Archivo por meses: mayo 2016

Ser parte del sueño de Dios. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Juan 17, 11b-19

EVANGELIO
Que sean uno, como nosotros

Lectura del santo Evangelio según san Juan 17, 11b-19
En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, oró Jesús diciendo: – «Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría cumplida. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad».

Palabra del Señor.

Nota: Retiro para matrimonios y familias: “La Verdad del Matrimonio y la Alegría del Amor”. Organiza ProyectoAmorConyugal en colaboración con la Delegación de Pastoral Familiar Diocesana de Málaga. Días 18 y 19 de junio. Para más información pincha en el siguiente enlace:

http://wp.me/p6AdRz-ru

Ser parte del sueño de Dios.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Contemplamos hoy la bellísima oración de Cristo justo antes de su Pasión. Podríamos decir que eran sus últimos deseos. Los más importantes. ¿Y qué le pide al Padre? Que nos guarde en Su nombre para que seamos uno como ellos son uno. ¿No es esto vivir fielmente el Sacramento del Matrimonio?.

Vamos a hablar de este “ser uno”. Recurrimos una vez más al Papa Francisco en Amoris Laetitia:
319. En el matrimonio se vive también el sentido de pertenecer por completo sólo a una persona. Los esposos asumen el desafío y el anhelo de envejecer y desgastarse juntos y así reflejan la fidelidad de Dios. Esta firme decisión, que marca un estilo de vida, es una «exigencia interior del pacto de amor conyugal»[380], porque «quien no se decide a querer para siempre, es difícil que pueda amar de veras un solo día». Pero esto no tendría sentido espiritual si se tratara sólo de una ley vivida con resignación. Es una pertenencia del corazón, allí donde sólo Dios ve (cf. Mt 5,28). Cada mañana, al levantarse, se vuelve a tomar ante Dios esta decisión de fidelidad, pase lo que pase a lo largo de la jornada. Y cada uno, cuando va a dormir, espera levantarse para continuar esta aventura, confiando en la ayuda del Señor. Así, cada cónyuge es para el otro signo e instrumento de la cercanía del Señor, que no nos deja solos: «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

Hermosa manera del Papa de expresar este “ser uno”. Y siempre en el nombre de Dios:

321. El amor de Dios se expresa «a través de las palabras vivas y concretas con que el hombre y la mujer se declaran su amor conyugal». Así, los dos son entre sí reflejos del amor divino que consuela con la palabra, la mirada, la ayuda, la caricia, el abrazo. Por eso, «querer formar una familia es animarse a ser parte del sueño de Dios, es animarse a soñar con él, es animarse a construir con él, es animarse a jugarse con él esta historia de construir un mundo donde nadie se sienta solo».

Madre:
Esto te pedimos en el nombre del Señor, que seamos uno como Ellos son uno. Que formemos parte de ese sueño de Dios. Alabado sea por compartirlo con nosotros.

El tsunami de la gloria. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Juan 17, 1-11a

EVANGELIO
Padre, glorifica a tu Hijo

Lectura del santo Evangelio según san Juan 17, 1-11a
En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, dijo Jesús: – «Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado sobre la tierra, he llevado a cabo la obra que me encomendaste. Y ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía junto a ti antes que el mundo existiese. He manifestado tu nombre a los que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado. Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que tú me diste, porque son tuyos. Y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti».

Palabra del Señor.
El tsunami de la gloria.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Nosotros también queremos glorificar al Padre cumpliendo nuestra misión de esposos. No podemos dar gloria a Dios, Suya es toda la grandeza. Pero Él se abaja para permitir que con nuestros humildes actos podamos darle gloria. Todo un misterio. Cumpliendo con nuestra vocación, Él nos engrandece, nos comunica su gloria y nosotros se la comunicamos a los demás. Primero a nuestro esposo, después a nuestros hijos y a todo nuestro entorno. Y Cristo es glorificado en nosotros, en nuestra respuesta a Su entrega esponsal.

Para el ser humano, el amor requiere necesariamente de la comunicación de un bien. Por eso el que ama al esposo, se alegra por el bien del esposo:
“Cuando una persona que ama puede hacer un bien a otro, o cuando ve que al otro le va bien en la vida, lo vive con alegría, y de ese modo da gloria a Dios, porque «Dios ama al que da con alegría» (2 Co 9,7). Nuestro Señor aprecia de manera especial a quien se alegra con la felicidad del otro. Si no alimentamos nuestra capacidad de gozar con el bien del otro y, sobre todo, nos concentramos en nuestras propias necesidades, nos condenamos a vivir con poca alegría, ya que como ha dicho Jesús «hay más felicidad en dar que en recibir» (Hch 20,35). La familia debe ser siempre el lugar donde alguien, que logra algo bueno en la vida, sabe que allí lo van a celebrar con él.” (Papa Francisco Amoris Laetitia 110).

Muchas veces nos quejamos de que “siempre soy yo el que tiene que…” hacer algo, por ejemplo ordenar. Si yo tengo el don del orden y mi esposo no, Dios me ha entregado ese don como un bien para que lo entregue ¿Correcto?. Si lo entrego con alegría, entonces estoy comunicando la gloria de Dios, porque comunico con alegría un bien que he recibido, y Dios me glorifica. Y como ese ejemplo sencillo, tengo que entregar con alegría todos los demás dones que he recibido. Así, el Señor, glorifica a Dios sobre la Tierra, porque ha hecho lo que el Padre le había encomendado: Ha transmitido Su Palabra y ellos han creído. Dice San Irineo: «la gloria de Dios es que el hombre viva». Es trabajar por la comunión entre nosotros, por la felicidad verdadera del esposo, por fomentar el gozo, compadecerme de sus debilidades, etc. Todos los dones que he recibido, al servicio de que mi esposo alcancemos la comunión y la Vida. Así, seremos glorificados por Dios, en nuestro esposo.

Hacen falta esposos santos que, con su alegría, provoquen en las familias el tsunami de la gloria de Dios, que lo invada todo y lo fecunde todo.

Madre:
Que no seamos tacaños con todo lo que hemos recibido de Dios. Hoy me recuerda el Señor que lo importante no son mis comodidades o mi manera de entender la justicia, sino comunicar la gloria de Dios cumpliendo la misión de esposo que me ha encomendado. Te pedimos por la gracia de nuestro sacramento, que nos ayudes a darnos mutuamente con más alegría, para su mayor gloria. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Encontraremos la paz en Él. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Juan 16, 29-33

EVANGELIO
Tened valor: yo he vencido al mundo

Lectura del santo Evangelio según san Juan 16, 29-33
En aquel tiempo, dijeron los discípulos a Jesús: – «Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que saliste de Dios». Les contestó Jesús: – ¿Ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre. Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo».

Palabra del Señor.

Encontraremos la paz en Él.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Cuando creemos que sabemos y entendemos, el Señor y nos demuestra lo lejos que estamos de la plenitud y la verdad de Dios. Y nos lo hace ver para que encontremos la paz en Él, sabiendo que Él sí está con el Padre y ha vencido al mundo. Así, “tampoco el misterio de la familia cristiana puede entenderse plenamente si no es a la luz del infinito amor del Padre, que se manifestó en Cristo” (Amoris Laetitia 59)

El matrimonio es obra de Dios, y es un misterio que nos sobrepasa. Ponemos algunos ejemplos: Nuestro matrimonio y nuestra familia, han sido “restaurados a imagen de la Santísima Trinidad, misterio del que brota todo amor verdadero” (Amoris Laetitia 63). ¿Quién conoce el misterio de la Santísima Trinidad del que somos imagen?. “…los esposos son consagrados y, mediante una gracia propia, edifican el Cuerpo de Cristo y constituyen una iglesia doméstica (Amoris Laetitia 67) ¿Quién comprende este misterio en plenitud?.

Necesitamos seguir descubriéndolo de la mano del Señor, permanentemente, durante toda la vida. Necesitamos vivir un itinerario permanente de fe, formación y vida, para ir poco a poco desvelar estos misterios que Dios nos ha dado la gracia de vivir. El Señor dice que no tengamos miedo de las dificultades, incluso si nos hemos dispersado y hemos abandonado al Señor. No me puedo acomodar, porque pueden venir otros siete demonios y será peor. Tengo que seguir luchando por llegar al Señor a través de mi vocación conyugal, confiando en que Él ha vencido al mundo. Encontraremos la paz en Él.

Madre:
Qué perdido me encuentro a veces. Cómo me inunda la oscuridad y la falta de esperanza. En otras ocasiones, me creo en posesión de la verdad y me aferro a mi autosuficiencia. A veces tan arriba, a veces tan abajo… Hoy vivíamos en la Eucaristía el milagro de Dios que se hace pan y se deja comer para hacernos parte de Él. Después de vivir eso ¿Qué más muestras de amor necesito?. El Señor nos ha llamado a su Proyecto de Amor, de santidad. No nos cabe la menor duda de que lo va a hacer posible. Alabado y bendito seas por siempre, Señor.

Signos de Cristo terreno. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Lucas 24, 46-53

EVANGELIO
Mientras los bendecía, iba subiendo al cielo

Conclusión del santo Evangelio según san Lucas 24, 46-53
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: – «Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre; vosotros, por vuestra parte, quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la fuerza que vino de lo alto». Y los sacó hasta cerca de Betania y, levantando sus manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.

