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Comentario del Evangelio para Matrimonios: Jn 20,19-23

Sed un matrimonio perfecto.

Hoy es Pentecostés. Nos hemos venido preparando para este día durante toda la Pascua.
Para recibir al Espíritu Santo, primero tenemos que recibir la paz del Señor. La paz se consigue luchando por amar. La paz se consigue con esfuerzo. Jesús nos la entrega mostrando sus llagas. Nosotros no nos salvamos por nuestros méritos, así que lo segundo que necesitamos es estar abiertos a la gracia del Espíritu, creyendo en Él y recibiéndole con el alma limpia por el sacramento de la confesión.

No esperemos nada especial hoy. Ya sabemos que Dios no está en los grandes e impresionantes eventos, sino que está en la brisa, como le mostró a Elías. El Espíritu va actuando poco a poco en nosotros y por tanto en nuestro matrimonio, ya que nos tiene que llevar a la comunión (o no sería una acción de Dios que nos lleva a la santidad).

¿Y cuáles son los frutos que iremos recibiendo por el Espíritu en nuestro matrimonio?
Gálatas 5,22-23 … el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad (amabilidad), bondad, fe (fidelidad), mansedumbre, templanza (dominio propio).

Sí! El Espíritu hace esto con nuestro matrimonio. Va a aumentar nuestro amor verdadero, y sentiremos el gozo de estar construyendo una comunión. Sentiremos esa paz interior por estar luchando y entregando la vida por seguir a Cristo. Eso hará que cambien nuestras prioridades y se pasen las prisas y los agobios. Nos trataremos con más amabilidad y delicadeza. Buscaremos el bien, y actuaremos siempre buscando el bien para el otro. Nuestra intimidad con Dios irá creciendo y cada vez percibiremos más los frutos del Espíritu, sus obras en nosotros, y esto hará que aumente nuestra fe. Como estaremos “obsesionados” con el amor que Dios nos tiene, no nos importará lo que piensen los demás o lo que digan de nosotros y no necesitaremos defendernos de nadie, porque solo nos importará lo que Dios ve, que está en nuestro interior. Y el mundo ya no nos dominará, ni los deseos, ni la concupiscencia, sino que sólo actuaremos por amor y para amar.

Esto es el cielo, hermanos esposos. Y está en nuestra mano poder vivir un anticipo aquí en la Tierra. Es el Espíritu quien lo hace posible.

Oramos con la secuencia: Ven Espíritu Santo… Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.

Comentario del Evangelio para Matrimonios: Jn 21, 20-25

Con María

Estamos en la conclusión del Evangelio de Juan. Él dice que si contase todo lo que hizo Jesús, no cabrían los libros en el mundo.

Jesús estuvo en aquella época intercediendo por todos y amando a todos. Hoy no es diferente, porque Él mismo dijo que estaría con nosotros hasta el final de los tiempos.

La cuestión es ¿Nos damos cuenta de la presencia de Jesús en nuestra vida matrimonial? Si la respuesta es no, es porque estamos demasiado pendientes de nosotros mismos, lo que nos llevará a quejarnos constantemente y a que todo nos parezca poco. Lo pasaremos mal porque las cosas no salen como queremos, por lo que dicen de nosotros, por los gestos de falta de cariño… Pedro se preocupa por Juan. Cristo le acaba de anunciar su muerte y él, se preocupa por Juan. Pedro ha dejado de mirarse a sí mismo, Y Cristo le dice que no se preocupe por él, ya le cuidará el Señor.

El Evangelio de Juan está lleno de detalles porque María estaba con él. Ella se quedó en casa del discípulo amado, y seguro que le enseñó a descifrar muchas cosas de la vida de Jesús.

Vivamos hoy sábado, día de la Santísima Virgen y víspera de Pentecostés, atentos a María, y pidámosle que nos muestre todos los detalles en los que está el Señor en el día de hoy: Esa alegría de los hijos, el gesto cariñoso del esposo, la posibilidad de darme a los demás en muchos momentos y hacerlos un poquito más felices, un hogar acogedor… María seguro que guardaría todas estas cosas en su corazón.

Como reza el Salmo de hoy: Los buenos verán tu rostro, Señor.

Comentario del Evangelio para Matrimonios: Jn 21,15-19

Esposo/a ¿Me amas?

