Archivo por meses: junio 2014

Comentario del Evangelio para Matrimonios: Mateo 5, 38-42

El mal necesita ser sanado.

El Evangelio de hoy nos dice cosas muy concretas para nuestra relación matrimonial:
“No hagáis frente al que os agravia” o sea, al que nos hace mal. Como dice San Agustín (de sermone Domini, 1, 19): “… la paz perfecta quita toda venganza desde su principio.” Ésta es la paz que Cristo nos da después de resucitado, la paz perfecta. Si no respondemos al mal que nos pueda hacer nuestro esposo (genérico), viviremos la paz perfecta en nuestro corazón y en nuestra relación.

San Gregorio Magno, Moralia, 31, 13. “Más debemos temer por los ladrones, que sentir la pérdida de las cosas terrenas. Cuando se pierde la paz del corazón respecto del prójimo por una cosa terrena, se evidencia que amamos al prójimo menos que a las cosas.”

Más importante es nuestro esposo que el motivo del agravio o el enfado, que serán cosas terrenas, pasajeras, que no permanecen. Y por tanto tienen un valor eternamente inferior al valor de nuestro esposo y de nuestra comunión.

Cuando recibo mal de mi esposo (genérico) es porque éste tiene un mal. Quizás la carencia del amor de Dios, y da lo que tiene, su propio amor limitado y humano. Por eso necesita recibir bien. Necesita recibir amor, no lo olvides. La carencia a veces se expresa con el grito de dolor. Si tu esposo te necesita, no huyas, dale tu corazón, tu escucha, tu comprensión. Acompáñale aunque te suponga dolor.

Si algo afecta negativamente a nuestra comunión (nuestra unión elevada a sacramento), no lo hagas. Y por el contrario, haz todo lo que mejore vuestra comunión.

En estas situaciones de agravio, digámosle al Señor: Señor, escucha mis palabras, atiende a mis gemidos, haz caso de mis gritos de auxilio, Rey mío y Dios mío.

Comentario del Evangelio para Matrimonios: Juan 3, 16-18

¿Es tu problema?.

“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.”

Aparte de aplicarnos este Evangelio a cada uno como hijos de Dios, apliquémoslo en nuestro matrimonio. Dios no quiso redimirnos y ya está. Quiso que participásemos de su misión redentora, y que contemos unos con los otros para alcanzar esa redención. De ahí ese “Id y proclamad el Evangelio”, en lugar de proclamarlo Él mismo a todos.

En nuestro matrimonio, también nos ha entregado el uno al otro para que no perezca el esposo, para que se salve. Dios no me ha mandado para juzgar a mi esposo/a, sino para salvarlo/a. Y mi esposo/a ha sido enviado para salvarme a mí. No hace falta añadir, que no con nuestras fuerzas respectivas, sino con la gracia del Espíritu. Pero ambos somos una mediación, el uno para el otro.

Por tanto, tus problemas son los míos. Son los nuestros. Tus debilidades, son las mías, son las nuestras. Y tus fuerzas no son las tuyas, son las nuestras. Y tus dones no son los tuyos, son los nuestros… Y tus oraciones no son las tuyas, son las nuestras.

Tanto me amó Dios, que me entregó a mi esposo/a para que me salve. Tanto te amó Dios, que te entregó mi persona como esposo/a, para que te salves.

Y Dios Padre nos entrega también juntos al mundo para que el mundo se salve por Él. “Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos» (DCG 47).

Esa es nuestra misión, esposos para con nuestros hijos y para el mundo. Hoy os invitamos a rezar juntos y hablarlo juntos con el Señor ¿Qué función tiene cada uno en nuestro matrimonio:
– en la educación de nuestros hijos
– en la relación con los demás
– en ese problema familiar…

EL ESPÍRITU SANTO: Nos regenera, nos da juicio, nos acerca a Jesús. JESUCRISTO: nos perdona, presenta sus méritos en favor nuestra, nos justifica e intercede ante el Padre presentando su sacrificio. EL PADRE: nuestro Creador, ama a su Hijo y acepta sus peticiones y el hombre es justificado… Los TRES se ocupan en el bienestar del hombre, desde antes de la creación.

Nada es tu problema. Todos se convierten en algo por lo que luchar juntos.

Oramos con el Salmo: Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres, bendito tu nombre santo y glorioso.

Comentario del Evangelio para Matrimonios: Mt 5, 33-37

El segundo “sí”.

La palabra jurar significa «afirmación o negación que se hace tomando por testigo a Dios».
Jesús no condena el jurar: Dios juró, Cristo juró, Pablo juró. Más bien condena los juramentos necios y frívolos. Condena el jurar a la ligera. Condena la hipocresía que caracterizaba a los escribas y fariseos. Nuestra palabra no deben requerir del apoyado de un juramento, sino que son abaladas por el carácter bueno y sincero.

Nos lo dice San Agustín, contra Faustum 19, 23. “En las Escrituras, como hay mayor detenimiento, se encuentra que el Apóstol jura en algunos sitios, para que no haya quien crea que se peca jurando con verdad, y además para que comprenda mejor que los corazones de la humana fragilidad pueden conservarse libres de pecado no jurando y preservándose del perjurio.”

El que necesita jurar, es porque habla con hipocresía. Los que ju¬ran de esta manera saben que su palabra no vale y quieren confirmar y reforzar lo que dicen. Quieren dar más énfasis al dicho, para poder persuadir.

¿Cómo se relaciona este texto con el resto del sermón? El que obedece este texto:
Es de «limpio corazón», Mat. 5:8. Su justicia es mayor que la de los escribas y fariseos, Mat. 5:20. Es fiel a su palabra: Entra por la puerta estrecha, y anda en el camino angosto, Mat. 7:13, 14. Es el hombre prudente que edifica su casa sobre la roca Mat. 7:24-27. «No perjurarás (no jurarás falsamente), sino cumplirás al Señor tus ju¬ramentos», Mat. 5:33.

El día de nuestra boda nos dijimos ante Dios y ante la comunidad: “yo… me entrego a ti… y prometo serte fiel en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en las alegrías y en las penas, todos los días de mi vida. Dios condena que nuestro “sí” del día de nuestra boda no fuera sincero y para toda la vida. Condena que sea un sí hipócrita y que no estemos dispuestos a entrar por la puerta estrecha…

Nos dice Rábano: “El que prohibió jurar, nos enseñó cómo debe hablarse, diciendo: «Mas vuestro hablar sea, sí, sí; no, no». Esto es, para lo que es, basta decir es, y para lo que no es, basta decir no es. Puede que aquí se diga dos veces es, es, no, no, para significar que lo que afirmas con la boca debes probarlo con las obras y lo que niegas con las palabras no lo confirmes con las obras.”

Esposos: El primer “sí” ya nos lo dijimos. Probémoslo con el segundo “sí”: Las obras.

Oramos con el Salmo: Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré.

Comentario del Evangelio para Matrimonios: Mateo 5, 27-32

Determinados a amar

Hoy Jesús nos habla del amor indisoluble, fruto de un amor casto y de la responsabilidad de nuestros actos en la santidad de otros.

Nuestro cuerpo es la expresión de nuestro ser, signo o símbolo. Habla siempre de nosotros mismos, por eso a veces sobran las palabras y un silencio, un gesto o una mirada pueden decir mucho más…

De lo que hay en nuestro corazón, habla también nuestra mirada. La mirada de los esposos debe ser expresión de un amor casto y puro, que admira al amado como don de Dios, como hijo de Dios creado para amar y ser amado. El mismo Dios pensó en mi cónyuge para mí, como ayuda en mi camino hacia Dios.

Esta pureza de corazón se expresa tratándolo con la dignidad que merece por ser quien es y no como un objeto para mi propia satisfacción o egoísmo…
Todo empieza con nuestra manera de mirar, que una consecuencia de sentirme o no creatura de Dios, amada por Dios y creada para amar. De ello depende nuestro éxito o fracaso en el amor.

