Archivo por meses: abril 2017

Desde el servicio y no desde la gloria. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Juan 13, 1-15

EVANGELIO
Los amó hasta el extremo
Lectura del santo Evangelio según san Juan 13, 1-15

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
Estaban cenando, ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo:
– «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?».
Jesús le replicó:
– «Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde».
Pedro le dice:
– «No me lavarás los pies jamás».
Jesús le contestó:
– «Si no te lavo, no tienes parte conmigo».
Simón Pedro le dice:
– «Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza».
Jesús le dice:
– «Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos».
Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios».
Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:
– «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor», y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis».

Palabra del Señor.

Desde el servicio y no desde la gloria.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Jesús realiza un signo cargado de belleza y de enseñanzas. Se despoja de Su manto, su gloria, se agacha hacia nosotros abajándose y nos libra de las impurezas de nuestros pies caminantes haciéndose nuestro servidor. Sí, en aquella época el acto de lavar los pies solo lo hacían los esclavos y las esposas. Cristo, haciéndose nuestro Esposo y nuestro servidor, purifica los pecados de los que ya habíamos recibido el bautismo, en clara referencia al sacramento del Perdón.

Él nos dice que hagamos lo mismo entre nosotros. Primero con los nuestros, en nuestro hogar, en casa. Tengo que despojarme de todas mis dignidades e inclinarme ante mi esposo, sirviéndole en lo que haga falta para ayudarle a limpiarse de sus pecados. Porque el amor que recibo de Dios, no se genera vida si no lo entrego a mi esposo y juntos a nuestro alrededor.

Una historia: Ella es bastante fría con él. Es muy nerviosa y tiene mal carácter. No para de corregir a su esposo por los errores que comete. Además le cuesta mucho perdonarle. No se olvida de ninguna de las actitudes negativas que él ha tenido con ella. Él tampoco es un santo, pero desde luego que es más dócil, más tranquilo y perdona con mucha facilidad. Durante mucho tiempo él pensó que lo que tenía que hacer para mantener su matrimonio en pie, era ignorarla. Decirle que sí a todo y esperar a que se callase de una vez. Sin embargo, después de una oración, cambió su perspectiva. Tenía que amarla más, servirle más. Y empezó. Se propuso tener cada día un nuevo gesto o un nuevo detalle. Al principio le pasaban a ella desapercibidos, pero poco a poco se fue dando cuenta de que él se estaba esforzando de verdad por amarla, y mucho. Él mantenía el propósito con la ayuda de Dios. Con el tiempo, ella se fue transformando. Era incapaz de ser tan dura con él después de todo lo que estaba haciendo por ella.

Es la caridad la que limpia, la que purifica al otro, es el amor recibido de Dios, el que cuando se entrega, cambia al otro. Cristo sabía que es amar hasta el extremo lo que salva.

Madre,
Tú no das lecciones magistrales. Tú amas con todo tu Corazón y toda Tu sencillez, y eso es lo que a mí me convence de Ti. Que te haces transparente al amor de Dios. Bendita seas Madre, que me enseñas día a día el camino del amor. Amén.

No se cansa. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Mateo 26, 14-25

EVANGELIO
El Hijo del hombre se va, como está escrito; pero, ¡ay del que va a entregarlo!
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 26, 14-25

En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:
– «¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?»
Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
– «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?»
Él contestó:
– «ld a la ciudad, a casa de quien vosotros sabéis y decidle: «El Maestro dice: Mi hora está cerca; voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos»».
Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.
Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:
– «En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar».
Ellos, muy entristecidos, se pusieron a preguntarle uno tras otro:
– «¿Soy yo acaso, Señor?»
Él respondió:
– «El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, más le valdría a ese hombre no haber nacido».
Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
– «¿Soy yo acaso, Maestro?»
Él respondió:
– «Tú lo has dicho».

Palabra del Señor.

No se cansa.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Para un Hebreo, tenderle el plato a alguien, es hacer un gesto simbólico de amistad. Jesús ofrece a Judas Su amistad, dándole así la oportunidad de rectificar. Pero cuando uno se introduce en el camino del pecado, éste le va cegando y llega un punto en que no sabe lo que hace. El Evangelio nos muestra lo bajo que acaba cayendo Judas, arrastrado por su avaricia, que le lleva al extremo de vender a Jesús por 30 monedas, y a suicidarse después por el orgullo de no ser capaz de aceptar su miseria. El Hijo del hombre se va, como está escrito; pero, ¡ay del que va a entregarlo!, dice Jesús poco antes de que ocurra.

