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Esposos conductores de la luz. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Marcos 4, 21-25

EVANGELIO
La lámpara se trae para ponerla en el candelero. La medida que uséis la usarán con vosotros

Lectura del santo evangelio según san Marcos 4, 21-25
En aquel tiempo, Jesús dijo al gentío:
– «¿Se trae la lámpara para meterla debajo del celemín o debajo de la cama?, ¿no es para ponerla en el candelero?
No hay nada escondido, sino para que sea descubierto; no haya nada oculto, sino para que salga a la luz. El que tenga oídos para oír, que oiga.»
Les dijo también:
– «Atención a lo que estáis oyendo: la medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces. Porque al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene.»

Palabra del Señor.

Esposos conductores de la luz.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Estar abiertos a la luz, es estar abiertos a la acción del Espíritu Santo. En la medida en que le acojamos y nos dejemos llevar por Él, seremos luz, porque reflejaremos la Verdad, que es Cristo.

Así la luz brillará y no se quedará escondida detrás de nuestro yo (“debajo del celemín”), sino que se verán las buenas obras del Padre. Porque hablamos de ser luz y no de lucirse, que muchas veces nos lucimos bien lucidos… ¡Qué gran tentación! Que yo quede como el inteligente, simpático, elegante, culto… Eso no es reflejar a Dios, y si no buscamos al Señor, el resultado será “oscuro”. Atención, porque “la medida que usemos, la usarán con nosotros y con creces”. A ver si nos van a dar con nuestro orgullo en las narices.

El que es luz, transmite alegría y hace todo por un bien común. Se deja conducir por el Espíritu Santo, que provoca ese ímpetu que te hace saltar de tu propio «yo» y entregarte sin reserva a tu esposo, a tus hijos, a lo que Dios te pide, gozoso, con esa fuerza interior que te empuja a hacer lo que por ti mismo no harías.

Papa Juan Pablo II: “Familia, sé lo que eres” «si sois lo que debéis ser prenderéis fuego al mundo entero». Como decían los obispos de la Subcomisión Familia y Vida el día de la Sagrada Familia: «El mismo «Cristo necesita familias para recordar al mundo la dignidad del amor humano y la belleza de la vida familiar»»

¿Soy luz de Dios que ilumina a mi esposo con las cosas que hago y digo? ¿Cuándo actúo con él/ella, actúo en nombre del Señor? ¿Le transmito el bien que Dios quiere para él/ella?

Oración:
Pedimos a María para que cada uno de nuestros hogares, esté ardiendo con el calor y la luz que da el Espíritu Santo. Que mi rostro refleje la alegría que llevo dentro, Señor, aquí en mi casa, pues Tu Espíritu es como una fuente que va de mi corazón hacia fuera y se refleja en la alegría de mi rostro. Que refleje la trasformación interior que Tú realizas en mí.

PA SJPII Catequesis 790926 La respuesta de Cristo a los farieos sobre la indisolubilidad del matrimonio

Proyecto Amor Conyugal

JUAN PABLO II: AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 26 de septiembre de 1979

La respuesta de Cristo a los fariseos sobre la indisolubilidad del matrimonio

Invocamos al Espíritu Santo:

Ven Espíritu Santo por la poderosa intercesión de tu amadísima esposa la Virgen María y Madre Nuestra

Interpretación de la catequesis:

Hoy queremos sacar algunas conclusiones.

Cuando Cristo se refiere al principio, lleva a superar lo que hay entre el estado de inocencia original y el estado pecaminoso. Dos situaciones diametralmente opuestas.

Estas situaciones afectan diametralmente al interior del hombre: Al conocimiento, conciencia, opción y decisión, y todo esto en relación con Dios Creador. El árbol de la ciencia del bien y del mal, como símbolo de la alianza con Dios, brota en el corazón del hombre, delimita y contrapone estos dos estados.

Las palabras de Cristo que se refieren al principio, nos permiten encontrar una continuidad entre esos dos estados. El pecado forma parte del “hombre histórico”, pero ese estado hunde sus raíces en su propia “prehistoria” teológica, que es el estado de la inocencia original.

El brotar del estado pecaminoso está desde los comienzos en relación con la inocencia real del hombre que es creado “a imagen de Dios”. Cada punto de su estado pecaminoso en el alma y en el cuerpo, se explica con referencia a la inocencia original. Si cada pecado es consecuencia de la gracia perdida, entonces de alguna forma, cada pecado apunta a la gracia original de la inocencia.

Cuando Cristo en Mateo 19 se refiere al principio, tenemos derecho a aplicar el misterio de la redención a las palabras que Él pronunció. El hombre-mujer después de haber roto la alianza con el Creador, en las palabras llamadas del Protoevangelio, y el hombre (de aquel tiempo y de hoy) comienza a vivir la redención. El hombre de hoy también participa no solo del estado pecaminoso que ha heredado, sino también en la historia de la salvación, en este caso como sujeto y como cocreador. La carta a los Romanos presenta esta perspectiva: “…también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, suspirando por… la redención de nuestro cuerpo» (Rom 8, 23)

Si ese “Principio” no abriese al mismo tiempo la perspectiva de una «redención del cuerpo», la respuesta de Cristo no sería realmente entendida de modo adecuado. Precisamente esta perspectiva de la redención del cuerpo garantiza la continuidad y la unidad entre el estado hereditario del pecado del hombre y su inocencia original, aunque esta inocencia la haya perdido históricamente de un modo irremediable.

Debemos dirigir inmediatamente nuestra atención a un factor importante: la relación entre revelación y experiencia. Para interpretar correctamente la revelación acerca del hombre, debemos referirnos a la experiencia, ya que el hombre-cuerpo lo percibimos sobre todo con la experiencia. Desde nuestra experiencia “histórica” no podemos interpretar la inocencia original del hombre. Sin embargo, Romanos 8, 23 nos orienta mejor sobre la revelación del Principio a la que nos remite Cristo: «Nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, suspirando por… la redención de nuestro cuerpo». Si nos ponemos en esta actitud que sí podemos experimentar, el «principio» debe hablarnos con la gran riqueza de luz que proviene de la revelación.

 

EL MENSAJE DE ESTA CATEQUESIS PARA EL HOMBRE DE HOY:

EL ÁRBOL DE LA CIENCIA DEL BIEN Y DEL MAL

  • El árbol de la ciencia del bien y del mal era el símbolo de la alianza con Dios. En el centro de nuestro corazón, hoy se encuentra ese árbol que delimita y contrapone los dos estados, el del bien y el del mal. Implica el deseo de decidir por cuenta propia lo que es bueno y lo que es malo, es decir la absoluta «autonomía moral». Frente a ello, vivir correctamente el matrimonio conlleva necesariamente dejarme enseñar sobre lo que está bien y mal. La pregunta es ¿Por quién? ¿En base a quién y a qué tomo mis decisiones pequeñas o grandes de cada día? El hombre rompe la alianza con Dios en la búsqueda de la autosuficiencia (de ser como dioses y no necesitar de Dios), y servirse de los dones de Dios para la propia satisfacción. El hombre por sí mismo, no tiene la capacidad de poseer la ciencia del bien y del mal. Cuando nos regimos por la alianza con Dios, siguiendo Sus parámetros, obedeciéndole, nos va bien, la paz reina en nuestro corazón y en nuestro matrimonio.  Proverbios 3; Isaías 3:10; salmo 127,1-5
  • Las dos grandes cuestiones que le hicieron caer al hombre: La soberbia y la desobediencia. Ser como Dios. Crear nuestras propias reglas del bien y del mal. La desobediencia a Dios quiebra la paz y viene la muerte en nuestro corazón produciendo amargura, desánimo, GN 4, 6-7.
  • Contemplamos la figura de la serpiente en esa ruptura, un animal escurridizo, que parece pequeño e insignificante por su tamaño (frente a un oso o a un león) y que es sin embargo letal por su veneno. Es la imagen también de esas cosas aparentemente insignificantes que van minando la vida matrimonial.
  • La táctica del diablo es desviar sutilmente de la voluntad de Dios, con elecciones aparentemente muy atractivas y falsear lo que Dios ha dicho y después presentar a Dios como el enemigo. Hoy en día cada uno crea sus leyes. Adán y Eva quieren ser «astutos» como la serpiente y acaban por verse «desnudos» y teniéndose que cubrirse el uno del otro y de Dios. ¿Cuántas veces discuto con mi esposo sobre lo que está bien y lo que está mal?

EL VÍNCULO ENTRE EL ESTADO PECAMINOSO Y LA INOCENCIA ORIGINARIA

  • ¿Podemos volver al estado del principio a esa unidad en la carne, indisoluble? Sí, a algo mucho más grande, una vez elevados a la categoría de hijos de Dios, gracias a Jesucristo. Somos sujetos y corredentores. En nuestro matrimonio, podemos alcanzar el Reino con Jesús.
  • La redención es el camino de vuelta a esa experiencia primitiva.
  • La nueva alianza es Cristo, el signo, la cruz y la resurrección.
  • Cristo nos interpela a volver a vivir apoyándonos en la nueva alianza, que es Él mismo.
  • La justicia del hombre siempre será injusta. No sabemos hacernos felices a nosotros mismos. Solamente podemos experimentar e interpretar las leyes que Dios establece y ser fieles a la alianza con Él.
  • Tenemos que volver a vivir esa experiencia en la que los dos nos hacemos uno, tal como Dios nos ha creado. Nuestra tendencia en ese afán de controlar nuestra felicidad, es ser autosuficientes y egoístas, y esto nos separa. Nos creamos toda una estructura de leyes e ideas que intentan complementar mis inseguridades. Nos creamos una estructura artificial en la que apoyarnos, basada en unas seguridades falsas con las que nos intentamos garantizar nuestra estabilidad y felicidad. Debo estar dispuesto a romper con mi dureza de corazón, como nos pide Cristo, y renunciar a aferrarme a mis criterios y a esa autosuficiencia. Sustituir esa estructura que me he creado a base de razonamientos leyes e ideas, en los que no cabe mi esposo, y a veces hasta me estorba. Renunciar a controlar yo y vivir según las leyes específicas del matrimonio que Dios ha creado y ha pensado para mí, leyes en las que mi esposo es mi ayuda, y yo tengo que aprender mucho de él/ella y me tengo que apoyar mucho en él/ella para descubrir juntos nuestra semejanza con Dios, es decir, nuestra raíz inserta en la inocencia originaria.
  • Así, como le plantea Cristo a los fariseos, cuando estoy dispuesto a poner el amor por delante de mis leyes, cuando todo lo que hago lo hago por agradar a mi Señor a través de mi esposo, cuando solamente persigo el bien común, estoy dispuesto abierto a acoger un corazón de carne.
  • Juan Pablo II nos invita a contemplar nuestras raíces. Hay una forma específica de hacer presente a Cristo en nuestro matrimonio. ¿Cómo?: Muriendo el hombre viejo para nacer un nuevo ser siendo una sola carne en Cristo. Que ya no sea mi mirada ni la tuya, sino la de Cristo, mi criterio ni el tuyo, sino el de Cristo, mis sentimientos ni los tuyos, sino los de Cristo. En ese morir el antiguo hombre-mujer nace la comunión. Nuestro objetivo es ese camino de santidad en nuestra vocación. Él crea una nueva unión en Él.
  • A la santidad se aspira día a día. Aspirar a gozar de la plenitud de Dios ya en nuestro día a día. El cielo empieza aquí. El matrimonio es donde mejor se puede experimentar un anticipo del cielo en la Tierra.

 

COMENTARIOS DEL PADRE CARLOS GRANADOS 19/07/2013

Luego habláis también en la otra catequesis del tema del límite, que es interesante, porque el límite es lo que da la belleza y la perfección a la obra: sin límites no hay nada humano que esté «acabado». Es la belleza del límite como señal de perfección en lo humano. En Dios las cosas son de otro modo, pero nosotros no conocemos una perfección al margen del límite…

 

El caso:

Teresa y Javi, se han sentado a hablar. Hay muchas cosas que mejorar en su relación. Pasa el tiempo y no se están ocupando de su matrimonio.

Había caído en sus manos un artículo de un matrimonio Santo y decidieron leerlo por si les ayudaba. El artículo era el siguiente:

Esposos Beltrame Quattrocchi: un matrimonio santo.

Vida:

María Corsini y Luigi Beltrame fueron criados en el seno de una familia católica y desde pequeños practicaron fervientemente su fe, asistiendo todos los domingos a Misa y participando de los sacramentos. Debido a este legado, decidieron criar a sus hijos en los principios y valores de la fe católica.

En 1913, la joven familia atravesó un momento doloroso y bastante incierto cuando el embarazo de María tuvo serias complicaciones y los médicos pronosticaban que no sobreviviría al parto, ni tampoco el no nacido. Aunque los doctores manifestaron que un aborto podría salvar la vida de María, ésta consultando con su esposo, decidió confiar en la protección divina de Dios. Y, si bien es cierto el embarazo fue duro, tanto madre e hijo milagrosamente sobrevivieron. Esta experiencia llevó a toda la familia a consolidar su vida de fe y trabajar duro por sus anhelos de santidad.

María dio a luz a tres niños más; sus dos hijos varones profesaron el sacerdocio: Filippo es ahora Mons. Tarcisio de la diócesis de Roma y Cesare es el P. Paolino, un monje trapense.

La mayor de las hijas, Enrichetta, la que sobrevivió a ese difícil embarazo, constituyó un hogar según el modelo de sus padres; mientras que su hermana Stefania ingresó a la congregación de los benedictinos, siendo conocida por todos como la Madre Cecilia, y quien falleció en 1993.

La familia Beltrame Quattrochi fue conocida por todos por su activa participación en muchas organizaciones católicas. Luigi fue un respetado abogado, quien ocupó un cargo importante dentro de la política italiana. María trabajó como voluntaria asistiendo a los etíopes en dicho país durante la segunda guerra mundial.

Beatificación

La Congregación para la Causa de los Santos trató este caso como algo especial, y con la aprobación del Papa Juan Pablo II, se esclareció el camino para su beatificación luego de que se reconozca un milagro a su intercesión.

El Prefecto, Cardenal José Saraiva Martins, señaló que era imposible beatificarlos por separado debido a que no se podía separar su experiencia de santidad, la cual fue vivida en pareja y tan íntimamente. «Su extraordinario testimonio no podía permanecer escondido».

A la ceremonia asistieron los dos hijos varones del matrimonio: Filippo y Cesare quienes concelebraron la Misa de beatificación con el Papa. La tercera, Enrichetta, se sentaba entre los peregrinos que llenaron hasta los topes el templo más grande de la cristiandad.

«Lo ordinario de manera extraordinaria»

En su homilía, el Santo Padre aseguró que los esposos beatos, durante más de sus 50 años como matrimonio supieron vivir «una vida ordinaria de manera extraordinaria».

«Entre las alegrías y las preocupaciones de una familia normal -afirmó el Papa- supieron realizar una existencia extraordinariamente rica de espiritualidad. En el centro, la eucaristía diaria, a la que se añadía la devoción filial a la Virgen María, invocada con el Rosario recitado todas las noches, y la referencia a sabios consejos espirituales».

El Pontífice manifestó que los esposos «vivieron a la luz del Evangelio y con gran intensidad humana el amor conyugal y el servicio a la vida».

«Asumieron con plena responsabilidad la tarea de colaborar con Dios en la procreación, dedicándose generosamente a los hijos para educarles, guiarles, orientales, en el descubrimiento de su designio de amor», agregó.

«Una auténtica familia, fundada en el matrimonio, es en sí misma una «buena noticia» para el mundo», puntualizó.

Familia cristiana

En su relato, el P. Tarcisio recuerda que «nuestra vida familiar no tuvo nada de extraordinaria, fue un hecho ordinario, con sus debilidades».

«Fuimos una familia abierta a los amigos y a todos los que querían respirar el clima de nuestro hogar», relata el P. Tarcisio. La habitación de huéspedes siempre estaba lista».

«En los años de la guerra, a menudo arriesgando muchísimo, acogimos y prestamos ayuda a todo el que la pidió», concluyó.

Tras leer esto, Teresa y Javi retoman con alegría su matrimonio con el propósito de seguir los pasos de Luigi y María: «una vida ordinaria de manera extraordinaria» deciden poner sus asuntos en manos de Dios a la luz de lo que ven hacer a Cristo en el Evangelio. Ahora saben que Cristo ha redimido el matrimonio, y con Él, es posible vivir un matrimonio santo.

¡manos a la obra esposos de María!

 

RATO DE ORACION.

 

PROPÓSITO PERSONAL Y EN GRUPO:

Sugerencia:

  • Mirar a Cristo en el Evangelio que hace y que dice y hablar entre los esposos eso mismo como lo hacemos y decimos nosotros.
  • Antes de tomar una decisión, sospechar de mi mismo y mirar si es lo que le agrada a Dios, renunciando a nuestra voluntad a favor de mi esposo por agradarle.
  • Confiar en Dios y confiarle nuestras cosas, planes, decisiones…

 

 

Copia íntegra de la catequesis de JPII:

JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 26 de septiembre de 1979

La respuesta de Cristo a los fariseos sobre la indisolubilidad del matrimonio

  1. Cristo, respondiendo a la pregunta sobre la unidad y la indisolubilidad del matrimonio, se remitió a lo que está escrito en el libro del Génesis sobre el tema del matrimonio. En nuestras dos reflexiones precedentes hemos sometido a análisis tanto el llamado texto elohísta (Gén 1) como el yahvista (Gén 2). Hoy queremos sacar algunas conclusiones de este análisis.

Cuando Cristo se refiere al «principio», lleva a sus interlocutores a superar, en cierto modo, el límite que, en el libro del Génesis, hay entre el estado de inocencia original y el estado pecaminoso que comienza con la caída original.

Simbólicamente se puede vincular este límite con el árbol de la ciencia del bien y del mal, que en el texto yahvista delimita dos situaciones diametralmente opuestas: la situación de la inocencia original y la del pecado original. Estas situaciones tienen una dimensión propia en el hombre, en su interior, en su conocimiento, conciencia, opción y decisión, y todo esto en relación con Dios Creador que, en el texto yahvista (Gén 2 y 3) es, al mismo tiempo, el Dios de la Alianza, de la alianza más antigua del Creador con su criatura, es decir, con el hombre. El árbol de la ciencia del bien y del mal, como expresión y símbolo de la alianza con Dios, rota en el corazón del hombre, delimita y contrapone dos situaciones y dos estados diametralmente opuestos: el de la inocencia original y el del pecado original, y a la vez del estado pecaminoso hereditario en el hombre que deriva de dicho pecado. Sin embargo, las palabras de Cristo, que se refieren al «principio», nos permiten encontrar en el hombre una continuidad esencial y un vínculo entre estos dos diversos estados o dimensiones del ser humano. El estado de pecado forma parte del «hombre histórico», tanto del que se habla en Mateo 19, esto es, del interlocutor de Cristo entonces, como también de cualquier otro interlocutor potencial o actual de todos los tiempos de la historia y, por lo tanto, naturalmente, también del hombre de hoy. Pero ese estado —el estado «histórico» precisamente— en cada uno de los hombres, sin excepción alguna, hunde sus raíces en su propia «prehistoria» teológica, que es el estado de la inocencia original.

