Archivo por meses: mayo 2014

Comentario del Evangelio para matrimonios Jn 6,22-29

Suena a Caridad:

“Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre”.
Y ¿Cómo puede comunicarnos su Amor? A través del Espíritu Santo: El amor mismo de Dios entre Padre e Hijo. Por él participamos de la entrega de Cristo a su Iglesia. Y nos diréis: ¿Cómo un Espíritu, que no tiene ni idea de ser hombre, puede enseñarnos? Porque el Espíritu Santo aprendió las experiencias del hombre acompañando a Cristo durante su vida como hombre.

Cristo sabe muy bien de lo que habla: “me buscáis, porque comisteis pan hasta saciaros”. ¡Qué bien nos conoce! Entre esposos cuántas veces esperamos una respuesta, un consuelo, que nos ayude en nuestro trabajo, que reconozca nuestro esfuerzo… esperamos y muchas veces exigimos que nos dé algo a cambio de nuestra entrega. Es un desorden de la esperanza, porque el que ama siempre tiene la esperanza de ser amado para vivir una comunión. Pero ese amor humano, se tiene que ir convirtiendo cada vez más en Caridad, en la Caridad de Dios. Y para eso es imprescindible recibir el Espíritu de Cristo. El Espíritu modela al hombre según la semejanza de Jesús, el Hijo y el Esposo.

Debemos trabajar no por la respuesta, reconocimiento… del esposo, sino para dar gloria a Dios.
Hay muchas cosas que corregir en nuestro amor, ¿verdad? Pues empecemos hoy: “Trabajad por el alimento que perdura para la vida eterna” (y lo primero es nuestro matrimonio, nuestra vocación). Pongámonos una pequeña meta para esta semana. Nosotros lo hemos hecho.

Oramos con el Salmo: (Señor) Instrúyeme en el camino de tus decretos, y meditaré tus maravillas. Apártame del camino falso, y dame la gracia de tu voluntad.
Pedimos a San Juan Pablo II para que interceda por nuestros matrimonios y nuestras familias.

Comentario del Evangelio para Matrimonios: Lc 24, 13-35

Los esposos de Emaús.

«Cuando estén congregados en mi nombre dos o tres, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20) Qué hermoso si los esposos viviésemos el día a día juntos en su nombre. Ahí estaría Él, continuamente en medio de nosotros.

En nuestra familia ocurren muchas situaciones que nos generan desánimo, pero Cristo camina junto a nosotros. Lo cierto es que, como Cristo tuvo que padecer para entrar en su gloria, así también nosotros, porque no es más el siervo que su señor.

Qué cerca lo tenemos y como los discípulos de Emaús, no le vemos. Santo Tomás le llamaba “El Dios escondido”.

Si no creéis en mí, al menos creed en mis obras, les decía Jesús a los Fariseos. Y las obras que la Eucaristía hace en nosotros, son palpables. Cómo va restaurando nuestro matrimonio cuando se lo presentamos día tras día en el ofertorio… Le reconocemos al partir el pan.

Y cómo nos habla de nuestra realidad matrimonial en el Evangelio: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos explicaba las Escrituras?” Qué importante es que arda nuestro corazón con su Palabra viva, que nos habla hoy a nosotros como esposos. Leer el Evangelio en familia, es fuente de vida y une, une, une.

Digámosle como los discípulos: Señor, «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.»

Comentario del Evangelio para matrimonios: Jn 14, 6-14

Por dónde, el qué y cómo.

Dice San Agustín que “Todo hombre comprende la verdad y la vida, pero no todos encuentran el camino.” Él mismo experimentó en su vida esa búsqueda durante muchos años, para mayor sufrimiento de su santa madre.

Cristo nos resuelve la pregunta ¡¡y con ejemplos!! ¿Qué mas podemos pedir?: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí.

Es una novedad conciliar, la posibilidad de vivir la plenitud evangélica que nos ofrece en el sacramento del matrimonio. Su belleza radica en vivir la comunión humana a imagen y semejanza de la Comunión Trinitaria. Tener como misión el Nosotros Trinitario como destino del nosotros conyugal y familiar.

El sacramento del matrimonio es una alianza que bebe de la verdadera alianza Cristo-Iglesia. El don de la participación por la gracia a lo largo de toda la vida matrimonial de la misma caridad de Cristo Esposo, eleva la vocación conyugal a la categoría de sacramento, a la par que impregna la vida matrimonial de una ilusión y esperanza nuevas, de las que los esposos tenemos que tomar conciencia. ¿Qué mejor misión que ésta para los cónyuges? ¿Qué mejor vida que ésta? Es en este camino en el que verán su santidad cumplida.

Si permanecemos en Él, haremos las obras que Él hace. Viviremos ese anticipo de la comunión de los santos, en nuestro matrimonio. Y si lo dudas, puede ser a ti a quien hoy te diga “Hace tanto tiempo que estoy contigo ¿Y no me conoces?”.

Que así como Cristo está en el Padre, pongamos también nuestro matrimonio en manos de Cristo, para que sea cabeza de nuestro hogar, Iglesia doméstica. Entonces estaremos también los esposos el uno en el otro, crecerá nuestra mutua admiración y descubriremos lo sagrado de nuestra unión conyugal.

Oramos con el Salmo: A toda la tierra alcanza su pregón. El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos: el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra.

Esposos, escuchémoslo!!

Comentario del Evangelio para matrimonios: Juan 6, 1-15

No solo de panes y peces.

Hoy vemos el don de la multiplicación de los panes y los peces. Cómo el Señor, de unos pocos panes y peces que tenemos, saca suficiente para dar de comer a una multitud y que sobre abundante comida. Es la sobreabundancia de los dones de Dios.

En el libro «Llamados al amor» de Carl Anderson y José Granados, dice que «Dios se da a sí mismo a Adán cuando le comunica el don de Eva.» ¿Por qué?, porque Dios quiere a Eva por sí misma. Dios quiere a mi esposo/a por sí mismo/a, a diferencia de los animales y demás seres vivos, cuyo fin último es existir para ser dominados y sometidos por el hombre. Si Dios quiere a mi cónyuge por sí mismo/a, se entrega a sí mismo cuando me la entrega como esposo/a.

Es como ese padre y esa madre que adoran a su hija y viene un chico a pedirle su mano. Parece que se desprenden de una parte profunda de ellos.

¿Lo hablamos contemplado así alguna vez? Esta vez miraré a mi esposo/a y me concienciaré: En él/ella se me da el mismísimo Dios. Ahora solo me resta tratarle como se merece.

Rezamos con el salmo: Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.