EVANGELIO
Dios no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños.
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 18, 12-14
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en los montes y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, en verdad os digo que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado.
Igualmente, no es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños».
Palabra del Señor.
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Una Alegría mayor.
Cuando leemos este Evangelio, solemos centrarnos en la oveja perdida. Pero hoy vamos a centrarnos en lo que experimenta el Padre cuando la recupera. Es una alegría inmensa, y es la alegría de la que me hace participar cuando vuelvo a Su lado. Es una alegría mayor: Tengo que tomar conciencia de que Dios me ha salvado y estoy en Él, y deseo alabarle, y cantarle… y no dejar que nada ni nadie me quite la alegría de Dios.
Sí, el adviento no es para estar tristes, estamos alegres porque muchos vamos a celebrar que hemos sido rescatados. Y con esa alegría, vamos a ayudar a nuestro esposo, a nuestros hijos, a los matrimonios de nuestro entorno. ¿Cómo vamos a colaborar con Dios en su rescate si vamos con cara de pasa? Tengo que recuperar mi alegría y llevar esta alegría a casa. Preparémonos para alzar los brazos, para cantar canciones de alabanza, para saltar de alegría, porque se acerca la gran noticia: El Señor viene a rescatarme y a llevar sobre sus hombros a mis seres queridos.
Aterrizado a la vida matrimonial:
Andrés: Antes estabas como muy piadosa, pero amargada, la verdad. No aceptabas que los niños y yo no quisiésemos acoger la fe. No contagiabas tu fe a nadie, por mucho que nos hablabas. ¿Cómo y qué nos ibas a contagiar con tanta tristeza?
Alicia: Sí, me acuerdo. La verdad es que no entendía nada del Corazón de Dios. Mi orgullo y mi soberbia me mantenían mirándoos desde arriba. Pero poco a poco fui conociendo mi pequeñez, y la vuestra, y empecé a ver a Dios como el Padre amoroso que se deshace por nosotros, que disculpa nuestras caídas y está deseando reincorporarnos y abrazarnos. Entonces me invadió una profunda alegría que me brotaba desde dentro: La alegría del Padre por dejarme rescatar por Él. Me sentía en Sus brazos, y gozaba de Su misma alegría. Y al miraros, sólo deseaba compartir mi alegría, la que Dios me transmitía para llamaros a compartirla con Él.
Andrés: Sí, fueron tu sonrisa, el brillo de tus ojos y el buen humor con los que nos conquistaste para Dios. Llegó la alegría de Dios a nuestra casa y hoy tenemos un hogar nuevo. Estas Navidades van a ser distintas, porque las vamos a vivir desde el Gozo y la Alegría de Dios por la salvación de cada uno de nosotros.
Madre,
¡Cuánto nos ama Dios! No le importa nada más que nuestra salvación. Cuánto me ama, cuánto me ama, cuánto me ama. Si algún día consiguiese comprender la envergadura de Su amor, estaría alegre para siempre y en toda circunstancia. ¡Alabado seas por siempre, Señor!