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Los misterios del ayuno. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Lucas 5, 33-39

Los misterios del ayuno.

La venida del Salvador era una auténtica y permanente fiesta. Ayer vimos una película (“Agosto” de John Wells), sobre una familia en la que se hacían continuos reproches unos a otros. Entrábamos en un estado de angustia a medida que se iban sumando las quejas y sembrando el dolor. Primaba la ley del más fuerte. Como decía uno de los invitados que contemplaba tales escenas: “Vuestro problema es que no respetáis a las personas”.
Al terminar de ver la película, nos dimos las gracias el uno al otro por haber acogido a Cristo, porque nuestra vida podría asemejarse bastante a esa que acabábamos de “sufrir”.

Por tanto, la venida de Cristo, la experimentamos en nuestra vida como una ¡¡fiesta!!. Gracias a Él, nuestra vida ha cambiado drásticamente. En nuestro hogar reina la voluntad de Dios, en nuestro interior reina la paz y nuestra mirada del uno al otro es (normalmente) de admiración y casi reverencia del uno al otro como hijos en el Hijo. Entendemos perfectamente que los apóstoles no pudiesen hacer ayuno mientras convivían con el Señor.

Sin embargo, el ayuno es muy importante para los matrimonios cristianos. Tanto el ayuno como cualquier tipo de ascesis o penitencia, se corresponde con el esfuerzo humano que responde a la gracia de Dios, y es el medio por el cual el hombre se dispone y purifica su vida para que en ella se desarrolle en plenitud la vida Divina. Penitencia es, como nos dice el Papa San Juan Pablo II en Reconciliación y Penitencia, “todo aquello que ayuda a que el Evangelio pase de la mente al corazón y del corazón a la vida”.

Añadimos aquí un comentario de Mons Munilla en relación al Ayuno:
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Libres para abrazar la voluntad de Dios

A diferencia de algunas filosofías orientales, el ideal cristiano no es el mero “autodominio”. El ayuno cristiano persigue la libertad interior, necesaria para poder descubrir y abrazar la voluntad de Dios –en definitiva, para la conversión-, verdadera fuente de felicidad para cada uno de nosotros. Así lo expresa el Papa (Benedicto XVI) en su carta: “El verdadero ayuno, por consiguiente, tiene como finalidad comer el «alimento verdadero», que es hacer la voluntad del Padre (cfr. Jn 4, 34)”.

Me permito ilustrarlo con un ejemplo: Supongamos que un individuo fuese trasladado a la mitad de una pendiente muy inclinada. Una vez allí, se plantea si el camino correcto es el de subida o el de bajada. Es verdad que el libre albedrío del que está dotado, le permite tomar cualquiera de las dos opciones. Pero, sin embargo, no es menos cierto que la dificultad de la subida, especialmente si no está ejercitado en el esfuerzo de la ascensión, puede llegar a condicionar en gran medida su discernimiento. ¡La probabilidad de hacer coincidir su elección con la opción más fácil, es muy grande!

Pues bien, el ayuno cristiano es un ejercicio voluntario de renuncia, que persigue el crecimiento en la libertad interior, necesaria para la búsqueda de la verdad y del bien en nuestra vida. Sólo así podremos “conducirnos” hacia el cumplimiento de la voluntad de Dios, sin ser arrastrados por la ley de la… “gravedad”.
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El ayuno es, por un lado cómo al voluntad se entrena con la renuncia a cosas buenas para en su momento poder rechazar las malas (como ya hemos visto) y por otro lado, ejerce una acción misteriosa, que permite al alma abrirse de una manera particular a la Gracia y a la presencia de Dios. Parecería como si el hambre corporal se fuera convirtiendo en hambre de Dios.

Ahora bien, para que esto se realice, el ayuno debe estar unido a la oración. Sin oración, el ayuno se convierte en dieta o en autodominio (como decía Mons. Munilla) que poco o nada ayuda a la vida espiritual.

Recuerda también que es una obra del Espíritu Santo, por lo que no esperes resultados como si a cada acción hubiera una reacción. A veces un pequeño esfuerzo de nuestra parte corresponde una inmensa gracia de Dios y viceversa. De lo que sí podéis estar seguros, es que al iniciaros en el ayuno os abriréis a la santidad y vuestra vida cambiará radicalmente. El ayuno es el camino a la perfección.

Y cuánto unirá a un matrimonio practicar juntos el ayuno, unidos por una causa común. De la misma manera que ayunaron los discípulos cuando enviaron a Bernabé o a Saulo, o cuando eligieron al apóstol que sustituyó a Judas… porque donde dos o más están reunidos en nombre de Jesús… El ayuno con oración intercesora es oración con autoridad a su más alto nivel. Dice San Pablo (1ª Corintios) “Los casados de mutuo acuerdo pueden abstenerse de tener relaciones con el fin de dedicarse a buscar al Señor durante estas jornadas de oración y ayuno, con mayor razón si la intención del mismo es la paz en el hogar, necesidad de bendiciones espirituales y salud para alguno de ellos.”

