¿Qué talentos hemos recibido?
El Señor reparte uno, dos o cinco talentos “a cada cual según sus capacidades”, para que los administre y multiplique. Cada uno tiene la responsabilidad de conocer y aceptar con humildad y de verdad los dones y talentos que ha recibido. Nuestra propia respuesta ha de asemejarse lo más posible a la de los dos siervos fieles: actuar con prontitud, con generosidad, con iniciativa para «multiplicar» nuestros talentos, superando toda actitud de temor, inseguridad, mezquindad, pereza o egoísmo.
No basta con saber cuáles son nuestros talentos, sino cómo aplicarlos para avanzar en la dirección correcta, la que Dios marca a cada uno. No basta por ejemplo con saber que uno tiene el don de la cortesía si no sabe si la tiene que aplicar como relaciones públicas en una empresa o siendo delicado y atento con su esposo/a durante toda la vida… se trata de tener un corazón que ve, donde se mezcla inteligencia y amor.
También es necesario valorar los dones en su justa medida y así cuidarlos como un tesoro recibido de Dios y al que hay que agradecerlos: el valor del esposo, de los hijos, la amistad, el trabajo… Los dones del Espíritu son el fruto que el Don de su presencia engendra en nuestro interior, haciéndonos dóciles y atentos para reconocer su voz.
En última instancia, la realización de cada hombre y cada mujer está en su camino hacia Dios. No se puede ser feliz si no respondemos a esta misión para la que hemos sido creados. El ser humano alcanza su plenitud en la plena comunión con el Padre. Por tanto, estoy llamado a, con mi esfuerzo, colaborar con la gracia para hacer fructificar los dones que he recibido y comunicar con ellos la gloria de Dios a todas las personas de mi alrededor. Ponemos la atención en ser siervos, pues los talentos no nos pertenecen, y en ser fieles, pues permaneciendo en el amor de Dios nacerán todos los frutos.
Entonces ¿Cómo me conozco y conozco mis dones? El pleno conocimiento del misterio del ser humano como criatura de Dios solamente es posible en el Señor Jesús. Él nos revela al Padre y Él nos revela a nosotros mismos y a nuestro esposo/a como creaturas y el plan que Dios ha pensado para nosotros. Y en ese conocer a la luz de Cristo nuestra propia identidad, origen, vocación y misión en el mundo, así como nuestro destino glorioso, voy conociendo también mis dones. También es cierto que Dios se sirve de otros para darme su gracia, en especial del esposo/a, como ministro de las gracias de Dios para mí. Por tanto, principalmente a través de él/ella me mostrará quién soy.
Dios da a cada uno ciertos dones y talentos. Estos dones y talentos tienen una dimensión personal, pues ayudan a nuestro desarrollo, pero tienen al mismo tiempo una dimensión relacional: se orientan también a la mutua edificación, especialmente entre los esposos. Así, al poner los propios dones a disposición el uno del otro, éstos se convierten en una riqueza para los dos. En este sentido, los esposos tenemos necesidad el uno del otro: el bien espiritual que yo no tengo y no poseo, lo recibo del esposo (genérico). Tal como dice el catecismo: 1937 “Estas diferencias pertenecen al plan de Dios, que quiere que cada uno reciba de otro aquello que necesita, y que quienes disponen de “talentos” particulares comuniquen sus beneficios a los que los necesiten. Las diferencias alientan y con frecuencia obligan a las personas a la magnanimidad, a la benevolencia y a la comunicación. Incitan a las culturas a enriquecerse unas a otras…
La recepción de los dones y la gracia de Dios, evidentemente no se circunscriben solamente al entorno matrimonial, sino que necesitamos de los hijos y el resto de la comunidad eclesial para poder llevar nuestra misión a su plenitud.
Oramos con el Salmo: Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo; con él se alegra nuestro corazón, en su santo nombre confiamos.