Una historia: Ella tiene sueño por las noches, y decide irse sola a dormir. Él se queda aburrido en el sofá, y empieza a ver vídeos que no debe, apagando a solas su sed de sexo. Cuando tienen relaciones, él empieza a pedirle a ella que haga lo que ve en esos vídeos, porque se ha habituado a excitarse con esas cosas. Ella se siente un objeto, se siente utilizada y acaba sintiendo asco por él. Así que, deja de mantener relaciones con su esposo. Poco a poco se van convirtiendo en dos extraños. Él empieza a fijarse en otras mujeres, la suya ha dejado de gustarle. Y ella se vuelve una cotilla que no para de despellejar a su marido con las amigas… Y así va a avanzando la cadena de destrucción que les lleva al divorcio, reclamarse los niños, los hijos se ven afectados… y algún día ellos harán lo que hicieron sus padres, porque es lo que han aprendido… Pecado, dolor, destrucción, muerte. ¡Ay del que va a entregarlo!.

Todos nos convertimos antes o después en traidores de Jesús y de nuestro esposo, porque rompemos la alianza de amor que Él nos ofrece. El Diablo me muestra un fin que parece bueno y me ciega para alejarme cada vez más del Proyecto de Amor de Dios. Pero Jesús no se cansa de ofrecerme Su amistad: En cada Eucaristía me ofrece su Cuerpo; en cada Confesión me ofrece Su perdón; en cada acto de amor en mi matrimonio, se hace presente para transformarlo en Caridad Conyugal, que supera las capacidades humanas. Gracias, Señor. ¡Gracias!

Madre,
Dios me ha creado por amor y para amar. Cristo me ha salvado para hacer posible que yo ame. Espero no darle motivos para pensar “más le valdría no haber nacido”. Esta frase en boca de Dios, da escalofríos… Perdón, Señor, he pecado. Gracias Señor por devolverme Tu amistad.

Hasta el desprecio de Dios. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Juan 13, 21-33. 36-38

EVANGELIO
Uno de vosotros me va a entregar… No cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces
Lectura del santo Evangelio según san Juan 13, 21-33. 36-38

En aquel tiempo, estando Jesús a la mesa con sus discípulos, se turbó en su espíritu y dio testimonio diciendo:
– «En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar».
Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía.
Uno de ellos, el que Jesús amaba, estaba reclinado a la mesa en el seno de Jesús. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía.
Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó:
– «Señor, ¿quién es?».
Le contestó Jesús:
– «Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado».
Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote.
Detrás del pan, entró en él Satanás. Entonces Jesús le dijo:
– «Lo que vas a hacer, hazlo pronto».
Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres.
Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche.
Cuando salió, dijo Jesús:
– «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Me buscaréis, pero lo que dije a los judíos os lo digo ahora a vosotros:
«Donde yo voy, vosotros no podéis ir»»
Simón Pedro le dijo:
– «Señor, ¿a dónde vas?».
Jesús le respondió:
– «Adonde yo voy no me puedes seguir ahora, me seguirás más tarde».
Pedro replicó:
– «Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Daré mi vida por ti».
Jesús le contestó:
– «¿Con que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces».

Palabra del Señor.

Hasta el desprecio de Dios.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Admiramos cómo Jesús permite y facilita la libertad de sus amigos por encima incluso de ser traicionado por ellos. Contemplamos cómo se hace vulnerable ante ellos. Aprendo hoy dos lecciones: Para amar verdaderamente, es necesario hacerme vulnerable y dar libertad a la persona amada, permitiéndole incluso que me traicione.

Recordamos a Santa Rita, cuyo esposo solía salir con su padre y hermanos a realizar ajustes de cuentas contra otras familias, dando muerte a muchos. Santa Rita sacó a su esposo de aquel ambiente después de mucho sufrimiento y lágrimas. Se enfadó muchas veces con él por este motivo. Pero ella, iba creciendo en Santidad, y Dios le mostró que debía amar a su marido aunque éste fuese un asesino. Los hermanos del esposo vinieron a por él reclamándole una vez más para un ajuste de cuentas, y él accedió. Pero en esta ocasión, Santa Rita le despidió con un abrazo, diciéndole “te comprendo”. Sí, le comprendía en su debilidad y le amaba por encima de saberse traicionada por su esposo que se disponía a hacer lo que ella más odiaba. Pero el amor no se impone, es libre. El esposo de Santa Rita, no fue capaz de matar aquel día, ni volvería a hacerlo jamás.

