EVANGELIO
Todos os odiarán por causa mía, pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 21, 12-19
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio.
Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro.
Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».
Palabra del Señor.
“Minimartirios”
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)
Tendemos a pensar que donde está Dios no hay problemas. Todo va bien, todos sonreímos, hay armonía, salud… En cambio cuando llegan las tribulaciones, las enfermedades, las dificultades… entonces parecería que Dios nos ha abandonado. La idea se nos desmonta inmediatamente cuando contemplamos el testimonio de Cristo.
Cuando pienso en los testimonios que damos actualmente, suelen ser historias en las que estaba muy mal, Dios me ha sacado de aquella dificultad, y ahora estoy fenomenal. Pero ¿Dónde están los testimonios en los que la gente ve cómo estoy siendo perseguido, criticado, expulsado, asesinado? Parece ser que el Señor sitúa en esas circunstancias la posibilidad de dar testimonio, no por nuestras palabras, sino por lo que Él obrará en nosotros.
Es muy difícil dar testimonio cuando todo va bien, porque en esas situaciones, todo el mundo sonríe y está tranquilo. Lo que sorprende a cualquiera es que en una situación crítica, se responda con alegría. Ahí es donde soy testigo de que Dios está conmigo. Cuentan que Santo Tomás Moro no se sentía capaz de morir mártir, pero llegado el momento de subir al cadalso, le dijo al verdugo: “Ayúdeme a subir, que ya me las arreglaré para bajar solo”. Morir así por Cristo, eso sí que es dar testimonio.
Pues sí. Si quiero ser testigo de la grandeza del Señor, no me queda más remedio que estar dispuesto a ofrecerme como víctima. Y esto, en mi vocación de esposo y padre. Miremos a los esposos santos. Nuestra santidad consiste en hacer extraordinario lo ordinario. Vivir con confianza y alegría los momentos difíciles de nuestra vida cotidiana. Elijamos las “minipersecuciones”, las “minicondenas” y los “minimartirios” del día a día de esposos, siendo testigos cuando los vivimos con humor, con paciencia, con ternura… porque esas respuestas no pueden venir de nosotros, sino de Dios. ¿A que vemos claro que así daremos testimonio a nuestros hijos? Y como no, a nuestro esposo. Eso sí, antes tenemos que llenarnos de Él.
Madre:
¿Qué hiciste Tú sino esto? Durante muchos años de tu vida fuiste esposa y madre, y padeciste persecuciones, destierros… y fuiste Tú quien le enseñó a Jesús a actuar santamente como hombre en los primeros días de su existencia en la tierra. Contemplamos hoy tu sencilla santidad, vivida en la Sagrada Familia de Nazaret. Hoy te elegimos como guía con más fuerza que nunca y nos ponemos a tus pies como consagrados a tu Corazón. Amén.