SJPII Catequesis 790926 La respuesta de Cristo a los farieos sobre la indisolubilidad del matrimonio

Proyecto Amor Conyugal

JUAN PABLO II: AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 26 de septiembre de 1979

La respuesta de Cristo a los fariseos sobre la indisolubilidad del matrimonio

Interpretación de la catequesis:

Hoy queremos sacar algunas conclusiones.

Cuando Cristo se refiere al principio, lleva a superar lo que hay entre el estado de inocencia original y el estado pecaminoso. Dos situaciones diametralmente opuestas.

Estas situaciones afectan diametralmente al interior del hombre: Al conocimiento, conciencia, opción y decisión, y todo esto en relación con Dios Creador. El árbol de la ciencia del bien y del mal, como símbolo de la alianza con Dios, brota en el corazón del hombre, delimita y contrapone estos dos estados.

Las palabras de Cristo que se refieren al principio, nos permiten encontrar una continuidad entre esos dos estados. El pecado forma parte del “hombre histórico”, pero ese estado hunde sus raíces en su propia “prehistoria” teológica, que es el estado de la inocencia original.

El brotar del estado pecaminoso está desde los comienzos en relación con la inocencia real del hombre que es creado “a imagen de Dios”. Cada punto de su estado pecaminoso en el alma y en el cuerpo, se explica con referencia a la inocencia original. Si cada pecado es consecuencia de la gracia perdida, entonces de alguna forma, cada pecado apunta a la gracia original de la inocencia.

Cuando Cristo en Mateo 19 se refiere al principio, tenemos derecho a aplicar el misterio de la redención a las palabras que Él pronunció. El hombre-mujer después de haber roto la alianza con el Creador, en las palabras llamadas del Protoevangelio, y el hombre (de aquel tiempo y de hoy) comienza a vivir la redención. El hombre de hoy también participa no solo del estado pecaminoso que ha heredado, sino también en la historia de la salvación, en este caso como sujeto y como cocreador. La carta a los Romanos presenta esta perspectiva: “…también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, suspirando por… la redención de nuestro cuerpo» (Rom 8, 23)

Si ese “Principio” no abriese al mismo tiempo la perspectiva de una «redención del cuerpo», la respuesta de Cristo no sería realmente entendida de modo adecuado. Precisamente esta perspectiva de la redención del cuerpo garantiza la continuidad y la unidad entre el estado hereditario del pecado del hombre y su inocencia original, aunque esta inocencia la haya perdido históricamente de un modo irremediable.

 

Debemos dirigir inmediatamente nuestra atención a un factor importante: la relación entre revelación y experiencia. Para interpretar correctamente la revelación acerca del hombre, debemos referirnos a la experiencia, ya que el hombre-cuerpo lo percibimos sobre todo con la experiencia. Desde nuestra experiencia “histórica” no podemos interpretar la inocencia original del hombre. Sin embargo, Romanos 8, 23 nos orienta mejor sobre la revelación del Principio a la que nos remite Cristo: «Nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, suspirando por… la redención de nuestro cuerpo». Si nos ponemos en esta actitud que sí podemos experimentar, el «principio» debe hablarnos con la gran riqueza de luz que proviene de la revelación.

 

Comentarios del encuentro:

SOBRE EL PRINCIPIO

  • El “principio” consiste en que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. Hombre-mujer.

EL ÁRBOL DE LA CIENCIA DEL BIEN Y DEL MAL

  • El árbol de la ciencia del bien y del mal era el símbolo de la alianza con Dios. El hombre rompe la alianza con Dios en la búsqueda de la autosuficiencia (de ser como dioses y no necesitar de Dios), y servirse de los dones de Dios para la propia satisfacción. El hombre por sí mismo, no tiene la capacidad de poseer la ciencia del bien y del mal. Simplemente tenía que dejarse llevar por la alianza con Dios.
  • La libertad, es un misterio. Que una creatura de Dios tenga plena libertad, se escapa a nuestro entendimiento.
  • Contemplamos la figura de la serpiente en esa ruptura. La táctica del diablo es falsear lo que Dios ha dicho y después presentar a Dios como el enemigo. El hombre no puede crear sus propias leyes del matrimonio. Hoy en día cada uno crea sus leyes. Cada uno crea sus propias verdades.
  • El diablo utiliza la verdad para enmascararla y nos lleva a conclusiones inciertas: “Te mereces esto” o “no te mereces esto otro”. Adán y Eva no conocían el mal. Se tapan cuando lo descubren “Quién te ha dicho que estabas desnudo”.