Jesús da varias oportunidades e Judas para que reflexione. En la cena le da un trozo de pan como señal de amistad, pero Judas permitió que entrara Satanás dentro de él; poco después, en el huerto cuando venía a entregarle, le llama “amigo” después de recibir el beso con el que le traiciona. Judas no responde a estos dos gestos de Jesús. San Agustín define lo que le ocurrió a Judas como “un amor a sí mismo hasta el desprecio de Dios”. Judas era ambicioso, robaba el dinero de la bolsa. Tenía aspiraciones de grandeza y estaba resentido contra Jesús, porque no estaba actuando como él pensaba que debería.

Aspiramos a algo grande, porque estamos llamados a algo grande. El problema es cuando esa grandeza, no esperamos alcanzarla dejando a Dios que poco a poco vaya actuando en nosotros, sino que la queremos ya y a nuestra manera. Otra vez más la tentación del principio: “Seréis como Dios”.

Cristo le anuncia a los dos, a Judas y a Pedro lo que va a suceder, pero les da libertad plena para hacerlo, sin presiones, sin coacciones, sin amenazas. No se impone, e incluso les facilita la labor: “Lo que vas a hacer, hazlo pronto”. Que así sea también en mi amor a mi esposo.

Madre,
Acompañamos hoy a Jesús, traicionado por sus amigos, para que nuestro amor a nosotros mismos no nos lleve hasta el desprecio del esposo e incluso de Dios. Te lo pedimos por Jesucristo Tu Hijo nuestro señor. Amén.

La caña cascada. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Juan 12, 1-11

EVANGELIO
Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura
Lectura del santo Evangelio según san Juan 12, 1-11

Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa.
María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume.
Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice:
«¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?».
Esto lo dijo, no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa, se llevaba de lo que iban echando.
Jesús dijo:
– «Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis».
Una muchedumbre de judíos se enteró de que estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos.
Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús.

Palabra del Señor.

La caña cascada.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

En la primera Lectura, nos dice el Padre a través de Isaías:
«Mirad a mi siervo (Jesús), a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco… La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará».

En cambio, los Fariseos, todo lo que les estorba en sus planes, lo quieren quitar de en medio. Ya decidieron matar a Jesús y ahora deciden matar también a Lázaro. ¿Es esa la solución? ¿Quitar de en medio todo aquello que estorba a mis planes?
Dios envía a Jesús para recuperar a las personas, a tantas almas que como la mía están cascadas. Es la voluntad de Dios: Reconstruir a las personas. Y para ello, se abaja, se hace hombre, pequeño, pobre. Para que nadie lo vea por encima, sino que lo perciba como uno de tantos.

Dios me envía a hacer lo mismo con mi esposo, con mis hijos, con tantos esposos que hay alrededor. Reconstruir, sanar, recuperar, salvar.

Si mi esposo está herido, no cree, es pecador, me trata mal… no es para que me queje. He sido enviado con Cristo para, consciente de que yo también soy pecador y no estoy por encima, poner de mí todo en juego, ser imaginativo, utilizar todas mis armas, los recursos que Dios me ha dado: Mi cariño, mi alegría, mi generosidad, mi servicialidad… todo lo que me ha dado, para ayudarle a reconstruir a mi esposo, sanarle, salvarle. En estos días, tengo que mirar a Cristo cómo hace, para que en mi encuentre un apoyo, un lugar de descanso, que se sienta como en Betania y no como en el Gólgota. Que sea yo quien le acoja en mi casa, le unja con perfume, que esté a gusto, cenar con Él como mi mejor amigo.

Continúa Isaías: «Yo, el Señor, te he llamado en mi justicia, te cogí de la mano, te formé e hice de ti alianza de un pueblo y luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas».

Si Dios me ha llamado, me ha dado luz y me ha mostrado lo que me ama, es para esto: Para ir de la mano de Cristo y acompañarle en Su misión de abrir los ojos a los ciegos, sacar a los cautivos de la cárcel… empezando por mi esposo, siguiendo por mis hijos, y después, los demás esposos…, como Él lo hace conmigo.

