
Si somos fieles a Dios en nuestra relación conyugal, generamos confianza dentro del matrimonio y seremos fieles en el resto de ámbitos de nuestra vida.

Si somos fieles a Dios en nuestra relación conyugal, generamos confianza dentro del matrimonio y seremos fieles en el resto de ámbitos de nuestra vida.

Señor, mi esposo/a y yo somos dos trapos sucios que necesitan que viertas Tu agua clara sobre nosotros y que nos restriegues el uno contra el otro para limpiarnos. Por nuestro Sacramento, nuestro amor está sumergido en el Tuyo.

Cuando mi esposo/a peca, tengo una misión encomendada por Cristo: ser Sus ojos, Sus manos, Su voz, para recuperar al/a la esposo/a caído/a y traerlo/a de vuelta en el nombre del Señor.

Para construir mi matrimonio tengo que renunciar a mí y a todo lo mío. Dios no puede crear una unión de dos si cada uno sigue con lo que tenía y era antes de casarse. Es el precio de la libertad, el amor y la felicidad, de ser discípulo de Cristo.

El Señor no admite excusas para no dedicarle tiempo a mi esposo/a. Al atardecer de la vida, se nos examinará del amor, de nada más. Así que, cuando lleguemos a casa, lo primero la oración conyugal y cultivar nuestro matrimonio, y el resto del tiempo para las demás tareas.