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EVANGELIO
No tienen necesidad de médico los sanos; misericordia quiero y no sacrificios.
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 9, 9-13
En aquel tiempo, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo:
«Sígueme».
Él se levantó y lo siguió.
Y estando en la casa, sentado a la mesa, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaban con Jesús y sus discípulos.
Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos:
«¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?»
Jesús lo oyó y dijo:
«No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa «Misericordia quiero y no sacrificio»: que no he venido a llamar a justos, sino a pecadores».
Palabra del Señor.
Peccatoterapia.
Jesús se autodefine a sí mismo como “médico de los pecadores”. Cuando vamos en Su nombre, tenemos que doctorarnos en Su misma “especialidad médica”: Peccatodiagnóstico y peccatoterapia 😉. Cuando un médico se acerca a un paciente, no le echa la bronca por la enfermedad que ha contraído, sino que lo acoge, se interesa por sus síntomas y su estado de salud y después pone todo de su parte para curarlo.
Esto hace Jesús con Mateo, y lo primero que le aplica es una sobredosis de caridad. Zaqueo, borracho de amor, casi no puede hacer otra cosa que doblegarse ante la entrega de Jesús.
Apliquemos nosotros también “sobredosis de caridad” para matar al “bicho” que ha infectado a nuestro cónyuge y sanarlo con el amor de Cristo.
Aterrizado a la vida matrimonial:
Jaime: Gracias, Ali, gracias. No sé cómo agradecerte la paciencia que has tenido conmigo. No entiendo cómo has podido responder con tanto amor a mis constantes ataques y desprecios.
Alicia: Ha sido obra de la gracia de Dios, Jaime. Agradéceselo a Él. Te puedo asegurar que para mí sería imposible. He notado en todo momento como una protección que hacía que no me doliese lo que me decías y, sin embargo, sintiese una enorme compasión y una tremenda necesidad de sanarte.
Jaime: Qué bonito, Alicia. Pues gracias a Dios y gracias a ti también. Has sido un testimonio para mí inolvidable, de verdad. Que Dios te lo pague porque a través de ti he sido sanado de mis recelos y mis rencores.
Madre,
El antídoto contra el pecado no es la distancia ni el reproche, es el amor. Que siempre trabajemos entre nosotros con las armas de Cristo. Alabado sea por siempre Él que es médico de los que somos pecadores.