LA CAÍDA

  • JPII habla de los dos estados, pecado original e inocencia original. Estos dos estados tienen una dimensión en el hombre. Todo ello en relación con el Dios creador. Debemos mantenernos alerta ante esa realidad que existe también, en nuestra vida matrimonial.
  • Las dos grandes cuestiones que le hicieron caer al hombre: La soberbia y la desobediencia. Ser como Dios. Crear nuestras propias reglas del bien y del mal. La desobediencia a Dios quiebra la paz y viene la muerte.
  • Caída del hombre, del conocimiento, la conciencia, las decisiones…. Fue fruto de una decisión personal, rompieron la armonía interior y con Dios. Surge la concupiscencia, la enemistad con Dios. Lo mismo nos pasa hoy también a nosotros. Cuando caemos estamos rompiendo esa armonía.

 

EL VÍNCULO ENTRE EL ESTADO PECAMINOSO Y LA INOCENCIA ORIGINARIA

  • ¿Qué ha querido Cristo con referirnos al principio? La unidad. Tenemos que volver a esa unidad en la carne, indisoluble.
  • ¿Podemos volver al estado del principio? Sí, a algo mucho más grande, una vez elevados a la categoría de hijos de Dios, gracias a Jesucristo. Somos sujetos y corredentores. En nuestro matrimonio, podemos alcanzar el Reino con Jesús.
  • La redención es el camino de vuelta a esa experiencia primitiva.
  • La nueva alianza es Cristo. Como Adán y Eva ante el árbol, seguimos sin ser capaces de establecer y controlar sin Dios, lo que está bien y lo que está mal. La justicia del hombre siempre será injusta. No sabemos hacernos felices a nosotros mismos. Solamente podemos experimentar e interpretar las leyes que Dios establece y ser fieles a la alianza con Él.
  • Cristo nos interpela a volver a vivir apoyándonos en la nueva alianza, que es Él mismo, esas experiencias de la inocencia originaria. Ir avanzando hacia la pureza de corazón, hacia la limpieza de la mirada, hacia la mansedumbre.
  • La Carta a los Romanos, toca los dos aspectos intrínsecamente unidos del ser humano, espíritu y cuerpo. Presenta como dos ritmos en la redención del Espíritu y la posterior redención del cuerpo.
  • Tenemos que volver a vivir esa experiencia en la que los dos somos uno, tal como Dios nos ha creado. Nuestra tendencia en ese afán de controlar nuestra felicidad, es ser autosuficientes y egoístas. Para ello, creamos toda una estructura de leyes e ideas que intentan complementar mis carencias. Nos creamos una mitad artificial, basada en unas seguridades falsas con las que nos intentamos garantizar nuestra estabilidad y felicidad. Debo estar dispuesto a romper mi dureza de corazón, como nos pide Cristo, y renunciar a esa autosuficiencia. Sustituir la mitad que me he creado a base de razonamientos leyes e ideas, en los que no cabe mi esposo/a, y a veces hasta me estorba. Renunciar a controlar yo y vivir según las leyes específicas del matrimonio que Dios ha creado, leyes en las que mi esposo/a es la otra mitad de mí, y yo tengo que aprender mucho de ella y me tengo que apoyar mucho en ella para encontrar nuestra semejanza con Dios, es decir, nuestra raíz inserta en la inocencia originaria.
  • Así, como le plantea Cristo a los fariseos, cuando estoy dispuesto a poner el amor por delante de mis leyes, cuando todo lo que hago lo hago por agradar a mi Señor a través de mi esposo/a, cuando solamente persigo el bien común, estoy dispuesto abierto a acoger un corazón de carne.
  • Juan Pablo II nos invita a contemplar nuestras raíces. Hay una forma específica de hacer presente a Cristo en nuestro matrimonio. ¿Cómo?: Muriendo el hombre viejo para nacer un nuevo ser siendo una sola carne en Cristo. Que ya no sea mi mirada ni la tuya, sino la de Cristo, mi criterio ni el tuyo, sino el de Cristo, mis sentimientos ni los tuyos, sino los de Cristo. En ese morir el antiguo hombre-mujer nace la comunión. Nuestro objetivo es ese camino de santidad en nuestra vocación. Él crea una nueva unión en Él.
  • A la santidad se aspira día a día. Aspirar a gozar de la plenitud de Dios ya en nuestro día a día. El cielo empieza aquí. El matrimonio es donde mejor se puede experimentar el cielo en la Tierra. Es un lujo, un regalo de Dios en la Tierra.
  • Lo importante de este libro de Juan Pablo II, es que nos abre una dimensión, para que cada uno viva su propia experiencia de amor matrimonial. Juan Pablo II no aterriza toda esta teología en nuestra experiencia matrimonial. Otros libros que le interpretan, sí lo hacen, como pretendiendo establecer el camino de todos. JPII abre la puerta a una verdad, que nosotros tenemos que experimentar y desde ahí construir nuestra propia teología. Nuestra propia historia de salvación, de la que somos cocreadores a través del matrimonio.