Oramos con el Salmo: Confía en el Señor y haz el bien, habita tu tierra y practica la lealtad; sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón.

Esposos con vocación. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Mateo 19, 16-22

Con vocación de esposos.

Nos gusta decir, que la indisolubilidad no consiste solamente en no divorciarse y permanecer juntos para toda la vida. La indisolubilidad consiste en que Dios nos ha unido. Y Dios no une por un “pespunte”. Dios une nuestra carne, nuestro corazón y nuestra alma.

La conversación de Jesús con el joven rico, va un poco de eso: Hasta qué punto estoy dispuesto a implicarme en el amor. ¿Qué le falta al joven? Le falta cambiar la obligación por la gratuidad.

Dios no usa algo para medir qué leyes y mandamientos hemos cumplido. La justicia de Dios es misericordia, o sea, su justicia no es retributiva (“Qué tengo que hacer para obtener la vida eterna”) sino restaurativa (“Si quieres llegar hasta el final…”). El que tiene una verdadera vocación, no mide, no pone límites. Está dispuesto a todo para “llegar hasta el final”. Ponemos aquí esa famosa frase del Concilio Vaticano II que tanto le gustaba a San Juan Pablo II: “El hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo” (GS nº24).

Se trata de discernir la diferencia entre el matrimonio como un estado de vida o como una vocación. Es la pregunta que te hace hoy Jesús: “Si quieres llegar hasta el final…” Los puntos suspensivos, los pones tú, porque sólo tú y Dios sabéis qué te falta.

Es obvio que al joven rico sentía que le faltaba algo cuando fue a preguntarle a Jesús. También el evangelista nos deja claro que se fue triste. Jesús no fue detrás de él para convencerle. Es su libertad la que le separa de la felicidad. Tenía su vaso repleto de dinero y en él no cabía la oferta de Jesús.

El matrimonio no es sólo un proyecto propio o de los dos, sino sobre todo, un Proyecto de Dios. Nuestra vocación consiste en la entrega mutua en Cristo y por Cristo. Ese es nuestro “llegar al final”. Una vez tomada la decisión de dejarlo todo por Él, disfrutemos del tesoro que el joven rico despreció: Jesús nos ofrece “veniros conmigo”. La cita es a los pies de la cruz: Él nos espera con los brazos abiertos, y nosotros llevamos nuestros vasos vacíos. Él se da como Esposo, nosotros le acogemos como Esposa (Iglesia doméstica). El entrega su sangre, nosotros la recogemos para que nos purifique. Él nos entrega su cuerpo, nosotros nos alimentamos de él para entregarnos en la carne. Él nos entrega su Espíritu, nosotros nos amamos con Él, es Él quien nos Cristifica en un solo cuerpo, corazón y espíritu en un camino juntos y con Él.

¡Matrimonios entusiasmados, amigos de Cristo! Alegraos de haberle encontrado y saborear el buen vino que hace de nuestro amor, de encontrar el tesoro por el que estamos dispuestos a venderlo todo, no se trata de dejar, sino de entregarle todo lo que nos ha dado y lo que no tenemos ¡todo!

Hoy oramos con esa plegaria tan certera de San Ignacio: Alma de Cristo, santifícame. Cuerpo de Cristo, sálvame. Sangre de Cristo, embriágame. Agua del costado de Cristo, lávame. Pasión de Cristo, confórtame. ¡Oh, buen Jesús!, óyeme. Dentro de tus llagas, escóndeme. No permitas que me aparte de Ti. Del enemigo, defiéndeme. En la hora de mi muerte, llámame. Y mándame ir a Ti. Para que con tus santos te alabe. Por los siglos de los siglos. Amén.

Comentario del Evangelio para Matrimonios: Mateo 16, 13-19

La gran pregunta del ser humano: ¿Quién soy?

¿Quién es Jesús? ¿Qué es lo que le define? Pedro responde con dos datos: Su procedencia (Hijo de Dios) y su misión o vocación al amor: El mesías.
¿Quién eres tú? Medítalo antes de seguir leyendo, según estos dos mismos parámetros.

Nosotros diríamos que somos también hijos de Dios (Nuestra procedencia) y esposos (Nuestra misión o vocación al amor). ¿Qué pasa entonces si rechazamos a Dios? ¿Y si además rompemos nuestro compromiso matrimonial? ¿Qué quedaría de nuestra identidad?.

Ante la respuesta de Pedro, Jesús le dice: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.” ¡Efectivamente! Así es. ¿Cómo saber quiénes somos? Nos lo revela nuestro Padre que está en el cielo. Por Su revelación a través de Cristo, sabemos que somos hijos de Dios y cuál es nuestra misión como esposos. En el lenguaje de San Juan Pablo II en las Catequesis del Amor Humano, nos estaríamos refiriendo a las experiencias de la Soledad Originaria y la Unión Originaria, las que tendríamos que revivir en profundidad ante la presencia de Dios.

Y por último, la consecuencia para el que acoge esta revelación: “Tú eres piedra”. El que acoge esta revelación, está cimentado sobre roca. Es libre, sabe quién es, cuáles son sus prioridades, en función de qué tiene que tomar todas sus decisiones (Su fe y su misión de esposos y padres). Y sus decisiones son firmes, tienen un rumbo claro. Y su misión dura toda la vida; será su incentivo hasta el final. Éstos son buenos hijos de la Iglesia. Llevándolo también a las catequesis de S. JPII (para el que las conozca) encontraríamos un paralelismo de esta consecuencia con la 3ª experiencia. La Desnudez Originaria: “Estaban desnudos y no sentían vergüenza”. Es el estado de la limpieza de corazón, de la confianza en Dios y en el esposo, y de paz consigo mismo.

Señor, concédenos que por tu revelación, nos reconozcamos como hijos de Dios, destinados a entregarnos por amor como esposos, y así construyamos una familia sobre roca y demos testimonio de Ti y de tu Iglesia.

Oramos con el Salmo: El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege. Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él.

Comentario del Evangelio para Matrimonios: Mateo 8, 5-17

Tres tesoros para el matrimonio: Intercesión, Fe y Humildad.

Ayer hablábamos de que debemos purificar nuestra mirada para ver la sobreabundancia de Dios en nuestro esposo y nuestro matrimonio, puesto que el Demonio la quiere ocultar a nuestros ojos haciendo que nos centremos en lo negativo, o en aquello que nos falta o nos molesta. Y además el Demonio nos lo exagera: De ahí vienen frases que alguna vez nos sorprenderemos pronunciando, como: “Es que estás todo el día enfadado…” o “No paras de reprocharme…” o “Nunca me has comprendido…”, etc. Esos “todo, no paras, nunca…”, esa absolutización del mal, eso es lo que el demonio pretende. Un mal más absoluto que el bien. El dios del mal.

Hoy el centurión nos da tres lecciones que vamos a necesitar para contar con la sanación de Jesús en nuestro matrimonio.

La primera es la oración de intercesión: Qué importante es rezar por nuestro esposo. Deberíamos hacerlo todos los días ¿Lo haces tú?.
¿Por qué es tan importante? Desde el mismo día en que nos casamos, ambos somos ministros de la gracia de Dios para el esposo. Somos quien Dios ha elegido para transmitirle la gracia a nuestro esposo. Si el ministro de dichas gracias no ora por su esposo, estamos desaprovechando muchos grandes dones que Dios le quiere conceder.

La segunda lección es la fe y la tercera es la humildad. Las mencionamos juntas porque juntas van. A mayor humildad, mayor fe. La humildad es andar en verdad, decía Santa Teresa. Consiste en reconocer quién es Dios y quién soy yo, y esto nos lleva necesariamente a la fe. Humildad es recuperar la inocencia originaria de reconocer que todo nos lo ha dado Dios, todo es don de Dios. De otra forma nos estamos adueñando de algo que no es nuestro, y eso es vanidad, creer que alguno de los dones que nos ha dado Dios nos pertenece y podemos utilizarlos a nuestro antojo o en nuestro propio beneficio.

San Juan Pablo II dice a este respecto referido a la relación hombre-mujer después de la ruptura con Dios: -. No tratan de fundar su amor en el Amor, que sí posee la dimensión absoluta. Ni siquiera sospechan esa exigencia, porque les ciega no tanto la fuerza del sentimiento cuanto al falta de humildad. Es la falta de humildad ante lo que el amor debe ser en su verdadera esencia (Taller del Orfebre 98).

Es la falta de humildad, ante Dios como esencia del Amor, la que impide a los matrimonios amarse de verdad.

En la medida en que los esposos sepamos reconocernos como don de Dios, reconocer como don Suyo a nuestros hijos, a nuestras familias, nuestro trabajo… cada circunstancia de que vivimos en nuestra relación, iremos creciendo en la humildad y en la fe. Veremos a Dios en todo y en todos. Veremos todo lo bello y lo bueno de Dios y de nuestra relación querida por Él.

Si además, como el Centurión, oramos el uno por el otro y Jesús viene a casa, aunque no seamos dignos, pero se comprometió con nosotros en nuestro matrimonio.

Oramos con el Salmo: (Señor) Piensa en tu alianza: que los rincones del país están llenos de violencias. Que el humilde no se marche defraudado, que pobres y afligidos alaben tu nombre.

