Archivo por días: 29 noviembre, 2016

El sentimiento de lo que falta. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Lucas 10, 21-24

EVANGELIO
Jesús, lleno de la alegría en el Espíritu Santo

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 10, 21-24
En aquella hora Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien.
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar».
Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte:
– «¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron».

Palabra del Señor.

El sentimiento de lo que falta.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Cuando Jesús les dice a los discípulos “¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis!” No se refería a que le viesen a Él en carne y hueso, sino a la revelación que habían recibido. Hoy me lo dice también a mí y a cada uno de vosotros: Bienaventurados por lo que veis y oís.

Estamos rodeados de muchos cuya inteligencia les impide ver. Consideran que la inteligencia es una especie de capacidad todopoderosa, de manera que no creen ni están dispuestos a creer más allá de lo que llegan a comprender y opinar. Sin embargo, qué importante es la revelación. Qué importante es lo que Dios ha querido mostrarnos sobre la verdad. Tanto, tanto, que su Hijo es “Palabra” del Padre, y vino a esa importantísima misión de proclamar la buena noticia: El Evangelio. Gracias Señor, por este don, que nos hace dichosos a los que hemos podido oír tu Palabra.

Por eso es tan importante la revelación también sobre nuestra vocación, porque necesitamos saber lo que es el matrimonio creado por Dios, y las leyes específicas que puso en nosotros y en nuestra peculiar comunidad de vida y amor: ¿Qué experiencias nos unen de verdad? ¿Cómo hacer que Cristo actúe en nuestro sacramento? ¿Qué espera Dios de la aparente avidez de comunión de la mujer frente a la aparente superficialidad del hombre? ¿Cómo crecer teniendo un amor tan limitado? ¿Cómo orientar nuestro deseo sexual en el matrimonio? ¿Cómo construir el tan ansiado amor verdadero?… son tantas incógnitas que tenemos que ir descubriendo y despejando… porque sólo el camino de la voluntad de Dios, nos construye. Dichosos los que vemos y oímos lo que Dios nos quiere revelar sobre el matrimonio y la familia. Él es ante todo Familia. Él quiso nacer, aprender a ser hombre y vivir la mayor parte de su tiempo en una familia.

Pero claro, puedo vivir una terrible tentación proveniente del orgullo: Que viendo, “no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Rm 7,19), y a veces, esto de ver lo que Dios había pensado para mí como esposo y lo que sueña que construyamos juntos como matrimonio, puede desanimarme porque me veo lejos de ello. Y a veces, no soy dichoso por ver y oír, sino que me provoca cierta angustia o desasosiego. A este propósito nos dice Orígenes:
“El sentimiento de lo que falta se hace preparación de la perfección que sobreviene. Pues todo el que no conoce que carece del verdadero bien y se satisface con apariencias, se priva del bien verdadero.”

Sí, hay matrimonios que no buscan más allá, porque no saben que existe el bien verdadero. Nosotros tenemos un motivo para seguir luchando, avanzando e ilusionándonos: El Proyecto de Dios para nuestro matrimonio.

Madre,
Gracias por mostrarnos lo que nos falta. Prometo intentar no angustiarme por ver el camino que me queda por delante, como el mal estudiante que no deja de contar las páginas que le quedan, sino animarme a trabajar con ilusión en este Proyecto de Amor que Dios ha pensado para mí. Lo bonito es construirlo con Él, disfrutando de cada paso, saboreando cada pequeño avance, y preparándome para “la perfección que (nos) sobreviene”. Gracias Dios mío, porque sé que Tú lo vas a hacer en mí y en mi esposo. Alabado seas. Amén.