La Palabra de Dios de hoy nos tiene que llevar a entender la sacralidad de nuestro matrimonio y hasta que punto debo ser exigente con mi forma de amar. No se trata de entender el Evangelio de una manera literal, puesto que perder un ojo o una mano, no nos exime de pecar. ¿Cuál es entonces el espíritu de las palabras de Jesús? El sentido es de sacrificio para ser fieles al proyecto de fidelidad a Dios hasta vivir nuestro matrimonio como lo que es, para aquello para lo que fue creado y después elevado a sacramento.

Mi esposo/a no es alguien que me encontré en la calle, y si me canso o no tengo suerte, tiramos cada uno por su lado y aquí no ha pasado nada.
Hay quien dice : ¿y va a querer Dios que yo sufra? Será que no han oído decir hoy a Jesús: arráncate el ojo, córtate la mano…

Dios no quiere nuestra agonía, pero el sufrimiento que conlleva construir todo amor, no solo lo quiere, sino que Él mismo se hizo hombre para vivirlo.
La mayoría encuentra natural el sufrimiento que conlleva ser madre, desde el embarazo hasta el parto, la lactancia, las noches sin dormir, las rabietas… En la relación de amor de una madre, no se nos ocurre preguntarnos ¿Y Dios lo quiere ese sufrimiento? Se sufre por un hijo por amor. Se lleva a cabo el compromiso de ser madre o padre que adquirimos. Reconocemos el bien de verlos crecer y desarrollarse.

¿Por qué cuesta más entender el sufrimiento por amor para construir el matrimonio?

Jesús quiere devolver a la ley divina, su primitivo vigor, y dice: El que se divorcia de su mujer… la induce al adulterio. Con estas palabras nos muestra hasta qué punto es reponsabilidad nuestra la santidad o condena de nuestro cónyuge. Estamos llamados a ser uno y lo que yo hago le afecta al esposo.

Es cierto que muchas veces el matrimonio no es algo fácil, en otras palabras, conlleva la cruz. Si lo miramos como uno de los dones más hermosos que Dios ha dado a la humanidad y tomamos conciencia de que es un gran sacramento, una llamada de Dios, una vocación, estaremos preparados para disfrutar de su riqueza y la belleza de sus frutos.

Oramos con el salmo: Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor.

Comentario del Evangelio para Matrimonios: Lc 22,14-20

En Tu carne.

Siempre que vamos a la Eucaristía, y llega el momento de la consagración, te vemos Señor como maestro de la entrega, y contemplamos al que es un verdadero esposo, Te observamos y aprendemos de ti, que has sabido entregarte totalmente y has sido fiel a la alianza con el Padre.

Admiramos en el Evangelio de hoy, Tu Misericordia ante la hora de las tinieblas y Tu respuesta de Amor con el don de la Eucaristía, para seguir entregándote a nosotros y derramando tu gracia sobre nosotros día tras día.

Esa es Tu respuesta a nuestras debilidades, ante los planes de Judas, la disputa por los primeros puestos y la negación de Pedro. Son actitudes de los apóstoles que reflejan las nuestras. ¡Cuánto nos Amas! ¡Qué lección de Esposo!

La Eucaristía es la copa de la nueva alianza, sellada con Tu sangre, que se derrama por nosotros. Sin la Eucaristía, sin esta nueva alianza no sería posible ninguna alianza, ni siquiera la de nuestro amor en el matrimonio. Haces posible lo que nosotros rompemos con el pecado. No sería posible ser una sola carne si no fuera por nuestra unión en Tu carne.

“Tomad esto y repartirlo entre vosotros…, haced esto en memoria mía” ¡Bendita Eucaristía!, fuente de Tu Amor y Tu Vida para nosotros, nuestros esposos y nuestras familias.
Eternamente GRACIAS