  1. No se trata aquí de sola dialéctica. Las leyes del conocer responden a las del ser. Es imposible entender el estado pecaminoso «histórico», sin referirse o remitirse (y Cristo efectivamente a él se remite) al estado de inocencia original (en cierto sentido «prehistórica») y fundamental. El brotar, pues, del estado pecaminoso, como dimensión de la existencia humana, está, desde los comienzos, en relación con esa inocencia real del hombre como estado original y fundamental, como dimensión del ser creado «a imagen de Dios». Y así sucede no sólo para el primer hombre, varón y mujer, como dramatis personae y protagonista de las vicisitudes descritas en el texto yahvista de los capítulos 2 y 3 del Génesis, sino también para todo el recorrido histórico de la existencia humana. El hombre histórico está, pues, por decirlo así, arraigado en su prehistoria teológica revelada; y por esto cada punto de su estado pecaminoso histórico se explica (tanto para el alma como para el cuerpo) con referencia a la inocencia original. Se puede decir que esta referencia es «coheredad» del pecado, y precisamente del pecado original. Si este pecado significa, en cada hombre histórico, un estado de gracia perdida, entonces comporta también una referencia a esa gracia, que era precisamente la gracia de la inocencia original.
  2. Cuando Cristo, según el capítulo 19 de San Mateo, se refiere al «principio», con esta expresión no sólo indica el estado de inocencia original como horizonte perdido de la existencia humana en la historia. Tenemos el derecho de atribuir al mismo tiempo toda la elocuencia del misterio de la redención a las palabras que El pronuncia con sus propios labios. Efectivamente, ya en el ámbito del mismo texto yahvista del Gén 2 y 3, somos testigos de que el hombre, varón y mujer, después de haber roto la alianza original con su Creador, recibe la primera promesa de redención en las palabras del llamado Protoevangelio en Gén 3, 15, [1] y comienza a vivir en la perspectiva teológica de la redención. Así, pues, el «hombre histórico» —tanto el interlocutor de Cristo de aquel tiempo, del que habla Mt 19, como el hombre de hoy— participa de esta perspectiva. El participa no sólo en la historia del estado pecaminoso humano como sujeto hereditario y, a la vez, personal e irrepetible de esta historia, sino que participa también en la historia de la salvación, si bien aquí como sujeto y cocreador. Por tanto, está no sólo cerrado, a causa de su estado pecaminoso, respecto a la inocencia original, sino que está al mismo tiempo abierto hacia el misterio de la redención, que se ha realizado en Cristo y a través de Cristo. Pablo, autor de la carta a los Romanos, presenta esta perspectiva de la redención, en la que vive el hombre «histórico», cuando escribe: «…también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, suspirando por… la redención de nuestro cuerpo» (Rom 8, 23). No podemos perder de vista esta perspectiva mientras seguimos las palabras de Cristo que, en su conversación sobre la indisolubilidad del matrimonio recurre al «principio». Si ese «principio» indicase sólo la creación del hombre como «varón y mujer», si —como ya hemos señalado— llevase a los interlocutores sólo a través del límite del estado de pecado del hombre hasta la inocencia original, y no abriese al mismo tiempo la perspectiva de una «redención del cuerpo», la respuesta de Cristo no sería realmente entendida de modo adecuado. Precisamente esta perspectiva de la redención del cuerpo garantiza la continuidad y la unidad entre el estado hereditario del pecado del hombre y su inocencia original, aunque esta inocencia la haya perdido históricamente de un modo irremediable. También es evidente que Cristo tiene el máximo derecho de responder a la pregunta que le propusieron los doctores de la Ley y de la Alianza (como leemos en Mt 19 y en Mc 10), en la perspectiva de la redención sobre la cual se apoya la misma Alianza.
  3. Si en el contexto de la teología del hombre-cuerpo, así delineados substancialmente, pensamos en el método de los análisis ulteriores acerca de la revelación del «principio», en el que es esencial la referencia a los primeros capítulos del libro del Génesis, debemos dirigir inmediatamente nuestra atención a un factor que es particularmente importante para la interpretación teológica: importante porque consiste en la relación entre revelación y experiencia. En la interpretación de la revelación acerca del hombre y sobre todo acerca del cuerpo, debemos referirnos a la experiencia por razones comprensibles, ya que el hombre-cuerpo lo percibimos sobre todo con la experiencia. A la luz de las mencionadas consideraciones fundamentales, tenemos pleno derecho a abrigar la convicción de que esta nuestra experiencia «histórica» debe, en cierto modo, detenerse en los umbrales de la inocencia original del hombre, porque en relación con ella permanece inadecuada. Sin embargo, a la luz de las mismas consideraciones introductorias, debemos llegar a la convicción de que nuestra experiencia humana es, en este caso, un medio de algún modo legítimo para la interpretación teológica, y es, en cierto sentido, un punto de referencia indispensable, al que debemos remitirnos en la interpretación del «principio». El análisis más detallado del texto nos permitirá tener una visión más clara de él.
  4. Parece que las palabras de la carta a los Romanos 8, 23, que acabamos de citar, orientan mejor nuestras investigaciones, centradas en la revelación de ese «principio», al que se refirió Cristo en su conversación sobre la indisolubilidad del matrimonio (Mt 19 y Mc 10). Todos los análisis sucesivos que se harán a este propósito basándose en los primeros capítulos del Génesis, reflejarán casi necesariamente la verdad de las palabras paulinas: «Nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, suspirando por… la redención de nuestro cuerpo». Si nos ponemos en esta actitud —tan profundamente concorde con la experiencia [2]—, el «principio» debe hablarnos con la gran riqueza de luz que proviene de la revelación, a la que desea responder sobre todo la teología. La continuación de los análisis nos explicará por qué y en qué sentido ésta debe ser teología del cuerpo.

Notas

[1] Ya la traducción griega del Antiguo Testamento, la de los Setenta, que se remonta más o menos al siglo II a. C., interpreta el Gén 3, 15 en el sentido mesiánico, aplicando el pronombre masculino autós refiriéndose al sustantivo neutro griego sperma (semen de la Vulgata). La traducción judía mantiene esta interpretación.

