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La cruz y la victoria. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Mateo 28, 8-15

EVANGELIO
Comunicad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 28, 8-15

En aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos.
De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo:
«Alegraos».
Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él.
Jesús les dijo:
«No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».
Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma, encargándoles:
«Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros.»
Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta hoy.

Palabra del Señor.

La cruz y la victoria.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

El mensaje del Señor hoy es “alegraos”. Daba igual que fuesen aquellas mujeres. Si hubiésemos sido nosotros nos habría dado el mismo mensaje: “Alegraos”. Da igual mis circunstancias actuales. Si me encuentro con Cristo de verdad, eso hace que se convierta el miedo, la tristeza y la desesperanza, en alegría. Ya no me paralizan los efectos de la muerte.

Jesús cita a los discípulos en el lugar donde se produjo su primera llamada, donde todo empezó. Jesús nos convoca en el principio, en la raíz de la verdad, el motivo y el fin que nos trajo a este mundo: Es Jesús. Como dice el Papa Francisco, es releer todo a partir de la cruz y de la victoria, sin miedo. Los entusiasmos, los defectos, incluso la traición… Todo se traduce a la cruz y la resurrección con Cristo. ¿No quieres vivir la cruz?, no vivirás la resurrección. ¿Quieres vivir la Cruz con Él? Vivirás la resurrección con Él.

Teresa y Laura son dos amigas, que desde pequeñas, llevan vidas casi paralelas. Ninguna de las dos decía tener “suerte” en su matrimonio. Sus esposos no hacían nada por hacerlas felices, no quieren profundizar en nada, todo en su vida es muy superfluo y no están construyendo una intimidad con ellas. Los fines de semana, cuando hay tiempo libre, les toca estar con sus familias políticas respectivas. La cosa se empeora porque no se sienten acogidas por sus cuñados ni por sus suegros respectivos. El resultado es que sus vidas están vacías. Ante una situación tan similar, Teresa y Laura deciden responder de manera diferente. Teresa, aconsejada por otras amigas y por un abogado conocido, decide pararle los pies a su esposo. No está dispuesta a seguir así, y le amenaza con divorciarse de él si no cambian las cosas. “Esto no lo puedes consentir”, le dicen. Laura en cambio, movida por su fe en Cristo, decide seguir amando a su esposo a pesar de las circunstancias, de las heridas y del dolor. En cada situación que vive, mira a Cristo e intenta hacer lo que Él hizo en Su pasión. Todo por su esposo. Todo por amor a su esposo, hasta el extremo.

Teresa acabó divorciada de su marido. Su familia rota, sus hijos afectados, y ella ya está viviendo con otro hombre. Laura, recuperó a su marido. No se lo puede creer, pero su esposo acabó dándose cuenta de que el camino que llevaba no le conducía a ningún sitio y que lo único que le llenaba de verdad, y donde más a gusto estaba, era con su esposa. Su trabajo le costó a Laura, pero unida a Cristo, Él lo hizo posible.

Madre,
Lo que Cristo nos muestra con la cruz y la resurrección, es la verdad de la vida. Nadie se libra de la cruz, pero depende cómo la afrontemos, será motivo de trapicheos y mercadeos que llevan a la muerte, como los de los fariseos con los guardias, o será motivo de alegría y de reencontrarnos con el Señor. Nosotros queremos seguirle, Madre. Concédenos esta gracia. Alabado sea Dios que nos ha dado un Salvador y ¡Ha resucitado!

Superar el límite. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Juan 20, 1-9

EVANGELIO
Él había de resucitar de entre los muertos
Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 1-9

El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto. »
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Palabra del Señor.

Superar el límite.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Juan y Pedro corren juntos hacia el momento definitivo de la fe. Cristo no ha muerto para siempre, ¡Ha resucitado para siempre!. La muerte, esa enemiga que nos acecha constantemente y que se hace notar tan dramáticamente cuando se acerca a nuestros seres queridos, ha sido vencida. ¡Gloria a Dios!. Toda la Pasión, todo aquel sufrimiento, cobra sentido hoy. Ha merecido la pena acompañar al Señor en este tiempo de cuaresma y pasión. Podríamos resumir lo que hoy celebramos, en una frase: El Amor vence a la muerte. Sí, con Su amor, el nuestro puede superar el límite de la muerte.

