Archivo por meses: agosto 2015

Un matrimonio que cambia el mundo. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Juan 6, 51-58

EVANGELIO
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida

Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 51-58
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
– «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Disputaban los judíos entre sí:
– «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo:
– «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; El que come este pan vivirá para siempre.»

Palabra del Señor.

Un matrimonio que cambia el mundo.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

S. Juan Pablo II no vacila en decir que todos los sacramentos de la Nueva Alianza encuentran su prototipo en el sacramento del matrimonio como sacramento primordial (Audiencia 20/10/82). No fue casualidad que el Señor inaugurase su vida pública con el milagro de las bodas de Caná, como no lo fue que terminara con la última Cena. Dos banquetes de bodas enmarcan su misión salvadora. La Eucaristía es una entrega nupcial en la que Jesús se hace ofrenda de sí mismo.

A imitación de Cristo, en nuestra boda nos entregamos el uno al otro. ¿Lo hicimos una vez para siempre? O dicho de otra forma: ¿Es nuestro Sí a Dios a través de nuestro esposo de una vez para siempre, como el de la Santísima Virgen María?. ¿En nuestro matrimonio, día a día, nos hacemos a imagen del Esposo, ofrenda al Padre, en nuestra entrega hasta el extremo?.

La Iglesia nos dice que la Eucaristía es el alimento para el matrimonio, y los esposos no podemos participar en ella como si no estuviésemos unidos por la alianza conyugal. Lo que hace posible que los esposos nos ofrezcamos el uno al otro, es la ofrenda Eucarística de Cristo. Ambos unimos nuestra ofrenda nupcial a la ofrenda nupcial de Cristo por la Iglesia. Por tanto, en cada Eucaristía, en el momento del ofertorio, tenemos la oportunidad de renovar nuestro Sí entregándonos con Cristo Esposo, y a través de Él, ofreciéndonos al Padre.

En cada Eucaristía experimentamos cambios. Siempre sale uno mejor de como entró, con un buen sabor renovado, impregnado por el amor. Nuestra experiencia es que la Eucaristía nos ha ido transformando. Transformando en Él, porque miramos para atrás y vemos que hoy nos amamos más como Él que antes. Hay más alegría en nosotros, más vida. La vida tiene más sentido, tiene una profundidad que no tenía antes. Él nos va haciendo Suyos más y más, y nuestro hogar es cada vez más Su Reino.

Una entrega esponsal, la de Cristo, salvó el mundo. Alimentémonos de ella, de la Eucaristía, para que cambie nuestro matrimonio y así, con Él, contribuir a que cambie el mundo.

Tal como pide el Papa que hagamos a diario, oramos por el sínodo de la familia:
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¿Qué lleváis en vuestro interior? Comentario del Evangelio para Matrimonios: Lucas 1, 39-56

EVANGELIO
El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; enaltece a los humildes

Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 39-56
En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito:
-«¡ Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»
María dijo:
-«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia – como lo había prometido a nuestros padres – en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.»
María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.

Palabra del Señor.

¿Qué lleváis en vuestro interior?
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

El Magníficat es un camino de amor que María nos muestra a todos. Ella canta exultante lo que vive movida por el Espíritu Santo. Es también nuestro camino.

El segundo libro de Samuel cuenta la historia del Arca de la Alianza. David quiso colocarla en su casa, pero tuvo miedo y dijo: «¿Cómo voy a llevar a mi casa el Arca de Yavé?» (2 Sam 6,9) David mandó que el Arca fuera para la casa de Obed-Edom. «Y el Arca permaneció tres meses en casa de Obed-Edom, y Yavé bendijo a Obed-Edom y a toda su familia» (2 Sam 6,11). El Arca trajo toda clase de bendiciones y alegría a aquella casa y aquella familia. María, embarazada de Jesús, es el arca de la Nueva Alianza. Dios reside en su interior y ella lleva esas bendiciones a casa de Isabel: El niño salta en su seno e Isabel grita gozosa llena del Espíritu Santo.

Los esposos bautizados, podemos ser esas arcas de la nueva Alianza que visitan a las familias llevando la bendición de Dios a sus hogares. Llevamos en nuestra unión sagrada, un sacramento de la nueva Alianza. Dios se hizo una sola carne con la humanidad en el vientre de María y Dios nos hace una sola carne en nuestro pacto conyugal. Es un gran misterio. Dios otorga a la carne, a nuestra carne, el poder de llevar y transmitir su gracia, su salvación.

