Archivo de la etiqueta: Dios

¿Qué haría sin Tu Cruz? Comentario del Evangelio para Matrimonios: Juan 3, 13-17

EVANGELIO
Tiene que ser elevado el Hijo del hombre

Lectura del santo Evangelio según san Juan 3, 13-17
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
«Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre.
Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él».

Palabra del Señor.

Nota: Proyecto Amor Conyugal organiza un retiro para matrimonios y familias en Madrid, entre los días 21 y 23 de octubre. Pedimos vuestras oraciones.

Para más información pulsa aquí: http://wp.me/p6AdRz-wY

 

¿Qué haría sin Tu Cruz?
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Hoy celebramos el día de la exaltación de la Santa Cruz.
Nuestra infidelidad a Dios es tan grande, tan grave, que era necesario que el Hijo del hombre fuese crucificado, para expiar nuestras culpas. Él, el único Inocente, el único que es eternamente fiel, es el único Salvador posible.

Cuesta mucho entender el sufrimiento como medio de expiación o de sanación, pero es Dios quien determinó que éste es el único camino y la vida nos muestra que quien no está dispuesto a sacrificarse, no ama, porque sólo el sufrimiento por otro es la prueba irrefutable del amor. Nos dice el Señor en otro pasaje que, no hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

Padre, tu amor es tan grande por nosotros que entregas a tu Hijo amado, juntos os sacrificáis hasta el extremo. Y nos das la posibilidad de sufrir y unir nuestro sufrimiento al Tuyo, para poder amar con Tu amor. No me gusta sufrir, pero quiero ser capaz de amar. Así que, o acojo los dones que me ofreces, o creo en Ti, o estoy perdido. Me encontraré sumido en la tristeza, en el vacío, en la soledad y en último término en la muerte. Señor, me da miedo perderte ¿Qué haría yo sin ti? ¿Qué haría sin Tu Cruz en los momentos de dolor con mi esposo, con mis hijos, en las relaciones con los demás, en el trabajo…? No sé dónde pondría yo mi esperanza si no hubieses muerto por amor a mí, si no supiese que eres Dios y que me amas hasta el extremo.

Pero cada vez que sufro el desamor, una ofensa, una humillación, un gesto de indiferencia… en mi matrimonio, miro tu Cruz, y te veo allí, el Esposo de la Iglesia alzado, crucificado por su pueblo, a la vista de todos. Y creo en Ti, y me uno a Ti, y me digo: que gran don me concedes al compartir conmigo el amor ¡Qué gozo me envías, que despeja mi resistencia y la tristeza que viene de mí, porque Tú no me has llamado para condenar a mi esposo, sino para que se salve por Ti. Acepta Señor mi deseo de sacrificarme por amor a él/ella.

Alabado seas, por compartir tu misión conmigo, por compartir tu Cruz y por tanto, Tu resurrección.

Entrañas de madre. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Lucas 7, 11-17

EVANGELIO
¡Muchacho, a ti te lo digo, levántale!

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 7, 11-17
En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, y caminaban con él sus discípulos y mucho gentío.
Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba.
Al verla el Señor, se compadeció de ella y le dijo:
«No llores».
Y acercándose al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo:
«¡ Muchacho, a ti te lo digo, levántate! ».
El muerto se incorporó y empezó a hablar, y se lo entregó a su madre.
Todos, sobrecogidos de temor, daban gloria a Dios, diciendo:
«Un gran Profeta ha surgido entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo.»
Este hecho se divulgó por toda Judea y por toda la comarca circundante.

Palabra del Señor.

Entrañas de madre.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Nuestro matrimonio da vida. Es como un vientre de madre a través del que Dios genera vida a su alrededor, porque el amor siempre debe generar vida o si no, no es amor. Un matrimonio que dio a luz a unos hijos y además está al servicio de muchos matrimonios que necesitan recibir el amor de Dios.

El matrimonio es como esas entrañas que se desviven por dar la vida recibida. Oran pidiendo ayuda a Dios, sacrifican su tiempo y sus gustos, y utilizan todas sus astucias para alimentar y mostrar algo de esa Vida que sólo Dios puede dar.

¡Ay Dios mío! Que nos has mostrado la Verdad, la Belleza, la Vida. Con todo mi corazón, con lágrimas de madre que camina tras sus hijos arrebatados por otros, por esos caminos que les llevan a la tristeza y al dolor. Ellos caminan inconscientes arrastrados por un camino de muerte. Esas entrañas como de madre, me hacen ir llorando tras sus pasos. Señor, ¡Compadécete!, como de esta pobre mujer y déjame escucharte decir: “No llores” Y levántalos de su dormición.

Madre ahí tienes a tu hijo, hijo ahí tienes a tu Madre, me dijiste. Descansamos en Ella, en María, consagrados a Su Sagrado Corazón.
Sólo tú Madre, que eres Madre de todos, puedes dar la Vida. Dásela a nuestras familias, bendita Madre.

Me falta conversión. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Lucas 7, 1-10

EVANGELIO
Ni en Israel he encontrado tanta fe

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 7, 1-10
En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de exponer todas sus enseñanzas al pueblo, entró en Cafarnaún.
Un centurión tenía enfermo, a punto de morir, a un criado a quien estimaba mucho. Al oír hablar de Jesús, el centurión le envió unos ancianos de los judíos, rogándole que viniese a curar a su criado. Ellos, presentándose a Jesús, le rogaban encarecidamente:
«Merece que se lo concedas, porque tiene afecto a nuestro gente y nos ha construido la sinagoga».
Jesús se puso en camino con ellos. No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle:
«Señor, no te molestes; porque no soy digno de que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creí digno de venir a ti personalmente. Dilo de palabra, y mi criado quedará sano. Porque también yo soy un hombre sometido a una autoridad y con soldados a mis órdenes; y le digo a uno: «Ve», y va; al otro: «Ven», y viene; y a mi criado: «Haz esto», y lo hace».
Al oír esto, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la gente que lo seguía, dijo:
-«Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe».
Y al volver a casa, los enviados encontraron al siervo sano.

Palabra del Señor.

Me falta conversión.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

El Evangelio de hoy nos muestra la fe de un hombre y el poder de la fe. El centurión llama a Jesús, por amor a su criado y fruto de esa llamada es el acto de fe de creer en el poder de Su palabra.

Santa Madre Teresa de Calcuta, decía: «El fruto del silencio es la oración; el fruto de la oración es la fe; el fruto de la fe es el amor; el fruto del amor es el servicio; y el fruto del servicio es la paz» y seguía diciendo que ese es el inicio de la santidad. Por tanto, empecemos por presentarnos en silencio ante el Señor invocándole: Ven, Señor.

Además de la fe, hay otra actitud a remarcar en el Centurión: La humildad. No se consideraba digno, porque efectivamente no lo era. Pero a mí, me llama aún más la atención la humildad del Señor. Dios responde a nuestra llamada. ¿Conoces algún caso en que alguien le pida algo al Señor (no para provocarle o similar) y no se lo conceda?. La humildad que sorprende en Jesús, es que se “somete” a los deseos de los hombres. Y aún más, llega incluso a admirarse de la fe de aquel centurión. ¿Qué humildad hace falta para que Dios se admire de un hombre?.

No tengo palabras para expresar el sacrificio hasta el extremo que viviste por mí, estabas en el cielo donde no hay miseria, donde todo es gloria, pero por vuestro corazón enamorado, loco de amor, decidisteis venir a este mundo de pecado, dolor, traición, amargura, tristeza, odio, rencor, criticas, persecución, soledad, desconfianza, lucha de poder, abusos… Y todo lo sufriste en ti, precisamente para sacarme de ahí ¿Qué voy a hacer yo por ti?

Se me ocurren dos conclusiones interesantes para nuestro matrimonio: Si Jesús se somete a los hombres por amor ¿No me voy yo a someter a mi esposo por amor?. ¿No será esta actitud de sometimiento voluntario el camino que el Señor me marca?. Manso y humilde… La segunda conclusión es: Si Dios Todopoderoso tiene esa actitud de admirarse de los hombres, ¿Cuánto más tendré yo que cultivar mi admiración por mi esposo? Si Dios tiene motivos para admirarse de nosotros ¿No encontraré yo motivos para admirarme más de mi esposo?.

Fe en Dios, humildad para someterse al esposo como al Señor, y cultivar la admiración hacia mi cónyuge. ¡Hala!, ya tengo tarea.

Madre:
Me falta alegría, porque me falta conversión. Porque me sigo exigiendo mucho a mi esposo en ese estar “amenazados por una necesidad insaciable de comunión” para la que hemos sido creados, como decía San Juan Pablo II. Algo que no está aún construido del todo y que no hay que quejarse porque no esté, sino seguir trabajando para que continúe creciendo. No soy digno de esta misión que me habéis encomendado, pero una palabra del Señor, bastará para sanar nuestra unión y que se haga posible. Alabado sea por siempre.

Tras el batacazo. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Lucas 15, 1-32

EVANGELIO
Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 15, 1-32
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice:
«¡Alegraos, conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido».
Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
O ¿Qué mujer tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice:
«¡Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido».
Os digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».
También les dijo:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
«Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.»
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
«Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros».
Se levantó y vino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
«Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.»
Pero el padre dijo a sus criados:
«Sacad enseguida el mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebramos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado».
Y empezaron el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Éste le contestó:
«Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud».
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
«Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tu bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado».
El padre le dijo:
«Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado»».

Palabra del Señor.

Tras el batacazo.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Cuando empiezo a leer esta parábola, la del hijo pródigo, me parece terrible lo que hace el hijo menor y no me gustaría ser él por nada del mundo. Pero cuando veo lo que hace el hijo mayor, casi me parece peor.