La exégesis cristiana, comenzando por San Ireneo (Adv. Haer. III, 23, 7) ve este texto como «Protoevangelio», que preanuncia la victoria sobre satanás traída por Jesucristo. Aunque en los últimos siglos los estudiosos de la Sagrada Escritura hayan interpretado diversamente esta perícopa, y algunos de ellos impugnen la interpretación mesiánica, sin embargo en los últimos tiempos se retorna a ella bajo un aspecto un poco distinto. El autor yahvista une efectivamente la prehistoria con la historia de Israel, que alcanza su cumbre en la dinastía mesiánica de David, que llevará a cumplimiento las promesas del Gén 3, 15 (cf. 2 Sam 7, 12).

El Nuevo Testamento ha ilustrado el cumplimiento de la promesa en la misma perspectiva mesiánica: Jesús es Mesías, descendiente de David (Rom 1, 3; 2 Tim 2, 8), nacido de mujer (Gál 4, 4), nuevo Adán-David (1 Cor 15), que debe reinar «hasta poner a todos sus enemigos bajo sus pies» (1 Cor 15, 25). Y finalmente (Apoc 12, 1-10) presenta el cumplimiento final de la profecía del Gén 3, 15, que aun no siendo un anuncio claro e inmediato de Jesús, como Mesías de Israel, sin embargo conduce a El a través de la tradición real y mesiánica que une al Antiguo y al Nuevo Testamento.

[2] Hablando aquí de la relación entre la «experiencia» y la «revelación», más aún, de una convergencia sorprendente entre ellas, sólo queremos constatar que el hombre, en su estado actual de existir en el cuerpo, experimenta múltiples limitaciones, sufrimientos, pasiones, debilidades y finalmente la misma muerte, los cuales, al mismo tiempo, refieren este su existir en el cuerpo a un diverso estado o dimensión. Cuando San Pablo escribe sobre la «redención del cuerpo», habla con el lenguaje de la revelación; la experiencia efectivamente no está en condiciones de captar este contenido o mejor esta realidad. Al mismo tiempo en el conjunto de este contenido, el autor de Rom 8, 23 toma de nuevo todo lo que, tanto a él como en cierto modo, a todo hombre (independientemente de su relación con la revelación) se le ha ofrecido a través de la experiencia de la existencia humana, que es una existencia en el cuerpo.

Tenemos, pues, el derecho de hablar de la relación entre la experiencia y la relación, más aún, tenemos el derecho de proponer el problema de su relación recíproca, si bien para muchos entre la una y la otra hay una línea de demarcación que es una línea de total antítesis y de antinomia radical. Esta línea, a su parecer, debe ser trazada sin duda entre la fe y la ciencia, entre la teología y la filosofía. Al formular este punto de vista, se tienen en cuenta más bien conceptos abstractos que no el hombre como sujeto vivo.

 

 

PA SJPII Catequesis 791010 El significado de la soledad originaria del hombre

Proyecto Amor Conyugal

JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 10 de octubre de 1979

El significado de la soledad originaria del hombre

 

Interpretación del texto:

Dios dice “No es bueno que el hombre esté solo, voy a hacerle una ayuda semejante a él”.

El primer hombre es definido como “varón” sólo después de crear a la mujer. Por tanto la soledad la experimenta el hombre genéricamente hablando.

Esta soledad tiene dos significados, uno que se deriva de la naturaleza misma del hombre y otro de la relación varón-mujer. Sigue leyendo

SJPII Catequesis 790926 La respuesta de Cristo a los farieos sobre la indisolubilidad del matrimonio

Proyecto Amor Conyugal

JUAN PABLO II: AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 26 de septiembre de 1979

La respuesta de Cristo a los fariseos sobre la indisolubilidad del matrimonio

Interpretación de la catequesis:

Hoy queremos sacar algunas conclusiones.

Cuando Cristo se refiere al principio, lleva a superar lo que hay entre el estado de inocencia original y el estado pecaminoso. Dos situaciones diametralmente opuestas.

Estas situaciones afectan diametralmente al interior del hombre: Al conocimiento, conciencia, opción y decisión, y todo esto en relación con Dios Creador. El árbol de la ciencia del bien y del mal, como símbolo de la alianza con Dios, brota en el corazón del hombre, delimita y contrapone estos dos estados. Sigue leyendo

JPII Catequesis 790919 El relato bíblico de la creación del hombre

Proyecto Amor Conyugal

JUAN PABLO II: AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 19 de septiembre de 1979

El relato bíblico de la creación del hombre

Invocamos al Espíritu Santo:

Espíritu santo ven cada día a nuestros corazones, enséñanos y empújanos a practicar este amor según Dios desea, no lo buscamos por egoísmo, sino para alabarle, glorificarle en las dificultades y en lo fácil, alegrías y penas todos los días de nuestra vida y así contribuir con Él en su Reino de Amor, para que se haga realidad en nuestro hogar.

 

INTERPRETACIÓN DE LA CATEQUESIS:

Cristo se refiere al principio, a ese momento del Génesis en que el hombre vivía un estado de santidad por su inocencia, pues no conocía el mal.

La creación se relata como en tres fases. Primero es creado el hombre genérico, y no se habla ni de varón ni de mujer.

Después separa Dios al hombre en dos sexos, varón y mujer. Entonces el hombre y la mujer se ven como “hueso de mis huesos y carne de mi carne” y «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre; y se unirá a su mujer, y vendrán a ser los dos una sola carne» (Gén 2, 24). Es el momento de la unión de ambos en una sola carne.

Se relata un tercer estado, que es expresamente el de “inocencia originaria” y que se describe cuando dice el Génesis «Estaban los dos desnudos, el hombre y su mujer, sin avergonzarse de ello»(Gén 2, 25).

Pero el hombre pierde ese estado de santidad cuando, en Génesis 3, se relata la primera caída del hombre y la mujer en el pecado, vinculada al árbol de la ciencia del bien y del mal.

A partir de que el hombre y la mujer pecan, surge en ellos una situación completamente contraria al estado de inocencia anterior. Es el estado de la naturaleza caída. Ambos estados son totalmente contrapuestos y podríamos decir que incompatibles, ya que ¿Cómo se puede recuperar la pureza de la inocencia?

La sorpresa viene cuando Cristo, hablando con los fariseos, les ordena en cierto sentido volver a ese estado de inocencia del principio, cuando no aprueba lo que «por dureza del… corazón» permitió Moisés. Por tanto, ese estado de santidad originaria no ha perdido vigencia. De alguna forma nos da poder para traspasar ese límite que separa esos dos estados tan contrapuestos (de inocencia y de pecado) y volver a vivir el estado original.