Cuando no nos sentimos suficientemente amados por nuestro esposo, experimentamos un vacío interior que no se llena con nada. Cuando nos sentimos amados por nuestro esposo, experimentamos una plenitud que supera con mucho las propias capacidades de nuestro esposo. No es lo que él o ella nos dan, es la plenitud que Dios nos da a través de nuestro esposo, a través de su carne.

Hay muchas familias que necesitan ser visitadas para hacerles llegar esa gracia. Necesitan que seamos ese arca que contiene a Dios y que les lleva toda clase de bendiciones y esperanza. No hay muchos esposos fieles que quieran amarse de verdad y puedan ser reflejo del amor de Dios. Si no hacemos nada, habrá muchos esposos y familias que se quedarán sin conocer la buena noticia del matrimonio. María nos espera para que le acompañemos a sus hogares.

Salid juntos, a prisa, a subir a las montañas del dolor con María a llevarles a ese Jesús de la promesa. Él convertirá su agua en vino del mejor y la vida de esos esposos y sus hijos será plena. El poderoso hará cosas grandes por nosotros.

¿Queréis ayudar en esta misión?.

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Exaltar la cruz sin Cristo es de cínicos. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Juan 3, 13-17

EVANGELIO
Tiene que ser elevado el Hijo del Hombre

Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 13-17
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
-«Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre.
Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»

Palabra del Señor.

Exaltar la cruz sin Cristo es de cínicos.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Exaltar la Santa Cruz no dejaría de ser un cinismo si no fuera porque allí cuelga el Crucificado (Evangeli.net). A nadie le gusta sufrir, pero el que no une el amor a Cristo con la cruz, nunca la entenderá, nunca dará fruto, no encontrará amor en ella y nunca resucitará ni dará vida con su sufrimiento.

La cruz no es una condición que me pone Dios. Él no me dice: Si quieres llegar al cielo, tienes que cargar unos años con la cruz, no. Dios me regala el cielo, pero no se puede entrar si no se sabe manejar la cruz. El centro de la doctrina de Cristo no es el dolor, sino el mandamiento del amor. El amor matrimonial y el amor a los hijos, nos pueden ayudar a entender este punto. Un esposo no se sacrifica primero y después ama al cónyuge, por el contrario, es el amor lo que mueve a renunciar al propio gusto y aceptar el modo de ser del amado. Una madre no sufre primero las incomodidades del embarazo y dolores del parto, se levanta en la noche a dar de comer al bebé, y una vez superados estos sufrimientos comienza a amarle. Es el amor de madre lo que mueve a sobrellevar las molestias. No se da primero el sacrificio para después amar. Porque amo y quiero el bien del amado, estoy dispuesto a renunciar al propio bien. Esto es la cruz.

En consecuencia, solo el que ama a Dios y desea entregarse a Él, toma la cruz como lo más normal del amor. En cambio, el que ve la cruz como una condición para amar a Dios, no le queda más remedio que “soportar” con paciencia las pequeñas o grandes tribulaciones.

Circula por internet (en evangeli.net y otros) la historia de un pueblo de Croacia en el que no hay constancia de ningún divorcio entre sus más de 24.000 habitantes. Los novios en el momento de su boda, juntan sus manos sobre la cruz. Esa cruz se la llevan a casa y lloran sobre ella sus sufrimientos, pero no se separan de ella, porque saben que la cruz es el símbolo de la alianza entre Dios y el hombre, entre Cristo y la Iglesia y por tanto, entre los esposos. En la alianza de los esposos permanece vigente la cruz, pero esa cruz no la llevan ellos, sino que la lleva Cristo. Cada sufrimiento, cada dolor, saben que es el Señor quien cargó, quien carga con él y no ellos. A los esposos solamente nos toca confiar.

No es la cruz el centro de nuestra unión, sino el amor. No es la cruz la que nos une al Señor, sino el amor. Él comparte su cruz con nosotros por amor, pero no lo olvidemos. Es Sú cruz. Así que fuera quejas y ¡A darle gloria!. Exaltemos hoy la cruz de Cristo.

