Archivo por días: 28 abril, 2016

No malgastes sacrificios. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Juan 15, 12-17

EVANGELIO
Esto os mando: que os améis unos a otros

Lectura del santo evangelio según san Juan 15, 12-17
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
– «Este es mí mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.
Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure.
De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.»

Palabra del Señor.

No malgastes sacrificios.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Amaros unos a otros hasta dar la vida. Es el mandato del Señor.

El Señor nos pide dar la vida el uno por el otro a “trocitos”. El sacrificio de dar la vida por los amigos, duele. Dar la vida por amor, duele. Y dar la vida por amor a “trocitos” duele menos, pero duele también. Digamos que cambiamos un dolor grande por muchos más pequeños.

Madre Teresa de Calcuta decía que hay que dar “hasta que duela”. Hoy podríamos decir, que tenemos que amar “hasta que duela” o de lo contrario no estaremos dando la vida.

¿Qué nos pasa a los matrimonios? Nos amamos, pero hasta que empieza a doler, y ahí ya… dejamos de amarnos: huimos, nos enfadamos… Nos apartamos del amor porque el esposo nos ha herido o hemos sentido dolor. Sin embargo, Cristo nos manda que nos amemos precisamente en ese dolor, entregando un “trocito” de mi vida, o de mi tiempo, o de mi honra… dando un trocito de mí, que me duele darlo. Así, poco a poco, puedo ir desintegrando ese yo monolítico y pegajoso, entregando mi vida por amor.

Pero ojo, no malgastes tu sacrificio. Si en cada entrega por amor, espero un retorno, es que en el fondo, no me entrego por mi amigo esposo, no pierdo la vida por él/ella, sino por mí. Es lo que Mons. Munilla llama algo así como “el bucle copernicano”: Salimos de nuestro yo, para acabar volviendo a él. No malgastéis vuestro “amor” y vuestros sacrificios en vosotros mismos, porque no tendrán ningún valor ni generarán nada positivo. Más bien al contrario. Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por obediencia al Padre, para santificarla. Ese era el objetivo.

A los esposos nos ha elegido para que vivamos un amor de comunión y nos ha destinado para que demos fruto y nuestro fruto dure. Nuestros hijos son fruto de nuestra misión procreadora. Si les mostramos los frutos del Espíritu, frutos de amor unitivo, también ellos darán frutos y perdurarán los nuestros. A amar sólo se enseña amando como Cristo.

En definitiva, para no desperdiciar mi sacrificio por amor, cuando me entregue debo preguntarme: ¿Lo hago para colaborar con el Señor en la santificación de mi familia?.

Gracias Dios mío por elegirnos en tan hermosa misión: Amarnos en la belleza del entorno familiar. Gracias por enseñarnos cómo hacerlo y gracias por quedarte con nosotros en la santa Eucaristía para hacerlo realidad. ¡Es un inmerecido honor que seas mi amigo! Alabado seas por siempre.

La alegría de los esposos. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Juan 15, 9-11

EVANGELIO
Permaneced en mi amor para que vuestra alegría llegue a plenitud

Lectura del santo Evangelio según san Juan 15, 9-11

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: – «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud».

Palabra del Señor.

La alegría de los esposos.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Hoy hablaremos de esa alegría que el Señor quiere que llegue a plenitud en nosotros. ¿Cómo conseguirla?

Dice el Papa en Amoris Laetitia 126:
La alegría matrimonial, que puede vivirse aun en medio del dolor, implica aceptar que el matrimonio es una necesaria combinación de gozos y de esfuerzos, de tensiones y de descanso, de sufrimientos y de liberaciones, de satisfacciones y de búsquedas, de molestias y de placeres, siempre en el camino de la amistad, que mueve a los esposos a cuidarse: «se prestan mutuamente ayuda y servicio»

Para encontrar la alegría, no hay que buscar una vida sin dificultades. Alegría no es lo mismo que bienestar. Santo Tomás afirmaba que el mal es ausencia de bien. La tristeza, la amargura, la oscuridad es el resultado de buscarnos a nosotros mismos, consecuencia del pecado. Por tanto, para alcanzar la alegría, tenemos que llenar de “bien” nuestra vida, del Señor que es el bien supremo, y así habrá alegría en nosotros. Hablábamos estos días con una esposa que está muy indignada porque su esposo quiere salirse con la suya. Por resistirse a ello no va a recuperar la alegría. La respuesta es: Sé manso y humilde e introduce un bien a cambio: Deja que sea como a él le gusta y hazle un gesto de cariño, dedícale una mirada tierna, palabras de comprensión… en el nombre de Cristo. Vendrán a tu cabeza las palabras “no es justo”, “no es justo”… una y otra vez. Quizás tu esposo no se “merezca” esta respuesta tuya, pero el Señor sí, porque Él te ha amado hasta el extremo. Esas actitudes devolverán la alegría a tu matrimonio. ¿Qué nos impide actuar así? La defensa de mi yo, es decir, la concupiscencia, la que nos traerá: tristeza, amargura y oscuridad.

En definitiva, para vivir la alegría hay que amar en nombre del Señor, con la fuerza que hemos recibido de su Gracia. El gesto de amar, de servir, de comprender, de excusarlo todo, etc. cuesta enormemente. Lo sabemos. Es casi heroico. Pero tiene un precioso premio: La alegría. Cuanto más la saboreas más te gusta y más fuerza tienes para repetir.

Sé humilde, ama en nombre del Señor a tu esposo en todas las circunstancias y vivirás alegre, y llenarás de alegría tu matrimonio.

Madre:
Te pedimos para que la alegría del Señor esté con nosotros. Que no apaguemos con nuestra amargura la belleza que Dios puso en nuestro matrimonio. Danos la ilusión de permanecer en Su amor. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.