 

COMENTARIOS DEL PADRE CARLOS GRANADOS 19/07/2013

Hola José Luis,

Yo he leído vuestros comentarios a las catequesis y me parecen muy oportunos. El tema del árbol del conocimiento del bien y del mal es interesante: implica el deseo de decidir por cuenta propia lo que es bueno y lo que es malo, es decir la absoluta «autonomía moral». Frente a ello el matrimonio supone que me dejo enseñar en lo que está bien y mal. Luego también habláis de lo de la serpiente, que es muy interesante: un animal escurridizo, que parece pequeño e insignificante por su tamaño (frente a un oso o a un león) y que es sin embargo letal por su veneno. Es la imagen también de esas cosas aparentemente insignificantes que van limando la vida matrimonial. En hebreo «astuto» y «desnudo» son la misma raíz: erum – erom. Adán y Eva quieren ser «astutos» como la serpiente y acaban por verse «desnudos». Luego habláis también en la otra catequesis del tema del límite, que es interesante, porque el límite es lo que da la belleza y la perfección a la obra: sin límites no hay nada humano que esté «acabado». Es la belleza del límite como señal de perfección en lo humano. En Dios las cosas son de otro modo, pero nosotros no conocemos una perfección al margen del límite…

 

COMPROMISO

  • Rezar conjuntamente
  • Renunciar a nuestra voluntad a favor de mi esposo por agradarle.

 

 

Copia íntegra de la catequesis de JPII:

JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 26 de septiembre de 1979

La respuesta de Cristo a los fariseos sobre la indisolubilidad del matrimonio

  1. Cristo, respondiendo a la pregunta sobre la unidad y la indisolubilidad del matrimonio, se remitió a lo que está escrito en el libro del Génesis sobre el tema del matrimonio. En nuestras dos reflexiones precedentes hemos sometido a análisis tanto el llamado texto elohísta (Gén 1) como el yahvista (Gén 2). Hoy queremos sacar algunas conclusiones de este análisis.

Cuando Cristo se refiere al «principio», lleva a sus interlocutores a superar, en cierto modo, el límite que, en el libro del Génesis, hay entre el estado de inocencia original y el estado pecaminoso que comienza con la caída original.

Simbólicamente se puede vincular este límite con el árbol de la ciencia del bien y del mal, que en el texto yahvista delimita dos situaciones diametralmente opuestas: la situación de la inocencia original y la del pecado original. Estas situaciones tienen una dimensión propia en el hombre, en su interior, en su conocimiento, conciencia, opción y decisión, y todo esto en relación con Dios Creador que, en el texto yahvista (Gén 2 y 3) es, al mismo tiempo, el Dios de la Alianza, de la alianza más antigua del Creador con su criatura, es decir, con el hombre. El árbol de la ciencia del bien y del mal, como expresión y símbolo de la alianza con Dios, rota en el corazón del hombre, delimita y contrapone dos situaciones y dos estados diametralmente opuestos: el de la inocencia original y el del pecado original, y a la vez del estado pecaminoso hereditario en el hombre que deriva de dicho pecado. Sin embargo, las palabras de Cristo, que se refieren al «principio», nos permiten encontrar en el hombre una continuidad esencial y un vínculo entre estos dos diversos estados o dimensiones del ser humano. El estado de pecado forma parte del «hombre histórico», tanto del que se habla en Mateo 19, esto es, del interlocutor de Cristo entonces, como también de cualquier otro interlocutor potencial o actual de todos los tiempos de la historia y, por lo tanto, naturalmente, también del hombre de hoy. Pero ese estado —el estado «histórico» precisamente— en cada uno de los hombres, sin excepción alguna, hunde sus raíces en su propia «prehistoria» teológica, que es el estado de la inocencia original.