Dejábamos en el comentario de ayer, a aquella pobre mujer desconsolada porque su esposo había fallecido. Se encontraba sola. Sus planes para toda una vida con su esposo, habían quedado truncados de repente, sin posibilidad de solución. Él se había marchado para siempre. Pero un sacerdote le abrió una ventana a la esperanza. Su marido no estaba muerto, en realidad, porque Cristo hoy ha vencido a la muerte. Entonces ella, llena de fe, comenzó a pedirle al Señor que le devolviera a su esposo. No podía vivir sin él. En una de aquellas oraciones, empezó a sentir a su marido dentro de ella. Sí, le notaba incluso más cerca que cuando vivía junto a ella. Le sentía a todas horas. Hablaba con él, rezaba por él, le pedía consejo, ayuda… No estaba loca. Era real, su marido no había muerto para siempre. Se encontraba allí, en su interior. Aquella mujer recuperó la alegría. ¿Qué más da si durante unos años no le veo ni le puedo tocar? Sé que está ahí y algún día, pronto, volveré a estar con él y a abrazarle y a ser una con él, con Dios y con toda la Iglesia, para toda la eternidad. Gracias Señor, porque nos has salvado.

Madre,
¡Cristo ha resucitado! Ya podemos cantar ¡Aleluya!. Algún día tomaremos conciencia de lo que esto supone para nosotros. Ayúdanos a alabarle y darle gracias en estos 50 días de Pascua, como se merece. ¡Aleluya!

Una soledad escalofriante. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Sábado Santo.

Sábado Santo: Hoy es un día alitúrgico. No hay lecturas. Cristo está muerto.

Una soledad escalofriante.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Sí, Cristo ha muerto. Como tú y como yo, algún día. Él quiso participar de nuestra muerte, y descendió al lugar donde se encontraban todos los muertos, para rescatarlos. Por tanto, hoy estamos sin Él. No está en ningún Sagrario del mundo. Entras a la Iglesia y se percibe la falta de vida. Es como cuando entras en una mezquita. Se percibe la soledad escalofriante de que no hay nadie allí.

Por un día, me viene bien reflexionar sobre qué sería de mí si Cristo no estuviese. Notaría esa misma soledad a todas horas, esa misma frialdad. Una falta de esperanza se apoderaría de mis horas de sueño y una carencia de sentido envolvería mi matrimonio: Cristo no estaría presente en mi relación con mi esposo y nuestra relación de comunión sería imposible. Mi existencia sería temporal y se volvería inútil cualquier ilusión, cualquier esfuerzo. Terrible vida la de los que no creen. Pedimos hoy especialmente por ellos.

Ella está sola. Su esposo falleció hace unos días. Está desconsolada. Al drama de la noticia de su muerte, le siguió la tremenda sensación de soledad en casa. Sí, es cierto que discutían de vez en cuando, es cierto que a veces se hicieron daño el uno al otro, pero hoy no está, ni va a volver. Su esposo, con el que lo compartió todo, con el que tuvo varios hijos, con el que esperaba tener cada día una entrega mayor, ser su mejor ayuda, no está. Nadie le podrá sustituir nunca. La cama se ha quedado grande. El armario está medio vacío… y un montón de recuerdos le vienen a la cabeza a todas horas, y le hacen llorar. Incluso las cosas que menos le gustaban de él, ahora las echa de menos. ¿Qué será de mi vida sin él, el resto de mis días? Se preguntaba. ¿Cómo superar esa terrible soledad? Un sacerdote le dice: No te preocupes. Dios no te abandona, ni tu esposo tampoco. Tu esposo no está muerto… (Continuará).

Madre,
Qué terrible sería esa soledad que sentirías. Rodeada de desesperanza, de llantos de los discípulos. Sin poder dormir, por las escenas tan terribles que viviste ayer. Te acompañamos hoy en Tu soledad. Nadie lo sufrió más que Tú. Hoy somos nosotros los que te acompañamos, los que te enviamos nuestro cariño. Pero Tú confiabas en Dios, y nunca perdiste la esperanza. Fuiste el sostén de todos en aquellas circunstancias, como lo eres de nosotros. Gracias Madre.