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La complicada corrección entre Esposos. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Mateo 18, 15-20

EVANGELIO
Si te hace caso, has salvado a tu hermano

Lectura del santo evangelio según san Mateo 18, 15-20
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano.
Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.
Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.»

Palabra del Señor.

La complicada corrección entre Esposos.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Los esposos tenemos normalmente el terrible “vicio” de corregirnos constantemente el uno al otro. A veces en voz alta, a veces lo pensamos en nuestro interior. Es una fea costumbre que no ayuda al bien común, ni a ver lo bello y lo bueno del esposo, ni siquiera a mejorar nuestra relación o mejorar al esposo.

Varios problemas con este tipo de actitudes:
– Juzgamos la manera de actuar del otro desde nuestro criterio. ¿Estamos seguros al 100% de que coincide con el criterio de Dios?
– Normalmente buscamos en la corrección nuestro propio beneficio, aunque sólo sea salirnos con la nuestra.
– Las formas no suelen ser las adecuadas. Digamos que la delicadeza no abunda en estas circunstancias.
– Muchas veces tenemos un doble rasero. Somos muy exigentes con el esposo y poco con nosotros mismos.
– No hacemos como Cristo, ofrecer: Si quieres… Dejamos poco margen a la libertad personal.
– Guardamos el histórico de veces que hemos realizado esa misma corrección.
– El orgullo suele estar bastante presente: Por ejemplo, si algún día se da cuenta de una falta que le hemos corregido en viarias ocasione, nos puede incluso dar cierto coraje, que lo haya descubierto a través de otro…

Es decir, nuestro modelo de corrección deja bastante que desear. San Agustín nos dice a este respecto: «Debemos pues, corregir por amor; no con deseos de hacer daño, sino con la cariñosa intención de lograr su enmienda… ¿Por qué le corriges? ¿Te ha molestado ser ofendido por él? No lo quiera Dios. Si lo haces por amor propio, nada haces» (Sermón 82)

Sin embargo, el cristiano está obligado a realizar la corrección fraterna. Dice también San Agustín: «Si le dejas estar, peor eres tú; él ha cometido un pecado y con el pecado se ha herido a sí mismo; ¿no te importan las heridas de tu hermano? Le ves perecer o que ha perecido, ¿y te encoges de hombros? Peor eres tú callando que él faltando» (Sermón 82).

Algunas recomendaciones para realizar la corrección adecuadamente, pueden ser:
– Antes de hacerlo, pídele permiso al esposo.
– El que realiza la corrección debe considerar, con humildad su propia indignidad, reconociéndose pecador en la presencia de Dios y hacer examen sobre sus propias faltas. Recordar que actuamos no en nuestro propio nombre, sino en nombre de Dios: Representando el Auxilio que Dios Padre es para el esposo.
– Antes de realizar una corrección, por tanto, conviene pedirle luces al Espíritu de Dios para encontrar el mejor modo de llevarla a cabo.
– Que la falta revista la gravedad suficiente como para que deba realizarse la corrección. Una corrección constante pierde su efectividad y además no es a lo que estamos llamados.

Nuestra recomendación es que, si no has hecho todo esto previamente, mejor que no corrijas. No lo vas a hacer bien y es fácil que hieras a tu esposo. Nuestra experiencia es que la mejor corrección es la que se va produciendo por sí misma como resultado de la lectura diaria del Evangelio, al contrastar juntos nuestra vida con la Verdad de Cristo.

¿Y si el corregido soy yo?
Si nos han corregido y nos ha parecido «intolerable» lo que nos han dicho, quizá sea conveniente meditar en las palabras anteriores de San Cirilo: «La reprensión, que hace mejorar a los humildes, suele parecer intolerable a los soberbios» (Catena Aurea, vol. VI)

Por último, una reflexión: ‘Si nos fuese dado ver el alma de aquel que, siguiendo la palabra de Cristo, cumple el deber de la corrección fraterna, quedaríamos conquistados por la grandeza y por la armonía de los sentimientos que en aquel momento ocupan su corazón, cuando se dispone a satisfacer el dulce mandato de la caridad fraterna. En aquel alma podríamos leer la firme delicadeza de la caridad, la limpia profundidad de una amistad que no retrocede ante un deber que ha de cumplirse, y la fortaleza cristiana, que es sólida virtud cardinal.’ (evangeli.net)

