Archivo por meses: agosto 2025

¿Con qué gafas miro? Comentario para matrimonios: Mateo 20, 1-16

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Evangelio del día

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 20, 1-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
«El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña.
Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo:
“Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido”.
Ellos fueron.
Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo.
Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo:
«¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?”.
Le respondieron:
“Nadie nos ha contratado”.
Él les dijo:
“Id también vosotros a mi viña”.
Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz:
“Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros”.
Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno.
Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Al recibirlo se pusieron a protestar contra el amo:
“Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”.
Él replicó a uno de ellos:
“Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”.
Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos».

¿Con qué gafas miro?

¿Por qué nos cuenta Jesús estas parábolas que pueden hacer que nos pongamos en el lugar de los que se quejan, de los que no entienden? Porque Jesús sabe la tendencia que tenemos a mirar con nuestros criterios humanos, tan “razonables”, pero que esconden una mirada llena de amor propio, que no se pone en el lugar del otro. Y quiere sacarnos de ahí, quiere enseñarnos a mirar como Él mira. Una mirada que no se mira a uno mismo, que busca el bien de los demás, que mira al corazón en lugar de quedarse en la superficie.
Esos jornaleros sin trabajo estarían inquietos todo el día, sin saber qué iban a comer. Los otros ya tenían trabajo, ya sabían que ese día comerían. Y cuando los contrataron tarde pensarían aliviados que ya tendrían algo que llevarse a la boca. ¡Qué alegría cuando recibieron el pago! Por eso los primeros se deberían alegrar por ellos, ¿verdad?
Así me llama Dios a mirar. Con su amor, que no se mira así mismo egoístamente, sino que se pone en el lugar del otro y que se entrega. Ése es el camino de la felicidad.
Y yo, ¿me pongo en el lugar de mi cónyuge?, ¿miro con mis gafas egoístas o me pongo las gafas de Dios para mirarlo, las que ven desde el corazón y al corazón?

Aterrizado a la vida Matrimonial:

Óscar: (Con ira) ¡Es que no puede ser, tu hija en seguida habla fatal!, ¡y como tú siempre la defiendes!
Marta: (Piensa) ¡No puede tener ese genio, no puede hablar así! Es que en seguida salta. Madre, ¿qué hago? Me tengo que poner las gafas de Dios para ver el corazón de Óscar. Está sufriendo. Tiene razón, aunque las formas no son las adecuadas. Pobre, él lo sabe, ¡cuántas veces en oración le oigo decir cómo lucha por su genio! Así que tengo que mostrarle mi apoyo ante nuestra hija, aunque me cuesten sus formas.
Marta: Venga cariño, tienes razón. Pero, por favor, no te pongas así. Voy a hablar con ella porque no está bien lo que ha hecho. ¡Eres el mejor marido y el mejor padre del mundo! Ya vas consiguiendo dominar ese genio y ya verás cuando lo consigas del todo.
Óscar: Mil gracias Marta, qué mona eres. Cómo me ayudas. Pero, por favor, habla con ella. Sé que te cuesta, pero sabes que tenemos que hacerlo. Y a ti te hace más caso. Hazlo por el Señor y por mí.
Marta: Claro que sí. Tienes razón. Me cuesta pero voy a hablarle con firmeza porque no pueden ser sus formas. Por ti. Por el Señor. Te quiero tanto, mi AA.

Madre,

Qué gozada ver cómo, de Tu Mano, este camino de oración y sacramentos va dando sus frutos. Y de mortificación para ir venciendo mi amor propio… ¡Mil gracias, Madre! ¡Alabado sea el Señor!

Sólo Dios puede. Comentario para Matrimonios: Mateo 19, 23-30

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Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Mateo 19, 23-30.

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «En verdad os digo que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Lo repito: más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de los cielos».
Al oírlo, los discípulos dijeron espantados: «Entonces, ¿quién puede salvarse?».
Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Es imposible para los hombres, pero Dios lo puede todo».
Entonces dijo Pedro a Jesús: «Ya ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?».
Jesús les dijo: «En verdad os digo: cuando llegue la renovación y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.
Todo el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna.
Pero muchos primeros serán últimos y muchos últimos primeros».

Sólo Dios puede.