 

EL MENSAJE DE ESTA CATEQUESIS PARA EL HOMBRE DE HOY:

Cada vez que pecamos por elección, por dejarnos llevar de una naturaleza débil y poco fortalecida en el Espíritu, cae como un velo oscuro sobre el alma que afecta a nuestra mirada, afectos, estado de ánimo…, a nuestro matrimonio y en definitiva a nuestra vida, generando mal y muerte. Pero Cristo nos exhorta a salir de esto, Él lo hace posible.

La oportunidad que Dios me da para salir de ese estado de tristeza y dolor, es el matrimonio. En nuestra relación tenemos el camino para ir limpiando y purificando nuestra mirada. Es cuando me dejo llevar por mis impulsos (ira, emociones…) ante las dificultades de mi convivencia matrimonial, cuando descubro mi “dependencia” de mis propios gustos y manías que me atan. Tengo la oportunidad de liberarme poco a poco de mis propias tendencias egoístas y cerrazón, si aprendo a amarle. Ahora tiene sentido luchar en mi matrimonio, por ese fin hermoso que Dios busca para mí.

El tema del árbol del conocimiento del bien y del mal es interesante: implica el deseo de decidir por cuenta propia lo que es bueno y lo que es malo, es decir la absoluta «autonomía moral». Frente a ello el matrimonio supone que me dejo enseñar en lo que está bien y mal.

De la humildad, y de hacernos vulnerables surge ese ser “una sola carne” a la que Dios nos ha llamado.

DESARROLLO:

A partir de que el hombre y la mujer pecan, surge en ellos una situación completamente contraria al estado de inocencia anterior. Es el estado de la naturaleza caída. ¿Cómo se puede recuperar la pureza del alma?

Cristo hace posible el estado de santidad y por tanto de felicidad, mas no sin nosotros, nos exhorta a sobrepasar el limite, siendo exigentes con nosotros mismos y esforzándonos en dar muerte a todo lo que nos separa del amor, en nuestro corazón desde nuestra vocación conyugal: Criterios humanos, orgullo, egoísmo… esas costumbres de nuestras familias de origen, para formar una nueva familia. Este nuevo ser nace de la renuncia, de las diferencias que son puntos de unión y crecimiento desde la humildad, dejarse influir, la escucha que lleva a conocernos y conocer la Verdad. Entonces los esposos experimentan en su corazón: Éste sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne.

Es mandato de Dios ser una sola carne para los esposos, un modo de dar muerte al hombre viejo para que por amor, nazca el nuevo. «Y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad» (Efesios 4,24)

Col 3,7 dice: “En las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas”. Esas cosas se refieren a nuestra naturaleza terrenal, en la que andábamos en otro tiempo. Debemos creer que el Señor Jesús realizó toda Su obra en la tierra y fue crucificado por nosotros, y todas las cosas terrenales en las que anduvimos en otro tiempo ya fueron crucificadas con Él. Ahora, debemos acoger esas nuevas actitudes que nos ofrece.

Col. 3,8: “Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia…”. Dependiendo de nuestra elección, las consecuencias serán unas u otras. Si decidimos abrirnos a la riqueza que nos aporta el matrimonio, a la oportunidad que Dios nos da de salir de mí mismo para preocuparme del otro, podremos acercarnos poco a poco a la superación de ese límite que me separa del estado originario que Dios quiso para mí, donde sólo hay paz, alegría y felicidad.

 

RATO DE ORACION:

Los esposos juntos, recordamos las palabras de Jesús: “DONDE DOS O TRES ESTÁN REUNIDOS EN MI NOMBRE, ALLÍ ESTOY YO EN MEDIO DE ELLOS” (MT 18,20)

Diálogo con Cristo entre los esposos:

Señor, queremos encontrarnos contigo en este momento, esperando tener la docilidad de corazón para no convertir esta oración en un interrogatorio, en exigencias, en quejas o para pedirte lo que creo necesitar. ¡Ven Espíritu Santo muéstrame la verdad, la belleza de tu plan, y de tu voluntad!

Señor, yo (nombre de ella) ¿Acepto hacerme vulnerable en lo más íntimo de mí, para nacer de mi esposo (varón)?.

Señor, yo (nombre de él) ¿Acepto hacerme vulnerable en lo más íntimo de mi, para nacer de mi esposa y ser una sola carne?.

¿Acogemos la oportunidad que das de ser lo que Tú quieres que seamos?  Señor ¿Nos creemos de verdad que Tú lo harás posible?

 

EL CASO:

Ramón se marchó de casa. Nunca se había ido, pero después de 19 años de casados, ya no aguantaba más. Ramón y Paquita tienen mucho carácter, y existe una tensión entre ellos casi insoportable. Ella confiesa que a veces le entran ganas de abrazarse a él, pero tiene tantas malas experiencias a sus espaldas, que en seguida se le quitan las ganas y piensa “anda y que te ondulen”.

Un amigo de Ramón, cuando ya se había marchado de casa le dijo “¿Has hecho todo lo posible?” Ramón contestó que sí, pero luego se quedó pensando, porque en realidad, no lo había intentado todo. Más bien, había luchado bastante poco. Así que finalmente, ambos acuden pidiendo ayuda.

En realidad, no había ocurrido nada especialmente grave entre ambos. Simplemente, existía un ambiente de tensión que constantemente les hacía discutir por cualquier cosa.

Ramón y Paquita nos preguntan si tiene arreglo lo suyo. No tienen ninguna fe en su relación y perciben que hay ya tal lío de dolores y sinsabores que no hay quien lo deslíe. ¿Será posible limpiar todo ese desorden?

 

MIRAMOS NUESTRA VIDA Y DIALOGAMOS ENTRE EL GRUPO:

Las catequesis de hoy, nos abre una ventana de esperanza muy ilusionante. Cristo nos exhorta a vivir de otro modo: Su reino de amor y con esta reunión nos invita a ello, nos dice que es posible.

Sabemos, que cuando hablamos de santidad, hay muchas cosas que nos parecen inalcanzables para nosotros. Pero a la luz de la catequesis de hoy:

¿Qué es lo que nos dificulta o imposibilita, vivir una unión para la que hemos sido creados y por el que Cristo dio su vida? Ponerle nombre a esos pecados, especialmente mirar el espanto del rostro de la dureza de corazón ¿Por qué este es tan infecundo y destructivo para los esposos, cuáles son sus consecuencias?
¿Qué nos ayuda a esforzarnos por darle muerte al hombre viejo?
Recordemos unas palabras de santa Teresa de Jesús:

El hombre no deja las cosas porque sí, sino porque encuentra un tesoro mejor.