Madre,
Por un lado me siento incapaz y me da cierto vértigo, por otro, me siento indigno y por otro, sé que voy a tener la tentación de mirar lo que me da y no lo que Dios me ha pedido que yo haga por él/ella. Le pido al Señor a través de Ti, que me dé la gracia de acompañarle en Su Pasión, para aprender a entregarme. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Sólo cabe la contemplación. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Mateo 27, 11-54

EVANGELIO
¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 27, 11-54

C. En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:
S. «¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?»
C. Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
C. El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
S. -«¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?»
C. Él contestó:
+ «Id a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: «El Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos.»»
C. Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.
C. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:
+ «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.»
C. Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro:
S. «¿Soy yo acaso, Señor?»
C. Él respondió:
+ «El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido.»
C. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
S. «¿Soy yo acaso, Maestro?»
C. Él respondió:
+ «Tú lo has dicho.»
C. Durante la cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:
+ «Tomad, comed: esto es mi cuerpo.»
C.. Y, cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias y se la dio diciendo:
+ «Bebed todos; porque ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos para el perdón de los pecados. Y os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre.»
C. Cantaron el salmo y salieron para el monte de los Olivos.
C. Entonces Jesús les dijo:
+ «Esta noche vais a caer todos por mi causa, porque está escrito: «Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño.» Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea.»
C. Pedro replicó:
S. «Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré.»
C. Jesús le dijo:
+ «Te aseguro que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces.»
C . Pedro le replicó:
S. «Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. »
C. Y lo mismo decían los demás discípulos.
C. Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y les dijo:
+ «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar.»
C. Y, llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse. Entonces dijo:
+ «Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo.»
C. Y, adelantándose un poco, cayó rostro en tierra y oraba diciendo:
+ «Padre mío, si es posible, que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.»
C. Y se acercó a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro:
+ «¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil.»
C. De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo:
+ «Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.»
C. Y, viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque tenían los ojos cargados. Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba, repitiendo las mismas palabras. Luego se acercó a sus discípulos y les dijo:
+ «Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora, y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.»
C. Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los Doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, mandado por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña:
S. «Al que yo bese, ése es; detenedlo.»
C. Después se acercó a Jesús y le dijo:
S. «¡Salve, Maestro!»
C. Y lo besó. Pero Jesús le contestó:
+ «Amigo, ¿a qué vienes?»
C. Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo. Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús le dijo:
+ «Envaina la espada; quien usa espada, a espada morirá. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? Él me mandaría en seguida más de doce legiones de ángeles. Pero entonces no se cumpliría la Escritura, que dice que esto tiene que pasar.»
C. Entonces dijo Jesús a la gente:
+ «¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis.»
C. Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron. Los que detuvieron a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. Pedro lo seguía de lejos, hasta el palacio del sumo sacerdote, y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver en qué paraba aquello. Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos, que dijeron:
S. «Éste ha dicho: «Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días.»»
C. El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo:
S. «¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?»
C. Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo:
S. «Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.»
C. Jesús le respondió:
+ «Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: Desde ahora veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo.»
C. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo:
S. «Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?»
C. Y ellos contestaron:
S. «Es reo de muerte.»
C. Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros lo golpearon, diciendo:
S. «Haz de profeta, Mesías; ¿quién te ha pegado?»
C. Pedro estaba sentado fuera en el patio, y se le acercó una criada y le dijo:
S. «También tú andabas con Jesús el Galileo.»
C. Él lo negó delante de todos, diciendo:
S. «No sé qué quieres decir.»
C. Y, al salir al portal, lo vio otra y dijo a los que estaban allí:
S. «Éste andaba con Jesús el Nazareno.»
C. Otra vez negó él con juramento:
S. «No conozco a ese hombre.»
C. Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro:
S. «Seguro; tú también eres de ellos, te delata tu acento.»
C. Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar, diciendo:
S. «No conozco a ese hombre.»
C. Y en seguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: «Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces.» Y, saliendo afuera, lloró amargamente. Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y, atándolo, lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador. Entonces Judas, el traidor, al ver que habían condenado a Jesús, sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y ancianos, diciendo:
S. «He pecado, he entregado a la muerte a un inocente.»
C. Pero ellos dijeron:
S. «¿A nosotros qué? ¡Allá tú!»
C. Él, arrojando las monedas en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó. Los sumos sacerdotes, recogiendo las monedas, dijeron:
S. «No es lícito echarlas en el arca de las ofrendas, porque son precio de sangre.»
C. Y, después de discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de forasteros. Por eso aquel campo se llama todavía «Campo de Sangre». Así se cumplió lo escrito por Jeremías, el profeta: «Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio de uno que fue tasado, según la tasa de los hijos de Israel, y pagaron con ellas el Campo del Alfarero, como me lo había ordenado el Señor.» Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Jesús respondió:
+ «Tú lo dices.»
C. Y, mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los ancianos, no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:
S. «¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?»
C. Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Había entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, les dijo Pilato:
S. «¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?»
C. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y, mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:
S. «No te metas con ese justo, porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.»
C. Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús. El gobernador preguntó:
S. «¿A cuál de los dos queréis que os suelte?»
C. Ellos dijeron:
S. «A Barrabás.»
C. Pilato les preguntó:
S. «¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?»
C. Contestaron todos:
S. «Que lo crucifiquen.»
C. Pilato insistió:
S. «Pues, ¿qué mal ha hecho?»
C. Pero ellos gritaban más fuerte:
S. «¡Que lo crucifiquen!»
C. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia de la multitud, diciendo:
S. «Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!»
C. Y el pueblo entero contestó:
S. «¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»
C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía; lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él, diciendo:
S. «¡Salve, rey de los judíos!»
C. Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir: «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa, echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de su cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el rey de los judíos.» Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban lo injuriaban y decían, meneando la cabeza:
S. «Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.»
C. Los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también, diciendo:
S. «A otros ha salvado, y él no se puede salvar. ¿No es el rey de Israel? Que baje ahora de la cruz, y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?»
C. Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban. Desde el mediodía hasta la media tarde, vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó:
+ «Elí, Elí, lamá sabaktaní.»
C. (Es decir:
+ «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»)
C. Al oírlo, algunos de los que estaban por allí dijeron:
S. «A Elías llama éste.»
C. Uno de ellos fue corriendo; en seguida, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio a beber. Los demás decían:
S. «Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo.»
C. Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa
C. Entonces, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron. Las tumbas se abrieron, y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó, salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a muchos. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, el ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados:
S. «Realmente éste era Hijo de Dios.»
C. Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderlo; entre ellas, María Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos. Al anochecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Éste acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí, sentadas enfrente del sepulcro. A la mañana siguiente, pasado el día de la Preparación, acudieron en grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron:
S. «Señor, nos hemos acordado que aquel impostor, estando en vida, anunció: «A los tres días resucitaré.» Por eso, da orden de que vigilen el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan sus discípulos, roben el cuerpo y digan al pueblo: «Ha resucitado de entre los muertos.» La última impostura sería peor que la primera.»
C. Pilato contestó:
S. «Ahí tenéis la guardia. Id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis.»
C. Ellos fueron, sellaron la piedra y con la guardia aseguraron la vigilancia del sepulcro.

