Archivo por días: 24 diciembre, 2016

El camino de la paz. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Lucas 1,67-79

EVANGELIO
Nos visitará el Sol que nace de lo alto
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 1,67-79

En aquel tiempo, Zacarías, padre de Juan, se llenó del Espíritu Santo y profetizó diciendo:
«”Bendito sea el Señor, Dios de Israel”, porque ha visitado y “redimido a su pueblo”, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la “misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza” y “el juramento que juró a nuestro padre Abrahán” para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante “del Señor a preparar sus caminos”, anunciando a su pueblo la salvación por el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz».

Palabra del Señor.

El camino de la paz.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

De este hermoso himno profético de Zacarías cuando recupera el habla y glorifica a Dios, nos vamos a quedar con la última frase profética: “nos visitará el sol que nace de lo alto, …para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”.

Ese ansiado camino de la paz. «Adquiere la paz interior, y una multitud encontrará la salvación a tu lado», decía San Serafín de Sarov. ¿Cómo llegar a ella? Nos basaremos en un interesante escrito de Jacques Philippe “La paz interior, camino de santidad”. Buscamos la paz interior pero no con fines egoístas, para estar más “tranquilos”, sino porque somos como un lago que refleja la luz del Sol (que nace de lo alto) y sólo si nuestro agua está en calma, reflejaremos el Sol semejante a como es realmente. Por tanto, si no tenemos paz interior, no podremos transmitir la imagen de Dios. San Francisco de Sales, nos dice: «El demonio pone en juego todo su esfuerzo para arrancar la paz de nuestro corazón, porque sabe que Dios mora en la paz, y en la paz realiza cosas grandes».

Esa paz no es ausencia de dificultades. Muchas veces el Señor permitirá que las pasemos y caigamos, pasemos humillaciones hasta que reconozcamos que “Sin mí no podéis hacer nada”, que todo “bien” viene de Él. Según todos los santos, es fundamental esta convicción como requisito previo. Y así llegaremos al siguiente paso ¿Cómo permitir que Dios opere en mi vida?. Pues “luchando” para conseguir esa paz interior, porque Dios no habla ni opera más que en medio de la paz. Por tanto, no se trata de inquietarnos ni alterarnos pretendiendo resolver las cosas por nosotros mismos (nos agotaríamos rápidamente). No basta luchar, hay que luchar en el campo de batalla correcto. Muchas veces el Diablo me lleva al terreno equivocado para que mi lucha sea infructuosa. «La paz os dejo, mi paz os doy; no como el mundo la da yo os la doy. No se turbe vuestro corazón, ni se acobarde…» (Jn 14, 27).

Tampoco se trata de esperar a que Dios haga, sin luchar. Porque «sin guerra no hay paz» (Santa Catalina de Siena), sin combate no hay victoria. Sin embargo, el combate espiritual no es una lucha desesperada, sino una lucha con la certeza absoluta de que Dios vencerá por mí: «Te basta mi gracia, pues mi fuerza se hace perfecta en la flaqueza » (2 Co 12, 9). Por tanto, mi fuerza no está en mis capacidades, sino en mi fe.

Entonces ¿qué tengo que hacer? Pues digamos que dos cosas. La primera es luchar precisamente para no perder la paz, en cualquier circunstancia, apoyados en nuestra fe: «Os he dicho esto para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación; pero confiad: yo he vencido al mundo» (Jn 16, 33). La segunda clave es la “buena voluntad”. La rectitud de intención. Quien intenta hacer todo para mayor gloria de Dios ¿Qué más le puede exigir un Padre bueno y compasivo? ¿No podríamos llamar a esto “limpieza de corazón”? Mientras no tomemos esta determinación, seguiremos experimentando cierta inquietud y tristeza.

Terminamos con un texto de Santa Teresita de Lisieux: «En una ocasión en que Sor Teresa me había mostrado todos mis defectos, yo me sentía triste y un poco desamparada. Pensaba: yo, que tanto deseo alcanzar la virtud, me veo muy lejos; querría ser dulce, paciente, humilde, caritativa, ¡ay, no lo conseguiré jamás!… Sin embargo, en la oración de la tarde, leí que, al expresar Santa Gertrudis ese mismo deseo, Nuestro Señor le había respondido: «En todo y sobre todo, ten buena voluntad: esa sola disposición dará a tu alma el brillo y el mérito especial de todas las virtudes. Todo el que tiene buena voluntad, el deseo sincero de procurar mi gloria, de darme gracias, de compadecerse de mis sufrimientos, de amarme y servirme como todas las criaturas juntas, recibirá indudablemente unas recompensas dignas de mi liberalidad, y su deseo le será en ocasiones más provechoso que a otros les son sus buenas obras.»» Amén.

Feliz Nochebuena, familias. Que el Niño Dios os bendiga.