Archivo por días: 31 agosto, 2014

Las tres llaves de la libertad. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Mateo 16, 21-27

Las tres llaves de la libertad.

Las pautas que nos da Jesús hoy tienen relación directa con nuestro compromiso matrimonial:
– Niéguese a sí mismo: Es el “yo me entrego a ti”. Porque nadie se puede entregar si antes no es dueño de sí mismo. Para ello, debemos ser dueños de nuestras pasiones, nuestros egoísmos, libres…
– Coja su cruz: Es “prometo serte fiel en… la enfermedad y… en las penas”. Reconocer que sólo se demuestra el amor si se es fiel en el sufrimiento.
– Y me siga: Es el “todos los días de mi vida”. Es el camino que hacemos día a día tras Jesús.

Cuando somos víctimas de una injusticia en nuestro matrimonio, sentimos la imperiosa necesidad de reclamar justicia, defendernos, explicarnos, lavar nuestra imagen. Ej. “Hay que ver que no piensas nada en mí.” ¿Quién calla después de una sentencia así? ¿Qué es lo que me hace tropezar para no pensar como Dios?

Cristo nos dice que cojamos su cruz y le sigamos. La cruz en la época de Jesús era algo denigrante. Se imponía a los bandidos y a los marginados. Tomar la cruz y aceptarla detrás de Jesús, era lo mismo que aceptar ser marginado por un sistema injusto. Cada vez por ejemplo que el esposo (o esposa) toma una decisión sin contar conmigo… o que actúa una y otra vez en contra de mis decisiones… ¿No son situaciones un tanto denigrantes?

El mensaje de Jesús es también el resumen del comportamiento cristiano:

Lo primero que propone Cristo es negarse a sí mismo. ¿Por qué? Tenemos una casi incontrolable tendencia al egoísmo, a la vanidad y al orgullo. Estos desórdenes nos aprisionan y nos quitan la libertad. Nos hacen actuar como no queremos y aunque inicialmente parece que producen cierta satisfacción, nos provocan infelicidad y falta de paz. No llegarás muy lejos ni en las cosas de los hombres, ni en las cosas de Dios, si haces de tu propio juicio el pedestal sobre el que asentar tu propio monumento. Ese “pues yo pienso que deberías…” no puede ser nuestro becerro de oro, un pedestal que impide la comunión conyugal. Por lo tanto, lo primero es luchar día a día para negarnos en estas tendencias para ser más libres y gozar de la común unión con Cristo. Seguramente tendré mucho que aprender de lo que piensas tú y de lo que piensa Él.

Lo segundo, es que tomemos la cruz. Veamos qué dice el catecismo en relación a esto:

618 “La Cruz es el único sacrificio de Cristo … Él quiere en efecto asociar a su sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros beneficiarios …”

Nos quiere hacer partícipes de Su redención. El que no coja su cruz también va a sufrir: Vamos que, aguantar al esposo (genérico) cuando está insoportable, no nos lo quita nadie. En cambio, si no lo vivimos como la cruz de Cristo lo sufriremos más, porque no vivimos una esperanza sino una resignación, y si nos enfrentamos a él/ella padeceremos el vacío de un mundo que no satisface. En la cruz se sufre, pero ese sufrimiento tiene sentido, Cristo comparte con nosotros la oportunidad de que nuestro sacrificio sea redentor, sea por amor. La cruz aunque parezca contradictorio es camino hacia la Vida, por este camino se obtiene la gloria del Padre, en la que cada uno participará según lo realizado en esta vida.

Por último, seguirle. Entre las cosas que más nos enamoran de Cristo, está su deseo de agradar siempre al Padre, viviendo sólo para hacer su voluntad. Actuemos así con nuestro/a esposo/a a imitación de Cristo.

Oramos con el Salmo: Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote. Me saciaré como de enjundia y de manteca, y mis labios te alabarán jubilosos.