A veces es “bueno” pegarse un buen batacazo para convertirse y volver al Padre convertido, que andar convertido a medias toda la vida ¿No os parece?. Los que hemos buscado nuestra felicidad fuera de nuestra fe y de nuestra vocación, poniendo la ilusión en el trabajo, en la imagen: la moda, la decoración… , en los superfluo: Los planes de fin de semana, esas cervecitas y comidas, en las juergas veraniegas… Hemos utilizado todos los dones de Dios para nuestra propia satisfacción. Los que hemos probado eso de buscar nuestra felicidad fuera de Dios y nos descubrirnos vacíos, con “hambre” como lo representa el Señor en la parábola, cuando volvemos y experimentamos cómo Dios nos acoge, nos perdona, no nos reprocha nada y se vuelca con nosotros, y nos vuelve a tratar como hijos, entonces sí que ya no queremos otra cosa. Queremos comportarnos como Sus hijos: Poner nuestra ilusión en nuestra vocación de esposos y padres. Llenarnos de Él para hacer posible nuestra misión, para tener Sus mismos sentimientos, para que Él esté en nosotros y nosotros en Él.

No decimos que se provoque a la gente para que pruebe a alejarse totalmente de Dios, pero sí creemos que Dios permite que nos perdamos sólo si sabe que con ello podremos descubrir cuánta hambre y tristeza hay fuera de Su lado.

No sabemos lo que hizo el hijo menor después de regresar a casa. Seguramente seguiría fallando a su padre como hago yo, pero al menos tendrá claro que no quiere volver a irse de su casa. Podemos caer en aquello que decía San Pablo: “no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Rom 7,19), pero desde luego, no nos vamos voluntariamente del lado del Padre, por nada del mundo (literalmente).

Madre:
Hace mucho frío fuera de mi vocación de hijo de Dios y esposo. Cuando no intento ser un buen esposo, todo lo demás se tuerce. Cuando no utilizo los bienes que me ha entregado el Padre para trabajar en Su viña, algo hay en mí que se desajusta y termino por perder mi dignidad.
Señor: Muéstrame tu dolor por ese hermano que no te quiere, que no quiere volver a la casa del Padre, Tu Casa, su casa. Me pongo a Tu disposición, aquí estoy Señor, Te amo y lucho porque Te amo, lucharé con todas mis fuerzas, con todo mi corazón, y mi voluntad será mi motor y no mis sentimientos y emociones, no mis afectos. Confío en ti aunque no vea, aunque este cansado, aunque sufra, aunque parezca que esto va a peor y no tiene arreglo, yo confío en ti, ciegamente.
Porque cada vez me doy más cuenta de lo que me amas. Cómo estás pendiente de mí y cómo me abrazas y festejas cada vez que vuelvo. Me encanta ser tu hijo. Gracias por tanto amor.

En ti. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Lucas 6, 43-49

EVANGELIO
¿Por qué me llamáis «Señor, Señor», y no hacéis lo que digo?

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 6, 43-49
En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos:
«No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.
El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca.
¿Por qué me llamáis «Señor, Señor», y no hacéis lo que digo?
Todo el que viene a mí, escucha mis palabras y las pone en práctica, os voy a decir a quién se parece: se parece a uno que edificó una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo derribarla, porque estaba sólidamente construida.
El que escucha y no pone en práctica se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y en seguida se derrumbó desplomándose, y fue grande la ruina de aquella casa».

Palabra del Señor.

En ti.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Señor, menuda imagen más elocuente: “De lo que rebosa el corazón habla la boca”. ¿De qué hablo con mi esposo? ¿Cómo se lo expreso?.

Se insiste mucho en que el diálogo es fundamental en el matrimonio, y no les falta razón a quienes lo aconsejan, pero ¿De qué dialogamos? ¿Cómo nos lo expresamos? Porque si el árbol no está sano, los frutos no pueden ser buenos y por tanto, no dialogaremos, sino que discutiremos. Por tanto, debe haber un paso previo: Sanar mi raíz.

¿Qué sentimiento tengo hacia mi esposo? Si mi sentimiento es de “oposición” (como diría San Juan Pablo II), como una especie de resentimiento, tengo que hacer algo urgentemente: Limpiar mi corazón, vaya a ser que se siga llenando de ese resentimiento, y de lo que rebose mi corazón hable mi boca. Así que, entro en oración, y le pido ayuda al Señor y empiezo a llenar mi corazón de amor, de alabanzas, de acción de gracias. Pienso en todo lo bueno que tiene mi esposo, pienso en el cariño que puso Dios cuando lo creó para mí. Pienso en que, tal como es, es mi proyecto de amor de Dios para volver a Él. Le doy gracias a Dios por él/ella. Alabo al Señor por el camino que me ha puesto… Miro a mi esposo y contemplo a la única persona que ha entregado su vida por mí, a imagen de Cristo. Comete sus fallos, como es normal, pero me ama, realmente. Con sus limitaciones, me ama hasta donde sabe y puede. Y empiezo a comprenderle, en sus limitaciones, hasta que deje de sentir esa “oposición” y sienta que estoy en él/ella. Esto es construir los cimientos sobre roca, que son los Sentimientos de Cristo.

¡Ahora sí! Listo para dialogar.

Madre:
Llena mi corazón del Espíritu de Dios, de Su hermosura, de Su santidad, para que mi boca bendiga (hable bien), transmita ternura, comprensión, delicadeza… para que por mi boca salga todo el amor que hay en mi corazón, especialmente hacia mi esposo. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.