Esposos, “os conviene que yo me vaya”
A muchos cristianos, nos gustaría que Cristo conviviera con nosotros en cuerpo. Pero convenía que se fuera.
Os hablamos de estas cosas, que a veces parecen un tanto “alejadas” del día a día del matrimonio, porque creemos que es fundamental que nos enamoremos de nuestra vocación. Si no sabemos a lo que hemos sido llamados ¿Cómo y por qué nos vamos a ilusionar y entregar?.
La belleza del matrimonio que representa en el Génesis la mismísima comunión de la Santísima Trinidad (Lo que llama Juan Pablo II “Sacramento Primordial”), es ahora llevado a plenitud por Cristo. No porque Dios no lo hubiera creado con la suficiente hermosura, sino porque Dios, que todo lo hizo por Cristo desde el principio, ya tenía “previsto” que Él lo llevaría a plenitud en su entrega por la Iglesia. Luego éste último es el modelo a seguir por los esposos por encima de cualquier otro. El matrimonio es por tanto (dice Juan Pablo II) “Sacramento de la redención”.
No sabemos a vosotros, pero, a nosotros se nos pone la carne de gallina cuando descubrimos, redescubrimos y volvemos a tomar conciencia… de que como matrimonio, somos imagen de la entrega de Cristo a su Iglesia para la redención del mundo. “Jesús eleva el amor entre los esposos para convertirlo en un sacramento de su nueva alianza, un signo visible y eficaz de su amor infinito.” (Llamados al amor: Carl Anderson y José Granados)
Una misión demasiado hermosa para dos sencillos esposos, y desde luego, totalmente inalcanzable. Y aquí es donde entra en juego el “os conviene que yo me vaya”. A través del sacramento del matrimonio, “Cristo confía, por así decir, su propio amor, para que puedan vivir de él (los cónyuges. Por eso pueden convertirse en signo vivo del amor entre Cristo y la Iglesia”: Maridos, amad a vuestra mujeres como Cristo amó a su Iglesia (Ef 5,25).
Este amor que Cristo comparte con los esposos, es una persona: El Espíritu Santo. Él se fue (en cuerpo) para poder enviarnos su Espíritu.
“El espíritu que infunde el Señor renueva el corazón y hace al hombre y a la mujer capaces de amarse como Cristo nos amó” (San Juan Pablo II Familiaris Consortio 13).
Oramos con el salmo: El Señor completará sus favores conmigo: Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos.