EVANGELIO
Padre, glorifica a tu Hijo.
Lectura del santo Evangelio según san Juan 17, 1-11a
En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, dijo Jesús:
«Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a todos los que le has dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo.
Yo te he glorificado sobre la tierra, he llevado a cabo la obra que me encomendaste. Y ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía junto a ti antes que el mundo existiese.
He manifestado tu nombre a los que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado.
Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que tú me diste, porque son tuyos. Y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti».
Palabra del Señor.
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En la gloria.
Hablemos de la gloria. La gloria es de Dios, y es Él quien glorifica, pero si cumplimos Su misión, le glorificamos porque conducimos a otros hacia Él, a los que Él nos ha encomendado. Es entonces también cuando Él glorifica a los que actuamos en Su nombre. Así lo vivió el Hijo, así lo vivió San Pablo, y así nos toca a nosotros vivirlo.
El Espíritu Santo está en nosotros, pero no puede actuar si le ponemos barreras, porque es muy sensible a nuestra libertad. Tenemos que levantar todas nuestras barreras para que el Espíritu pueda fluir entre nosotros y santificar a muchos para mayor gloria de Dios. Esas barreras son los placeres, la codicia y los honores de este mundo. Libres de ellos, con los ojos puestos sólo en Dios y en la misión que nos ha encomendado, el Espíritu Santo podrá actuar, podrá brotar de nuestro interior hacia fuera y llevar a otros a la gloria de Dios. Que como Cristo, cuando vayamos al Padre, hayamos sido glorificados en todos los que Dios a puesto en nuestras manos.
Aterrizado a la vida matrimonial:
Luis: Marta, te quiero, pero descubro que no acabo de satisfacer tu necesidad de amor. ¿Qué tengo que hacer?
Marta: Luis, tú no puedes satisfacer mi necesidad de amor, sólo Dios, pero a través de ti. Esto es lo que no entienden la mayoría de los matrimonios. Cuando el Espíritu Santo pueda actuar entre nosotros, entonces nos amaremos con el Amor de Dios. Ese es el único que satisface y llena plenamente.
Luis: Entonces, ¿no depende de que yo trabaje más en la casa o te escuche más a menudo?
Marta: En parte sí, pero no depende sólo de eso, porque eso lo haces con muy buena intención, pero con tus fuerzas. Depende de que quitemos de en medio todo lo que entorpece la acción del Espíritu Santo entre nosotros. Cualquier deseo, cualquier ambición, cualquier aspiración de grandeza… todo lo que perjudique a nuestra comunión, hay que apartarlo. Entonces, dejaremos al Espíritu libre para ir construyendo el Amor de Dios entre nosotros. Hagámoslo, apartemos todo lo mundano y disfrutemos de la gloria de Dios.
Luis: Eso sí que es apuntar alto…
Madre,
Que glorifiquemos a Dios con nuestros cuerpos. Como dice San Juan Pablo, con la pureza y la acción del Espíritu Santo, daremos gloria a Dios con nuestros cuerpos. Alabado sea Dios por la misión tan grande que nos ha encomendado.
El matrimonio, unión de alma y cuerpo por voluntad divina, obra su verdadera misión en la medida en que los esposos reconocen y asumen esa voluntad del Creador.
Entonces, hombre y mujer tienen que honrar en el matrimonio siempre con la conciencia de lo que Dios a dispuesto. Y además reconocer que os ha dado la libertad de hacerlo de esa manera o no al deseo del mismo Dios.
Virgen María, haz que nuestro matrimonio transcurra como es el deseo de tu Hijo, el propio Dios.