Archivo por días: 12 agosto, 2014

La familia, un hogar para Cristo. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Mateo 18, 15-20

La familia, un hogar para Cristo.

Cristo nos invita a recorrer su camino en comunión o en comunidad. El Señor habla de “dos o tres” reunidos en mi nombre o “si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra”… No podemos dejar de aplicar las palabras de Jesús a la alianza matrimonial y a la familia. Cristo está en medio del matrimonio y la familia, permanentemente.

Sacamos del libro Llamados al Amor, las siguientes reflexiones sobre la importancia de la familia.

La vida de una sociedad se dirige hacia el bien común. Éste se define no solamente por el servicio que unos realizan para otros, pues podría caerse en una mentalidad utilitarista, se define también por la dignidad de la persona. El bien común es el bien de vivir en comunión porque sólo así se llega a ser persona. Es en relación con otros donde se constituye la propia identidad y se puede encontrar un sentido para el camino de la vida. Esta percepción del bien común ha de ser adquirida desde la experiencia por contagio de unas personas a otras. ¿Dónde se experimenta esto? En la familia.

Primero los esposos: El encuentro entre ambos, supone una experiencia fundamental en su vida. Cuando la persona amada entra en la propia vida, se abre una dimensión insospechada de la existencia. Los amantes descubren entonces su verdadero nombre, y su vida se proyecta en un horizonte con sentido. El resultado es una verdadera unidad que hace a cada esposo ser verdaderamente él mismo. Su comunión les hace posible ser felices. Su unión es el mayor tesoro que poseen.

De ese amor surge la familia: La comunión de los esposos se expande en la comunidad de padre, madre e hijo. La familia no está sometida a la forma de cálculo de la sociedad, donde la suma de la productividad de cada uno se contabiliza como la productividad de un país, aunque detrás de este resultado se esconden tremendas desigualdades. La familia no se rige por la suma, sino por el producto, de manera que cualquier cantidad multiplicada por cero da cero. O es un bien común para las dos partes, o no sirve. Tampoco ocurre como en cualquier trabajo, donde se puede sustituir un trabajador por otro que realice las funciones más o menos igual. La familia es la escuela del bien común, donde cada uno es valorado y amado por ser quien es, y no es posible sustituirlo. En este entorno de caridad entre hermanos, se hace posible la corrección fraterna, de igual a igual como hijos de Dios, buscando el bien de la persona que es amada por sí misma. La familia es la escuela del bien común, donde el maestro es el Señor (para no caer en la soberbia) y corregiremos según Su Palabra.

En la familia se crece en amor y libertad. Aprendemos a amar y ser amados, aprendemos que no es cierto que mi libertad empieza donde acaba la tuya, como si nos estorbásemos y tuviésemos que poner un límite entre ambos. Mi libertad empieza donde empieza la tuya. La familia es el ADN de la sociedad, donde están escritos los parámetros básicos para que la sociedad funcione correctamente. Si se manipula este ADN, empiezan las malformaciones.

La familia es un tesoro de Dios, y desde luego que Cristo está presente en el centro. Por eso San Juan Pablo II decía aquella frase famosa “Familia sé lo que eres”. Porque la familia realiza un servicio insustituible a la Sociedad y a la Iglesia. Jesús dijo a sus discípulos “Vosotros sois la luz del mundo”. La luz lleva a cabo su misión simplemente siendo lo que es. La misión de la familia es ser ella misma: San Juan Pablo II la definía como “Íntima comunidad de vida y amor” “la esencia y el cometido de la familia son definidos… por el amor. Por eso la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su Esposa” (Familiaris Consortio 17)

Esposos, sólo falta una cosa para que esté Cristo en medio de nuestra familia: Que nos reunamos en Su nombre. Oremos en familia.

Oremos con el salmo: (Hoy por la obra de la familia) Alabad, siervos del Señor, alabad el nombre del Señor. Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre.

Del escándalo de la cruz al de evitar la cruz. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Mateo 18, 1-5. 10. 12-14

Del escándalo de la cruz al de evitar la cruz.

El Evangelio nos vuelve a revelar el Corazón de Dios. Nos hace entender con qué sentimientos actúa el Padre del cielo en relación con sus hijos y cuáles tenemos que tener nosotros en relación al Padre con el esposo e hijos.

Dos claves sobre la pequeñez:

La obligación para nosotros de luchar contra nuestra tendencia a engrandecernos: «Si no volvéis a ser como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Por tanto el que se haga pequeño, ese es el más grande…»

Lo que valora el Padre no es tanto «ser pequeño», sino «hacerse pequeño». «El que se haga pequeño…, ése es el mayor en el Reino de los Cielos». Por esto, podemos entender nuestra responsabilidad en esta acción de empequeñecernos, el Padre valora nuestra lucha. Él ve en nuestro corazón, lo mucho que nos esforzamos y contamos con Él, gozando de una relación filial. Esto es tener el corazón sencillo como el de un niño, es la pureza de corazón la que permite escuchar la voluntad del Padre, reconocer Su rostro en nuestro esposo.

La segunda clave es nuestro trato para con el otro, pues nos dice: «cuidado con despreciar a uno de estos pequeños…» «el que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí». ¿A qué pequeñez se refiere Jesús? Si contemplásemos a nuestro esposo, o nuestros hijos como ovejas buscadas por el Padre, seríamos capaces de ver más frecuentemente y más de cerca el rostro de Dios en ellos. “¡El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí!”.

Cuidado con despreciar y escandalizar a los pequeños, significa desde nuestra vocación conyugal: No ser fieles a nuestra llamada al Amor, no enseñar a nuestros hijos a Amar como Cristo. Que no vean en nosotros el espíritu de servicio, de sacrificio, la entrega, el perdón, la reconciliación… Un amor gratuito que no busca otro interés que el de agradar a Dios. Escandalizarles por ser con nuestro ejemplo, motivo para que nuestros hijos pierdan la fe en Dios y no conozcan el verdadero Amor, pues amar a alguien es decirle: tu no morirás.

Algunos matrimonios dejan de Amarse como Cristo porque viven una cruz. A veces se considera la cruz motivo de escándalo para los hijos, cuando el escándalo es que no conozcan el verdadero Amor redentor, la Vida y el poder de Dios.

Mateo conserva una frase muy dura de Jesús: “Pero al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos, y le hundan en lo profundo del mar”. Significa que hay que ser muy exigente en el combate contra el escándalo que aleja a los pequeños. Con otras palabras: nuestra llamada al amor debe ser nuestra prioridad.

Oramos con el salmo: ¡Qué dulce al paladar tu promesa, Señor! Mi alegría es el camino de tus preceptos, más que todas las riquezas.