Palabra del Señor.

Sólo cabe la contemplación.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Hoy empieza la Semana más Santa, de la que nos alimentamos el resto del año. Nos limitamos a contemplar, admirados del inmenso amor que Cristo ha demostrado que nos tiene, a través de Sus padecimientos. Él nos enseña a ser esposos, demostrándonos Su entrega por nosotros.

Jesús pide a su Padre que acepte, como un sacrificio expiatorio por sus verdugos y por muchos, todos los malos tratos que había sufrido y tenía que sufrir aún. Sufre por mí, porque yo que soy culpable, no callé ante mi esposo cuando me acusaba de aquello que no hice, y porque cuando veía que iba a arremeter contra mí saqué todas mis armas para defenderme atacando, y porque no permití ni una humillación y aún estoy esperando a que se me pida perdón, y por tantas circunstancias similares (salvando las distancias), en que me dejaré llevar por el orgullo, la impaciencia o la cólera. Durante Su pasión no abría la boca, no hacía nada por defenderse (Qué lección) sólo pedía por mí suspirando interiormente. Eso es ser un auténtico Esposo, que se entrega por amor.

Madre,
Seguro que guardarías esto en Tu corazón para toda la eternidad, el ejemplo de tu Hijo. Te debiste sentir muy orgullosa de Él. Qué dignidad, qué entereza, qué grandeza. Desde luego que es el perfecto Esposo, perfecto Hombre, perfecto Dios. Alabado sea por siempre, mi Señor, mi Rey, mi Salvador. Amén.