  1. No se trata aquí de sola dialéctica. Las leyes del conocer responden a las del ser. Es imposible entender el estado pecaminoso «histórico», sin referirse o remitirse (y Cristo efectivamente a él se remite) al estado de inocencia original (en cierto sentido «prehistórica») y fundamental. El brotar, pues, del estado pecaminoso, como dimensión de la existencia humana, está, desde los comienzos, en relación con esa inocencia real del hombre como estado original y fundamental, como dimensión del ser creado «a imagen de Dios». Y así sucede no sólo para el primer hombre, varón y mujer, como dramatis personae y protagonista de las vicisitudes descritas en el texto yahvista de los capítulos 2 y 3 del Génesis, sino también para todo el recorrido histórico de la existencia humana. El hombre histórico está, pues, por decirlo así, arraigado en su prehistoria teológica revelada; y por esto cada punto de su estado pecaminoso histórico se explica (tanto para el alma como para el cuerpo) con referencia a la inocencia original. Se puede decir que esta referencia es «coheredad» del pecado, y precisamente del pecado original. Si este pecado significa, en cada hombre histórico, un estado de gracia perdida, entonces comporta también una referencia a esa gracia, que era precisamente la gracia de la inocencia original.
  2. Cuando Cristo, según el capítulo 19 de San Mateo, se refiere al «principio», con esta expresión no sólo indica el estado de inocencia original como horizonte perdido de la existencia humana en la historia. Tenemos el derecho de atribuir al mismo tiempo toda la elocuencia del misterio de la redención a las palabras que El pronuncia con sus propios labios. Efectivamente, ya en el ámbito del mismo texto yahvista del Gén 2 y 3, somos testigos de que el hombre, varón y mujer, después de haber roto la alianza original con su Creador, recibe la primera promesa de redención en las palabras del llamado Protoevangelio en Gén 3, 15, [1] y comienza a vivir en la perspectiva teológica de la redención. Así, pues, el «hombre histórico» —tanto el interlocutor de Cristo de aquel tiempo, del que habla Mt 19, como el hombre de hoy— participa de esta perspectiva. El participa no sólo en la historia del estado pecaminoso humano como sujeto hereditario y, a la vez, personal e irrepetible de esta historia, sino que participa también en la historia de la salvación, si bien aquí como sujeto y cocreador. Por tanto, está no sólo cerrado, a causa de su estado pecaminoso, respecto a la inocencia original, sino que está al mismo tiempo abierto hacia el misterio de la redención, que se ha realizado en Cristo y a través de Cristo. Pablo, autor de la carta a los Romanos, presenta esta perspectiva de la redención, en la que vive el hombre «histórico», cuando escribe: «…también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, suspirando por… la redención de nuestro cuerpo» (Rom 8, 23). No podemos perder de vista esta perspectiva mientras seguimos las palabras de Cristo que, en su conversación sobre la indisolubilidad del matrimonio recurre al «principio». Si ese «principio» indicase sólo la creación del hombre como «varón y mujer», si —como ya hemos señalado— llevase a los interlocutores sólo a través del límite del estado de pecado del hombre hasta la inocencia original, y no abriese al mismo tiempo la perspectiva de una «redención del cuerpo», la respuesta de Cristo no sería realmente entendida de modo adecuado. Precisamente esta perspectiva de la redención del cuerpo garantiza la continuidad y la unidad entre el estado hereditario del pecado del hombre y su inocencia original, aunque esta inocencia la haya perdido históricamente de un modo irremediable. También es evidente que Cristo tiene el máximo derecho de responder a la pregunta que le propusieron los doctores de la Ley y de la Alianza (como leemos en Mt 19 y en Mc 10), en la perspectiva de la redención sobre la cual se apoya la misma Alianza.
  3. Si en el contexto de la teología del hombre-cuerpo, así delineados substancialmente, pensamos en el método de los análisis ulteriores acerca de la revelación del «principio», en el que es esencial la referencia a los primeros capítulos del libro del Génesis, debemos dirigir inmediatamente nuestra atención a un factor que es particularmente importante para la interpretación teológica: importante porque consiste en la relación entre revelación y experiencia. En la interpretación de la revelación acerca del hombre y sobre todo acerca del cuerpo, debemos referirnos a la experiencia por razones comprensibles, ya que el hombre-cuerpo lo percibimos sobre todo con la experiencia. A la luz de las mencionadas consideraciones fundamentales, tenemos pleno derecho a abrigar la convicción de que esta nuestra experiencia «histórica» debe, en cierto modo, detenerse en los umbrales de la inocencia original del hombre, porque en relación con ella permanece inadecuada. Sin embargo, a la luz de las mismas consideraciones introductorias, debemos llegar a la convicción de que nuestra experiencia humana es, en este caso, un medio de algún modo legítimo para la interpretación teológica, y es, en cierto sentido, un punto de referencia indispensable, al que debemos remitirnos en la interpretación del «principio». El análisis más detallado del texto nos permitirá tener una visión más clara de él.
  4. Parece que las palabras de la carta a los Romanos 8, 23, que acabamos de citar, orientan mejor nuestras investigaciones, centradas en la revelación de ese «principio», al que se refirió Cristo en su conversación sobre la indisolubilidad del matrimonio (Mt 19 y Mc 10). Todos los análisis sucesivos que se harán a este propósito basándose en los primeros capítulos del Génesis, reflejarán casi necesariamente la verdad de las palabras paulinas: «Nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, suspirando por… la redención de nuestro cuerpo». Si nos ponemos en esta actitud —tan profundamente concorde con la experiencia [2]—, el «principio» debe hablarnos con la gran riqueza de luz que proviene de la revelación, a la que desea responder sobre todo la teología. La continuación de los análisis nos explicará por qué y en qué sentido ésta debe ser teología del cuerpo.