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¿Te cuesta perdonarle? Comentario del Evangelio para Matrimonios: Mateo 18, 21-19, 1

EVANGELIO
No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete

Lectura del santo evangelio según san Mateo 18, 21-19, 1
En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús:
-«Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?»
Jesús le contesta:
-«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así.
El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:
«Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.»
El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo:
«Págame lo que me debes.»
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo:
«Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré.»
Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo:
«¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?»
Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.»
Cuando acabó Jesús estas palabras, partió de Galilea y vino a la región de Judea, al otro lado del Jordán.

Palabra del Señor.

¿Te cuesta perdonarle?
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Este pasaje sobre el perdón, precede a aquel en el que Cristo les habla a los fariseos sobre la indisolubilidad del matrimonio. ¿Casualidad?.

Si en tu matrimonio hay heridas y hay dolor, no te preocupes. Dios nos da una segunda oportunidad… y una tercera… y una cuarta… etc. Esperamos por vuestro bien, que vosotros también os las déis. Por mucho que las cosas se hayan enredado, es posible enderezarlas orientándolas hacia lo alto. Los casos perdidos se convierten entonces en trayecto, doloroso sí, pero necesario para conquistar la meta.

Hablamos primero de la obligatoriedad de perdonarnos mutuamente o nuestra comunión será imposible: Los cien denarios que no quiso perdonar el empleado a su compañero, formaban parte de los cien mil talentos que le debía a su Señor. En definitiva, nosotros no tenemos el grado de inocencia necesario para poder perdonar, porque por nuestras infidelidades, somos pura deuda con Dios. Da ahí que Dios pueda exigirnos el perdón. Así que, ¡Que no nos cueste tanto perdonar!, porque no tenemos derecho a no hacerlo. Es el Señor el único que puede perdonar por nosotros.

El segundo tema que queríamos tratar es el de la recuperación de la dignidad. Cuando uno de los cónyuges es infiel al otro (no necesariamente en el aspecto carnal), el que perdona se sitúa irremediablemente por encima del que ha sido perdonado. Lo difícil entonces es recuperar la igualdad con el que ha ofendido y que los dos puedan volver a mirarse a los ojos sin sentir vergüenza. Que vuelvan a verse como “iguales” tal como relata el Génesis en el “principio” de la creación.

¿Cómo reconstruir lo acontecido hasta conseguir que lo que sucedió no haya sucedido?. Observemos qué hace Cristo en Getsemaní, en Su Pasión, ya que es el momento en que se restaura a la humanidad tras el pecado. No se podía olvidar como si nada hubiera pasado, había que desanudar la culpa. Cristo desciende y se hace hombre para identificarse con la Esposa, sufrir con ella las consecuencias del mal y rescatarla con su fidelidad. Le interesaba que la Esposa pudiera mirarle a los ojos sin miedo al reproche. Por eso debía acompañar desde dentro el camino de la regeneración. Por tanto, el primer paso es sufrir con el esposo las consecuencias de su mal.

El segundo secreto de Cristo estaba en el Padre, a quien dirigió Su ofrenda. “Si Jesús supo que era posible regenerar a su esposa infiel, es porque contemplaba siempre al Padre, que se la confió. Si pudo mirarla de nuevo con amor y respeto, es porque veía la mirada del Padre que seguía amando a los hombre a pesar de todo. Cristo pudo renovar el vínculo que une entre sí a los esposos porque restauró en nuestra vida la filiación, la relación con Dios.” (Betania, una casa para un amigo Pg. 178-179)

Por tanto, el segundo paso es volver a mirar a mi esposo como Dios lo mira, porque Él ya lo ha perdonado y es Su amor el que le devuelve la dignidad.

Entenderemos ahora mejor lo que escribió San Pablo: “Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño de agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada” (Ef 5,26-27)

En conclusión, 1) Perdona a tu esposo, no tienes derecho a no hacerlo, 2) ponte a su nivel y sufre con él/ella las consecuencias de su mal y 3) preséntatelo resplandeciente, sin mancha ni arruga alguna. El Padre lo ve así porque ya lo ha perdonado.

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