Antes de sus tres negaciones, Pedro estaba totalmente convencido de que amaba a Cristo hasta dar la vida. Esa confianza en su propia fortaleza le pierde, y Cristo le advierte de lo que iba a ocurrir después.

En el Evangelio de hoy, el Señor le pregunta a Pedro si le ama, después de la experiencia de su infidelidad. Observamos el comentario de Crisóstomo:

Crisóstomo, ut supra. ‘Después de la tercera pregunta, se turba. Por lo que sigue: «Pedro se contristó porque le preguntó por tercera vez: ¿Me amas?» Temiendo que sucediera otra vez como antes que, pareciéndole amar al Señor, no le ame y sea reprendido como lo fue primero cuando se consideraba muy fuerte, se ampara al mismo Cristo. Por eso sigue: «Y le dice: Señor, tú que sabes todas las cosas»; esto es, lo más secreto del corazón, presente y futuro.’

¿Estamos seguros de que amamos a nuestro/a esposo/a? ¿Estamos seguros de la fortaleza de nuestro amor? Es tal la dependencia que tenemos del don de fortaleza del Espíritu Santo, que no podemos ni tan siquiera afirmar que amamos y mucho menos que amaremos. ¡Qué pequeños y débiles somos!

Señor, como te dijo Pedro, Tú sabes todas las cosas, Tú conoces lo más secreto de nuestro corazón presente y futuro. Si nos has encomendado la misión del matrimonio, es porque antes nos diste la fortaleza para vivirlo según tu voluntad. Nos encomendamos a tu Santísima Madre, para que nos muestre el camino de la santidad como esposos y padres.

Oramos con el Salmo: Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.

Comentario del Evangelio para Matrimonios: Lc 1,39-56

La caridad no puede esperar.

Señor, ensancha mi corazón para que pueda desvivirme en caridad por mi esposo (genérico), a ejemplo de María con su prima Isabel, olvidándome de mí mismo y de mi comodidad, de mis miedos, egoísmos, intereses… para ir al otro, que me necesita.

Dice Kempis en su famoso libro Imitación de Cristo: «Quien ama, corre, vuela; vive alegre, está libre y nada le entorpece. A quien ama, nada le pesa, nada le cuesta, emprende más de lo que puede. El amor está siempre vigilante e incluso no duerme…Sólo quien ama, puede comprender la voz del amor»

Señor abre nuestros ojos del corazón para comprender Tu Amor.

Madre de Tu mano nos adentramos en el Proyecto de Amor de Dios para nosotros, los esposos y familia:
La reacción de María ante las maravillas obradas por Dios en su vida es un cántico de alabanza y gratitud. ¡Qué humildad! María no viene a creerse más importante que Isabel, pues la caridad no puede pavonearse ni ser vanidosa. La vanidad mancha la caridad y la pudre de raíz. María viene a reconocer que todo lo bueno que ella tiene viene de Dios, es de Dios, y que nada es mérito suyo. Ella es la Virgen evangelizadora de la buena nueva. Es la portadora de Cristo a sus semejantes. Ella no permanece pasiva en Nazaret; siente la urgencia de transmitir los dones recibidos. María no los retiene para sí, los comunica con generosidad.
María se sabe y siente en posesión de Dios, por eso exulta su corazón. Dios es grande, Ella es pequeña. Dios es la alegría, Ella es el recipiente de esa alegría de Dios, y lo comparte con nosotros.

Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor». Es el recado de Lucas a las Comunidades: creer en la Palabra de Dios, pues tiene la fuerza de realizar aquello que ella nos dice. Es Palabra creadora, la que engendra vida en el seno de nuestro matrimonio, pobre, que la acoge con fe.

El cántico nos enseña cómo debemos cantar y rezar: María empieza proclamando la mutación que ha acontecido en su propia vida bajo la mirada amorosa de Dios, lleno de misericordia. Por esto canta feliz: «Exulto de alegría en Dios, mi Salvador». Los esposos proclamamos juntos la transformación que ha acontecido bajo la mirada de Dios lleno de Misericordia, pues acogiendo juntos la Palabra, acogemos como María en nuestros corazones a Dios mismo en nuestra morada y es Él quien crea es sola carne, solo corazón y sola alma.

Inmediatamente después, canta la fidelidad de Dios para con nuestro matrimonio y familia como pueblo suyo, Iglesia doméstica y proclama el cambio que el brazo de Yavé está realizando a favor de nosotros esposos, que está convirtiendo nuestro amor limitado, interesado, hambriento de Amor verdadero, a imagen del Amor Trinitario.

