Archivo por días: 29 junio, 2014

Comentario del Evangelio para Matrimonios: Mateo 8, 18-22

Te quiero al 90%.

Hoy le decíamos a un matrimonio de los que acompañamos, que podemos ofrecerles garantías de que si siguen el camino que les marcamos, su matrimonio será un éxito. Pero ese camino requiere esfuerzo a diario, avanzando juntos en su camino de fe, y alimentando su relación. Todos los días, con pequeñas cosas, pero sin excusas.

Jesús no buscaba triunfar como líder de una multitud. Los discípulos de Jesús no debían buscar las seguridades en el mundo: “no tiene dónde reclinar la cabeza”, y su prioridad debía ser seguirle por encima de todo: “Tú sígueme. Deja que los muertos entierren a sus muertos”.

Las dos mismas actitudes para el seguimiento de Jesús, son válidas también para el matrimonio. En primer lugar, el matrimonio no es un medio para lograr más bienes perecederos, comodidades o satisfacciones propias. El que se casa, no tiene dónde reclinar la cabeza. Solemos compararlo con el misionero que lo deja todo (Casa, comodidades, familia, etc.) para entregarse. El esposo no puede relajarse porque la vida está llena de tentaciones, distracciones, tareas, atractivos mundanos… hay que trabajar el matrimonio. Tenemos que reconquistarnos con pequeñas cosas todos los días, porque el hecho de habernos casado, no nos da ninguna garantía de tranquilidad (A la vista están los resultados).

Y para ello, un esposo tiene que tener claro que su prioridad es su esposo. No hay excusas. Ni el trabajo, ni el cansancio, ni los amigos, ni “mi espacio” (como se dice ahora, “necesito mi espacio”).

¿Radical? Sí. El amor es así. No admite términos medios. Dile a tu esposo/a que le amas al 90% y a ver qué le parece. Pues si el amor que se le exige al otro (que para eso todos somos muy exigentes) es al 100%, cuánto más debe ser nuestro amor para el esposo la primera prioridad. Por supuesto, por amor a Dios (si no, sería idolatría), pues es Él quien nos proporciona ese amor y establece esa misión como camino para llegar a Él.

Oramos con el Salmo: El que me ofrece acción de gracias, ése me honra; al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.

Comentario del Evangelio para Matrimonios: Mateo 16, 13-19

La gran pregunta del ser humano: ¿Quién soy?

¿Quién es Jesús? ¿Qué es lo que le define? Pedro responde con dos datos: Su procedencia (Hijo de Dios) y su misión o vocación al amor: El mesías.
¿Quién eres tú? Medítalo antes de seguir leyendo, según estos dos mismos parámetros.

Nosotros diríamos que somos también hijos de Dios (Nuestra procedencia) y esposos (Nuestra misión o vocación al amor). ¿Qué pasa entonces si rechazamos a Dios? ¿Y si además rompemos nuestro compromiso matrimonial? ¿Qué quedaría de nuestra identidad?.

Ante la respuesta de Pedro, Jesús le dice: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.” ¡Efectivamente! Así es. ¿Cómo saber quiénes somos? Nos lo revela nuestro Padre que está en el cielo. Por Su revelación a través de Cristo, sabemos que somos hijos de Dios y cuál es nuestra misión como esposos. En el lenguaje de San Juan Pablo II en las Catequesis del Amor Humano, nos estaríamos refiriendo a las experiencias de la Soledad Originaria y la Unión Originaria, las que tendríamos que revivir en profundidad ante la presencia de Dios.

Y por último, la consecuencia para el que acoge esta revelación: “Tú eres piedra”. El que acoge esta revelación, está cimentado sobre roca. Es libre, sabe quién es, cuáles son sus prioridades, en función de qué tiene que tomar todas sus decisiones (Su fe y su misión de esposos y padres). Y sus decisiones son firmes, tienen un rumbo claro. Y su misión dura toda la vida; será su incentivo hasta el final. Éstos son buenos hijos de la Iglesia. Llevándolo también a las catequesis de S. JPII (para el que las conozca) encontraríamos un paralelismo de esta consecuencia con la 3ª experiencia. La Desnudez Originaria: “Estaban desnudos y no sentían vergüenza”. Es el estado de la limpieza de corazón, de la confianza en Dios y en el esposo, y de paz consigo mismo.

Señor, concédenos que por tu revelación, nos reconozcamos como hijos de Dios, destinados a entregarnos por amor como esposos, y así construyamos una familia sobre roca y demos testimonio de Ti y de tu Iglesia.

Oramos con el Salmo: El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege. Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él.