EVANGELIO
Sígueme. Él se levantó y lo siguió
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 9, 9-13
En aquel tiempo, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo:
«Sígueme».
Él se levantó y lo siguió.
Y estando en la casa, sentado en la mesa, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaban con Jesús y sus discípulos.
Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos:
«¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?».
Jesús lo oyó y dijo:
«No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa «Misericordia quiero y no sacrificio»: que no he venido a llamar a justos, sino a los pecadores».
Palabra del Señor.
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Será un antes y un después en tu matrimonio (Muchos lo dicen). ¡Os esperamos con mucha ilusión!
Tabla de salvación.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)
El hecho de que el hombre peque, no implica que Dios deje de amarle. Dios le sigue amando de igual manera, incluso podría parecernos que más, porque le ve necesitado (Como se observa en la parábola del hijo pródigo o la oveja perdida). Por eso, la dignidad de una persona, su valor para Dios, no se reduce con el pecado. Y Dios sigue enviándole mensajeros para recuperar a esa persona. Más aún, le envía a su Hijo único: Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.
¿Cómo miro a mi esposo que peca y hace cosas que me desagradan porque van en contra de la voluntad de Dios?. Los esposos tenemos que seguir mirándonos con la dignidad infinita que tenemos. Con el amor infinito que Dios nos tiene. Mi esposo es un don de Dios para mí, porque Dios le ama por sí mismo. Independientemente de lo que haya hecho, merece Su misericordia. Merece que Cristo coma con él/ella… Merece que Cristo sea crucificado y muerto por amor a él/ella. Esto demuestra la enorme dignidad, el enorme valor que Dios le ha querido dar. El enorme don de Dios que él/ella es para Cristo y, por tanto, debe serlo también para mí.
No puedo pesar a mi esposo según el valor que yo le concedo, sino según el valor que Dios le otorga por el inmenso amor que le tiene y que yo no alcanzo ni a imaginar.
Quizás sea yo la tabla de salvación que Dios le envía. ¿Voy a responder a esa misión? Quizás mi criterio no pinta nada aquí, y lo único que tengo que hacer es ponerme al servicio de Dios y al servicio de mi esposo, para lo que Dios quiera darle y Dios quiere que me entregue con todos mis dones y le transmita Su Gracia sanadora. Ese es Su plan de salvación. En otra ocasión, será mi esposo el enviado para rescatarme a mí.
Aterrizado a la vida matrimonial:
Alfredo: ¿Mi hermano Pedro? Pedro es un calzonazos. Su mujer es una harpía, es de armas tomar. Allí donde va, monta un pollo. Pedro debe ser tonto, porque no encuentro una explicación para que siga aguantándola. Yo la habría mandado a paseo hace ya mucho tiempo. Y de paso, nos deja tranquilos a los demás.
Dolores (Madre de Pedro y Alfredo): Alfredo hijo. No me gusta que hables así de tu cuñada ni de tu hermano. Tu hermano de tonto no tiene un pelo. Eligió una mujer difícil, y no lo está teniendo fácil, pero ¿Para quién es fácil el matrimonio?. Creo que Pedro lo está haciendo muy bien, y está dando todo lo que tiene y puede, para que su matrimonio crezca, para que su mujer crezca. A mí me parece una labor preciosa, y él, ya te lo digo yo, va a convertir a esa mujer, si no, al tiempo. No hay corazón que se resista a una manera de amar como la de Pedro. Siempre recordaré el caso de Santa Mónica, que se casó con un hombre violento, a sabiendas, porque pensaba que Dios le pedía convertirle. Le costó, sudor y lágrimas, por sus infidelidades y su cólera, pero lo consiguió. Y ahora es santa. Si se hubiera separado de él, nadie conocería a una tal Mónica de Hipona que vivió en el siglo IV. Mereció la pena ser fiel al plan de Dios.
Madre,
Muéstrame el amor que le tienes a mi esposo, para que aprenda a amarle como Tú. Quiero rezar con él/ella y por él/ella, para que me reveles su belleza y su dignidad, quiero descubrir ante quién estoy, para no despreciarle nunca más, para no minusvalorarle nunca más. Dame esto que te pido, Madre, por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.