Archivo por días: 24 septiembre, 2014

Por qué hay temor y desconfianza. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Lucas 9, 7-9

Por qué hay temor y desconfianza en nuestras vidas.

Dice Crisóstomo: “Los pecadores temen lo que conocen y lo que ignoran, se asustan de las sombras, sospechan de todo y se estremecen al menor ruido.” La frase de Herodes denota que estaba preocupado porque algunos decían que había resucitado Juan.

Cuando el hombre rompe amarras con Dios como Padre, el mundo pasa de ser un hogar en el que puede estar tranquilo porque el Padre cuida de él, a ser un lugar inhóspito. Al ver al hombre como dueño, no se fía de nada ni de nadie. Vive atemorizado. ¿Vives con miedo o con preocupaciones?.

Hay tantas variables en la vida que nos pueden dar motivos de preocupación: Relaciones matrimoniales (Fidelidad, respeto, desgaste, rutina…), Relaciones con los hijos (Adolescencia, desarrollo, maduración, su futuro…), Salud (La nuestra o la de nuestros familiares), Dinero (Hipoteca, trabajo…), Poder (Competitividad, zancadillas…), Imagen (Críticas, faltas de respeto, atentados contra la dignidad…), Delincuencia, Accidentes…
Quien se considera dueño de su vida y/o de lo que le rodea o considera a alguien dueño de algo, tiene infinidad de motivos por los que estar preocupado. El que confía en la providencia del Padre, descansa.

Para confiar en Dios, no basta con “creer” que existe. Es necesario tener una relación íntima y haber comprobado cómo interviene en nuestra vida. En todo está Él. Podemos vivir sabiendo de su existencia y no llegar nunca a confiar sinceramente en Él. Lo mismo ocurre con muchos matrimonios, que conviven juntos, comparten hijos, hogar, amigos… pero no se conocen, no comparten su intimidad y por lo tanto no confían el uno en el otro.

Compartir la intimidad es lo que genera la confianza. Entre los esposos, hay una ley específica y es que nuestro esposo/a es ministro de las gracias de Dios para nosotros. Por tanto, no llegaremos a esta cercanía con Dios si no es a través de él/ella. Dios tiene mucho que revelarnos de Él mismo y de nosotros, en nuestra mutua relación.

Vivamos con la tranquilidad y la paz interior de que tenemos un Padre que nos ama infinitamente. Solamente falta que le respondamos entregándole también nuestra intimidad y la de nuestro matrimonio.

Oramos con el Salmo: Por la mañana sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo. Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos.

El poder que se nos ha dado. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Lucas 9, 1-6

El poder que se nos ha dado.

Cuando Dios nos llama al matrimonio, nos envía a recorrer un camino juntos hombre y mujer poniendo toda nuestra confianza en Dios y no en nuestros propias capacidades humanas. Dios conoce bien las dificultades a las que nos vamos a enfrentar, enfermedades, tentaciones… Dios sabe que todo esto nos supera. Una convivencia entre dos personas tan sumamente distintas en todo como son el marido y la mujer, a la que se suman los problemas que introduce la familia de origen, el trabajo… y cómo no, los hijos: Un don de Dios que acaba de desbordarnos del todo.

Pero Él no nos deja solos, se compromete con nosotros y camina junto a nosotros. Nos da la gracia de nuestro sacramento, y nos va dando autoridad y poder sobre toda clase de demonios. Como todo don, requiere que sea acogido, y por tanto, nuestra vocación exige también de nuestra perseverancia en el crecimiento en esa intimidad entre nosotros con Cristo.

Un sacerdote amigo nuestro, dice que Cristo no acusa, Él no ha venido a juzgar, sino a salvar a los pecadores. Nosotros no podemos acusarnos mutuamente de que nuestro matrimonio no haya ido bien, puesto que solos no tenemos capacidad para ello. Digamos que disponemos de un cubito y una pala para construir un castillo. Es el demonio quien nos acusa y nos hace culpabilizarnos el uno al otro. En realidad, la construcción de nuestro matrimonio le corresponde a Cristo, el arquitecto, la piedra angular. De lo que sí somos responsables cada uno, es de no haber dejado al Señor gobernar mi vida y nuestra misión. Tenemos que poner nuestro matrimonio en Sus manos para que el Espíritu actúe y lo construya y lo haga bello, fuerte. Ahora sí podemos participar, a sus órdenes, en su obra en nosotros.

Cuando experimentamos los frutos de aproximarnos a vivir el matrimonio como Dios lo pensó y en los que se complace, cuando hemos vivido la salvación ante las dificultades, gracias a Dios, cuando hemos estado en un pozo y experimentamos cómo Dios nos saca, para echarnos a volar… reconocemos que Él, nos ha dado poder sobre toda clase de demonios que nos esclavizan y nos quitan la salud. Ese poder, es el Espíritu Santo.

Después de experimentar a Cristo que nos libera y nos ha dado el poder contra esos demonios que nos esclavizaban, entonces nos envía a comunicarlo con toda la confianza de sabernos don para dar, para trasmitir la gloria de Dios.

No llevamos nada nuestro, nos hemos vaciado de nosotros mismos para poder entregarnos mutuamente y para recoger lo más fielmente posible la Palabra. Hablamos desde el corazón que ha experimentado la vida que anuncia, dispuestos a abrazar en Su nombre la hospitalidad que nos ofrecen otros matrimonios, la enfermedad que también nosotros un día padecimos, las tentaciones y diablos que también a nosotros un día nos atormentaron. La misión es siempre una actividad de doble vía, donde el misionero da lo mejor de sí y está dispuesto a escuchar, abrazar, recibir e integrar a su proyecto misionero a la realidad de cada matrimonio, como nuestro Maestro Jesús desde la sencillez y la actitud de servicio.

Si alguno no lo quiere acoger, experimentaremos el dolor de ver quien rechaza la Vida, la felicidad, la salvación… Pero tenemos que sacudirnos el polvo de la muerte que eligen, para seguir anunciando la buena noticia de que el matrimonio es una vocación al Amor, creada por el Creador y que nosotros nos limitamos a interpretar su música mientras Él la va haciendo cada vez más hermosa.

Oramos con el Salmo: Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor. Apártame del camino falso, y dame la gracia de tu voluntad.