Archivo por meses: mayo 2014

Comentario del Evangelio para Matrimonios: Jn 6, 60-69

Este modo de hablar es duro… o Tú tienes palabras de vida eterna.

Las mismas palabras de Jesús son interpretadas de dos maneras muy diferentes. Es cierto que el mensaje de Jesús es exigente.

También el matrimonio es exigente y es duro. Pasamos juntos por muchas dificultades, desengaños, “infidelidades” a nuestra promesa de entrega total del uno al otro…

Pero si nuestra unión no la contemplamos como una promesa de vida eterna de Dios en Cristo, nuestra percepción se convierte en una experiencia cada vez más dura.

Jesús hoy nos pregunta ¿Esto os hace vacilar? Pero Dios nos ama sufriendo. Si nosotros huimos siempre del sufrimiento ¿Qué le estamos enseñando a nuestros hijos? ¿Somos representantes de la paternidad de Dios para ellos? La verdadera gloria de Dios es vernos salvados y vivos. Si entendiéramos esto, no dudaríamos en optar por la puerta estrecha.

Cristo, que rebela el hombre al propio hombre, como decía San Juan Pablo II, reconoce perfectamente cómo fue el Padre quien le entregó a los discípulos: “Los que me diste” (Jn 17,6) y es el Padre quien entrega también a su Hijo: “Dios entregó a su unigénito” (Jn 3,16).

Y éste es el modelo de entrega para los esposos. Es Dios quien me entrega a mi esposo/a y es Dios quien me entrega a mí a mi esposo/a, con nuestro consentimiento.

Mirando nuestra vida conyugal y nuestra mutua aceptación desde esta perspectiva, las experiencias en nuestro matrimonio cambian totalmente. Probadlo!

¡Señor, Tú tienes palabras de vida eterna!, palabras que cuando el matrimonio contemplamos juntos vivimos y experimentamos estar vivos y creen.

¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación invocando su nombre.

Comentario del Evangelio para Matrimonios Jn 6, 52-59

La Fuente:

“El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí.”

Hay un manantial, una fuente de la que emana todo. Emana el Amor, origen y destino de todo. San Juan Pablo II, en sus poemas del Tríptico Romano, dice:

Si quieres encontrar la fuente/ tienes que ir arriba contra la corriente/ Empéñate, busca, no cedas./ Sabes que tiene que estar aquí/ ¿Dónde estás fuente? ¿Dónde estás fuente?

Así es, si queremos encontrar la fuente, tenemos que “ir arriba contra corriente”. Es verdad que es cansado. La mayoría de las veces, la corriente que quiere defender su “rumbo”, trata de arrastrarnos intentando cansarnos en esa subida: Nos ridiculizan, tratan de discriminarnos, dan falsos testimonios, vosotros que os creéis tan santitos o “iluminados”… y no os dejáis llevar por lo que todo el mundo opina… Señor, perdónales porque no saben lo que hacen.

La corriente desgasta. Ser fiel a nuestra promesa matrimonial y defender la verdad del matrimonio, desgasta. Ni las piedras se resisten a los efectos de la corriente.
La tentación es fuerte… aislarse del mundo. Pero no. El matrimonio tiene que estar abierto al mundo, expuesto a todas estas dificultades. La manera de conocernos no es encerrándonos para investigar nuestro interior, sino abriéndonos a los demás, teniendo experiencia de relación descubrimos nuestra dignidad, porque hemos sido creados para la comunión (aunque ésta parezca imposible), no para la soledad.

Pero nosotros, miramos a la fuente. Permanecemos en Él y Él permanecerá en nosotros. A nosotros nos has llamado a una vocación. Podemos responder como la Virgen María: ¿Cómo hacerlo? Convertirse en “imagen del Amor Trinitario” por Jesús. ¡Es una cosa tan grande, y nosotros somos tan pequeños! ¡Ser una sola carne, un solo corazón, una sola alma, siendo tan distintos! Podemos pensar que es imposible y dudar o como la Virgen, sólo preguntar ¿Y qué tengo que hacer?

Porque en realidad no es obra nuestra, es obra del Espíritu Santo, con nuestra colaboración para experimentar lo que dice san Pablo: ‘ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí’. Entonces el Espíritu Santo, el Hijo y el Padre habrán realizado su obra sobre nosotros: ser uno como ellos son uno. Ya no será el pensamiento, ni el acto de mi cónyuge, ni el mío, sino el de Cristo.

Tenemos hambre de Ti Señor, devoraríamos cada acto en Tu presencia, para impregnar nuestros hogares de Tu Perfume. Cada despertar, el desayuno, asearte para dar gloria a Dios, ordenar tu habitación, la alegría de un día por delante para salvar, sanar… Bendito lunes o bendito viernes. Todos los días son para amar, se han hecho para que el hombre vaya a Ti, mi Dios, amando.

El matrimonio es comer Tu Carne y beber Tu Sangre, para hacernos Eucaristía contigo en la entrega mutua hasta el extremo y la entrega al mundo como miembros de la Iglesia.

Oramos con el salmo: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio, Alabad al Señor, todas las naciones, aclamadlo, todos los pueblos.

San Juan Pablo II, intercede por nosotros.

Comentario del Evangelio para Matrimonios Jn 6,44-51

La iniciativa es de Dios.

“Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado”. Esta frase está en total consonancia con la Soledad Originaria de la que hablaba Juan Pablo II en sus catequesis sobre el amor humano. Antes de que se produjese la unión hombre-mujer, era necesario que el hombre tomara conciencia de su origen. Que se sintiese creado por Dios y amado por Dios. Después, vendría su necesidad de formar una comunión a imagen de Dios. Este proceso ocurre una sola vez en el estado original del hombre, pero tras el pecado, que necesitamos una conversión diaria, tenemos que volver a tomar conciencia de este hecho antes de vivir la necesidad de crear o mejorar esa comunión entre los esposos.

La iniciativa es de Dios, y por tanto, para vivir la verdad, debemos buscarla en Él como origen también de nuestro matrimonio. Explicarlo desde la visión imperfecta que podemos tener uno del otro y desde las carencias de uno y otro, se hace imposible. Por este motivo se separan tantos matrimonios. El punto de partida es Dios. Tenemos que entender que Él nos ha creado al uno PARA el otro. Siéntete amado por Dios, o no conseguirás jamás amar a tu esposo/a.

El segundo paso es seguir a Cristo. Olvídate de cómo crees que debes amar a tu esposo/a. Mira y admira cómo lo hace Cristo por su Iglesia: “Todo el que escucha lo que dice el Padre, aprende y viene a mí.” Tenemos que entender en nuestro corazón que Él nos salva día tras día en la Eucaristía (Juntos los esposos, si no puede ser físicamente, al menos en nuestro corazón), en la Confesión y en el Sacramento del Matrimonio: No nos olvidemos! Es una gracia permanente que se activa cada vez que realizamos un acto de entrega.

Y por último, “el que cree, tiene vida eterna.” El que cree en esto, empieza a disfrutar de un verdadero matrimonio y atesorar tesoros en el cielo.

Señor, no podías decirnos más a los esposos en tan pocas palabras. Gracias por la Palabra. ¡Gracias por la Eucaristía! Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar.
Disfrutemos de Él JUNTOS.

Comentario del Evangelio para Matrimonios: Jn 6, 35-40

A Dios le vemos en Cristo. ¡Gracias Señor, por revelárnoslo!

Cristo no da el pan, sino que Cristo se hace pan. Si nos diese todo lo que pedimos, el pan de la tierra, se ganaría el favor de todos. Pero Él se hace pan, para que nos lo comamos. Pequeño, sencillo, vulnerable. Qué gran lección para nuestro matrimonio.

Dejemos que Dios, a través de Cristo, nos enseñe a amar. Dejemos que nos busque, nos atraiga hacia sí, porque no quiere que se pierda ni uno solo, porque como decía San Agustín, “Nos hiciste para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

Te pedimos Madre que nos lleves a Él para que creamos de verdad, colaborando con Él para no perdernos y que no se pierda ninguno de los que nos ha dado: Primero nuestro esposo (en genérico), después nuestros hijos.

No basta con asistir a la Eucaristía. Como dice San Agustín “¿Cuántos hay que reciben este pan del altar, y mueren a pesar de ello?” No basta con eso. Tenemos que luchar por vivir nuestra vocación, nuestra entrega. Que no se pierda en nuestro matrimonio la esperanza del construir una verdadera comunión, de no vivirlo a imagen de Cristo. Que no perdamos el don del tiempo que Dios nos ha dado malgastándolo en lo caduco.

Amén

Comentario del Evangelio para Matrimonios: Jn 6, 30-35

Nuestros planes.

Nos gusta hacer planes. Siempre estamos esperando cuando llegue… cuando consiga… No solo material, sino ser más comprensivo, menos egoísta, menos orgulloso…
En la Eucaristía podemos ofrecerle todo eso, que gracias a Su misericordia, no perdurará para siempre. Tenemos que aceptar nuestras limitaciones.
De repente, nos encontramos con alguien que lo tiene todo: «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed.»
Pero Él, en la cruz, tiene sed. ¿Cómo alguien que lo tiene todo, tiene sed? Y lo que es más extraño, le dan a beber y lo rechaza…

Señor, si Tú que lo tienes todo, rechazas el pan en el desierto y hasta un poco de vinagre y agua cuando tenías esa sed tan brutal desangrado en la cruz, nosotros también renunciamos contigo a nuestros deseos, planes, comodidades y seguridades. Renunciamos a tener un esposo (en genérico) perfecto, unos hijos perfectos, un trabajo perfecto, una familia política perfecta, nuestras seguridades! aquello a lo que nos aferramos, sentirnos protegidos… Aceptamos también que nosotros mismos no somos perfectos, ni mucho menos.

Comer el pan del cielo es creer en Jesús, creer en Jesús es seguirle, nadie cree en lo que no conoce y nadie conoce lo que no trata a fondo. Hacerlo parte de nuestro ser más íntimo, de lo más profundo, aceptar su camino y sus formas. Éste es el alimento verdadero que sustenta a la persona, que da un rumbo a la vida, y que trae vida nueva. Encontrarse con Él es empezar a vivir de una forma nueva, exigente conmigo mismo y benevolente con mi esposo/a.

Verdaderamente, Jesús habla de otra vida. Y nos espera en la Eucaristía para dárnosla y que nosotros la podamos vivir.

Señor, queremos sólo una cosa: A tu imagen, hacer la voluntad del Padre. No queremos resistirnos a la fuerza del Espíritu. Como San Esteban, miramos al cielo para encontrar allí la fuerza para morir y resucitar.

A tus manos encomiendo mi espíritu: tú, el Dios leal, me librarás; yo confío en el Señor. Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría.