EVANGELIO
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 4, 18-22
En aquel tiempo, pasando Jesús junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores.
Les dijo:
«Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres».
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre, y los llamó.
Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
Palabra del Señor.
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Llama-da.
El Evangelio de hoy nos ayuda a reflexionar sobre el misterio de la llamada de Dios a cada uno de nosotros: Recibir una llamada de Dios no es cualquier cosa, no se le puede dar una prioridad cualquiera… Es que ¡Dios me llama a mí, por mi nombre, a una tarea concreta! Mi vocación. ¿Cuánta prioridad debo darle? ¿Toda? ¿Cuánta ilusión debo experimentar ante esta llamada? ¡Toda! ¡Que me llama Dios! No debe ser casualidad que “llamada” y “llama” (De fuego) tengan la misma raíz. Dios, en la llama-da me da-la-llama que arde en mí. Dejo unos minutos para tomar conciencia de la importancia y la prioridad que merece esta llamada Suya.
He recibido una primera llamada fundamental como hijo de Dios por el bautismo (Es el “qué” estoy llamado a ser), y dentro de ella, otra llamada a servir de una manera concreta: la vocación al amor en el matrimonio (Es el “cómo” hacerlo en esta vida).
La llamada implica siempre un cambio radical del que ha sido llamado. También implica siempre un seguimiento de Jesús, pues Él es el camino, la verdad y la vida.
Como esposo, tengo que renunciar radicalmente a una vida individualista para construir algo totalmente nuevo con mi esposo. Dejar a un lado esas redes que me apresan y seguir a Cristo desde la nueva misión que me ha puesto por delante. Si lo hago, viviré un futuro, mucho más rico, más libre y más santo.
Aterrizado a la vida matrimonial:
Juan: Me tiré diez años resistiéndome a mis obligaciones como esposo. Quería seguir con mi manera de pensar, mis costumbres, buscaba mis comodidades… y que mi esposa me hiciese feliz. Hasta que descubrí que esa actitud me estaba destruyendo a mí, a mi esposa, a nuestro matrimonio y a nuestros tres hijos.
Alberto: Pues en eso estoy yo, pero pensaba que la culpa era de mi mujer, que debería cambiar y centrarse más en mí y menos en los niños o en la casa o en sus padres…
Juan: No, Alberto. Por mucho que cambie tu mujer, si no dices “sí” a tu vocación, a la llamada que Dios te hace personalmente a ti, no serás feliz nunca, ni habrá paz en tu interior. Por eso, creo que te falta descubrir la grandeza y la belleza de la misión a la que has sido llamado, para que quieras eso por encima de todo.
Alberto: Y ¿Cómo lo hago?
Juan: Necesitas contemplar la belleza del plan de Dios para ti. Lee sobre la grandeza de tu vocación, acércate a los que te pueden hablar de ella, pídele a Dios que te ilumine… San Juan Pablo muestra esa belleza como nadie. Tienes que responder porque sientas el fuego, la llama, arder en tu corazón, no porque te sientas forzado a ello. Tienes que conseguir que tus deseos y tus motivaciones te empujen a vivir la excelencia en tu matrimonio. Descubre el tesoro que te permitirá vender todo lo demás para conseguirlo.
Madre,
Recuérdame una y otra vez aquel “haced lo que Él os diga” de las bodas de Caná. Que esté deseando dejar que Dios re-cree nuestro futuro como esposos siendo uno. Los apóstoles lo dejaron todo de inmediato. ¡Yo también quiero! Alabado sea el Señor que cuenta conmigo para construir Su reino. Amén.