EVANGELIO
¡Señor mío y Dios mío!
Lectura del santo Evangelio según san Juan 20, 24-29
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
«Hemos visto al Señor».
Pero él les contestó:
«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
«Paz a vosotros».
Luego dijo a Tomás:
«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente».
Contestó Tomás:
«¡Señor mío y Dios mío!».
Jesús le dijo:
«¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto».
Palabra del Señor.
Notas: Próximas misiones.
- Retiro en Madrid: 7, 8 y 9 de septiembre (Casa de espiritualidad de Cristo Rey)
- Retiro en Madrid: 14, 15 y 16 de septiembre (Casa de espiritualidad de Cristo Rey) Sí, dos fines de semana seguidos. No es un error.
- Retiro Málaga y Mallorca en Málaga: 05, 06 y 07 de octubre. Casa Diocesana.
- Retiro en Barcelona: 26, 27 y 28 de octubre (Casa de Espiritualidad María Inmaculada. Tiana).
- Retiro en Valladolid: 23, 24 y 25 de noviembre (Casa de Espiritualidad Sagrado Corazón)
- Retiro en Pamplona: 14, 15 y 16 de diciembre (Casa de Javier)
¿Ver para creer?
El Señor no pretende que creamos en todo lo que nos dicen, pero sí en aquellos testimonios que ratifican Su Palabra, el Evangelio. Por eso, son tan importantes los testimonios, porque a través de ellos nos llega la Verdad. Dios quiere que sea así y llama dichosos a los que creen sin haber visto.
También nosotros podemos ser “portadores” de la Verdad, con nuestro testimonio. No es una vergüenza, es una oportunidad, que pasa por hablarle a la gente de nuestro alrededor de lo que Cristo ha sido capaz de hacer en nosotros y a nuestro alrededor, a pesar de nuestra iniquidad, nuestra soberbia y nuestra dureza de corazón.
Aterrizado a la vida matrimonial:
Juan: Mi mujer se lo cree todo. Está todo el día viendo vídeos de apariciones, mensajes apocalípticos y enigmas extraños. Yo no me creo nada. Encima, muchas novenas, mucho ir a la Iglesia, mucho poner carita de buena con los demás, pero en casa, está todo el día con las quejas, con el careto, y exigiendo.
Matrimonio Tutor: Es verdad que no debemos creernos todo lo que cae en nuestras manos. Hay veces que nos convertimos en “consumidores” de misterios, rozando la superstición. Quizás tu esposa esté confusa con su fe, pero al menos está en búsqueda de la verdad. Eso no debe ser motivo para que tú dejes de intentar buscarla también. Le preguntamos a ella y no parece que tu comportamiento sea ejemplar tampoco ¿no?
Juan: No, la verdad que no.
Matrimonio Tutor: Pues según tu propio razonamiento, deberías buscar un cambio de rumbo. Fíate de nuestro testimonio y de cómo Dios nos rescató. ¿Ganamos algo con estar aquí ayudándoos a parte de buscar vuestro bien?
Juan: No.
Matrimonio Tutor: Te vamos a dar unas pautas para reconocer a un testigo de la verdad. Si crees que las cumplimos, pensamos que sería lógico que os fiarais de nosotros:
Para reconocer un testigo verdadero:
– Mira si tiene autoridad: Es decir, si lo que habla es coherente con su vida. Pregúntale a sus hijos cuando les veas, o a personas muy cercanas con las que suele convivir.
– Testimonio revelado: Si lo que dice está en total comunión con la revelación y el magisterio de la Iglesia.
– Si hay una comunidad de la Iglesia que lo avala.
– Si su testimonio se ha mantenido en el tiempo a lo largo de varios años, más de cinco, diríamos.
– Si puede estar obteniendo algún beneficio (personal, de poder o económico) más allá de comunicar la buena noticia a otros y como mucho, un sustento que le permita continuar con esa labor.
– Si en definitiva su testimonio apunta a Cristo, puesto que en Él se resume toda la Verdad.
Madre,
Ayúdanos a ser testigos de la Verdad, para que todos conozcan la buena noticia del Matrimonio y la Familia. Que nuestra fidelidad no sea un motivo para presumir o envanecernos, sino para con humildad, reconocer que hemos sido salvados sin merecerlo. Alabado sea el Señor, que nos envía de dos en dos.