¿Cuál es tu tesoro?  Final del formulario

 

PROPÓSITO PERSONAL Y CONYUGAL:

Sugerencia:

Renunciar a algo que sé que le hiere o molesta a mi esposo por amor a Dios o a él/ella e intentar hacer algo que sé que le agrada. (si no lo tienes claro, sugerimos que se lo preguntes abiertamente ¿Qué puedo hacer para hacerte feliz?

Poniendo aquí todo esfuerzo personal.

 

 

Copia íntegra de la catequesis de JPII:

JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 19 de septiembre de 1979

El relato bíblico de la creación del hombre

  1. Respecto a las palabras de Cristo sobre el tema del matrimonio en las que se remite al «principio», dirigimos nuestra atención, hace una semana, al primer relato de la creación del hombre en el libro del Génesis (cap. 1). Hoy pasaremos al segundo relato que, frecuentemente es conocido por «yahvista», ya que en él a Dios se le llama «Yahvé».

El segundo relato de la creación del hombre (vinculado a la presentación tanto de la inocencia y felicidad originales, como a la primera caída) tiene un carácter diverso por su naturaleza. Aún no queriendo anticipar los detalles de esta narración —porque nos convendrá retornar a ellos en análisis ulteriores— debemos constatar que todo el texto, al formular la verdad sobre el hombre, nos sorprende con su profundidad típica, distinta de la del primer capítulo del Génesis. Se puede decir que es una profundidad de naturaleza sobre todo subjetiva y, por lo tanto, en cierto sentido, sicológica. El capítulo 2 del Génesis constituye, en cierto modo, la más antigua descripción registrada de la autocomprensión del hombre y, junto con el capítulo 3, es el primer testimonio de la conciencia humana. Con una reflexión profunda sobre este texto a través de toda la forma arcaica de la narración, que manifiesta su primitivo carácter mítico [1] ([*]) encontramos allí «in núcleo» casi todos los elementos del análisis del hombre, a los que es tan sensible la antropología filosófica moderna y sobre todo la contemporánea. Se podría decir que el Génesis 2 presenta la creación del hombre especialmente en el aspecto de la subjetividad. Confrontando a la vez ambos relatos, llegamos a la convicción de que esta subjetividad corresponde a la realidad objetiva del hombre creado «a imagen de Dios». E incluso este hecho es —de otro modo— importante para la teología del cuerpo, como veremos en los análisis siguientes.

  1. Es significativo que Cristo, en su respuesta a los fariseos, en la que se remite al «principio», indica ante todo la creación del hombre con referencia al Génesis 1, 27: «El Creador al principio los creó varón y mujer»; sólo a continuación cita el texto del Génesis 2, 24. Las palabras que describen directamente la unidad e indisolubilidad del matrimonio, se encuentran en el contexto inmediato del segundo relato de la creación, cuyo rasgo característico es la creación por separado de la mujer (cf. Gén 2, 18-23), mientras que el relato de la creación del primer hombre (varón) se halla en Gén 2, 5-7. A este primer ser humano la Biblia lo llama «hombre» (‘adam, mientras que, por el contrario, desde el momento de la creación de la primera mujer comienza a llamarlo «varón», ‘is’ en relación a ‘issâh («mujer», porque está sacada del varón = ‘is) [2]. Y es también significativo que, refiriéndose al Gén 2, 24, Cristo no sólo une el «principio» con el misterio de la creación, sino también nos lleva, por decirlo así, al límite de la primitiva inocencia del hombre y del pecado original. La segunda descripción de la creación del hombre ha quedado fijada en el libro del Génesis precisamente en este contexto. Allí leemos ante todo: «De la costilla que del hombre tomara, formó Yahvé Dios a la mujer, y se la presentó al hombre. El hombre exclamó: ‘Esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta se llamará varona, porque del varón ha sido tomada'» (Gén 2, 22-23). «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre; y se unirá a su mujer, y vendrán a ser los dos una sola carne» (Gén 2, 24).

«Estaban los dos desnudos, el hombre y su mujer, sin avergonzarse de ello»(Gén 2, 25).

  1. A continuación, inmediatamente después de estos versículos, comienza el Génesis 3 la narración de la primera caída del hombre y de la mujer, vinculada al árbol misterioso, que ya antes había sido llamado «árbol de la ciencia del bien y del mal» (Gén 2, 17). Con esto surge una situación completamente nueva, esencialmente distinta de la precedente. El árbol de la ciencia del bien y del mal es una línea divisoria entre dos situaciones originarias, de las que habla el libro del Génesis. La primera situación es la de la inocencia original, en la que el hombre (varón y hembra) se encuentran casi fuera del conocimiento del bien y del mal, hasta que no quebranta la prohibición del Creador y no come del fruto del árbol de la ciencia. La segunda situación, en cambio, es esa en la que el hombre, después de haber quebrantado el mandamiento del Creador por sugestión del espíritu maligno simbolizado en la serpiente, se halla, en cierto modo, dentro del conocimiento del bien y del mal. Esta segunda situación determina el estado pecaminoso del hombre, contrapuesto al estado de inocencia primitiva.

Aunque el texto yahvista sea muy conciso en su conjunto, basta sin embargo diferenciar y contraponer con claridad esas dos situaciones originarias. Hablamos aquí de situaciones, teniendo ante los ojos el relato que es una descripción de acontecimientos. No obstante, a través de esta descripción y de todos sus pormenores, surge la diferencia esencial entre el estado pecaminoso del hombre y el de su inocencia original [3]. La teología sistemática entreverá en estas dos situaciones antitéticas dos estados diversos de la naturaleza humana: status naturae integrae (estado de naturaleza íntegra) y status naturae lapsae (estado de naturaleza caída). Todo esto brota de ese texto «yahvista» del Gén 2 y 3, que encierra en sí la palabra más antigua de la revelación, y evidentemente tiene un significado fundamental para la teología del hombre y para la teología del cuerpo.

  1. Cuando Cristo, refiriéndose al «principio», lleva a sus interlocutores a las palabras del Gén 2, 24, les ordena, en cierto sentido, sobrepasar el límite que, en el texto yahvista del Génesis, hay entre la primera y la segunda situación del hombre. No aprueba lo que «por dureza del… corazón» permitió Moisés, y se remite a las palabras de la primera disposición divina, que en este texto está expresamente ligada al estado de inocencia original del hombre. Esto significa que esta disposición no ha perdido vigencia, aunque el hombre haya perdido su inocencia primitiva. La respuesta de Cristo es decisiva y sin equívocos. Por eso debemos sacar de ella las conclusiones normativas, que tienen un significado esencial no sólo para la ética, sino sobre todo para la teología del hombre y para la teología del cuerpo, que, como un punto particular de la antropología teológica, se establece sobre el fundamento de la palabra de Dios que se revela. Trataremos de sacar estas conclusiones en el próximo encuentro.

Notas

[1] Si en el lenguaje del racionalismo del siglo XIX el término «mito» indicaba lo que no se contenía en la realidad, el producto de la imaginación (Wundt), o lo que es irracional (Lévy-Bruhl), el siglo XX ha modificado la concepción del mito.

  1. Walk ve en el mito la filosofía natural, primitiva y arreligiosa; R. Otto lo considera instrumento del conocimiento religioso; para C. G. Jung, en cambio, el mito es manifestación de los arquetipos y la expresión del «inconsciente colectivo», símbolo de los procesos interiores.
  2. Eliade descubre en el mito la estructura de la realidad que es inaccesible a la investigación racional y empírica: efectivamente, el mito transforma el suceso en categoría y hace capaz de percibir la realidad transcendente; no es sólo símbolo de los procesos interiores (como afirma Jung), sino un acto autónomo y creativo del espíritu humano, mediante el cual se actúa la revelación (Cfr. Traité d’histoire des religions, París 1949, pág. 363; Images et symboles, París 1952, págs. 199-235).

Según P. Tillich el mito es un símbolo, constituido por los elementos de la realidad para presentar lo absoluto y la transcendencia del ser, a los que tiende el acto religioso.

  1. Schlier subraya que el mito no conoce los hechos históricos y no tiene necesidad de ellos, en cuanto describe lo que es destino cósmico del hombre que es siempre igual.

Finalmente, el mito tiende a conocer lo que es incognoscible.

[*] Según P. Ricoeur: «Le mythe est autre chose qu’une explication du monde, de l’histoire et de la destinée: il exprime, en terme de monde, voire d’outre monde ou de second monde, la compréhension que l’homme prend de lui-même par rapport au fondement et à la limite de son existence. (…) Il exprime dans un langage objectif le sens que l’homme prend de sa dépendance à que l’homme prend de su dépendance à l’egard de cela qui se tient à la limite et à l’origine de son monde». (P. Ricoeur. Le Conflict des interprétations, París [Seuil] 1969, pág. 383).

«Le mythe adamique est par excellence le mythe anthropologique; Adam veut dire Homme; mais tout mythe de Thomme primordial’ n’est pas ‘mythe adamique’, qui… est seul proprement anthropologique; par là trois traits sont désignés:
— le mythe étiologique rapporte l’origine du mal à un ancêtre de l’humanité actuelle dont la condition est homogène à la nôtre (…)
— Le mythe etiologique est la tentative la plus extrême pour dédoubler l’origine du mal et du bien. L’intention de ce mythe est de donner consistance à une origine radicale du mal distincte de l’origine plus originaire de lêtre-bon des choses. (…) Cette distinction du radical et d’originaire est essentielle au caractèer anthropologique du mythe adamique; c’est elle qui fait de l’hommeun commencement du mal au sein d’une création qui a déjà son commencement absolu dans l’acte créateur de Dieu.
— le mythe adamique subordonne à la figure centrale de l’homme primordial d’autres figures qui tendent à décentrer le récit, sans pourtant supprimer le primat de la figure adamique. (…) Le mythe, en nommant Adam, l’homme, explicite l’universalité concrète du mal humain; l’esprit de pénitence se donne dans le mythe adamique le symbole de cette universalité. Nous retrouvons ainsi (…) la fonction universalisante du mythe. Mais en même temps nous retrouvons les deux autres fonctions, également suscitées par l’expérience pénitentielle (…). Le mythe proto-historique servit ansi non seulement à généraliser l’experience d’Israël à l’humité de tous les temps et de tous les lieux, mais à étendre à celle-ci la grande tension de la condamnation et de la miséricorde que les prophètes avaient enseignè à discerner dans le propre destin d’Israël.

Enfin, dernière fonction du mythe, motivée dans la foi d’Israël : le mythe prépare la spéculation en explorant le point de rupture de l’ontoligique et de l’historique». (P. Ricoeur, Finitude et culpabilité: II. Symbolique du mal, París 1960 [Aubier], págs. 218-227).

[2] En cuanto a la etimología, no se excluye que el término hebreo ‘is se derive de una raíz que significa «fuerza» (‘is o también ‘ws); en cambio, ‘iisâ está unido a una serie de términos semíticos, cuyo significado oscila entre «hembra y «mujer».

La etimología propuesta por el texto bíblico es de carácter popular y sirve para subrayar la unidad del origen del hombre y de la mujer: esto parece confirmado por la asonancia de ambas palabras.

[3] «El mismo lenguaje religioso pide la transposición de las «imágenes», o mejor, «modalidades simbólicas» a «modalidades conceptuales» de expresión.

A primera vista esta transposición puede parecer un cambio puramente extrínseco (…). El lenguaje simbólico parece inadecuado para emprender el camino del concepto por un motivo que es peculiar de la cultura occidental. En esta cultura el lenguaje religioso ha estado siempre condicionado por otro lenguaje, el filosófico, que es lenguaje conceptual por excelencia. Si es verdad que un vocabulario religioso es comprendido sólo en una comunidad que lo interpreta y según una tradición de interpretación, sin embargo también es verdad que no existe tradición de interpretación que no esté «mediatizada» por alguna concepción filosófica.

He aquí que la palabra «Dios», que en los textos bíblicos recibe su significado por la convergencia de diversos modos de narración (relatos y profecías, textos de legislación y literatura sapiencial, proverbios e himnos) —vista esta convergencia, tanto como el punto de intersección, como el horizonte que se desvanece en toda y cualquier forma— debió ser absorbida en el espacio conceptual, para ser reinterpretada en los términos del Absoluto filosófico como primer motor, causa primera, Actus Essendi, ser perfecto, etc. Nuestro concepto de Dios pertenece, pues, a una onto-teología, en la que se organiza toda la constelación de las palabras-clave de la semántica teológica, pero en un marco de significados dictados por la metafísica». (Paul Ricoeur, Ermenéutica Bíblica, Brescia 1978, Morcelliana, págs. 140-141; título original: Biblical Hermeneutics. Montana 1975).

La cuestión sobre si la reducción metafísica expresa realmente el contenido que oculta en sí el lenguaje simbólico y metafórico, es un tema aparte.