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¿Cómo sirvo mejor a Dios? Comentario del Evangelio para Matrimonios: Lucas 8, 1-3

EVANGELIO
Las mujeres iban con ellos, y les servían con sus bienes

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 8, 1-3
En aquel tiempo, Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, proclamando y anunciando la Buena Noticia del reino de Dios, acompañado por los Doce y por algunas mujeres, que por él habían sido curadas de espíritus malos y de enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes; Susana y otras muchas que le servían con sus bienes.

Palabra del Señor.

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¿Cómo sirvo mejor a Dios?
¡Con qué alegría te servían esas mujeres!, Jesús, la comida de cada día. Con qué alegría te lavaban la ropa, te preparaban el lugar de descanso, pendientes de atender a todo el que se acercara en tu busca con el mismo cariño con que ellas fueron acogidas, pendientes de cada misión que les encomendaras. Porque ellas habían experimentado en su ser, la Vida, habían experimentado ese anuncio del Reino, sanadas del mal, y eso es lo más grande que puede experimentar una persona, saberse amada por ese Amor, rescatada de todo mal y nacida a una nueva vida.

También las vemos al pie de la cruz, las vemos llorar en el camino del calvario para preparar el cuerpo del Señor con ungüentos. Sin embargo, desde que Jesucristo resucitó, ya no cabe la tristeza. Ese camino de cada día, se hace gozando. Cuando nos encontramos con dificultades, es el momento de recordar la alegría y la Esperanza de la Resurrección, del triunfo sobre la muerte y todo lo oscuro. Es el momento de mirarte, Señor, y verte a mi lado y confiado en que estás, servirte con amor.

Tú nos envías a una misión en la que nunca nos dejas solos, hasta el fin de nuestros días. Sabes que no es fácil, que la misión de construir un matrimonio y colaborar en el crecimiento de unos hijos, no es fácil. Pero estás. Nos retiras a un lugar tranquilo, en cada encuentro con el Amor, en la Santa Eucaristía, en el Sagrario, en la oración juntos… Así puedes enviarnos a esas misiones donde se “mide” de verdad el amor que te tenemos, Señor.

Porque me sé amado, deseo responder a ese Amor, lo demás es “nada” al lado de esto. ¿Te sirvo con los bienes que me has entregado?. No quiero decirte cosas hermosas en nuestro encuentro y luego lastimarte en la vida, me esfuerzo por ser esposo en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida, que es lo que Te agrada.

Estás Tú, has resucitado y me has salvado. Soy feliz en todo cuanto quieras que haga. Eternamente gracias, Señor.

¿Qué tipo de lágrimas son las mías? Comentario del Evangelio para Matrimonios: Juan 19, 25-27

EVANGELIO
Triste contemplaba y dolorosa miraba de Hijo amado la pena

Lectura del santo Evangelio según san Juan 19, 25-27
En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena.
Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
-«Mujer, ahí tienes a tu hijo.»
Luego, dijo al discípulo:
-«Ahí tienes a tu madre.»
Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.

Palabra del Señor.

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¿Qué tipo de lágrimas son las mías?
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Hoy celebramos oficialmente el día de la Virgen de los dolores.
Madre a los pies de la Cruz acoges la Vida para entregarla, desde el desgarro, te gozas con el dolor de amar hasta el extremo a cada uno de nosotros tus hijos, nacidos del dolor más profundo de tu alma santa, nacidos del Seno Inmaculado de María Madre de Dios y Madre nuestra.

Como decíamos ayer, el amor está íntimamente unido al dolor. Decía San Juan de la Cruz: «quien no sabe de penas no sabe de amores». Una frase muy sabia, pero que no se puede poner en positivo, porque no todo el que sabe de penas, sabe de amores.

De eso vamos a hablar hoy. Para ello recurriremos a una doctora de la Iglesia: Santa Catalina de Siena. Ella nos explica los diferentes tipos de lágrimas que marcan una progresión en el camino espiritual:
1 Lágrimas malas, que engendran muerte. Son las que proceden del pecado y llevan al pecado: lágrimas de odio, de envidia o desesperación, proceden de un corazón desordenado y apartado de Dios.
2 Lágrimas de temor por los propios pecados. Son las de los que se levantan del pecado por temor al castigo: el temor les hace llorar. Su motivación no es perfecta, pues no hay necesariamente arrepentimiento.
3 Lágrimas de los que, lejos del pecado, empiezan a querer servir a Dios; pero, privados de los consuelos visibles, lloran por verse con tanta incapacidad y tribulaciones.
4 Lágrimas de los que aman con perfección a Dios y al prójimo, doliéndose de las ofensas que se le hacen a Dios y compadeciéndose del daño del prójimo, en completo olvido de sí mismos.
5 Lágrimas de dulzura, derramadas con gran suavidad por la unión intima del alma con Dios. Son lágrimas de puro amor que derraman los santos en las más altas cumbres de perfección cristiana.

Tendemos a hablar de cruz refiriéndonos a cualquier tipo de sufrimiento, pero eso no es correcto. Sólo algunas lágrimas son por amor y generan vida. ¿Qué tipo de lágrimas son las mías?

