Triste contemplaba y dolorosa miraba del Hijo amado la pena.
Lectura del santo Evangelio según san Juan 19, 25-27
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena.
Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre:
«Mujer, ahí tienes a tu hijo».
Luego, dijo al discípulo:
«Ahí tienes a tu madre».
Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.
Jesús nos entrega a Su Madre cuando está en la cruz, era Ella quien le acompañaba en la Cruz. Es Ella también la que nos acompaña a nosotros en nuestras cruces. Ella trabaja sin descanso día y noche en cada uno de sus hijos que nos hemos puesto a su cuidado consagrándonos a Ella para que nos convierta. En nuestras dificultades conyugales, Ella es como el médico que opera y alguna operación que otra es dolorosa, pero es fundamental mantenernos fieles en la prueba, como hizo Ella. Acojámosla en nuestra casa, como hizo San Juan, como algo propio, sin soltarnos de Su mano y confiando en Ella. En la dificultad, no te mires, mírala a Ella. Ella intercede por ti ante Jesús.
Aterrizado a la vida matrimonial:
David: Madre, en la conversación de ayer, me he sentido acusado por mi esposa, que me ha llamado orgulloso, hasta cuando la ayudo y me dedico a ella, interpreta todo lo que hago como una agresión, no valora lo bueno que hay en mí, en cuanto hago algo que no le agrada, ya me juzga. Me quita la alegría, la esperanza.
Inma: Madre, no entiendo las acusaciones que me hace mi esposo. ¿Qué las provocó? Yo solo quería ayudarle de verdad.
Ntra. Madre: Hijos míos. Ahora es el momento de la prueba, ninguno de los dos entendéis lo que está pasando. ¿Para qué profundizar en los motivos? El Padre quiere que os améis, sin entender, como yo amé muchas veces sin entender las acusaciones que le hacían a Mi Hijo. No busquéis explicaciones, razonamientos… porque el amor de Dios no es razonable. Es desbordante y no está sujeto a la justicia terrenal. Con ese amor quiere que os améis. Os ha entregado el uno al otro como un tesoro precioso. Valoraos como lo que sois. Sus hijos y actuad como tales. Yo estaré con vosotros.
Madre,
Por el pecado, el amor en esta vida comporta sinsabores y sufrimientos. Pero Tu amor es más fuerte que la muerte. Envíanos el Espíritu Santo.
Tiene que ser elevado el Hijo del Hombre
Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 13-17
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
«Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre.
Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito para que todo el que cree en él no perezca, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios».
Señor, Tú no has sembrado en mi corazón acusación, sino llamada al amor. Nadie que te contemple puede hacer otra cosa que amar. Igual que Moisés elevó la serpiente y se salvaban, yo también recupero la paz y la luz mirándote a ti en Tu Pasión, entregándote por mí, entregándote por mi esposo, por mis hijos, por los que me ofenden… Por eso ayudamos a otros esposos a que miren a tu cruz y se salven.
Aterrizado a la vida matrimonial:
Álvaro: Mirar a Cristo en la Cruz me salva, cada vez. Le miro cuando me siento abandonado y me salva, porque le veo amarme cuando Él se sintió abandonado por mí, y mi corazón vuelve a llenarse.
Ana: Yo le miro cuando sufro, y me salva, porque veo cómo Él sufre lo que yo estoy sufriendo, y me siento acompañada y consolada.
Álvaro: Le miro cuando soy despreciado, y me salva, porque Él convirtió el camino de la humillación en camino fecundo, de amor y de salvación.
Ana: Le miro cuando estoy triste, y me salva, porque mirando cómo me ama en la cruz, descubro que no tengo derecho a estarlo. Entonces me lleno de alegría.
Álvaro: Le miro cuando siento desesperanza, y me salva, porque me deja tan claro que no me va a abandonar nunca, pase lo que pase…
Ana: Le miro cuando me cuesta perdonar y me salva, porque descubro lo que entregó Él para instituir el perdón. ¿Cómo voy a rechazarlo?
Álvaro: Le miro como esposo, y me salva, porque me enseña el camino del amor, el del verdadero Esposo.
Ana: Y así… nos salva. Siempre nos salva.
Madre,
Qué fuerza tan grande tiene la entrega del Unigénito de Dios, que lo puede todo. Qué poco reconocemos el valor del don de la Cruz. Muéstranos Tú la grandeza de este inmenso don de Dios. Alabado sea por siempre. Amén.
¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 7, 11-17
En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, y caminaban con él sus discípulos y mucho gentío.
Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba.
Al verla el Señor, se compadeció de ella y le dijo:
«No llores».
Y acercándose al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo:
«¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!».
El muerto se incorporó y empezó a hablar, y se lo entregó a su madre.
Todos, sobrecogidos de temor, daban gloria a Dios, diciendo:
«Un gran Profeta ha surgido entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo.»
Este hecho se divulgó por toda Judea y por toda la comarca circundante.
En situaciones de dolor y sufrimiento, el encuentro con el Señor nos recupera y nos permite vivirlas con alegría. Dice Santa Teresa: “esta fuerza tiene el amor, si es perfecto: que olvida más nuestro contento por contentar a quien amamos. Y verdaderamente es así, que, aunque sean grandísimos trabajos, entendiendo contentamos a Dios, se nos hacen dulces”.
Así que, si estás triste es porque te falta amor. Levántate, deja de mirarte y busca el camino para contentar a Dios o a tu esposo, y hallarás el camino de la alegría.
Aterrizado a la vida matrimonial:
Carmen: Estoy muy triste, me encuentro hundida. Me vienen los recuerdos de lo que me dijo tu madre y no entiendo cómo pudiste quedarte sin reaccionar.
Julio: Lo entiendo, Carmen. Sé que no reaccioné como tú esperarías y te pido perdón. Pero ¿Qué más puedo hacer? Necesitas buscar un camino que te ayude a salir de tu tristeza. ¿Cómo te puedo ayudar?
Carmen: Tienes razón, Julio. Tengo que rechazar el camino de la tristeza y poner el Evangelio en esta situación. Tengo que cambiar mis pensamientos contra tu madre, que sólo me hacen padecer conmigo misma, por pensamientos que me hagan gozar con el don de mi suegra. Así daré gloria a Dios. ¿Me ayudas en esta tarea?
Julio: Muy bien, Carmen. Vamos allá.
(Al principio le costó, pero finalmente volvió la alegría al corazón de Carmen y con ella también al corazón de Julio).
Madre,
Enséñanos a ser compasivos y misericordiosos como el Señor. Que viva mis pasiones contigo y por ti, pero nunca conmigo mismo por el desorden de mi corazón. Que busque siempre darte gloria. Alabado seas por siempre.
Ni en Israel he encontrado tanta fe.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 7, 1-10
En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de exponer todas sus enseñanzas al pueblo, entró en Cafarnaún.
Un centurión tenía enfermo, a punto de morir, a un criado a quien estimaba mucho. Al oír hablar de Jesús, el centurión le envió unos ancianos de los judíos, rogándole que viniese a curar a su criado. Ellos, presentándose a Jesús, le rogaban encarecidamente:
«Merece que se lo concedas, porque tiene afecto a nuestra gente y nos ha construido la sinagoga».
Jesús se puso en camino con ellos. No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle:
«Señor, no te molestes; porque no soy digno de que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creí digno de venir a ti personalmente. Dilo de palabra, y mi criado quedará sano. Porque también yo soy un hombre sometido a una autoridad y con soldados a mis órdenes; y le digo a uno: «Ve», y va; al otro: «Ven», y viene; y a mi criado: «Haz esto», y lo hace».
Al oír esto, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la gente que lo seguía, dijo:
– «Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe».
Y al volver a casa, los enviados encontraron al siervo sano.
Tres enseñanzas de hoy: El poder de la fe, la eficacia de la humildad y todo movido por la caridad. El Evangelio de hoy nos muestra el poder ante Dios de la fe, tanto que suscita admiración en el Señor. Podemos admirar a Dios con nuestra fe. ¡Qué potente!
Lo segundo es la humildad. Del centurión, claro, pero ¿Y de Jesús que siempre responde ante una actitud humilde? ¡Impresionante!
Pero para que todo ello sea puro, tiene que estar movido por la caridad. Al centurión le mueve el amor hacia su criado, lo que demuestra su buen corazón.
Acudamos al Señor por amor, con fe y sin exigencias. Siempre teniendo claro quién es Él y quién soy yo.
Aterrizado a la vida matrimonial:
Rosa: Señor, mi esposo no acaba de salir de su egoísmo. Te pido por él, Señor. Yo te ofrezco no quejarme, no repetírselo más veces, te ofrezco mi silencio por él, Señor.
Antonio: Señor, mi esposa sigue teniendo muy poca paciencia, y me regaña constantemente a mí y a nuestros hijos. Te pido Señor por ella. Yo me ofrezco a estar más pendiente de ella y pensar más en sus necesidades que en las mías. Te ofrezco mi servicio por ella, Señor.
Rosa: Señor, no somos dignos de que entres en nuestra casa, pero hágase tu voluntad y no la nuestra.
Antonio: Señor, creemos que Tú eres el autor de nuestro matrimonio, haz en nosotros lo que consideres necesario para que cumplamos la misión que nos has encomendado.
Madre,
Me falta alegría a veces, porque mi matrimonio no esté aún construido del todo. Prometo Madre no quejarme, pero necesito tu ayuda. Señor, no soy digno de esta misión que me habéis encomendado, pero una palabra Tuya, bastará para sanar nuestra unión y que se haga posible. Alabado seas por siempre.
Habrá alegría en el ciclo por un solo pecador que se convierta.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 15, 1-32
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice:
“¡Alegraos, conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”.
Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
O ¿qué mujer tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice:
“¡Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido”.
Os digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».
También les dijo:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”.
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
“Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.
Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Pero el padre dijo a sus criados:
“Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebramos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado”.
Y empezaron el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”.
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.
El padre le dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado”».
Jesús viene al mundo a mostrarnos el Corazón del Padre, y lo hace de una manera preciosa con parábolas como éstas. Luego nosotros las conocemos como la de la oveja perdida o el hijo pródigo. Pero el centro de la parábola es el Padre. ¡Cómo ama ese padre a sus hijos! Es lo que debe centrar nuestra atención. Es un amor tan desbordante que cubre y hace desaparecer todo pecado. Resalta la alegría del corazón cuando su hijo vuelve, una alegría tan grande que se olvida del dolor que le provocó con su marcha. Una alegría tan grande que sale a buscar al otro hijo y, después de sus borderías, con todo cariño le dice: “Hijo mío, todo lo mío es tuyo”, e intenta contagiarle su alegría. Así nos muestra Cristo un poquito del verdadero Corazón de Dios.
Aterrizado a la vida matrimonial:
Luis: Leyendo un libro, me he dado cuenta de cómo se cuela sutilmente el orgullo de la inteligencia, de manera que por defender lo que uno está seguro de entender, puede crear una discordia. Si realmente estuviera la verdad de Dios en mí, no crearía una discordia con esa verdad. Me he dado cuenta de que llevo muchos años apoderándome de las verdades de Dios y utilizándolas mal.
Marisa: Doy muchas gracias a Dios, Luis, por esta luz que te ha dado, y porque tú reconozcas lo que te ha alejado de Dios tantas veces. Me da mucha alegría, Luis. ¡Mucha! Y estoy segura de que hoy hay una fiesta en el cielo para celebrar que has avanzado un poco más hacia el verdadero amor de Dios en tu vida.
Madre,
Nos cuesta tanto comprender que el Señor se alegre de nuestras caídas cuando regresamos a Él. No hay reproches, sólo deseo de acogernos de nuevo en Sus brazos. Que nuestro corazón se parezca cada día más a Su Sagrado Corazón. Alabado sea el amo misericordioso de Dios.