Palabra del Señor.

Signos de Cristo terreno.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

La Santísima Humanidad de Cristo, asciende al Padre. Nos invade una extraña sensación de tristeza y alegría a la vez. Tristeza porque como humanos, necesitamos que nuestra mirada se cruce con la de Jesús, tocarle, abrazarle, escuchar su voz realmente, contemplar los gestos de amor en su rostro… y no es posible. Y alegría, porque se queda en la Santa Eucaristía y nos envía el Espíritu de Dios.

Pero qué importante es para nosotros amar en la carne ¿Verdad?. Sin embargo, muchas veces tendemos a “espiritualizar” el amor y nos olvidamos de “encarnarlo” en nuestro esposo. Tan importante es el amor encarnado, que el mismo Dios se hizo carne para amarnos con un cuerpo y redimirnos entregando, precisamente, Su cuerpo. ¿Por qué nos empeñamos en esa especie de amor etéreo a Dios, como si pudiese existir separado de nuestro amor carnal a nuestro esposo?.

161. “Mientras la virginidad es un signo «escatológico» de Cristo resucitado, el matrimonio es un signo «histórico» para los que caminamos en la tierra, un signo del Cristo terreno que aceptó unirse a nosotros y se entregó hasta darnos su sangre.” (Papa Francisco Amoris Laetitia)

Cuando el Señor asciende a los cielos, los responsables de ser signos suyos en la tierra de esa entrega de Su cuerpo y de Su sangre, somos los esposos. Si no vivimos nuestro amor terrenal, ese amor que nos hace una sola carne, no estamos siendo Sus testigos.

Eso justo que echamos de menos de Jesús, una vez ascendido a los cielos, es lo que tenemos que experimentar con nuestro esposo: Ese cruce de miradas, esas caricias, abrazarnos, escucharnos hablándonos de amor y entregándonos mutuamente nuestros cuerpos, nuestra intimidad, aprovechando toda la potencia de esta carne que nos dio el Padre y cuya dignidad ha elevado Cristo a la categoría de Dios.

Madre:
Tú sabes muy bien cómo se encarna el Hijo de Dios, porque fuiste mediadora de la unión en Cristo de la divinidad de Dios y la humanidad del hombre. Acoge nuestro matrimonio en Tu seno para que, revestidos de la fuerza de lo alto, se manifieste en nuestra relación conyugal, el Espíritu de Dios. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Pedir en Su nombre. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Juan 16, 23b-28

EVANGELIO
El Padre os quiere, porque vosotros me queréis y creéis

Lectura del santo Evangelio según san Juan 16, 23b-28
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: – «En verdad, en verdad os digo: si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa. Os he hablado de esto en comparaciones; viene la hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que os hablaré del Padre claramente. Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios. Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre».

Palabra del Señor.

Pedir en Su nombre.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

¿Qué significa eso de pedir “en mi nombre” (que dice Jesús)?. Pedimos en nombre del Señor cuando estamos en gracia, en comunión con Él. El mejor momento es justo después de comulgar. Por unos minutos, yo soy uno en Él. Cuanto más unidos a Él estamos, más participamos del amor del Padre, porque el Padre nos ama en el Hijo.

Pedimos en Su nombre, cuando conocemos a Cristo porque vivimos una relación íntima con Él, conocemos Sus deseos, sabemos lo que quiere y lo deseamos también nosotros. Igual que en nuestra relación conyugal (imagen de la de Cristo con nosotros), para pedir algo en nombre de mi esposo, tengo que conocerle muy bien, conocer sus deseos para transmitirlos en Su nombre, según lo que le agrada. Acoger a Cristo no es tenerle fuera, en los libros, en las estampas o en las medallas. Es permanecer en Su corazón. Como los esposos, tenemos que hacernos un solo corazón, estar presentes el uno en el otro.

Nuestro camino de esposos hacia la unión mística con Cristo, nos permite conocerle y aprender a pedir cada vez más en Su nombre:
Y “la espiritualidad se encarna en la comunión familiar. Entonces, quienes tienen hondos deseos espirituales no deben sentir que la familia los aleja del crecimiento en la vida del Espíritu, sino que es un camino que el Señor utiliza para llevarles a las cumbres de la unión mística” (Papa Francisco Amoris Laetitia 316).

Madre:
Tú estás en Él y conoces Sus deseos. Sabemos que lo que Él quiere es que mi esposo y yo seamos uno. Pero Madre, grábalo en nuestro corazón, que percibamos este deseo del Señor en lo más hondo de nosotros, para que todos los demás deseos se ordenen alrededor de éste, el principal mandamiento de la ley del amor. Te lo pedimos en el nombre de Jesucristo nuestro Señor. Amén.