Notas

[1] Ya la traducción griega del Antiguo Testamento, la de los Setenta, que se remonta más o menos al siglo II a. C., interpreta el Gén 3, 15 en el sentido mesiánico, aplicando el pronombre masculino autós refiriéndose al sustantivo neutro griego sperma (semen de la Vulgata). La traducción judía mantiene esta interpretación.

La exégesis cristiana, comenzando por San Ireneo (Adv. Haer. III, 23, 7) ve este texto como «Protoevangelio», que preanuncia la victoria sobre satanás traída por Jesucristo. Aunque en los últimos siglos los estudiosos de la Sagrada Escritura hayan interpretado diversamente esta perícopa, y algunos de ellos impugnen la interpretación mesiánica, sin embargo en los últimos tiempos se retorna a ella bajo un aspecto un poco distinto. El autor yahvista une efectivamente la prehistoria con la historia de Israel, que alcanza su cumbre en la dinastía mesiánica de David, que llevará a cumplimiento las promesas del Gén 3, 15 (cf. 2 Sam 7, 12).

El Nuevo Testamento ha ilustrado el cumplimiento de la promesa en la misma perspectiva mesiánica: Jesús es Mesías, descendiente de David (Rom 1, 3; 2 Tim 2, 8), nacido de mujer (Gál 4, 4), nuevo Adán-David (1 Cor 15), que debe reinar «hasta poner a todos sus enemigos bajo sus pies» (1 Cor 15, 25). Y finalmente (Apoc 12, 1-10) presenta el cumplimiento final de la profecía del Gén 3, 15, que aun no siendo un anuncio claro e inmediato de Jesús, como Mesías de Israel, sin embargo conduce a El a través de la tradición real y mesiánica que une al Antiguo y al Nuevo Testamento.

[2] Hablando aquí de la relación entre la «experiencia» y la «revelación», más aún, de una convergencia sorprendente entre ellas, sólo queremos constatar que el hombre, en su estado actual de existir en el cuerpo, experimenta múltiples limitaciones, sufrimientos, pasiones, debilidades y finalmente la misma muerte, los cuales, al mismo tiempo, refieren este su existir en el cuerpo a un diverso estado o dimensión. Cuando San Pablo escribe sobre la «redención del cuerpo», habla con el lenguaje de la revelación; la experiencia efectivamente no está en condiciones de captar este contenido o mejor esta realidad. Al mismo tiempo en el conjunto de este contenido, el autor de Rom 8, 23 toma de nuevo todo lo que, tanto a él como en cierto modo, a todo hombre (independientemente de su relación con la revelación) se le ha ofrecido a través de la experiencia de la existencia humana, que es una existencia en el cuerpo.

Tenemos, pues, el derecho de hablar de la relación entre la experiencia y la relación, más aún, tenemos el derecho de proponer el problema de su relación recíproca, si bien para muchos entre la una y la otra hay una línea de demarcación que es una línea de total antítesis y de antinomia radical. Esta línea, a su parecer, debe ser trazada sin duda entre la fe y la ciencia, entre la teología y la filosofía. Al formular este punto de vista, se tienen en cuenta más bien conceptos abstractos que no el hombre como sujeto vivo.

El caso:

Teresa y Javi, se han sentado a hablar. Hay muchas cosas que mejorar en su relación. Pasa el tiempo y no se están ocupando de su matrimonio.

