poco me fue mostrando mi corazón. Un corazón que sólo se mira a sí mismo, acusador, que te hunde, que se pone por encima, que no valora lo bello y lo bueno que hay en ti. He aprendido que estoy a tu lado para comprenderte, para amarte tal como eres, para descubrir en ti ese valor no suficientemente apreciado. Estoy aprendiendo a amarte, cariño.
Ángela: Querido Andrés, me ha gustado mucho tu carta y me ha llenado de esperanza. Yo te pido perdón, porque en estos años te he visto como un ogro, he huido de ti para que no me hicieses daño, y me he centrado en mi dolor, en mi desgracia, regodeándome en mi victimismo. Pero el Señor me ha hecho ver que no eres malo, sino que eres pequeño, y tienes ese tipo de debilidades. Que estás falto de cariño y por eso reclamas atenciones. Ahora mi corazón se conmueve por ti, se llena de misericordia y deseo quererte más.
(Y juntos, construyeron una comunión)
Madre,
Llena nuestro corazón de bondad, para que rebose bondad y nos la contagiemos el uno al otro, y así lleguen también a nuestros hijos. Queremos amarnos más, Madre. Alabado sea el Señor que nos da la esperanza de atesorar bondad en nuestro corazón.