Compartimos una dignidad con Jesús, somos hijos en el Hijo.
Y estamos llamados a algo mucho más grande que nosotros mismos. A amarnos con el mismo amor de Cristo y por tanto con el mismo amor del Creador que nos hizo. Un signo de que esto es así, es la fecundidad. Es una prueba que demuestra que podemos ser co-creadores con el Padre, porque Él está presente. ¿Quién no ha percibido claramente que tener un hijo es un verdadero milagro?.
El que recibe a mi enviado me recibe a mí; y el que a mí me recibe, recibe al que me ha enviado. Esta es la unión de la que tenemos que ser fiel imagen en nuestro matrimonio y a la que tenemos que tender para ser más semejantes.
Todos los dones que hemos recibido de Dios, tienen un objetivo: La comunión de personas, como contraposición a la competitividad, el individualismo o el respeto como paradigma del “te dejo en paz para que me dejes tú a mí”. Cristo nos habla de otro tipo de relación. Una en la que el criado no es más que su amo: “Jesús acabó de lavar los pies a sus discípulos, (y) les dijo: …dichosos vosotros si lo ponéis en práctica”. Era ni más ni menos que un acto de servicio que hacían los esclavos a los invitados de su señor. ¡Menudo gesto nos deja Jesús en herencia!. ¿Cuánta distancia hay entre esto y el trato que se dan los esposos hoy en día?
Lavemos los pies de nuestro/a esposo/a para alcanzar la dicha. Como dijo el Papa Francisco: “Así Jesús lo quiso de nosotros”.
Oramos con el Salmo: Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades.