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Comentario del Evangelio para matrimonios: Jn 16,20-23a

Un día sin preguntas.

A lo largo de nuestra vida matrimonial, nos hacemos muchas preguntas sobre cómo hacer para conseguir… un montón de cosas, pero en definitiva, la alegría. También nos preguntamos por el motivo de nuestro sufrimiento.

Dice San Juan Pablo II que “El sufrimiento siempre es un breve paso hacia una alegría duradera (cf. Rm 8,18), y esta alegría se funda en la admirable fecundidad del dolor. En el designio divino todo dolor es dolor de parto; contribuye al nacimiento de una nueva humanidad. Por tanto, podemos afirmar que Cristo, al reconciliar al hombre con Dios mediante su sacrificio, lo ha reconciliado con el sufrimiento, porque ha hecho de él un testimonio de amor y un acto fecundo para la creación de un mundo mejor.” (Catequesis 27 de abril 1983)

El dolor y el sufrimiento son fecundos, y los podemos vivir con la “alegría” de que, uniéndolos al sacrificio de Cristo, pueden ser redentores, en especial si los ofrecemos por nuestro esposo o nuestra esposa. Ya lo dice San Pablo: «Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su Cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1,24).

El dolor no es agradable, y nadie disfruta mientras sufre. Como dice también S. Juan Pablo II: (Catequesis 7/3/84). Nosotros sufrimos porque perseguimos una alegría y una paz.

Este sufrimiento de entrega, da sus frutos ya aquí en la vida terrena, porque los esposos, aspiran a algo más grande que lo que les puede ofrecer este mundo: “Esta aspiración que nace del amor, …es una búsqueda de la belleza integral, de la pureza libre de toda mancha: es una búsqueda de perfección que contiene, diría, la síntesis de la belleza humana, belleza del alma y del cuerpo”.
(Catequesis del amor humano 6/6/84. S. Juan Pablo II)

Cuando alcancemos esa plenitud, y llegará el día, no haremos más preguntas.

María guardaba todas estas cosas en su corazón. Oramos en este mes de mayo a la Llena de gracia, para que nos haga experimentar la alegría de vivir el designio divino.
Salve… Reina y Madre…y después de este destierro muéstranos a Jesús… ruega por nosotros para que seamos dignos de alcanzar y gozar las promesas de nuestro Señor Jesucristo. Amén.

Comentario del Evangelio para Matrimonios: Jn 16,16-20

Vuestra tristeza se convertirá en alegría.

<…cómo la tristeza, aunque breve, engendra el gozo, y éste es eterno, trae un ejemplo mundano, diciendo: «La mujer cuando ha de dar a luz se entristece, porque ha llegado la hora; pero cuando le nace un niño ya no se acuerda de su apuro por la alegría de que ha dado un hombre al mundo»> (Crisóstomo, ut supra)

En este pasaje, Cristo está haciendo alusión claramente a la muerte y resurrección que estaban a punto de presenciar sus discípulos. Pero para nosotros hoy, estas palabras también nos traen un mensaje aplicable a nuestro día a día.

Hay momentos en que los esposos nos producimos tristeza el uno al otro. Si conseguimos superar esos momentos de tristeza manteniéndonos fieles al amor y a la promesa matrimonial, obedientes al Padre como hizo Cristo en su Pasión y Muerte, engendraremos en nuestro matrimonio un “gozo, y éste es eterno”, como dice Crisóstomo.

El amor tiene una característica, que es más fuerte que la muerte: “el amor no discurre al par de la muerte; la sobrepasa” (Karol Wojtyla). Lo ha demostrado el amor de Cristo. El amor humano lleva consigo una promesa de inmortalidad. “Lo que es indestructible, en mí permanece” (San Juan Pablo II). Lo que es indestructible es nuestra relación con Dios, realizada en el encuentro amoroso entre los esposos.

El amor de los esposos es más fuerte que la muerte. No tengamos miedo a las dificultades ni al dolor. Se convertirán en alegría. El Espíritu de Cristo nos acompaña y Él es invencible.

Oramos con el salmo: El Señor revela a las naciones su victoria. Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas: su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo.

Comentario del Evangelio para Matrimonios: Jn 16,12-15

De la letra que mata al Espíritu que vivifica.

“Pero cuando viniere el Espíritu de verdad os conducirá a toda verdad transportándoos con su doctrina y su misión de la letra que mata, al Espíritu que vivifica, en el cual está fundada toda la verdad de la Escritura.” (Dídimo, l. 2, tom. 9, inter op. S. Hieron.)

En cierta ocasión decía Mons. Munilla en Radio María: El que quiera reformar la Iglesia que antes, sea Santo. La Iglesia no se nutre de nuevas ideologías o modas. Todas ellas acaban desapareciendo tarde o temprano. La fe de la Iglesia se alimenta y se plenifica a través del Espíritu Santo, y Él actúa en los santos a los que guía. San Juan Pablo II inició el ambicioso proyecto de crear una cultura para el matrimonio y la familia, a la que dedicó gran parte de su pontificado. Ahora es santo, y eso refuerza indudablemente la veracidad de sus propuestas.

Muchas veces nos empeñamos en cambiar algunas actitudes de nuestro esposo (genérico). ¿No es esta una de las principales misiones de los esposos? No en vano, en la creación, Dios se referirá a Eva como “una ayuda semejante a él” (Adán). Podemos y debemos ayudarnos mutuamente a llegar a Dios, pero no desde la imposición, ni siquiera una explicación razonable surte efecto la mayoría de las veces.

En la medida en que nos dejemos llevar por el Espíritu Santo podremos acceder al corazón del amado. Por tanto, si quieres que cambie tu esposo/a, conviértete tú primero. Sé santo. Tu esposo sabrá reconocer en ti, al Espíritu de la verdad. También la familia, como “Iglesia doméstica” debe ser conducida por el Espíritu Santo.

“Pero llega la hora, ya ha llegado, en que los que dan culto auténtico darán culto al Padre en espíritu y de verdad. Tal es el culto que busca el Padre.” (Jn 4,23)
Esposos, dejémonos conducir de la letra que mata, al Espíritu que vivifica.

Espíritu Santo, concededme para mí, para mi esposo(a) y para mis hijos, aquellos dones divinos con que fortalecisteis a los Apóstoles; aquella gracia
poderosa que ilumina el entendimiento, mueve dulcemente la voluntad, y vence gloriosamente la concupiscencia.

Comentario del Evangelio para Matrimonios: Jn 16,5-11

Esposos, “os conviene que yo me vaya”

A muchos cristianos, nos gustaría que Cristo conviviera con nosotros en cuerpo. Pero convenía que se fuera.

Os hablamos de estas cosas, que a veces parecen un tanto “alejadas” del día a día del matrimonio, porque creemos que es fundamental que nos enamoremos de nuestra vocación. Si no sabemos a lo que hemos sido llamados ¿Cómo y por qué nos vamos a ilusionar y entregar?.

La belleza del matrimonio que representa en el Génesis la mismísima comunión de la Santísima Trinidad (Lo que llama Juan Pablo II “Sacramento Primordial”), es ahora llevado a plenitud por Cristo. No porque Dios no lo hubiera creado con la suficiente hermosura, sino porque Dios, que todo lo hizo por Cristo desde el principio, ya tenía “previsto” que Él lo llevaría a plenitud en su entrega por la Iglesia. Luego éste último es el modelo a seguir por los esposos por encima de cualquier otro. El matrimonio es por tanto (dice Juan Pablo II) “Sacramento de la redención”.

No sabemos a vosotros, pero, a nosotros se nos pone la carne de gallina cuando descubrimos, redescubrimos y volvemos a tomar conciencia… de que como matrimonio, somos imagen de la entrega de Cristo a su Iglesia para la redención del mundo. “Jesús eleva el amor entre los esposos para convertirlo en un sacramento de su nueva alianza, un signo visible y eficaz de su amor infinito.” (Llamados al amor: Carl Anderson y José Granados)

Una misión demasiado hermosa para dos sencillos esposos, y desde luego, totalmente inalcanzable. Y aquí es donde entra en juego el “os conviene que yo me vaya”. A través del sacramento del matrimonio, “Cristo confía, por así decir, su propio amor, para que puedan vivir de él (los cónyuges. Por eso pueden convertirse en signo vivo del amor entre Cristo y la Iglesia”: Maridos, amad a vuestra mujeres como Cristo amó a su Iglesia (Ef 5,25).

Este amor que Cristo comparte con los esposos, es una persona: El Espíritu Santo. Él se fue (en cuerpo) para poder enviarnos su Espíritu.
“El espíritu que infunde el Señor renueva el corazón y hace al hombre y a la mujer capaces de amarse como Cristo nos amó” (San Juan Pablo II Familiaris Consortio 13).

Oramos con el salmo: El Señor completará sus favores conmigo: Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos.

Comentario del Evangelio para Matrimonios: Jn 14,15-21

Una nueva dignidad

Según dice S. Juan Pablo II en sus catequesis sobre el amor humano (11-02-81): Dios nos entrega como parte del cuerpo de Cristo al que pertenecemos y templos de su Espíritu. Este impresionante don, nos eleva a la categoría de hijos de Dios.

En respuesta a ese don, tenemos una tarea: El respeto con que nos debemos mirar los esposos. La admiración. Descalzarnos ante nuestro esposo (en genérico), porque es terreno sagrado. Tratar su cuerpo y su persona como algo sagrado, como templo del Espíritu, y tratar nuestro cuerpo también como algo que no nos pertenece, porque es de Dios. Es un templo que no se puede profanar.

Dice también S. Juan Pablo II (Catequesis 24-11-82): “Cristo… asigna como tarea a cada hombre la dignidad de cada mujer; y simultáneamente… asigna también a cada mujer la dignidad de cada hombre” ¡Impresionante belleza y tremenda responsabilidad!

Este don engrandece también el acto conyugal, la entrega de los cuerpos. Los esposos se unen en alabanza y en oración a Dios. Se entregan el uno al otro para no hacer más que una sola carne, un solo corazón y una sola alma. Se entregan el uno al otro su promesa, su intimidad, su voluntad… y la misma Gracia de Dios que nos dignifica, como ministros el uno del otro. ¿Cómo describirlo?.

Señor, realmente te revelas a nosotros si te amamos y guardamos tus mandamientos. Ven Espíritu Santo, continúa siempre con nosotros, Espíritu de la verdad.