Había caído en sus manos un artículo de un matrimonio Santo y decidieron leerlo por si les ayudaba. El artículo era el siguiente:

Esposos Beltrame Quattrocchi: un matrimonio santo.

Vida

 

María Corsini y Luigi Beltrame fueron criados en el seno de una familia católica y desde pequeños practicaron fervientemente su fe, asistiendo todos los domingos a Misa y participando de los sacramentos. Debido a este legado, decidieron criar a sus hijos en los principios y valores de la fe católica.

En 1913, la joven familia atravesó un momento doloroso y bastante incierto cuando el embarazo de María tuvo serias complicaciones y los médicos pronosticaban que no sobreviviría al parto, ni tampoco el no nacido. Aunque los doctores manifestaron que un aborto podría salvar la vida de María, ésta consultando con su esposo, decidió confiar en la protección divina de Dios. Y, si bien es cierto el embarazo fue duro, tanto madre e hijo milagrosamente sobrevivieron. Esta experiencia llevó a toda la familia a consolidar su vida de fe y trabajar duro por sus anhelos de santidad.

María dio a luz a tres niños más; sus dos hijos varones profesaron el sacerdocio: Filippo es ahora Mons. Tarcisio de la diócesis de Roma y Cesare es el P. Paolino, un monje trapense.

La mayor de las hijas, Enrichetta, la que sobrevivió a ese difícil embarazo, constituyó un hogar según el modelo de sus padres; mientras que su hermana Stefania ingresó a la congregación de los benedictinos, siendo conocida por todos como la Madre Cecilia, y quien falleció en 1993.

La familia Beltrame Quattrochi fue conocida por todos por su activa participación en muchas organizaciones católicas. Luigi fue un respetado abogado, quien ocupó un cargo importante dentro de la política italiana. María trabajó como voluntaria asistiendo a los etíopes en dicho país durante la segunda guerra mundial.

Beatificación

La Congregación para la Causa de los Santos trató este caso como algo especial, y con la aprobación del Papa Juan Pablo II, se esclareció el camino para su beatificación luego de que se reconozca un milagro a su intercesión.

El Prefecto, Cardenal José Saraiva Martins, señaló que era imposible beatificarlos por separado debido a que no se podía separar su experiencia de santidad, la cual fue vivida en pareja y tan íntimamente. «Su extraordinario testimonio no podía permanecer escondido».

A la ceremonia asistieron los dos hijos varones del matrimonio: Filippo y Cesare quienes concelebraron la Misa de beatificación con el Papa. La tercera, Enrichetta, se sentaba entre los peregrinos que llenaron hasta los topes el templo más grande de la cristiandad.

«Lo ordinario de manera extraordinaria»

En su homilía, el Santo Padre aseguró que los esposos beatos, durante más de sus 50 años como matrimonio supieron vivir «una vida ordinaria de manera extraordinaria».

«Entre las alegrías y las preocupaciones de una familia normal -afirmó el Papa- supieron realizar una existencia extraordinariamente rica de espiritualidad. En el centro, la eucaristía diaria, a la que se añadía la devoción filial a la Virgen María, invocada con el Rosario recitado todas las noches, y la referencia a sabios consejos espirituales».

El Pontífice manifestó que los esposos «vivieron a la luz del Evangelio y con gran intensidad humana el amor conyugal y el servicio a la vida».

«Asumieron con plena responsabilidad la tarea de colaborar con Dios en la procreación, dedicándose generosamente a los hijos para educarles, guiarles, orientales, en el descubrimiento de su designio de amor», agregó.

«Una auténtica familia, fundada en el matrimonio, es en sí misma una «buena noticia» para el mundo», puntualizó.

Familia cristiana

En su relato, el P. Tarcisio recuerda que «nuestra vida familiar no tuvo nada de extraordinaria, fue un hecho ordinario, con sus debilidades».

«Fuimos una familia abierta a los amigos y a todos los que querían respirar el clima de nuestro hogar», relata el P. Tarcisio. La habitación de huéspedes siempre estaba lista».

«En los años de la guerra, a menudo arriesgando muchísimo, acogimos y prestamos ayuda a todo el que la pidió», concluyó.

 

Tras leer esto, Teresa y Javi retoman con alegría su matrimonio con el propósito de seguir los pasos de Luigi y María: «una vida ordinaria de manera extraordinaria». Ahora saben que Cristo ha redimido el matrimonio, y con Él, es posible vivir un matrimonio santo.

 

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