¿Cuántas veces hemos escuchado lo de “los primeros serán últimos y muchos últimos primeros” y lo hemos llevado a la práctica? Seguro que, en más de una ocasión, pero ¿también lo vivimos con nuestro esposo/a? Tenemos la enorme gracia de haber sido llamados a la vocación del matrimonio y eso es un gran regalo, ya que, a través de nuestro cónyuge, nos vamos purificando y el Señor puede ir actuando en nuestra (sin) razón, en nuestros apegos, en nuestro ego… permitiendo que seamos los últimos y dejando atrás esa “riqueza” de nuestro orgullo, de nuestro yo y, así, nos va vaciando de nosotros mismos para llenarnos de Él y que pueda actuar en nosotros y a través nuestro.
“Todo el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras” Quitémonos esas mochilas que cargamos, ¿nos hemos unido para ser una sola carne o no? Debemos entender que nuestra prioridad es nuestro cónyuge, lo primero es él/ella y, si los dos estamos bien, todo lo demás será posible o mucho más llevadero.
Santa Teresa decía “sólo Dios basta” y nosotros decimos “sólo Dios puede”, porque con nuestras propias fuerzas, acabamos frustrados y vencidos pero, cuando realmente nos abandonamos en el Señor, damos testimonio que ¡todo es posible!

Aterrizado a la vida Matrimonial:

Carmen: Cariño, doy gracias a Dios que nos está ayudando a despojarnos de nosotros mismos y a pensar primero el uno en el otro.
Manuel: Sí, es un dolor ver cómo un matrimonio que se quiere acaba siempre discutiendo por querer imponer cada uno su criterio, en vez de bajar la cabeza y ver primero cuál es la voluntad del Señor en esa situación.
Carmen: Sabemos que somos de barro y debemos seguir rezando unidos porque, en cualquier momento, podemos volver a caer.
Manuel: El hecho de tener nuestros ratos de oración e ir haciendo pequeñas renuncias diarias a lo que me apetece o lo que yo creo que sería más justo, nos ayuda a seguir en el camino, pero, como tú dices, aún nos queda mucho por delante.
Carmen: Es que para nosotros es imposible, pero por eso debemos seguir buscándole con la alegría y la esperanza puesta en que Él lo hace todo nuevo.

Madre,

Te pedimos que nos acompañes en este camino de desprendimiento de nosotros mismos y que dejemos que la Gloria del Señor actúe en nosotros. ¡Alabado sea el Señor!

No tener apegos. Comentario para Matrimonios: Mateo 19, 16‐22

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Evangelio del día

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 19, 16‐22

En aquel tiempo, se acercó uno a Jesús y le preguntó: «Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?» Jesús le contestó: «¿Por qué me preguntas qué es bueno? Uno solo es Bueno. Mira, si quieres entrar en la vida, guarda los manda‐ mientos». Él le preguntó: «¿Cuáles?». Jesús le contestó: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a ti mismo». El joven le dijo: «Todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta?». Jesús le contestó: «Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo‐ y luego ven y sígueme». Al oír esto, el joven se fue triste, porque era muy rico.

No tener apegos.

Vamos, primero a responder a Jesús si estamos cumpliendo con los mandamientos que tienen que ver con el amor a mi esposo. En la vida conyugal, estos mandamientos se viven de manera muy concreta: no matar implica no herir con palabras o actitudes; no cometer adulterio implica fidelidad no solo física, sino también emocional y espiritual; honrar implica respeto mutuo. El cumplimiento de estos mandamientos no es una carga, sino la base de un matrimonio santo. Pero Jesús no nos pide sólo «cumplir», sino entregarnos plenamente el uno al otro. La llamada a la perfección en el matrimonio, a ese «venderlo todo» implica una donación mutua sin reservas, donde cada uno renuncia a “sus bienes” —sus egoísmos, su individualismo, sus seguridades personales— para construir un amor de comunión. Debemos, por tanto, desprendernos de lo que impide la unidad plena. A veces, esto puede ser una carrera profesional que absorbe todo, relaciones pasadas no cerradas, hábitos individuales que no se comparten o heridas no sanadas. El amor matrimonial exige desapego, no solo de bienes materiales, sino también de todo lo que obstaculiza la entrega total.
Muchas veces, los matrimonios sufren y están tristes porque uno o ambos no están dispuestos a soltar sus “muchos bienes” personales. El egoísmo, el orgullo o el deseo de controlar pueden robar la alegría. El joven rico se fue triste porque no fue capaz de entregarse. ¿Cuántos matrimonios hoy sufren porque alguno de los dos, o los dos, no se da del todo?