La expresión “brazo de Dios” recuerda la liberación del Éxodo. Esta es la fuerza salvadora de Dios que hace acontecer la mutación: dispersa a los orgullosos. ¡Qué destructivo es el orgullo entre los esposos, ese gran enemigo de la comunión. Dios lo dispersa con su brazo. Si nos creyéramos ricos nos quedaríamos con las manos vacías.

La Buena Nueva viene no como recompensa por la observancia de la Ley, sino como expresión de la bondad y de la fidelidad de Dios a las promesas. Es lo que Pablo enseñaba en las cartas a los Gálatas y a los Romanos. El segundo libro de Samuel cuenta la historia del Arca de la Alianza: David quiso colocarla en su casa, pero tuvo miedo y dijo: «¿Cómo voy a llevar a mi casa el Arca de Yavé?» (2 Sam 6,9) David mandó que el Arca fuera para la casa de Obed-Edom. «Y el Arca permaneció tres meses en casa de Obed-Edom, y Yavé bendijo a Obed-Edom y a toda su familia» (2 Sam 6,11). María, embarazada de Jesús, es como el Arca de la Alianza que, en el Antiguo Testamento, visitaba las casas de las personas distribuyendo beneficios a las casas y a las personas. Va hacia la casa de Isabel y se queda allí tres meses. En cuanto entra en casa de Isabel, ella y toda la familia es bendecida por Dios.
Nuestro matrimonio es también arca de la nueva Alianza. Al visitar las casas de otros matrimonios, tiene que traer beneficios y gracias de Dios para ese matrimonio y ese hogar.

Oramos con el salmo: El Señor es mi Dios y salvador: confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación. Y sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación. Dad gracias al Señor, invocad su nombre, contad a los pueblos sus hazañas, proclamad que su nombre es excelso. Tañed para el Señor, que hizo proezas, anunciadlas a todas las naciones.

Comentario del Evangelio para matrimonios: Jn 16,20-23a

Un día sin preguntas.

A lo largo de nuestra vida matrimonial, nos hacemos muchas preguntas sobre cómo hacer para conseguir… un montón de cosas, pero en definitiva, la alegría. También nos preguntamos por el motivo de nuestro sufrimiento.

Dice San Juan Pablo II que “El sufrimiento siempre es un breve paso hacia una alegría duradera (cf. Rm 8,18), y esta alegría se funda en la admirable fecundidad del dolor. En el designio divino todo dolor es dolor de parto; contribuye al nacimiento de una nueva humanidad. Por tanto, podemos afirmar que Cristo, al reconciliar al hombre con Dios mediante su sacrificio, lo ha reconciliado con el sufrimiento, porque ha hecho de él un testimonio de amor y un acto fecundo para la creación de un mundo mejor.” (Catequesis 27 de abril 1983)

El dolor y el sufrimiento son fecundos, y los podemos vivir con la “alegría” de que, uniéndolos al sacrificio de Cristo, pueden ser redentores, en especial si los ofrecemos por nuestro esposo o nuestra esposa. Ya lo dice San Pablo: «Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su Cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1,24).

El dolor no es agradable, y nadie disfruta mientras sufre. Como dice también S. Juan Pablo II: (Catequesis 7/3/84). Nosotros sufrimos porque perseguimos una alegría y una paz.

Este sufrimiento de entrega, da sus frutos ya aquí en la vida terrena, porque los esposos, aspiran a algo más grande que lo que les puede ofrecer este mundo: “Esta aspiración que nace del amor, …es una búsqueda de la belleza integral, de la pureza libre de toda mancha: es una búsqueda de perfección que contiene, diría, la síntesis de la belleza humana, belleza del alma y del cuerpo”.
(Catequesis del amor humano 6/6/84. S. Juan Pablo II)

Cuando alcancemos esa plenitud, y llegará el día, no haremos más preguntas.

María guardaba todas estas cosas en su corazón. Oramos en este mes de mayo a la Llena de gracia, para que nos haga experimentar la alegría de vivir el designio divino.
Salve… Reina y Madre…y después de este destierro muéstranos a Jesús… ruega por nosotros para que seamos dignos de alcanzar y gozar las promesas de nuestro Señor Jesucristo. Amén.