Si en mi relación con mi esposo, sufro por las ofensas que le hago a Dios o me compadezco del daño que sufre mi esposo, sin tener en cuenta si me afecta a mí o no, entonces hablamos de una cruz que se vive por amor en unión con Cristo. Esta cruz es co-redentora.

Si además, en nuestra oración juntos, llegamos a derramar lágrimas de amor por sentidos unidos a la Santísima Trinidad. Si derramamos lágrimas en el acto conyugal por experimentarnos agradecidos unidos entre nosotros por el Espíritu y fundidos con Dios, ¡Aleluya!.

Madre:
Eres Tú quien da a luz a Jesús y nos lo entregas. Ese hermoso Corazón tuyo, sufrió tanto porque formaba un solo corazón con el de tu Hijo en la Cruz. Pero Tú le ofreces al Padre el sacrificio de tu Hijo, y quieres que también nosotros nos unamos a Ti, unamos nuestro sufrimiento de amor para entregárselo al Padre.
“¡Oh dulce fuente de amor!, hazme sentir tu dolor para que llore contigo. Y que, por mi Cristo amado, mi corazón abrasado más viva en él que conmigo.” Amén.

¿Qué haría sin Tu Cruz? Comentario del Evangelio para Matrimonios: Juan 3, 13-17

EVANGELIO
Tiene que ser elevado el Hijo del hombre

Lectura del santo Evangelio según san Juan 3, 13-17
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
«Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre.
Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él».

Palabra del Señor.

Nota: Proyecto Amor Conyugal organiza un retiro para matrimonios y familias en Madrid, entre los días 21 y 23 de octubre. Pedimos vuestras oraciones.

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¿Qué haría sin Tu Cruz?
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Hoy celebramos el día de la exaltación de la Santa Cruz.
Nuestra infidelidad a Dios es tan grande, tan grave, que era necesario que el Hijo del hombre fuese crucificado, para expiar nuestras culpas. Él, el único Inocente, el único que es eternamente fiel, es el único Salvador posible.

Cuesta mucho entender el sufrimiento como medio de expiación o de sanación, pero es Dios quien determinó que éste es el único camino y la vida nos muestra que quien no está dispuesto a sacrificarse, no ama, porque sólo el sufrimiento por otro es la prueba irrefutable del amor. Nos dice el Señor en otro pasaje que, no hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

Padre, tu amor es tan grande por nosotros que entregas a tu Hijo amado, juntos os sacrificáis hasta el extremo. Y nos das la posibilidad de sufrir y unir nuestro sufrimiento al Tuyo, para poder amar con Tu amor. No me gusta sufrir, pero quiero ser capaz de amar. Así que, o acojo los dones que me ofreces, o creo en Ti, o estoy perdido. Me encontraré sumido en la tristeza, en el vacío, en la soledad y en último término en la muerte. Señor, me da miedo perderte ¿Qué haría yo sin ti? ¿Qué haría sin Tu Cruz en los momentos de dolor con mi esposo, con mis hijos, en las relaciones con los demás, en el trabajo…? No sé dónde pondría yo mi esperanza si no hubieses muerto por amor a mí, si no supiese que eres Dios y que me amas hasta el extremo.

Pero cada vez que sufro el desamor, una ofensa, una humillación, un gesto de indiferencia… en mi matrimonio, miro tu Cruz, y te veo allí, el Esposo de la Iglesia alzado, crucificado por su pueblo, a la vista de todos. Y creo en Ti, y me uno a Ti, y me digo: que gran don me concedes al compartir conmigo el amor ¡Qué gozo me envías, que despeja mi resistencia y la tristeza que viene de mí, porque Tú no me has llamado para condenar a mi esposo, sino para que se salve por Ti. Acepta Señor mi deseo de sacrificarme por amor a él/ella.

Alabado seas, por compartir tu misión conmigo, por compartir tu Cruz y por tanto, Tu resurrección.

Entrañas de madre. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Lucas 7, 11-17

EVANGELIO
¡Muchacho, a ti te lo digo, levántale!

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 7, 11-17
En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, y caminaban con él sus discípulos y mucho gentío.
Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba.
Al verla el Señor, se compadeció de ella y le dijo:
«No llores».
Y acercándose al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo:
«¡ Muchacho, a ti te lo digo, levántate! ».
El muerto se incorporó y empezó a hablar, y se lo entregó a su madre.
Todos, sobrecogidos de temor, daban gloria a Dios, diciendo:
«Un gran Profeta ha surgido entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo.»
Este hecho se divulgó por toda Judea y por toda la comarca circundante.

Palabra del Señor.

Entrañas de madre.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Nuestro matrimonio da vida. Es como un vientre de madre a través del que Dios genera vida a su alrededor, porque el amor siempre debe generar vida o si no, no es amor. Un matrimonio que dio a luz a unos hijos y además está al servicio de muchos matrimonios que necesitan recibir el amor de Dios.

El matrimonio es como esas entrañas que se desviven por dar la vida recibida. Oran pidiendo ayuda a Dios, sacrifican su tiempo y sus gustos, y utilizan todas sus astucias para alimentar y mostrar algo de esa Vida que sólo Dios puede dar.

¡Ay Dios mío! Que nos has mostrado la Verdad, la Belleza, la Vida. Con todo mi corazón, con lágrimas de madre que camina tras sus hijos arrebatados por otros, por esos caminos que les llevan a la tristeza y al dolor. Ellos caminan inconscientes arrastrados por un camino de muerte. Esas entrañas como de madre, me hacen ir llorando tras sus pasos. Señor, ¡Compadécete!, como de esta pobre mujer y déjame escucharte decir: “No llores” Y levántalos de su dormición.

Madre ahí tienes a tu hijo, hijo ahí tienes a tu Madre, me dijiste. Descansamos en Ella, en María, consagrados a Su Sagrado Corazón.
Sólo tú Madre, que eres Madre de todos, puedes dar la Vida. Dásela a nuestras familias, bendita Madre.

Me falta conversión. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Lucas 7, 1-10

EVANGELIO
Ni en Israel he encontrado tanta fe

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 7, 1-10
En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de exponer todas sus enseñanzas al pueblo, entró en Cafarnaún.
Un centurión tenía enfermo, a punto de morir, a un criado a quien estimaba mucho. Al oír hablar de Jesús, el centurión le envió unos ancianos de los judíos, rogándole que viniese a curar a su criado. Ellos, presentándose a Jesús, le rogaban encarecidamente:
«Merece que se lo concedas, porque tiene afecto a nuestro gente y nos ha construido la sinagoga».
Jesús se puso en camino con ellos. No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle:
«Señor, no te molestes; porque no soy digno de que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creí digno de venir a ti personalmente. Dilo de palabra, y mi criado quedará sano. Porque también yo soy un hombre sometido a una autoridad y con soldados a mis órdenes; y le digo a uno: «Ve», y va; al otro: «Ven», y viene; y a mi criado: «Haz esto», y lo hace».
Al oír esto, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la gente que lo seguía, dijo:
-«Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe».
Y al volver a casa, los enviados encontraron al siervo sano.

Palabra del Señor.

Me falta conversión.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

El Evangelio de hoy nos muestra la fe de un hombre y el poder de la fe. El centurión llama a Jesús, por amor a su criado y fruto de esa llamada es el acto de fe de creer en el poder de Su palabra.

Santa Madre Teresa de Calcuta, decía: «El fruto del silencio es la oración; el fruto de la oración es la fe; el fruto de la fe es el amor; el fruto del amor es el servicio; y el fruto del servicio es la paz» y seguía diciendo que ese es el inicio de la santidad. Por tanto, empecemos por presentarnos en silencio ante el Señor invocándole: Ven, Señor.

Además de la fe, hay otra actitud a remarcar en el Centurión: La humildad. No se consideraba digno, porque efectivamente no lo era. Pero a mí, me llama aún más la atención la humildad del Señor. Dios responde a nuestra llamada. ¿Conoces algún caso en que alguien le pida algo al Señor (no para provocarle o similar) y no se lo conceda?. La humildad que sorprende en Jesús, es que se “somete” a los deseos de los hombres. Y aún más, llega incluso a admirarse de la fe de aquel centurión. ¿Qué humildad hace falta para que Dios se admire de un hombre?.

No tengo palabras para expresar el sacrificio hasta el extremo que viviste por mí, estabas en el cielo donde no hay miseria, donde todo es gloria, pero por vuestro corazón enamorado, loco de amor, decidisteis venir a este mundo de pecado, dolor, traición, amargura, tristeza, odio, rencor, criticas, persecución, soledad, desconfianza, lucha de poder, abusos… Y todo lo sufriste en ti, precisamente para sacarme de ahí ¿Qué voy a hacer yo por ti?

Se me ocurren dos conclusiones interesantes para nuestro matrimonio: Si Jesús se somete a los hombres por amor ¿No me voy yo a someter a mi esposo por amor?. ¿No será esta actitud de sometimiento voluntario el camino que el Señor me marca?. Manso y humilde… La segunda conclusión es: Si Dios Todopoderoso tiene esa actitud de admirarse de los hombres, ¿Cuánto más tendré yo que cultivar mi admiración por mi esposo? Si Dios tiene motivos para admirarse de nosotros ¿No encontraré yo motivos para admirarme más de mi esposo?.

Fe en Dios, humildad para someterse al esposo como al Señor, y cultivar la admiración hacia mi cónyuge. ¡Hala!, ya tengo tarea.

Madre:
Me falta alegría, porque me falta conversión. Porque me sigo exigiendo mucho a mi esposo en ese estar “amenazados por una necesidad insaciable de comunión” para la que hemos sido creados, como decía San Juan Pablo II. Algo que no está aún construido del todo y que no hay que quejarse porque no esté, sino seguir trabajando para que continúe creciendo. No soy digno de esta misión que me habéis encomendado, pero una palabra del Señor, bastará para sanar nuestra unión y que se haga posible. Alabado sea por siempre.