Aterrizado a la vida Matrimonial:

Inma: Pablo, te veo triste, cariño y no sé qué hacer para evitarlo.
Pablo: sí Inma: es que siempre es lo mismo: Tú tienes que tener razón en todo y a mí sólo me toca aguantar y cerrar el pico porque, si no, empiezan las discusiones.
Inma: pero Pablo: eso tampoco es verdad. Yo intento hacer las cosas bien y a lo mejor me excedo en mis formas, pero de verdad que intento no imponer mi criterio. Si te parece, esta noche, en la oración, vemos qué nos está pidiendo el Señor y vemos cómo es el Señor para que nos dé luz en esta situación.
Por la noche,después de leer y meditar el Evangelio del joven rico, los esposos hacen su oración conyugal
Pablo: me doy cuenta, Señor, que tú no me quieres triste. Probablemente mi tristeza venga de mi orgullo por no encajar bien los comentarios y las peticiones de Inma. Si no estuviera apegado a mis razones y mis criterios, seguro que no me influiría esto negativamente.
Inma: Señor, te doy gracias por Pablo. Cuando me pongo en tu presencia veo claramente que es el regalo que me has dado para salir de mi misma, para renunciar a mis egoísmos y para desprenderme de mi amor propio, que todavía lo tengo muy grande. Ayúdame, por favor, a pensar siempre en Pablo lo primero de todo y renunciar, por tanto, a mirarme tanto a mi misma.
Pablo: te doy gracias Señor por Inma y por estas luces que me has comunicado en este rato de oración. Te ruego que me ayudes a desprenderme de mis apegos para poder querer a Inma como tú la quieres.

Madre,

tú no tenías ningún apego, sino sólo Dios. Ayúdame y enséñame a conocer dónde están mis apegos e ir olvidándome de ellos y así cumplir siempre la voluntad de Dios. ¡Alabado sea el Señor!

RETIRO MATRIMONIOS MONTEVIDEO – URUGUAY 24 – 26 OCTUBRE 2025

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Siervos de la unificación. Comentario para Matrimonios: Lucas 12,49-53

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Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Lucas 12,49-53

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!
¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división.
Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra».

Siervos de la unificación.

El pecado divide mi interior y afecta mi relación con Dios y con los demás llevándome a convivir superficialmente con el mal. Una división que genera el caos.
Jesús, en cambio, trae un fuego purificador que revela esa división y exige tomar partido; su mensaje provoca conflicto porque no puedo amar a Dios y al pecado al mismo tiempo. Trae la división que restituye el cosmos.
El engaño es creer que la lucha, en nombre de Jesús, es contra mi esposo, o contra mis hijos o hermanos.
Benedicto XVI escribió: “El amor es el fuego que purifica y une razón, voluntad y sentimiento, que unifica al hombre en sí mismo gracias a la acción unificadora de Dios, de forma que se convierte en siervo de la unificación de quienes estaban divididos: así entra el hombre en la morada de Dios y puede verlo”
Su amor me unifica y me capacita para servir a la unidad de quienes están divididos, permitiéndome entrar en comunión con Él.
Qué bella es nuestra vocación de esposos.

Aterrizado a la vida Matrimonial:

(Óscar llega a casa agobiado y agotado de reuniones claves para su futuro profesional y recibe el reproche de Ana).
Ana: “Sabes lo mal que lo estoy pasando y no eres capaz de llamarme en todo el día y encima llegas tarde “
Oscar: “Voy a la cocina a traerte un vaso de agua”
(Mientras va a la cocina Oscar siente que le hierve la sangre).
Oscar: “Dios mío hazme ver el dolor de Ana. No dejes que me regocije en el mío. Que Tu espíritu gobierne mis pensamientos, mis sentimientos y mi mirada. Que seas Tú quien la consuele. Me pongo al servicio de tu hija”.
(Vuelve al salón y se sienta a su lado).
Oscar: “Cariño, perdóname si no he estado a tu lado como necesitas. ¿Qué tal estás?”
Ana primero reacciona con frialdad, pero él no se defiende ni la corrige; la escucha. Finalmente, ella se siente acogida y logra calmarse. Va desahogándose y poco a poco se tranquiliza hasta apoyarse en su hombro en silencio.
En ese momento Oscar siente como si sus problemas empequeñecieran. Su mente se aclara. Se le abren alternativas que no se planteaba al entrar en casa. Siente una paz que le hace ver todo con una nueva perspectiva. Ese abrazo con Ana, ese silencio juntos le llevan a intuir la verdad sobre su matrimonio, su trabajo y su propia vida. Siente una fuerza que lo integra por dentro y lo capacita para consolar a Ana y afrontar sus miedos.

Madre,

Tú que unes los corazones divididos, ruega por nosotros. ¡Bendita seas!