La esposa traidora. Comentario del Evangelio para Matrimonios: san Juan 18, 1–19, 42

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18, 1–19, 42

C. En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:
+ «¿A quién buscáis?»
C. Le contestaron:
S. «A Jesús, el Nazareno.»
C. Les dijo Jesús:
+ «Yo soy.»
C. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles: «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:
+ «¿A quién buscáis?»
C. Ellos dijeron:
S. «A Jesús, el Nazareno.»
C. Jesús contestó:
+ «Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos»
C. Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste.» Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
+ «Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?»
C. La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo.» Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada que hacía de portera dijo entonces a Pedro:
S. «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?»
C. Él dijo:
S. «No lo soy.»
C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le contestó:
+ «Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo.»
C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaban allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
S. «¿Así contestas al sumo sacerdote?»
C. Jesús respondió:
+ «Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?»
C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote. Simón Pedro estaba en pie, calentándose, y le dijeron:
S. «¿No eres tú también de sus discípulos?»
C. Él lo negó, diciendo:
S. «No lo soy.»
C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
S. «¿No te he visto yo con él en el huerto?»
C. Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:
S. «¿Qué acusación presentáis contra este hombre?»
C. Le contestaron:
S. «Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos.»
C. Pilato les dijo:
S. «Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley.»
C. Los judíos le dijeron:
S. «No estamos autorizados para dar muerte a nadie.»
C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Jesús le contestó:
+ «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?»
C. Pilato replicó:
S. «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?»
C. Jesús le contestó:
+ «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.»
C. Pilato le dijo:
S. «Conque, ¿tú eres rey?»
C. Jesús le contestó:
+ «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.»
C. Pilato le dijo:
S. «Y, ¿qué es la verdad?»
C. Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:
S. «Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?»
C. Volvieron a gritar:
S. «A ése no, a Barrabás.»
C. El tal Barrabás era un bandido. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:
S. «¡Salve, rey de los judíos!»
C. Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
S. «Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa.»
C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color purpúra. Pilato les dijo:
S. «Aquí lo tenéis.»
C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:
S. «¡Crucifícalo, crucíficalo!»
C. Pilato les dijo:
S «Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él.»
C. Los judíos le contestaron:
S «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios.»
C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús:
S. «¿De dónde eres tú?»
C. Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo:
S. «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?»
C. Jesús le contestó:
+ «No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor.»
C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
S. «Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César.»
C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos:
S. «Aquí tenéis a vuestro rey.»
C. Ellos gritaron:
S. «¡Fuera, fuera; crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. «¿A vuestro rey voy a crucificar?»
C. Contestaron los sumos sacerdotes:
S. «No tenemos más rey que al César.»
C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos.» Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
S. «No, escribas: «El rey de los judíos», sino: «Éste ha dicho: Soy el rey de los judíos.»»
C. Pilato les contestó:
S. «Lo escrito, escrito está.»
C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
S. «No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quién le toca.»
C. Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica». Esto hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
+ «Mujer, ahí tienes a tu hijo.»
C. Luego, dijo al discípulo:
+ «Ahí tienes a tu madre.»
C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo:
+ «Tengo sed.»
C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:
+ «Está cumplido.»
C. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que atravesaron.» Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

Palabra del Señor

La esposa traidora.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

El ser humano, por su naturaleza caída, ya no puede amar de esta manera. Sólo puede, cuando el Padre le da la gracia. A Cristo no le quitan la vida, sino que la da Él. Hemos leído muchas veces en el Evangelio lo del grano de trigo que cae en tierra y muere para dar fruto, y que el que pierda su vida por el Señor la ganará, y que coja mi cruz y le siga… Cuando entiendo o me creo todo esto, y lo pongo en práctica mirando al Padre, empiezo a vivir como un esposo cristiano.