Comentario del Evangelio para Matrimonios: Mateo 7, 15-20

Esposos y profetas.

Las palabras de Jesús son siempre actuales: “Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre”. Es una invitación al discernimiento. Esta virtud cristiana de comprender dónde está el Espíritu del Señor y dónde está el mal espíritu. (CFC. S.S. Francisco, 17 de Noviembre de 2013 homilía en Santa Marta)

¿Y cuál es el criterio para reconocer a los verdaderos discípulos, de Jesús y, por tanto, a los verdaderos profetas?
Dice San Juan Pablo II: ‘Profeta es aquel que expresa con palabras humanas la verdad que proviene de Dios, aquel que profiere esta verdad en lugar de Dios, en su nombre y en cierto sentido, con su autoridad’
“Los esposos, a través de la humildad del lenguaje del cuerpo, de la aceptación y el respeto de la verdad del cuerpo, de la entrega de éstos, son así realmente profetas. Este perenne lenguaje del cuerpo lleva en sí toda la riqueza y profundidad del misterio: Primero de la creación, luego de la redención” (audiencia del 19 de enero de 1983)

Ahí es nada…

Los esposos, profetas de la alianza entre Dios y la humanidad, entre Cristo y su Iglesia, al permitir al cuerpo hablar en su nombre y expresar, por tanto, la entrega de sus personas, contraen la reponsabilidad de ser verdaderos profetas, en cambio si al expresar el lenguaje del cuerpo lo deforman, pasaran a formar parte de los falsos profetas denunciados por la Escritura, el grupo de los que conducen al pueblo de Dios a su perdición (La Espiritualidad conyugal según Juan Pablo II).

El ojo del profeta sabe ver primero el proyecto del amor divino y a su luz, entiende los desvíos de nuestra ruta. Por esto insistimos tanto en las palabras de S. Juan Pablo II, verdadero profeta del matrimonio y la familia.

¿De dónde nacen los frutos? De la unión de los esposos en Cristo. No te engañes: Si te ha llamado Dios a la vocación conyugal, es necesario ser una sola carne con tu esposo.
Confía. El agua del amor humano la destila Cristo en el vino del Amor de Dios y así ilumina todas las trasformaciones que ocurren en el matrimonio: del interés propio se engendra el interés común, de lo mio lo nuestro, del yo el nosotros, del eros o amor humano el ágape de la Caridad, Amor de Dios.

Para Jesús está claro: Obras, hechos. No se trata de palabras bonitas, ni de repetir las del Evangelio como un espectador que ve una película; tampoco de fiarnos en las apariencias más deslumbrantes…

Oír no sólo lo que dicen, sino mirar cómo viven, cómo actúan…
Porque, quien tiene el Evangelio en su corazón, actuará conforme a lo que dice el Evangelio. Es su Tesoro… En cambio, quien actúe, juzgue e invite a actuar y a juzgar desde criterios distintos al Evangelio: los de la moda, lo que hace todo el mundo… no es un discípulo de Jesús y, por tanto, no merece ser escuchado y, menos aún seguirle…

¿De qué me sirve decir: hay que perdonar si a la hora de la verdad, llevo cuentas de todo el mal de mi esposo? Y si mis consejos a otros esposos son del tipo: “no seas tonto, no te dejes pisar, nada de poner la otra mejilla…”
O esa otra frase tan común: “Es que Cristo era Dios” Lo que implica que la cruz era sólo para Él y la entrega hasta el extremo es sólo cosa de Dios… Tú en cambio no te entregues tanto o harás del otro un tirano, tú le tienes que poner límites, que no se te suba a la chepa, no te toca a ti cargar o aguantar … (su pecado), eso es solo para Cristo… O interpretar a nuestra manera lo del grano que cae en tierra y muere para que dé fruto, porque debe ser a partes iguales, los dos, si el otro no lo hace, tú tampoco lo tienes que hacer, porque te tienes que hacer respetar…
¡Y tantas barbaridades anti Evangélicas que oímos incluso a hermanos cristianos y nos insinúa el tentador!

No se trata de repetir un dogma… De lo que se trata es de entender que La Verdad es Cristo acogiendo su Palabra, le acogemos a Él y la Palabra no solo engendra Vida, sino que ofrece una compañía y señala una ruta, una tarea, un destino y al hacerlo ofrece un significado a nuestro caminar, el Espíritu Santo nos da sus frutos.
Según el camino de recorramos derivan una serie de actitudes, consecuencias y responsabilidades, frutos frente a la vida. Vivir esta Verdad es la que tiene que llevarnos a anunciarla con nuestros cuerpos y con nuestra boca proclamarla, como veíamos ayer con Zacarías: Dios abre nuestra boca para alabarle y proclamar sus maravillas.

Los verdaderos esposos, son profetas, porque evangelizan siendo uno solo en la carne.

Ven Espíritu Santo.