EVANGELIO
El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido
Lectura del santo evangelio según san Lucas 14, 1.7-11
Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando.
Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola:
-«Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá:
«Cédele el puesto a éste.»
Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto.
Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga:
«Amigo, sube más arriba.»
Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales.
Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
Palabra del Señor.
Esposos amigos del Señor.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)
Hoy hablaremos del afán de protagonismo. Coger un puesto en una mesa es un gesto aparentemente sin importancia, pero refleja la condición del corazón. El Hijo de Dios no se eleva jamás, Al contrario, se despoja de su condición divina abajándose como hombre.
Se nos da muy bien aparentar que somos humildes, pero ¿Hay realmente humildad en mi interior?. Por ejemplo ¿Cómo me siento cuando me desprecian? ¿Y cuándo no toman en cuenta mi opinión? ¿Y cuando mi esposo se olvida una vez más de lo que me gusta o de lo que no me gusta?, ¿Siento rechazo hacia los demás por su pecado? etc. O en situaciones muy sencillas del hogar: Cuando me siento a la mesa ¿Cojo el mejor sitio, el trozo de pan que más me gusta, me sirvo primero el agua o la comida, elijo el mejor trozo?. En todos estos gestos tan sencillos puedo descubrir a quién amo realmente.
Lo cierto es que yo no tengo poder para ensalzarme a mí mismo. Solamente Dios puede elevar o rebajar: ‘cuando venga el que te convidó, te diga: «Amigo, sube más arriba.»’. Se provoca mucho mal por esta manía que tenemos de colocarnos por encima de los demás, y en el matrimonio, muy especialmente.
Los santos pasaron por situaciones de humillación que le agradecían a Dios, como regalos para que no creciese su vanidad. Contra el peligro de elevarnos existe el remedio de estar atentos a la voz del Señor, hijos admiradores continuamente de Su Grandeza, de Su poder, de Su Bondad, de Su Misericordia… sabernos hijos necesitados de nuestro Padre para todo, hasta lo más pequeño. Qué libre para amar es aquel que se coloca en el último lugar. Qué paz hay en su interior.
Al esposo que se humilla, que no se excusa, que no le da importancia a los desprecios, que no reclama sus derechos, que ama al esposo con todos sus defectos, a ese, Jesús le llama amigo (porque se comporta como Él) y le dice: “sube más arriba”, te voy a llevar a degustar una nueva experiencia de comunión, vas a saborear un amor más verdadero, un amor que no te corresponde. Ese amor imposible para nosotros, está a nuestro alcance, porque seremos ensalzados por el Señor.
Oramos con el salmo:
Si el Señor no me hubiera auxiliado, ya estaría yo habitando en el silencio. Cuando me parece que voy a tropezar, tu misericordia, Señor, me sostiene.