Una historia: Él la quería mucho. Lo demostró entregándole a ella su intimidad, sus secretos, su pasado y su futuro. Pero ella se lo jugó todo a una carta la noche en que estaba con aquel compañero de trabajo y se echó en sus brazos consumando una unión ilegítima con la que traicionaba gravemente a su esposo. Al llegar a casa, sentía remordimiento, pero en lugar de pensar que ella le había fallado, se auto convenció de que la culpa la tenía él, por no estar más pendiente de ella y darle gusto, así que le montó una pelotera impresionante. Él, se había enterado de que ella le acababa de ser infiel, pero aun así, callaba. Ella se iba calentando cada vez más, convencida de sus razones, y empezó a perderle el respeto a su esposo, hasta el punto de insultarle, escupirle e incluso agredirle físicamente. Él no intentó ni defenderse. Sabía que su misión ante Dios era ser esposo, así que no le gritó, no respondió a sus insultos. Al contrario, centraba todos sus esfuerzos en rezar pidiendo por ella, por su conversión, para que no perdiera su dignidad de aquella manera. Pero su esposa no respondía positivamente ante aquella benevolencia tan extrema. Al contrario, no soportaba que él no luchase contra ella para justificar así su traición. Ya no le importa nada, ha perdido la referencia de sus valores. Lo ha perdido todo. De repente, coge un cuchillo de la cocina y mata a su esposo mientras él le mira con ternura hasta desangrarse por completo.

Esa esposa traidora, infiel e indigna, somos cada uno de nosotros ante Cristo Esposo. Jesús se hizo víctima de amor por mí.

Madre,
Tú viviste en primera persona todo el padecimiento de nuestro Señor. Lo guardas en Tu corazón. Muéstranoslo para que tomemos conciencia del amor tan inmenso que nos tiene. Para que no volvamos a quejarnos jamás. Alabado sea y bendito sea por siempre. Amén.

Desde el servicio y no desde la gloria. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Juan 13, 1-15

EVANGELIO
Los amó hasta el extremo
Lectura del santo Evangelio según san Juan 13, 1-15

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
Estaban cenando, ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo:
– «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?».
Jesús le replicó:
– «Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde».
Pedro le dice:
– «No me lavarás los pies jamás».
Jesús le contestó:
– «Si no te lavo, no tienes parte conmigo».
Simón Pedro le dice:
– «Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza».
Jesús le dice:
– «Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos».
Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios».
Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:
– «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor», y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis».

Palabra del Señor.

Desde el servicio y no desde la gloria.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Jesús realiza un signo cargado de belleza y de enseñanzas. Se despoja de Su manto, su gloria, se agacha hacia nosotros abajándose y nos libra de las impurezas de nuestros pies caminantes haciéndose nuestro servidor. Sí, en aquella época el acto de lavar los pies solo lo hacían los esclavos y las esposas. Cristo, haciéndose nuestro Esposo y nuestro servidor, purifica los pecados de los que ya habíamos recibido el bautismo, en clara referencia al sacramento del Perdón.

Él nos dice que hagamos lo mismo entre nosotros. Primero con los nuestros, en nuestro hogar, en casa. Tengo que despojarme de todas mis dignidades e inclinarme ante mi esposo, sirviéndole en lo que haga falta para ayudarle a limpiarse de sus pecados. Porque el amor que recibo de Dios, no se genera vida si no lo entrego a mi esposo y juntos a nuestro alrededor.

Una historia: Ella es bastante fría con él. Es muy nerviosa y tiene mal carácter. No para de corregir a su esposo por los errores que comete. Además le cuesta mucho perdonarle. No se olvida de ninguna de las actitudes negativas que él ha tenido con ella. Él tampoco es un santo, pero desde luego que es más dócil, más tranquilo y perdona con mucha facilidad. Durante mucho tiempo él pensó que lo que tenía que hacer para mantener su matrimonio en pie, era ignorarla. Decirle que sí a todo y esperar a que se callase de una vez. Sin embargo, después de una oración, cambió su perspectiva. Tenía que amarla más, servirle más. Y empezó. Se propuso tener cada día un nuevo gesto o un nuevo detalle. Al principio le pasaban a ella desapercibidos, pero poco a poco se fue dando cuenta de que él se estaba esforzando de verdad por amarla, y mucho. Él mantenía el propósito con la ayuda de Dios. Con el tiempo, ella se fue transformando. Era incapaz de ser tan dura con él después de todo lo que estaba haciendo por ella.

Es la caridad la que limpia, la que purifica al otro, es el amor recibido de Dios, el que cuando se entrega, cambia al otro. Cristo sabía que es amar hasta el extremo lo que salva.

Madre,
Tú no das lecciones magistrales. Tú amas con todo tu Corazón y toda Tu sencillez, y eso es lo que a mí me convence de Ti. Que te haces transparente al amor de Dios. Bendita seas Madre, que me enseñas día a día el camino del amor. Amén.